Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

miércoles, 31 de octubre de 2007

Si Haro estuviera aquí...

Eduardo Haro Tecglen fue un escritor y periodista, muerto en el 2005, que posiblemente no sea del agrado de los feacios. Es preciso reconocer que escribió básicamente de temas políticos desde una posición sectaria y maniquea (a favor de “los rojos”, naturalmente). Sin embargo lo más interesante de sus columnas en el País no solían ser los artículos que trataban de política sino de otros temas a los que Haro daba un tratamiento muy particular y políticamente incorrectísimo.

Estos días lo hecho de menos. Barrunto que si Haro estuviera aquí no dejaría la ocasión de escribir sobre el avión retenido en el Chad acusado de tráfico de niños, era un asunto que le interesaba y trataba a menudo. Lo hecho especialmente de menos porque él se hubiera atrevido a plantear el problema en unos términos no habituales. La información sobre el suceso insiste en la presunción de inocencia y las dudas sobre la institución judicial en el Chad. Pero supongamos que la acusación es cierta: que la ONG el arca de Zoé y la tripulación estén implicados en un caso de tráfico de niños. ¿quién osaría defender a los traficantes de seres humanos? Todos nos apresuraríamos a condenar el hecho y reclamar un castigo para los implicados porque su delito es horrible, pero…

¿Nos preocupan más los niños o acallar nuestras conciencias? Si la acusación es cierta lo más probable es que los niños fueran literalmente comparados a sus padres de tal modo que los padres están de acuerdo y han adquirido un capital que les permitirá sacar adelante al resto de su prole, los niños es seguro que encontrarán otro futuro mejor en Europa y los padres adoptivos también estarían satisfechos. Sin embargo nos parece horrible que se comercie con seres humanos. ¿y si, como es más probable, los niños africanos son obligados a trabajar desde una temprana edad en condiciones infrahumanas y apenas tienen que comer? ¿y si algunos mueren de inanición o como “daños colaterales” en la guerra del Chad? ¿cuál es la diferencia? Que nuestra conciencia de occidentales está más tranquila y satisfecha consigo misma. Los hechos son peores, pero nuestra conciencia está limpia: si los niños carecen de futuro no será por nuestra culpa. Nos escandaliza el tráfico de seres humanos pero permanecemos indiferentes ante la injusticia y la miseria, preferimos que se mueran de hambre antes de permitir que se vulnere su dignidad, su derecho a no ser tratados como mercancía. ¡Qué hipocresía!, diría Haro. Esos niños son mercancía desde el momento mismo de su nacimiento y lo que “la justicia” ha impedido es que alcancen un horizonte donde puedan dejar de serlo, donde alcancen una auténtica dimensión humana. Si el mundo es una porquería no podemos regirnos por normas que están pensadas para ordenar “el mejor de los mundos posibles”

Todo esto lo diría Haro, yo no. Pero necesita escucharlo.

jueves, 25 de octubre de 2007

¿Ha pasado el tiempo de los héroes?.
Óscar Sánchez Vega

El caprichoso destino ha querido que dos noticias coincidan en el tiempo: Una, la muerte de un joven en Valencia como consecuencia del fuerte golpe recibido cuando se disponía a socorrer a una chica maltratada; otra, la difusión del vídeo de la agresión del impresentable de turno a una adolescente ecuatoriana, mientras otro joven observa imperturbable la escena. El joven valenciano encontró la muerte por realizar lo correcto, mientras que el barcelonés (y no me estoy metiendo con los catalanes, no quiero decir que la cobardía es un rasgo de su “carácter nacional”…) se inhibe de actuar y recibe el premio de continuar su vida, como si nada hubiera pasado, como si nada hubiera presenciado… ¿o no? ¿Le reconocerán su familia y amigos en el célebre vídeo? ¿habrá confesado a estos que él era el que presenció la escena sin mover un dedo? ¿qué imagen de si mismo le devolverá el espejo cuando se mire en él?

No podemos exigir a los ciudadanos ( porque de eso se trata: de perfilar lo que es un ciudadano) que no tengan miedo, no podemos pedirles que se apunten voluntarios a una ONG (esto último dudo que sea siquiera recomendable), o que dediquen parte de su tiempo a tareas socialmente útiles para la comunidad; pero deberíamos exigirles, a ellos y a nosotros mismos, que se comporten dignamente cuando la ocasión lo requiera.

A mi modo de ver una concepción trágica de la vida ayuda no poco. Pienso que es de estúpidos y temerarios ir en busca del peligro, la violencia y la muerte, pero es posible que la vida te lleve a una encrucijada donde no haya otra salida digna, una que te permita mirarte al espejo al día siguiente. Pienso que los mitos son esquemas, unos más racionales o útiles que otros, que nos explican una situación y nos dan una pauta de acción. El mito del libre albedrio es útil y necesario en ocasiones, pero otras veces es preferible dejarnos llevar por el mito del hado y el destino. En una situación como la del metro es preferible no cavilar demasiado, levantarse maldiciendo tu suerte por haber cogido aquel tren y presenciar la escena, y, temblando de miedo, ir al encuentro de un mal golpe o una traicionera puñalada. Cualquier otra acción, o mejor inacción, es indigna y humillante para el espectador y para la sociedad entera que no pude menos que reconocerse en el anónimo cobarde.

miércoles, 17 de octubre de 2007

El cambio lunático

Parece algo de otro tiempo, pero aún siguen repartiendo el Nobel de la Paz. A pesar de haber ya premiado a todo tipo de gentuza, a pesar de haber cien veces mostrado una comprensión escasa de los conflictos que retuercen al mundo, los académicos suecos siguen empeñados en pulverizar el poco prestigio que aún conservan. Premios enormemente lucrativo, pero cada vez más inútiles y ridículos; cada vez más vulgares y carentes de rigor académico; cada vez más voceros de la ideología única que -desde todos los ámbitos imaginables- se procura inocular a una población rebañuna y lista para consumir. El concepto de "paz" es un constructo de difícil determinación y dudosa valía, pero se ha convertido en el modo de vender y justificar cualquier cosa; si antes fue la figura siniestra de Arafat, o la gran debacle de Gorbachov, o el diploma de limpieza política de los terroristas norirlandeses, ahora sirve para legitimar el llamado "cambio climático" como único problema político de digna y prescriptiva atención. La maniobra ideológica implicada en la operación es elemental: ante la magnitud del desastre, ante la dimensión incomparable del armaggedon que se avecina, todo otro problema se desvanece; los problemas políticos -y ante todo el problema básico: la libertad- pierden relevancia; el terrorismo se demuestra como un fenómeno menor ante el auténtico "terrorismo contra la madre tierra"; los individuos y sus urgencias se diluyen en la emergencia universal que por doquier los profetas proclaman. El tamaño inabarcable del problema sirve para esconder todo lo limitado y afectado por la mancha impura del tiempo y el espacio. Esta estrategia ideológica -que ya el presidente Zapatero ha utilizado para camuflar la negociación con la camarilla de asesinos de ETA, mostrando su insignificancia relativa en relación al "gran reto del siglo XXI"- obtiene cuantiosos réditos, no sólo dinerarios, sino ante todo de dominio político, ya que logra inducir una distorsión perceptiva que lleva a los hombres a permanecer indiferentes ante los problemas y amenazas efectivas mientras, por otro lado, observan como daños reales vagas predicciones apocalípticas y ensueños fatalistas. El problema del cambio climático se enuncia en términos tan equívocos que cuesta mucho alcanzar algún respecto no enturbiado por la ideología. Por ejemplo, la mayoría de las veces parece que el hecho de que exista cambio en el clima es aterrador, cuando la señal inequívoca de un problema insalvable sería su inmutabilidad: mientras el cambio está presente en todo sistema vivo, la permanencia e inalterabilidad son propios de lo carente de vida y, cabría decir, de existencia. Otras veces la amenaza milenarista se cifra bajo la denominación cursi de "calentamiento global"; en este caso tampoco queda claro a qué se refiere la catástrofe, ya que la condición viva de la tierra está íntimamente vinculada a la oscilación de las temperaturas, existiendo períodos cálidos y fríos sucesivos sin que ninguno de ellos haya, hasta ahora, amenazado la supervivencia del planeta en su conjunto. Ha habido épocas mucho más cálidas y, precisamente porque hoy vivimos el período regresivo de una glaciación, es natural que "se caliente la tierra"; sabemos positivamente que hacia el año mil el mundo vivía un clima más templado que el actual, de manera que el nombre que los vikingos pusieron a Groenlandia no fue "tierra de hielo" o algo similar, sino "tierra verde" (en inglés Greenland): a diferencia de hoy, el hielo no cubría la isla, y se descubrían en ella lo que debían ser impresionantes masas de vegetación.

La ideologización de todo, la utilización de cualquier ámbito vital para satisfacer fines espúrios e inconfesables, es propia de la vulgarización política que hoy nos rodea. No quiero con esto decir nada sobre el cambio climático en sí, sino señalar que el grueso de la cuestión está inducido por un interés ideológico; si existen evidencias sobre tales amenazas es preciso enunciarlas de manera que no se dirijan exclusivamente a niños o subnormales. Todavía no he oído un razonamiento riguroso al respecto. Pretenden atemorizarnos señalando estudios científicos, pero sólo proporcionan películas y palabras piadosas. Como en tantos otros asuntos, es necesario arrancarse el velo ideológico para juzgar las cosas de manera libre y rigurosa. En caso contrario, el cambio climático es, efectivamente, una gran amenaza: contra el pensamiento crítico.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Diosecillos, reyezuelos y aprendices de tirano.

En los días que han transcurrido desde el fin del verano hemos contemplado cómo la realidad política española se ha convulsionado vertiginosamente. Hechos hace pocos años impensables -incluso altamente improbables hace sólo unos meses- han estallado de manera sincrónica amenazando no a este o aquel detalle, sino al sistema constitucional en su conjunto. El ámbito de lo posible se ha ensanchado inadvertidamente hasta alcanzar dimensiones temibles. Los secesionistas se apoderan violentamente de las calles y amenazan a los disidentes con descerrajarles la cabeza de un tiro; queman efigies en actos de fe que evocan la quema de herejes; introducen con asumida normalidad la figura de los "comisarios (político-)lingüísticos" con el fin de evitar que los alumnos hablen su lengua materna; por otra parte, el caudillo de los vascos anuncia en el pequeño Nüremberg euskaldún la fecha de su anunciado golpe de estado; los ayuntamientos nacionalistas se proclaman en rebelión abierta contra las leyes... Nadie que posea visión podrá objetarme que diga que nos encontramos ante una crisis soberbia del sistema político español, esto es, del sistema democrático instaurado en 1978. De un lado, los nazis de todos los partidos al asalto del poder; del otro... ¡no hay nadie! ¿Dónde está el gobierno encargado de vigilar el cumplimiento de la legalidad? ¿Dónde los poderes legítimos del estado? Parece ser que están dialogando, lo que es otra forma de decir que se niegan a hacer. La inacción del gobierno, no obstante, es jaleada y justificada por la proliferación de enanos que creen idónea la ocasión para convertirse en señores absolutos o déspotas orientales investidos del poder de decidir qué leyes han de regir en cada momento; unos afirman que no es necesario hacer cumplir el artículo 155 de la constitución; otros (¡el ministro de justicia!) deciden que la ley de símbolos oficiales puede no ser obedecida porque la supone menos importante que otras normas. Los aspirantes a diosecillo encuentran que, por encima de la ley, se encuentra su santa voluntad, y se invisten del poder de elegir -en cada momento- qué leyes han de ser observadas y cuáles han de ver su aplicación suspendida. Estos tan "progres" señores -y tan preocupados por el fascismo de "la derecha"- parecen unánimes en confundir la ley con lo que ellos consideran adecuado; así, se manifiestan en íntimo y sospechoso acuerdo con la célebre fórmula acuñada por el nacionalsocialismo alemán durante los años treinta: la voluntad del Führer es ley.

El Gran Peligro no proviene de las mamarrachadas independentistas, sino del abandono por parte de los poderes públicos de su obligación de hacer cumplir las leyes legítimamente promulgadas. Esta es la verdadera amenaza, porque de la validez práctica del sistema jurídico depende esa libertad del ciudadano -que no es "libre por naturaleza", sino por ley- opuesta a la sumisión que caracteriza al súbdito. En el momento en que las leyes se convierten en papel mojado nos encontramos en el terreno de un totalitarismo probable, ya que quien posea fuerza suficiente la empleará sin límite alguno. La parodia cuasicómica de los personajes mediocres que se piensan dioses situados más allá de las leyes presagia la realización efectiva de una dominación que, de hecho, esté más allá y acabe con los restos del sistema legal encargado de proteger al individuo de las arbitrariedades del poder.

Cuando esos tozudos tiranuelos en ciernes, dotados de su concepto prerromano del derecho y su tosca intención partidista, imponen tal refinada concepción del estado; cuando trepan hasta las más importantes magistraturas y jefaturas y se comportan como pueriles activistas antisistema... En ese momento cabe advertir que la constitución de 1978 es, de facto, un trozo de papel despojado de todo efecto existencial, porque ellos hacen la ley "sobre la marcha" decidiendo a cada instante qué aplicar y qué no. Vano es recordar que una constitución no es una simple declaración de intenciones -tal y como nos quieren hacer creer- sino un cuerpo normativo que sólo existe de modo efectivo en tanto exige el cumplimiento íntegro de sus preceptos. Incluso, si es el caso, a través de la coacción y la violencia legítimas que para ello contempla. Lo contrario es mala retórica. Lo contrario es la pantomima o la farsa. Ejemplos más o menos recientes de imposturas de esta naturaleza presagian un futuro poco deseable o terrible, pero que no me atrevo a predecir. Que cada cual haga sus apuestas sobre cómo acabará esta constitución política que se muere. A mí se me ocurren dos casos que admiten cierto parecido:

  1. ¿Como la constitución de la República de Weimar, que siguió formalmente vigente durante los años de gobierno nacionalsocialista porque Hitler ni siquiera se preocupó de su derogación?
  2. ¿Como la constitución soviética promulgada por Stalin en 1936, que incluía una enumeración tan exhaustiva como inútil de los derechos individuales que el régimen nunca se procuró de hacer respetar?