Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

miércoles, 28 de mayo de 2008

Normalidad democrática

Hace dos días, en el Parlamento, pudimos asistir a un edificante debate: todos los grupos, en mi humilde opinión, argumentaron con corrección y coherencia y votaron en consecuencia, lo cual no es en absoluto habitual.

La ocasión era una propuesta de ley de IU e ICV para la creación de un "protocolo de aconfesionalidad", que básicamente consistía en la supresión de símbolos religiosos como el crucifijo o la Biblia en los actos de tomas de posesión de los cargos públicos, por ejemplo del presidente del Gobierno o los ministros. Argumentaba con coherencia y rigor Llamazares que la presencia de lo elementos religiosos era contraria al carácter aconfesional del estado proclamado en la constitución y se preguntaba: ¿si un día tomara posesión como ministro una persona musulmana van a cambiar el crucifijo y la Biblia por el Corán?
La propuesta de ley fue rechazada con los votos en contra del PP y el PSOE.

El PP, en boca del diputado diputado Eugenio Nasarre, defendió que el Real Decreto que regula los protocolos de los actos de toma de posesión "no necesita modificación". Nasarre, en primer lugar, destacó que todos los presidentes de la democracia, al margen de sus creencias o ideologías, han jurado o prometido la Constitución ante el crucifijo y la Biblia con "naturalidad". A continuación argumentó que "España no es un ente abstracto", más bien "una realidad fraguada en el seno de una civilización con raíces judeo-cristianas", y por ello, suprimir los símbolos citados supone "excluir los símbolos que profesan la mayoría de los españoles". Por último criticó que el Congreso se dedique a debatir en el comienzo de la legislatura, y ante "los desafíos del país", cuestiones como la supresión de los símbolos religiosos.

El PSOE, que tantas veces ha sido fustigado en este blog, mantuvo, esta vez, una posición moderada y sensata. Ramón Jáuregui, secretario general del grupo socialista, toma la palabra para señalar que no es necesario modificar el protocolo porque no hay nada que modificar pues "no hay ninguna referencia a una señal o a un símbolo religioso" en el decreto que regula estas ceremonias. Argumentó que su partido era contrario a hacer leyes que "obliguen" a quitar los símbolos religiosos de las ceremonias de toma de posesión y abogó por "no producir tensiones o rupturas innecesarias", ya que no hacen falta leyes "prohibicionistas", y por dejar que la laicidad avance al ritmo que establece la "convicción colectiva".

Para que no faltara de nada hasta el PNV fue coherente con lo que es y lo que representa pues de acuerdo con su base cristiana no podía ir en contra de los símbolos religiosos y llevado por su anti-españolismo no podía votar a favor de la ceremonia constitucional, así que optó por cortar por lo sano y presentó una enmienda con el fin, no ya de suprimir el crucifijo o la Biblia en las tomas de posesión, sino de eliminar este tipo de ceremonias.

Ojalá esta legislatura siga por estos derroteros y volvamos a ver unidos a los dos grandes partidos de la cámara frente a las pretensiones de los grupos minoritarios. (y esta vez, es de ley reconocerlo, el que dio el brazo a torcer fue el PSOE .)

lunes, 26 de mayo de 2008

El cuadro de Marat y los Manuscritos del Mar Muerto


Esta semana Rafael Argullol publicó una interesante reflexión en su blog en torno al cuadro de Jacques-Louis David sobre Marat. Allí describe el filósofo cómo "toda la preparación iconográfica que hace David para la presentación del cadáver de Marat en la bañera va dirigida a conseguir esa sacralización de lo revolucionario. En ese sentido me parece que este cuadro y el protagonismo de Marat sería la culminación de toda la liturgia, de todos los rituales, de lo ceremonial puesto en marcha por parte de la revolución francesa para parecer no solamente un nuevo proceso histórico sino al mismo tiempo una nueva religión pagana del futuro francés y de Europa. Llama la atención toda la escenografía que se construye en la revolución, la apelación al cambio terminológico de los meses, de los días, el hecho de que la propia razón, centro del futuro de la humanidad, se convierte en la diosa razón. En ese ambiente revolucionario de crear una nueva religión evidentemente se necesitaban nuevos santos, y el que está más por encima de toda sospecha es Marat, llamado por todos a considerarlo incorruptible, incluso más allá de los distintos partidos".

Argullol, como vemos, pone de manifiesto algo muchas veces ya dicho pero que, dificilmente cala en la sociedad contemporánea: todo proceso histórico y toda justificación política implica, queramos o no, aspectos que carecen de justificación fuera de ese mismo proceso, de las instituciones que alumbra y del léxico gestado para mantener la ficción. También la razón, la democracia y el mundo contemporáneo sucumben a este mal posmoderno que, sin quererlo, y mirándose al ombligo, ha descubierto que no hay una única barriga. Tenemos la tentación de denunciar otros léxicos como religiosos, como ideologías paganas, como instrumentos de manipulación y control social, sin darnos cuenta de que todo lo político está aquejado por ese mismo pathos; también la democracia es, como bien ha señalado Deleuze, un poderoso mecanismo de control social, una herramienta ideológica poderosísima.

El cuadro de Marat, tan cargado de los mismos elementos como cualquier otra religión, pone de manifiesto, como bien señala Argullol, el nacimiento de esta nueva fe. Queramos o no, tanto le debe la democracia actual al ginebrino Rousseau, como a sus padres reconocidos, Locke y Hobbes. Sin una poderosa ideología que nos haga vernos como “hombres libres”, que nos obligue a ser libres, no lo seríamos.

Estos son nuestros “manuscritos del mar muerto”.

domingo, 25 de mayo de 2008

Por qué dicen "hablar de música"

Como todo relato, estas líneas tienen también una genealogía, si bien humilde.

Dos corrientes confluyen en la explicación de por qué me he puesto a escribir esto. En primer lugar la difusión de la agenda musical que, vía Internet, el amigo Jorge me facilita. Pensaba en la posibilidad de que incluyera, además de las citas de interés del panorama soriano, una valoración musical de los grupos y obras citados. Creo que así sería un material de aún mayor interés; en segundo lugar, y en relación con lo anterior, una cuestión que, aunque referente a mi biografía, no deja de tener importancia cuando de lo que hablamos es del mundo (creo que nadie me negará el carácter mundano de la música… ¿o sí?); me refiero a cierto interés por la filosofía, quiere decir, por la consistencia de la realidad y su relación con el lenguaje que utilizamos para apresarla y comprenderla. 

Hay algo de lo que actualmente sucede que no puede más que llenar de profunda intranquilidad, y es que el llamado “sentido común” ha dejado de lado algo fundamental que en cierta época pudo recoger del esfuerzo filosófico.Ha olvidado que, antes de hablar sobre las cosas, es preciso preguntarse y saber qué significa hablar sobre las cosas. Por este tipo de cuestiones es por las que tantos han tildado de inútil o herética a la filosofía, pero creo que es prudente, antes de hablar sobre algo, saber qué tipo de discurso es capaz de rozar siquiera aquello de lo que se quiere hablar; saber cómo, a través del lenguaje, podemos acercarnos a la esencia de las cosas, y así poder distinguir entre el lenguaje con sentido y la hueca verborrea.

En realidad, lo que quiero decir es que a menudo aceptamos discursos fraudulentos sobre las cosas con el solo fin de no exponernos a perder el prestigio de pertenecer al grupo de los que “están al día en materia de cultura” (como si esto no fuera ya una contradicción en los términos). Veo a gente inteligente asentir de manera bovina ante las palabras y los gestos de analfabetos que sólo cuentan con la bendición de la ideología dominante, porque conocimiento no poseen ninguno; veo a muchos aplaudir cualquier cosa sólo por contar con la aquiescencia de los profetas que deciden qué es lo que hay que elogiar y qué lo que hay que denostar. Todo está lleno de discursos que no hablan de nada, pero que son universalmente vitoreados por que cuentan la mentira que, por conveniencia, todos gustan de escuchar.

El caso que aquí me interesa es el de la música. La pregunta es sencilla: ¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE MÚSICA? Esta pregunta se relaciona también con el estupor que me invade las pocas veces que se me ocurre acercarme a las páginas de crítica musical que invariablemente adornan los periódicos y revistillas del día. No me refiero al ámbito de publicaciones especializadas y referidas a músicas minoritarias o francamente marginales, como es hoy la música occidental de los siglos pasados, sino al de los productos de mercadotecnia vendidos por doquier bajo la denominación de etiquetas diversas y diferentes códigos de barras (rock, heavy, grunge, pop, indie, rap, hip-hop…¡Dios!).

Personalmente, mantengo que la inmensa mayoría de esa llamada música moderna es sencillamente mala, estereotipada y primitiva, de modo que si, tras horas de escucha, alguien encuentra un acorde de dominante con séptima en una pila de discos de los mamarrachos ingleses, americanos o españoles de moda, puede sentirse afortunado. Alguien pensará que yo soy el equivocado, que doy demasiado valor a las palabras, o que soy un fascista intolerante (todo eso tiene que soportar este humilde narrador), pero quien honestamente se asome a las páginas de crítica musical a las que me refiero podrá comprobarlo por sí mismo: no es posible encontrar más que muestras impecables de analfabetismo, y no sólo musical, meros ejercicios de retórica que en ningún caso se refieren a lo que supuestamente tratan de analizar, esto es, la música.

Creo que es oportuno traer un ejemplo que pueda ilustrar lo que vengo diciendo, esto es, que lo que se entiende por hablar de música consiste, básicamente, en evitar con destreza la consideración musical de las obras, si así se nos permite nombrarlas, y hablar de cualquiera de los accesorios que se asocian al glamour putrefacto de esa supuesta música.Un mero pretexto para ser reconocido como uno más por los seguidores ovejunos de lo último. La lectura que me ha trastornado hasta el punto de llegar a necesitar escribir todo esto pertenece a un suplemento de fin de semana adjuntado a un periódico de tirada nacional .

El fin, quizás vano, que persigo al hacerlo es dar la oportunidad de que, entre tanta gente apuntada a la lista de Jorge, alguien me pueda explicar el sentido de tamaño despropósito. El artículo en cuestión es una pretendida crítica sobre la carrera de alguien que se hace pasar por músico, aunque nada en el texto hace sospechar que efectivamente lo sea. El artista, quede dicho, es para mi un completo desconocido, por lo que esto no es un intento de devaluar de antemano su obra, que tampoco he tenido el placer de escuchar. Por otro lado, la lectura de la reseña no me ha empujado a desearlo. El autor del artículo dedica a este simpático personaje una página entera en la que no es capaz de decir nada sobre música. No hay más que fórmulas acuñadas y bendecidas por el uso y la costumbre, pero carentes de significado. Todo el artículo es un pesado recorrido por una nada ornamentada en base a clichés y lugares comunes. Vuelvo a insistir: ¿cómo puede pasar esto por crítica musical? ¿Es tan poderosa la connivencia de los engañados y los engañadores como para hacer pasar por buena la moneda falsa?

Sumido en mi ingenuidad, yo pensaba que el análisis musical de una obra tenía que ver con lo que aún realizan algunos carcas reaccionarios en los conservatorios; quiere decir: estudio de la armonía de la obra y consistencia de las líneas melódicas, de la figuración rítmica, de las formas compositivas e innovaciones que pueden afectarla, de la naturaleza de los timbres utilizados….No sé, pensé que hablar de algo es penetrar en la cosa misma, y no rodearla sistemáticamente sin avistar siquiera su contenido. Una lectura medio atenta del artículo aquí considerado no puede escapar al carácter de farsa, de simulacro desvergonzado, que tienen todas las expresiones que, pretendidamente dirigidas a evaluar y analizar la música, no hacen más que resbalar por la superficie sin llegar a atrapar nada que sugiera elemento musical alguno. El uso del lenguaje es repetidamente tramposo, y el uso de las metáforas se convierte en delator de una ignorancia completa de lo que a la música se refiere. A una retahíla carente de interés sobre la vida y circunstancias del artista en cuestión se le añade una serie amorfa de términos que supuestamente se dirigen a describir y calificar la música. Todo consiste en utilizar metáforas comunes y manoseadas con el fin de que el público crea comprender algo allí donde no dice nada. Así, como remedio ante la incapacidad de usar conceptos que refieran a la música en sí misma, el articulista elige una serie de adjetivos de los ámbitos más dispares y los presenta como pertenecientes a su dominio.

Afirma: Su siguiente trabajo, Mutations (1998), fue todo lo contrario: un disco pausado y orgánico que se grabó en dos semanas

¿Qué dice sobre una obra el calificarla de pausada? ¿Qué quiere decir? Como mucho, se puede admitir que, refiriéndose a los tempi, se acerque al extrarradio de lo musical. Poco más. En cuanto a lo de orgánico, parece servir tanto para un anuncio de champú como para los discos de los músicos modernos. El truco evidente es utilizar calificativos procedentes de ámbitos sensoriales, artísticos o experienciales distintos, y hacerlos pasar por propios del oído y la música:
se trata de un CD casi conceptual;

o, también: el reciente information es un compedio de Hip-hop y música electrónica con un
tono menos alocado y más reflexivo, producido por...

Etiquetas repartidas por todo el texto que no dicen nada, en general, y, por supuesto, nada de música. El resultado al que cabe enfrentarse es de una pobreza desconsoladora: el analfabetismo convertido en sistema, la apología de la ignorancia y la estafa. El lenguaje se convierte, antes que en presentación de una realidad, en camuflaje que disfraza la nada; o si no, ¿qué significado tiene decir:

Se convierte en icono de la generación x (sic.) con una estrategia de reciclaje cultural en un personal crisol de rock, Folk, hip-hop, psicodelia y mil cosas más.

Esto es la ilustración más perfecta de lo que los miembros del círculo de Viena denominaban lenguaje sin sentido, quiere decir, un conjunto de proposiciones que, aunque aparentemente significantes, no dicen nada acerca de la realidad, siendo no más que vana logomaquia. Es necesario decir que lo de personal crisol queda muy bien; el problema es que todos los periodistas repiten sin cuento lo de personal crisol cada vez que quieren hablar de un artista y no saben decir nada sobre el arte, por lo que al final queda muy impersonal: todos tienen su personal crisol. Nada diremos sobre la gramática absurda de la frase.

Dislates comparables se repiten una y otra vez, de tal modo que el artículo termina del mismo modo monotóno y vacuo con que comenzó. ¿Por qué esto pasa como crítica musical o comentario acerca de la música? ¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE MÚSICA? CODA De aquí viene el que casi todos los filósofos confundan las ideas de las cosas, y hablen de las cosas corporales espiritualmente y de las espiritualescorporalmente. Porque dicen audazmente que los cuerpos tienden a bajar, aspirana su centro, huyen de su destrucción, temen el vacío, que la naturaleza tieneinclinaciones, simpatías, antipatías, todas cosas que no pertenecen más que alos espíritus. Y hablando de los espíritus los consideran como en un lugar, y les atribuyen movimientos de un lugar a otro, cosas que no pertenecen sino a loscuerpos (…).BELLEZA POÉTICA.- Al igual que se dice belleza poética, debería decirse tambiénbelleza geométrica y belleza medicinal; pero no se dice. La razón es que se sabecuál es el objeto de la geometría, que consiste en pruebas, y cuál es el objetode la medicina, que consiste en la curación; pero no se sabe en qué consiste elagrado, que es el objeto de la poesía. No se sabe lo que es este modelo naturalque hay que imitar. Y a falta de este conocimiento se han inventado algunostérminos curiosos: “siglo de oro, maravilla de nuestros días, fatal”, etc., y sellama a esta jerga belleza poética. Blaise Pascal, Pensamientos; 33, 72

Borja Lucena

viernes, 23 de mayo de 2008

¿Es la izquierda moralmente superior a la derecha?
Óscar Sánchez Vega

Es este un estereotipo asumido no solo por la izquierda sino también por buena parte de la derecha. ¿Dónde están los españoles que votan al PP? ¿No trabajan? ¿No salen por los bares y restaurantes? Si tuviera que juzgar por mi experiencia no podría creer, ni sospechar que el PP obtiene 10 millones de votos en las elecciones generales. ¿Cuál es la explicación? ¿Acaso se muevo por ambientes muy “rojos”? No creo que sea el caso. Más bien pienso que buena parte de los votantes del PP callan o se avergüenzan de su opción política porque explícita o implícitamente asumen el prejuicio de que la izquierda es moralmente superior a la derecha.

En estos foros varias veces se ha criticado el prejuicio como una falacia que surge a partir de la propaganda progresista. Se ha defendido igualmente que la moralidad de las personas nada tiene que ver con esta distinción política o que ni siquiera existe tal distinción y por tanto la frase carece de significado. Lo que voy a defender en las siguientes líneas es: primero, que la distinción entre izquierda y derecha tiene sentido, sirve para introducir orden y racionalidad en la teoría y praxis política; segundo, que es posible establecer vínculos y relaciones entre la ética y la política, en un sentido semejante al establecido por Aristóteles, y, tercero, que el estereotipo como tal es falso, es obvio que las personas de izquierda no son más “buenas” y honradas que las de derecha, pero como todos los estereotipos tiene un poso de verdad que es preciso reconocer , clarificar y sacar a la luz.

Para acometer esta empresa voy a proceder conforme al método cartesiano: analizo la proposición reduciéndola a sus ideas simples y la reconstruyo de nuevo. Por tanto en primer lugar lo que debo hacer es explicar qué entiendo por “izquierda”, “derecha” y “moral”, teniendo en cuenta que mi indagación no pretende ser exhaustiva, ni especialmente novedosa, ni nada de eso. Procedo bajo un principio pragmático: intentaré centrarme en aquellas connotaciones semánticas que sean relevantes para solventar el problema planteado y dejaré de lado otras muchas que no incumben al asunto expuesto.

¿QUÉ SIGNIFICA “IZQUIERDA”?

Así planteada la pregunta da como miedo. Insisto en lo limitado de mi indagación: no pretendo agotar el significado del término sino solo alguno de sus aspectos.

En primer lugar lo que llama la atención del término en cuestión es su carácter no unívoco, la pluralidad de significados que conviven de manera contradictoria bajo el mismo rótulo: de izquierda dicen ser Fidel y Zapatero, Lenin y Rosa Luxemburgo, Bakunin y Mao etc. De izquierda se dice el comunismo, el socialismo, el anarquismo o la socialdemocracia; y por último también hay filosofía de izquierda (izquierda hegeliana) o arte de vanguardia de izquierda etc. Un lío.

La noción de “izquierda” se nos muestra como un concepto confuso y oscuro que es preciso aclarar. Se impone ir acotando el término y lo voy a hacer, en primer lugar, limitando esta reflexión a la izquierda política, dejando pues al margen el uso del concepto en otros campos, como el arte o la filosofía. Aun así el material es tan vasto que preciso de una estrategia que bien pudiera inspirarse en el método genealógico: es posible que aquellos que utilizaron por primera vez el término en su connotación política se movieran en unos parámetros mucho menos complejos que los actuales y nos ayuden a comprender la noción.

Es sabido que el origen político del término procede de la Revolución francesa cuando a los representantes del tercer estado los situaron en la Asamblea de 1789 a la izquierda de la presidencia mientras que los defensores del Antiguo Régimen se situaron a la derecha. Pero esta no puede ser una situación originaria ¿por qué a los revolucionarios los situaron a la izquierda y a los conservadores a la derecha? ¿fue casualidad? Creo que no.

Es muy posible que el rebasamiento del significado topológico de los términos “izquierda” y “derecha” proceda del lenguaje religioso. Sabemos que al Hijo le está reservado un lugar a la derecha del Padre y antes ya se aplicaban los términos a Jehová, Zeus o Júpiter. El término “derecha” incorpora atributos morales: el bien y el orden; y por el contrario la “izquierda” el mal, el desorden, la rebelión de Lucifer. También adquirirán con frecuencia los términos derecha e izquierda connotaciones temporales y no solo espaciales: la derecha indica lo más originario, lo primario, por tanto, lo antiguo, lo viejo; la izquierda adquirirá en cambio la connotación de lo que es nuevo y moderno.

La composición de la asamblea francesa de 1789 recoge esta tradición al situar a los partidarios del Antiguo Régimen a la derecha y a los representantes del tercer estado a la izquierda. Esta izquierda revolucionaria tiene como objetivo la caída del Antiguo Régimen y la articulación de una nueva Nación política de ciudadanos libres e iguales organizados en torno a un estado centralista donde están llamados a desaparecer no solo los estamentos sociales sino también los departamentos territoriales.

La inspiración filosófica de los jacobinos es múltiple, pero es preciso reconocer que la noción roussoniana de voluntad general ocupa un lugar preferente en su doctrina política. La soberanía debe recaer en el pueblo y los gobernantes deben estar al servicio de la voluntad general que es la voluntad del pueblo. Desde esta atalaya, la de la voluntad general, todos somos iguales, es más, el establecimiento en cada caso concreto de lo que es la voluntad general presupone la igualdad de los ciudadanos pues desde una situación de desigualdad no es posible establecer la voluntad del pueblo porque los poderosos, como bien supo ver Marx, siempre harán pasar los intereses de su clase por encima del interés general.

Soy consciente de que simplifico mucho, pero de ahora en adelante voy a llamar izquierda a toda opción política que admita, implícita o explícitamente, estos presupuestos. ¿Qué es la izquierda? Una posición política que privilegia la idea de igualdad por encima de otras ideas o valores políticos: la libertad, la tolerancia, la paz, la independencia, el orden etc. Hay una idea sin embargo que no puede situarse por debajo de cualquier otra: la justicia. Tal y como yo lo veo toda opción política de uno u otro signo aspira a alcanzar la justicia, este es el único telos de toda praxis política por tanto no nos sirve como criterio clasificador. Es preciso preguntarse ¿qué es lo justo? La persona de izquierda responde: ante todo, la igualdad.

Las diferentes corrientes de izquierda, - comunismo, anarquismo, socialdemocracia…- se diferencian en que conjugan la igualdad con el resto de ideas políticas de diferentes maneras. Así los anarquistas conjugan la igualdad con la libertad, pero no con el poder o la racionalidad; los socialdemócratas conjugan igualdad con legalidad y democracia; los comunistas con orden y razón, pero no con libertad… etc. Un corolario de la tesis que sostengo es que la izquierda es internacionalista o no lo es. La aplicación política de la idea de igualdad, especialmente cuando se articula con la idea de racionalidad, es incompatible con un burdo nacionalismo que establece fronteras naturales entre los hombres.

A estas alturas pienso que ya se me ve el plumero platónico; entiendo la teoría política como una suerte de simploké que establece relaciones diferentes entre las ideas y la izquierda como una familia de teorías que tienen en común otorgarle a la idea de igualdad un lugar preferente en la red eidética y todo ello sin necesidad de otorgar trascendencia alguna a las ideas: estas no son más que construcciones teóricas con un origen histórico determinado y una función pragmática que consiste, en el caso en que nos ocupa, en orientar la praxis política. Entiendo las ideas al modo de Foucault como algo intermedio entre las palabras y las cosas: no tienen la evanescencia de las primeras, ni la consistencia de las segundas.

Quiero por último insistir en el alcance de esta reflexión: no pretendo dar cuenta de todas las opciones políticas que se dicen de izquierdas, ni otorgar patentes de izquierdista cabal, ni siquiera dictaminar lo que debe ser la izquierda. Propongo una definición simple que solo pretende tener un valor pragmático, y si me apuran personal: puede servir para cribar y racionalizar las propuestas políticas. "Izquierda" y "derecha" no son más que construcciones sociales arbitrarias que utilizamos para introducir algo de orden e inteligibilidad en un material que de lo contrario se nos manifiesta confuso e ininteligible. Podemos pensar, como Borja, que no son los conceptos más adecuados, pero entonces ¿cuáles lo son? Pienso que la labor de la filosofía no es cambiar los conceptos que de hecho son operativos y funcionan en la sociedad sino todo lo más como la academia de la lengua: limpiar, fijar y dar esplendor – y acaso ya sea excesivo-

¿QUÉ SIGNIFICA “DERECHA”?

Obviamente lo términos izquierda y derecha son complementarios y no pueden existir uno sin el otro, por lo tanto la derecha tiene el mismo origen que la izquierda: la Revolución francesa. Como hemos comentado los parlamentarios franceses defensores del Antiguo Régimen y partidarios de una reforma moderada se situaron a la derecha en la Asamblea Nacional de 1789. Los partidarios de esta derecha, que en adelante denominaré tradicionalista, no se definían tanto por una idea cuanto por todo un campo semántico, el compuesto por las ideas de: tradición, religión, Dios, patria, familia, leyes viejas, monarquía etc.

Si cambiamos la mirada desde los orígenes hasta la actualidad pienso que los herederos de esta derecha tradicionalista son solo parte de lo hoy denominamos derecha pero no la totalidad, ni siquiera la parte fundamental. La mayor parte de lo que hoy consideramos derecha proviene de una escisión de lo que antaño se entendía como izquierda. A lo largo del siglo XlX y principios del XX el moviendo obrero radicalizará la izquierda y, progresivamente, la burguesía liberal, que había sido la vanguardia de la Revolución del 89, es caracterizada como parte de la derecha y en la medida en que el moviendo obrero cobra fuerza, efectivamente se establece una alianza coyuntural entre la burguesía liberal y los tradicionalistas, de tal modo que los enemigos acérrimos en el XVIII acaban estableciendo una alianza ante el acoso de la izquierda radical.

Así pues entiendo que lo que hoy llamamos derecha forma parte de dos familias políticas bien diferenciadas, de tal modo que la hetereogeneidad de la derecha es aun más profunda que la de la izquierda pues la primera se articula en torno a una idea clave y la segunda solo tiene en común un pacto coyuntural de resistencia frente a las pretensiones revolucionarias de la izquierda radical.

En cualquier caso es preciso analizar la naturaleza de este pacto para comprender lo que hoy llamamos derecha. Mi tesis es la siguiente: el tradicionalismo solo abraza el liberalismo cuando está en condiciones de inferioridad, cuando considera imposible hacer comulgar a la mayoría de la población con los valores que defiende, entonces se torna liberal para, al menos poder seguir viviendo conforme a sus ideales. Estamos pues ante un pacto anti-natura forzado por las circunstancias porque en principio son dos familias antagónicas: los liberales son de raigambre ilustrada y al igual que la izquierda intentan racionalizar el material político tomando como idea clave la libertad – en lugar de la igualdad- . Del mismo modo que con la izquierda hay distintas formas de ver el liberalismo – desde el liberalismo español de las Cortes de Cádiz hasta los neocons americanos – que se caracterizan por articular de diferente forma la idea de libertad con el resto de ideas políticas, pero siempre otorgando la primacía a la libertad individual. ¿Qué es un estado justo? El liberal responde: aquel que salvaguarda mejor la libertad individual.

En cambio los tradicionalistas no sienten apego a la libertad individual. El tradicionalismo supone un puente entre la legitimación tradicional del poder propia del Antiguo Régimen y el Romanticismo del XIX, puente que permite transitar sin mojarse o contaminarse por el turbulento caudal ilustrado del XVIII. El objetivo de los tradicionalistas no es ya urdir una simploké conceptual que les permita actuar políticamente (que es el caso de los liberales y los socialistas) sino recuperar un modo de vida más genuino que no requiera de una justificación racional, un modo de vida anclado en la religión y la tradición que tiene como fin conectar al individuo con la Tierra, la lengua, y la cultura de los antepasados para mitigar su soledad y dar sentido a su existencia.

¿QUÉ SIGNIFICA “MORALMENTE SUPERIOR”?

Antes de responder a la cuestión planteada quiero incidir en algo ya apuntado: la conveniencia de articular ética y política en un sentido próximo al que propone Aristóteles. Ética y política no son conjuntos disjuntos, es más, solo entiendo la política en vinculación directa con la ética: la política se pregunta por la mejor forma de organización social porque solo dentro de la polis es posible llevar una “vida buena” que es a lo que todos aspiramos. Las distintas formas de organización social favorecen o dificultan la obtención de la vida buena y viceversa, en función de cómo entendamos lo que es una buena vida optamos por un modelo de organización política u otro. Por tanto la pregunta de si una opción política es “moralmente superior” a otra, me parece en principio inteligible y con sentido.

Evidentemente lo”moralmente superior” es lo óptimo desde la perspectiva moral. Ahora en bien, ¿en que consiste la perspectiva moral?

Para contestar a esta pregunta voy a hacer uso de los términos “moral” y “ética” en un sentido semejante a como los entiende el materialismo filosófico de Gustavo Bueno. La justificación de estos significados solo voy a esbozarla porque se aleja del objetivo de este artículo, pero en cualquier caso no me preocupa demasiado porque repito que considero los conceptos desde el punto de vista pragmático por lo que no veo una necesaria una fundamentación última de los significados propuestos, ni una refutación de otros significados alternativos. Yo mismo utilizo con mis alumnos de 4º de ESO la consabida acepción de moral como el conjunto de normas y valores aceptado por un colectivo social y ética como filosofía moral. Sin embargo aquí voy a emplear los términos de manera diferente. No creo que sea contradictorio porque no se trata de determinar la esencia de “la moral” o “la izquierda” sino de pulir estas palabras de tal modo que nos resulten útiles para estructurar y ordenar la experiencia política en un sentido semejante a como las categorías kantianas hacían posible el conocimiento humano. En cualquier caso el desplazamiento semántico de un término filosófico siempre ha de ser respetuoso con la etimología y con la tradición pues de lo contrario estaríamos creando un lenguaje privado sin relevancia crítica alguna. Sabemos que ética procede del término griego ethos que viene a significar carácter; y moral del latino mores que significa costumbres. Utilizamos, sin saber muy bien por qué, expresiones como “moral estoica” y “ética epicúrea” (pero no al revés: no decimos “ética estoica” y “moral epicúrea”) que no pueden justificarse desde la definición convencional-didáctica de los términos.

Bueno propone utilizar el término ética para referirse a las relaciones que se establecen entre las personas desde la perspectiva del individuo y moral para referirse a esas mismas relaciones pero desde la perspectiva del grupo. El fin de las relaciones éticas es el bien de las personas mientras que el fin de las relaciones sociales es la justicia social. Buena parte de los dilemas éticos pueden entenderse como la confrontación, en relación a un mismo tema, de una perspectiva ética contra un punto de vista moral. Por ejemplo, desde la perspectiva ética no hay nada más sagrado que la vida de un individuo, pues el fin de las normas éticas es conseguir que los individuos perseveren en la vida, por lo que la pena muerte debe ser vista como una aberración. Sin embargo desde la perspectiva del bienestar del grupo puede ser necesaria la eliminación de algún individuo especialmente dañino para la comunidad; no es inmoral la pena muerte, es contraria a la ética. Por eso los debates en relación a este tema muchas veces se parecen a un diálogo de besugos: unos hablan de una cosa, otros de otra; unos desde una perspectiva ética, otros desde un punto de vista moral. Lo mismo cabe decir en relación a problemas tales como el aborto, la eutanasia, la insumisión etc.

Así pues llamo “moralmente superior” a lo que fortalece a la sociedad, a lo que supera el interés individual en aras del bien común, mientras que llamo”éticamente superior” a lo que fortalece al individuo en el mismo sentido que apunta Spinoza: la virtud ética por excelencia es la fortaleza que se manifiesta como firmeza ante uno mismo y generosidad ante el resto de la humanidad.

CONCLUSIONES

¿Es la izquierda moralmente superior a la derecha? Sí. Porque el discurso de izquierda, si lo es, debe estar orientado a materializar la igualdad en una sociedad dada y esto es óptimo desde la perspectiva moral porque una sociedad más igualitaria es más fuerte, justa y cohesionada lo que debe admitirse como un logro moral.

Ahora bien ¿Es la izquierda éticamente superior a la derecha? Pues depende. A mi modo de ver la derecha liberal es éticamente superior a la izquierda porque un estado liberal favorece mejor que ningún otro el objetivo que planteaba Nietzsche en el segundo tratado de la genealogía de la moral: criar un animal al que le sea lícito hacer promesas, esto es, un individuo fuerte, autónomo y responsable que tenga en sus manos el futuro, capaz de adecuar el mundo a su voluntad y no plegarse ante lo establecido.

¿Y qué pasa con la derecha tradicionalista? Para mí resulta obvio que esta derecha, al igual que la izquierda, apunta a un objetivo moral, no ético, pero una cosa es lo que pretende ser y otra lo que efectivamente es. Como el universo de discurso del tradicionalismo es completamente arbitrario (la raza, el pueblo, la nación…) su praxis política no pude ser moral porque no puede universalizarse, en el sentido de la moral kantiana. Por ejemplo ¿en que sentido puede ser moral imponer a los inmigrantes la firma de un documento en el que se comprometen a respetar las costumbres y cultura del país de acogida? Tal vez ese objetivo favorezca la cohesión y fortaleza de una de la cultura receptora pero no puede ser un objetivo moral por la sencilla razón de que las costumbres y las culturas son diversas y hasta incompatibles. Este es un ejemplo de lo que pudiera proponer y propone una derecha tradicionalista ante lo cual solo cabe recordar que lo único que el estado debe exigir al inmigrante, desde una perspectiva ilustrada de la política, es lo mismo que al resto de ciudadanos: que cumpla la ley.

Pdt : De todo lo anterior se deduce que una izquierda liberal es la mejor opción política desde una perspectiva ética y moral lo que me recuerda una metáfora de Nietzsche: “Si alguien esconde una cosa detrás de un matorral, a continuación la busca en ese mismo sitio y, además, la encuentra, no hay mucho de qué vanagloriarse en esa búsqueda y ese descubrimiento; sin embargo, esto es lo que sucede con la búsqueda y descubrimiento de la “verdad” dentro del recinto de la razón. “

miércoles, 21 de mayo de 2008

Educación evolucionada

Han tratado de convencerme a menudo de la necesidad de la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía. El argumento más poderoso que me presentaron se refería a la necesidad de formar a los alumnos en los valores que fundamentan la sociedad a la que, en breve, habrán de incorporarse como adultos. Sin embargo, no es necesario extenderse sobre este argumentario, porque ha demostrado ser completamente inane: la realidad empírica, la fiel consistencia de los hechos, ha revelado la auténtica motivación de tan intensa profesión pedagógica. Dejemos aparte la cosmética, las buenas intenciones, los discursos edificantes: la voluntad patente en las programaciones y los proyectos editoriales en los que se concreta el nuevo catecismo no se dirige a enseñar a los alumnos una realidad existente, ni los valores que la conforman, sino precisamente a sustituir esa realidad por una nueva, por una ficción producto de delirios ideológicos de variada índole y de ensoñaciones retóricas. La meta de los sermones no suele ser representar lo que existe, sino forzar a los pecadores a plegarse a lo que, según el sermoneador, debería existir. ¿Qué fin inteligible, sino éste, esconde una educación en valores, sentimientos y juicios obligatorios? Tras la poco convincente predicación de una "tolerancia" meramente formal se esconde una intención ridícula pero siniestra: resulta que una serie de profesionales de la verdad han encontrado por fin -tras milenios en los que los hombres vagaron sin rumbo- la moral definitiva y, consecuentemente, no tienen reparo en imponerla como única y prescriptiva para todos. ¡Dignos herederos de Rousseau y su " obligar a ser libres"!

El contenido de conocimiento que presenta esta "Educación para la Ciudadanía" es nulo, ya que no pretende acercar realidad alguna; se configura como doctrina que, a la vez que se encarga de abolir simbólicamente lo real existente en aras de una realidad inventada, permite distinguir entre los partidarios del viejo orden y los del nuevo, los "reaccionarios" y los "progresistas", la "derecha" y la "izquierda", los "laicos" y los "obispos". .Tras los adornos y discursos justificatorios cimentados en conceptos abstractos y vacíos -como los sofistas que, según Platón, se limitaban a "hacer figuras con la boca"- la intención no es otra que completar la intromisión del estado en los intersticios de la vida aún no fiscalizados; planificar todo en nombre de una creciente inquina contra lo indeterminado, lo espontáneo o lo no reducible a cálculo; urbanizar el último de los ámbitos que alberga lo incontrolable o lo imprevisible. Todo ha de ser planificado y previsto por el estado, y decir "todo" significa que ni siquiera los gustos personales, los juicios y pensamientos sobre las cosas cercanas y lejanas, las decisiones que afectan al ámbito estricto de la intimidad, deben dejarse al albur del arbitrio personal. Después de treinta años cargando con una carencia inadmisible, el estado vuelve a formular una moral oficial de observancia preceptiva.

Examinar los libros de texto de la asignatura que van llegando a este departamento de filosofía, como una lluvia pausada pero implacable, resulta desolador. Los mejores son aquellos que, literalmente, se limitan a no decir nada. Al menos se mantienen alejados del potencial tan peligroso de una moral oficial. Otros son literalmente increíbles.En muchos de ellos, la férrea determinación de distorsionar la percepción de ciertas realidades, con el fin de devaluarlas ante las que se postulan como sustitutas, es constante. Forjan un nuevo lenguaje para, así, dar existencia a una nueva realidad. Un ejemplo aparentemente banal de los muchos que he podido comprobar:

El tema "La familia del siglo XXI" del libro de Educación para la Ciudadanía de la Ed. del Serbal. Dejemos aparte la pregunta sobre la necesidad de levantar un sistema educativo y pagar a un profesor para que le explique a los infantes algo que ellos mismos conocen de modo espontáneo. El tema se dispone en una catalogación de los distintos tipos de familia, y aquí, aparte del contenido, el nombre de cada una de ellas es definitivo: en una misma página aparecen la "familia nuclear clásica" y la "familia numerosa evolucionada"; la primera es acompañada de una foto oscura, lóbrega, casi siniestra, de una pareja y un bebé; la segunda es una multitudinaria explosión de alegría de una numerosa familia sonriente y colorida. También está la "familia mestiza", acompañada de una foto de un niño exultante que no puede reprimir una risa contagiosa. Las asociaciones, tanto visuales como lingüísticas, son obvias. Cada cual que forme su juicio. Aún así, y como descargo, creo que los autores del libro han demostrado una delicadeza encomiable al referirse a ese tipo caduco y reaccionario de familia: al menos no la han llamado "familia australopithecus". Un detalle.

Una muestra muy completa de material relacionado con la asignatura se puede encontrar en la página http://www.soriaeducaenlibertad.com/. Hay maravillas.

martes, 20 de mayo de 2008

Secretos de estado

El pasado 15 de Mayo el País publicó una noticia que no ha tenido el eco que merecía: el ministerio de defensa británico ha desclasificado ocho archivos secretos de la década de los 80. No serán los únicos archivos desclasificados. Londres planea hacer públicos 200 expedientes X más en cuatro años.

Estos documentos incluyen relatos de ciudadanos, miembros de la policía o de las fuerzas armadas sobre objetos no identificados o luces extrañas avistadas en el cielo. Muchos de ellos son testimonios enviados por los propios ciudadanos al Ministerio de Defensa, al Gobierno o a la entonces primera ministra Margaret Thatcher. Ahora, tras múltiples requerimientos al amparo de la Ley de Libertad de Información, verán la luz. Iker Jiménez y cia ya se estarán frotando las manos.

Veamos lo que con tanto celo ha sido custodiado por el estado durante todo este tiempo para que el pánico no cundiera entre la población:


martes, 13 de mayo de 2008

Performing Heidegger.
Eduardo Abril

Establecer la necesidad de un dios como justificador último del arte es algo ya del todo imposible; podemos hacer, como apuntan Borja Lucena y Joaquin Riquelme, “como si”, pero eso convierte el arte en una ficción que se aleja por completo de la trascendencia de la que habláis. Para que exista un arte trascendente debe haber trascendencia. Borja afirma que tal trascedencia no tiene por qué ser transmundana, pero sí transubjetiva. Esta idea no es nueva, coincide precisamente con el proyecto heideggeriano: superar la subjetividad logrando establecer un nuevo sentido ontológico a la existencia. El problema es que el proyecto heideggeriano es, en el fondo, mera negatividad. Puesto que que ha caído, tras la constatación de Nietzsche, la posibilidad de fundar los discursos y las actividades en el dios cristiano, tipos como heidegger se lanzaron a la búsqueda de un nuevo fundamento; este fundamento lo encuentra el alemán en una existencia en retirada. Lo que le concede trascendencia a lo inmanente es que se levanta sobre la pura nada, puesto que esta es la forma que adopta lo “fundante” en el mundo desencantado posmoderno, algo que antiguamente se identificaba con la presencia de Dios. Para entenderlo de forma más precisa: el ser no se da, se retira o, lo que es lo mismo, el ser se da como “retirada”. Por eso, el hombre posmoderno, como señalaba Nietzsche en su Zarathustra es “un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse” y su grandeza está precisamente en “ser un puente y no una meta [...] un tránsito y un ocaso”. En esta idea, el arte, como ocurre con cualquier otra actividad, se vuelve arte auténtico, en la medida en que se hace opaco, inescrutable, incalculable, se resiste a la interpretación.

La propuesta heideggeriana no es baladí, ya que le permite comprender distintos fenómenos en función de su vinculación histórica, sin por ello, disolver cualquiera de estas comprensiones en el historicismo y en la mera relatividad histórica o cultural. Le permite, como sugiere Borja, establecer una ontología trascendente pero no transmundana.

Y en este esquema, el arte tiene el lugar central. El arte es una forma de lo que él llama “poetizar”, tomando el significado de esto del griego “poiesis”, es decir, un desvelamiento o, si queréis, una forma de decir lo verdadero, una forma de ofrecer conocimiento. Lo importante del arte no es, coincidiendo con el texto que nos presenta Joaquín, representar el espíritu del tiempo, como pensaba Hegel, sino justo lo contrario: abrir nuevas posibilidades, fundar nuevas interpretaciones, “desvelar el ser” que diría el alemán. En el arte es donde se da primero la relación entre el hombre y el ser, y por tanto son los artistas los que, por así decirlo, fundan las nuevas posibilidades de existir. Esta es la razón por la que el arte contemporáneo se hace opaco, así evita ser pensado desde las categorías modernas y al mismo tiempo establece una nueva y más profunda relación ontológica. Puesto que el ser se ofrece en la forma de la “ausencia”, la existencia sólo toma un verdadero sentido en su vinculación con la muerte, y el arte sólo es arte verdadero cuando oculta su significado, se hace opaco, pura negatividad.

En este sentido, el arte no es nunca “algo nuevo”, ni tampoco procede de la subjetividad pura del artista, es decir, lo que se ha ensalzado como el “genio” desde el romanticismo. El arte, parte de una tradición, como bien señala Borja. Recoge un saber técnico previo, pero a su vez lo traiciona. Esta traición es lo que el alemán entendería como una forma de “donación”; no es la subjetividad grandiosa del genio artístico la que es capaz de ir un poco más allá, sino la peculiar relación que mantiene con la existencia lo que le hace, no ir más allá, sino estar ya, de facto, más allá. Por eso el arte no es nunca, contra Joaquín, una representación del espíritu, en cualquiera de las acepciones de la R.A.E, sino más bien en este caso, su disolución.

Así tenemos que los que buscan espiritualidad o sacralidad en la obra de arte, retroceden frente a las producciones contemporáneas, porque son la negación de la existencia entendida, precisamente, como existencia espiritual y, se enfrentan a la existencia no como “existencia” en el sentido de “lo que hay” sino en el sentido que le atribuye Heidegger de “Ek-sistenz” (siento la pedantería de acudir al alemán). Nos indignamos frente al arte contemporáneo porque nos lanza, de facto, a una nueva vinculación con nosotros mismos en la que, ese “nosotros mismos" (nuestra subjetividad) pierde todo su valor y sentido.

El profesor Lucena pretendía borrar todo rastro de subjetividad en el arte para, así, ensalzar la obra; pensaba que así no nos quedaría más remedio que acudir a las cantatas de Bach, hechas en pro de la gloria divina, o al gusto intelectual de la guitarra de Metheny, pero de esa forma se atascaba en el mismo fango que quería evitar. Son precisamente las producciones de Duchamp, o las instalaciones Fluxus, lo que resta de contenido la acción subjetiva al quitarle por completo su valor, los que le confieren el papel central a la obra; el problema es que, seguramente, al hacer eso, la obra de arte deja de interesarnos. Al fin y al cabo somos sujetos... y nos resistimos a lo contrario.

Tanto Borja como Joaquín repiten el esquema de la interpretación moderna, por lo que, finalmente son incapaces de establecer una ontología mundana que no sea, en el fondo, transmundana: joaquín habla del espíritu y Borja habla de la belleza, y en ambos casos no hacen sino acudir al almacén platónico de las “existencias”, las mercancías (la palabra que usarían los ingleses sería “Goods”). Y en este sentido, o acuden a un dios muerto y enterrado, o cargan todo el peso de la explicación sobre el sujeto que, sobrecargado, o deviene superhombre, capaz de echarse a los lomos la “carga más pesada” o se derrumba.

Heidegger, por su parte, sí cumple lo prometido, aunque de una forma evidentemente insatisfactoria, pero inevitable. El arte deja de ser propiedad y responsabilidad del artísta, para convertirse en un acontecimiento. El artista, inserto en una tradición ya dada, responde frente a una interpelación, dentro de esa misma tradición, que le trasciende por completo; el artista romántico, por ejemplo, llevado por su afán de cargarse con la responsabilidad del genio estira el esquema hasta que el esquema queda completamente irreconocible porque ya, de forma efectiva, es otra cosa. ¿por qué ha ocurrido? No porque el genio haya sido capaz de volar más alto como respondería un romántico, ni porque el artista de forma dialéctica descubrió necesariamente que, dentro de ese proceso, hay que dar ese paso. Fue más bien porque dio el paso, sin un por qué (o con unos “por qués” tan fácilmente disolubles por la sociología, la psicología o la teoría de la deconstrucción, que resultan irrelevantes) y, en ese abismo, ya no era posible hablar de otra manera. Sin embargo, para nuestro espíritu romántico o moderno, cuesta entender que, íbamos andando y nos pegaron un pelotazo. Nos cuesta entender por qué tenemos que preferir a Chillida en el Leku de Hernani, en lugar de Bach en Brandenburgo... aunque lo cierto es que lo que nos cuesta entender es lo que nos dice Heidegger: que no es cuestión de preferir, que eso es irrelevante.

Y a eso se le llama salvar el arte, si, pero a costa de desfondarnos: hombres modernos, vaya mierda.

Pese a todo, prefiero entenderlo de otra forma; no partir del lugar común que comparten Oscar, Borja y Joaquín, y salirme por la tangente. Hay una forma de interpretar a Heidegger, que más que “interpretar” sería, ya que estamos con el arte, una “performing”: Imaginemos por un momento que una raza extraña de alienigenas llegase a la tierra y intentase comprendernos; con respecto a algunas actividades sería bastante fácil entender los movimientos, las intenciones, las funcionalidades de esos extraños seres. Pero con respecto a otras actividades la cosa se complicaría, tanto que, seguramente, sin una adecuada Piedra Roseta que no existe, la exégesis sería del todo imposible. Es el caso evidente del arte; qué es esa actividad que algunos humanos llaman con el mismo nombre pero que, no parece tener un nexo común en ninguno de sus aspectos resultaría una pregunta difícil de contestar; incluso si, esta raza de extraterrestres, muy por encima de nosotros en desarrollo tecnológico, pudiese viajar en el tiempo y tuviera el mismo acceso al cincel de Miguel Angel, a la paleta de Picasso o a los momentos de lucidez creativa de Bach, la cosa no sería más fácil, sino al contrario.

Al final, después de un tiempo prudencial de estudio, algún listillo de Ganímedes, tendría la genial intuición de que “arte” es una designación vacía de significación, una suerte de cajón desastre en la que estos humanos extraños meten todo aquello que carece de significado o, si se quiere, posee, cuando menos, una significación demasiado confusa como para entender la actividad desde una categorización más convencional; “arte” no significa nada, es una designación puramente negativa: “arte es todo lo que no es claramente otra cosa”. Pero esta raza de alienígenas, imbuidos de un espíritu funcionalista y convencidos de que su Aristóteles y su Darwin tenían razón cuando pensaban que la naturaleza no hace nada en valde, tratarían de pensar para qué demonios hacer algo que, en principio, no parece servir para nada, o al menos no perece tener una significación funcional unívoca. Y podrían llegar a la conclusión de que esa actividad diversa es un borde, un límite definitorio de la cultura por donde, debido a su extraordinaria plasticidad y ausencia de reglas cerradas, la cultura es capaz de desbordarse y cambiar. ¿Qué es lo que hacen los artistas entonces? Los artistas simplemente hacen, actúan, no dejan de cambiar y variar sus modos de hacer y cambiar, y lo que es peor , lo hacen sin saber por qué lo hacen. Bueno, si.... algunos creen que desarrollan su “genio artístico”, otros creen que alaban a Dios y otros, incluso sólo pretenden perfeccionar ciertas técnicas o acercarse de manera más “esencial” a las “esencias”; pero las intenciones subjetivas, los contextos psicológicos de cada uno de los actores, no explica el teatro sino que, más bien lo oculta. Lo cierto es que ellos son los encargados, los interpelados a ensayar nuevas formas de actuar, de hacer, de vivir, al fin y al cabo de “ser”.

¿Y por qué tendrán estos tipos, cercanos a la locura esta raza de seres extraños” se preguntaría un estudioso de la Universidad Estelar de la Via Láctea... respondería que estos seres tienen una particular relación con la existencia: nunca llegan a ser nada sino que de forma continua y constante “van siendo”. Algunos llegarían a pensar en lo miserable de esta raza de seres imposibles, en esa existencia vertiginosa, siempre al borde del desplome desde una cuerda tendida sobre el abismo, en unos seres tan frágiles que ni siquiera “existen”.

Y estos visitantes ¿Sentirían lástima o envidia?.

Heidegger escribe en una de sus obras más interesantes:
<<¿y para qué poetas en tiempos de penuria? Hölderlin contesta humildemente a través de la boca del amigo poeta, Heinse, a quien interpelaba la pregunta:
“Pero ellos son, me dices, como los sagrados sacerdotes del dios del vino, que de tierra en tierra peregrinaban en la noche sagrada.”
Los poetas son aquellos mortales que, cantando con gravedad al dios del vino, sienten el rastro de los dioses huidos, siguen tal rastro y de esta manera señalan a sus hermanos mortales el camino hacia el cambio. Ahora bien, el éter, único elemento en el que los dioses son dioses, es su divinidad. El elemento éter, eso en lo que la propia divinidad está todavía presente, es lo sagrado. El elemento del éter para la llegada de los dioses huidos, lo sagrado, es el rastro de los dioses huidos. Pero ¿quién es capaz de rastrear semejante rastro? Las huellas son a menudo imperceptibles y, siempre, el legado dejado por una indicación apenas intuida. Ser poeta en tiempos de penuria significa: cantando, prestar atención al rastro de los dioses huidos. Por eso es por lo que el poeta dice lo sagrado en la época de la noche del mundo. Por eso, la noche del mundo es, en el lenguaje de Hölderlin, la noche sagrada.>>

Martín Heidegger, Para qué poetas en tiempos de Penuria

domingo, 4 de mayo de 2008

Dios lo ve

En medio de la discusión sobre el arte que platicabais (¡bonita palabra!) el otro día en Madrid; no sé si antes de tragar un poco de revuelto de morcilla, o mientras mojaba una papa en mojo picón, tuve una “rememoración” digna de Proust... recordé que tenía en casa un libro ( Dios lo ve) que podía aportar algo de interés a tan platónica conversación. Y bueno, como soy un chico aplicado y piadoso, me he visto obligado -lo prometí- a transcribir el texto que tenéis a continuación.

¡Qué no corra la sangre!
....

Entre una preciosa tanagra griega y una porcelana de Lladró hay un mundo.
Entre una preciosa tanagra griega y una porcelana de Lladró, objetivamente, hay muy poca diferencia.
¿Por qué nos parecen tan distintas?
La diferencia es obvia, me diréis, la porcelana de Lladró no es obra de un artista, ni siquiera producto de un artesano, es una pieza seriada, se hace con un molde: exactamente igual que se hacían las tanagras.
La porcelana de Lladró está hecha con una intención descaradamente comercial, está hecha para venderse: exactamente con la misma intención se h~cían las tanagras.
La porcelana de Lladró no atiende a peculiaridades culturales del lugar, corresponde al colonialismo de la cultura occidental y a la terrible globalización del mundo actual. La misma figurita puede encontrarse en las Ramblas de Barcelona y en un remotísima puertecito de una isla caribeña: de la misma I forma que, hace veinticuatro siglos, una tanagra ática podía encontrarse en cualquier puertecito mediterráneo.
Si atendemos a su rareza, una tanagra original es barata, pero si la reproducimos con cuidado, como hacen algunos buenos museos, su precio es absolutamente comparable al de la figurita de Lladró. Sin embargo se vende mucho peor: gusta mucho menos.
No se puede poner en duda: el estilo kitsch de Lladró gusta más que el austero ático.
¿Se trata sólo de una cuestión de mal gusto?
¿Una cuestión de moda? ¿Es efectivamente el mal gusto el gusto de la generación anterior, como dijo Flaubert? Desde luego, si hubiese tenido medios, la generación de nuestros padres habría derruido toda la arquitectura modernista catalana de principios de siglo XX -incluyendo el Palau de la Música- al igual i que París desintegró los accesos al metro de Guimard, y Bruselas la Maison du Peuple de Horta.
Sin embargo, no nos resignamos; queremos creer que sí existe una diferencia, una diferencia fundamental, trascendente, imperecedera, entre la sublime tanagra y la porcelana kitsch. Queremos creer; se trata de una cuestión de fe; aceptar lo contrario, nos repugna; como nos repugna la idea de que un día hemos de desaparecer.
La impopularidad, o la incomprensión del público, no es una garantía de calidad -una infinidad de artistas malditos y muy malos lo atestiguan-, pero ¿es suficiente garantía su comercialidad?
Por mucho que respetemos los intereses del público, ¿debemos obedecerlos siempre? Y, sobre todo, ¿debemos obedecer a los que dicen conocerlos y se arrogan el derecho a representarlos?
Cuando uno de estos intermediarios, un analista del mercado, rechaza la sutileza de una propuesta, haciéndonos ver que no está al alcance de «la señora María», ¿no está expresando su particular vulgaridad e incomprensión? .
¿Cómo valorarnos, hoy, desencantados de tanta basura comercialista, una obra de arte?, ¿por su novedad?
La sorpresa puede contribuir al impacto de una obra artística, pero ¿puede ser su único valor?
En los textos de artistas del Renacimiento se valora la gracia, la proporción, el equilibrio, la emoción ... , pero nunca la novedad. Intentando hacerlo igual que los clásicos grecorromanos, ¿no provocaron la mayor revolución del Arte Occidental?
Que el fin supremo de una obra de arte sea represen a su época. ¿no es una pretensión exclusivamente moderna?
Pretender una obra atemporal, no anclada voluntariamente en la anécdota histórica, ¿no es igualmente sugerente?
Hace casi un siglo, Dadá, en su pretensión de asesinar el arte académico, alcanzó un momento de rara emoción estética. ¿Podemos seguir experimentando esa emoción mientras seguimos acuchillando al ya helado cadáver?
Si el arte como educación nos parece catequesis; el arte de denuncia, un ajuste de cuentas; el arte de propaganda, vana publicidad; el arte transformador, el arte de la sociedad, una ingenuidad; el arte como satisfacción del público, pura comercialidad, y el arte como novedad, lo mas déja vú, ¿qué nos queda?
¿Nos queda una dimensión espiritual?
¿Puede existir un Arte trascendente totalmente agnóstico?
En vista de lo que este agnosticismo es capaz de producir, y aunque la existencia de Dios no nos acabe de convencer, ¿no sería mejor hacer «como si» Dios existiese y pudiese juzgar nuestras obras?
P.S. Mientras acabo de conseguir las pruebas de este libro, estoy leyendo los
Cuadernos donde Cioran, tras advertirme que si el español sale de lo sublime resulta ridículo, recomienda comportarnos como si tuviéramos cuentas que rendir a un dios inteligente; llevar el prurito de probidad intelectual hasta la manía del escrúpulo. ¡Dios! ¡Tanto esforzarme para explicar lo que ya ha sido dicho!


Oscar Tusquets Blanca. Dios lo ve.