Eduardo Haro Tecglen fue un escritor y periodista, muerto en el 2005, que posiblemente no sea del agrado de los feacios. Es preciso reconocer que escribió básicamente de temas políticos desde una posición sectaria y maniquea (a favor de “los rojos”, naturalmente). Sin embargo lo más interesante de sus columnas en el País no solían ser los artículos que trataban de política sino de otros temas a los que Haro daba un tratamiento muy particular y políticamente incorrectísimo.
Estos días lo hecho de menos. Barrunto que si Haro estuviera aquí no dejaría la ocasión de escribir sobre el avión retenido en el Chad acusado de tráfico de niños, era un asunto que le interesaba y trataba a menudo. Lo hecho especialmente de menos porque él se hubiera atrevido a plantear el problema en unos términos no habituales. La información sobre el suceso insiste en la presunción de inocencia y las dudas sobre la institución judicial en el Chad. Pero supongamos que la acusación es cierta: que la ONG el arca de Zoé y la tripulación estén implicados en un caso de tráfico de niños. ¿quién osaría defender a los traficantes de seres humanos? Todos nos apresuraríamos a condenar el hecho y reclamar un castigo para los implicados porque su delito es horrible, pero…
¿Nos preocupan más los niños o acallar nuestras conciencias? Si la acusación es cierta lo más probable es que los niños fueran literalmente comparados a sus padres de tal modo que los padres están de acuerdo y han adquirido un capital que les permitirá sacar adelante al resto de su prole, los niños es seguro que encontrarán otro futuro mejor en Europa y los padres adoptivos también estarían satisfechos. Sin embargo nos parece horrible que se comercie con seres humanos. ¿y si, como es más probable, los niños africanos son obligados a trabajar desde una temprana edad en condiciones infrahumanas y apenas tienen que comer? ¿y si algunos mueren de inanición o como “daños colaterales” en la guerra del Chad? ¿cuál es la diferencia? Que nuestra conciencia de occidentales está más tranquila y satisfecha consigo misma. Los hechos son peores, pero nuestra conciencia está limpia: si los niños carecen de futuro no será por nuestra culpa. Nos escandaliza el tráfico de seres humanos pero permanecemos indiferentes ante la injusticia y la miseria, preferimos que se mueran de hambre antes de permitir que se vulnere su dignidad, su derecho a no ser tratados como mercancía. ¡Qué hipocresía!, diría Haro. Esos niños son mercancía desde el momento mismo de su nacimiento y lo que “la justicia” ha impedido es que alcancen un horizonte donde puedan dejar de serlo, donde alcancen una auténtica dimensión humana. Si el mundo es una porquería no podemos regirnos por normas que están pensadas para ordenar “el mejor de los mundos posibles”
Todo esto lo diría Haro, yo no. Pero necesita escucharlo.