miércoles, 28 de mayo de 2008
Normalidad democrática
lunes, 26 de mayo de 2008
El cuadro de Marat y los Manuscritos del Mar Muerto
domingo, 25 de mayo de 2008
Por qué dicen "hablar de música"
viernes, 23 de mayo de 2008
¿Es la izquierda moralmente superior a la derecha?
Óscar Sánchez Vega
miércoles, 21 de mayo de 2008
Educación evolucionada
El contenido de conocimiento que presenta esta "Educación para la Ciudadanía" es nulo, ya que no pretende acercar realidad alguna; se configura como doctrina que, a la vez que se encarga de abolir simbólicamente lo real existente en aras de una realidad inventada, permite distinguir entre los partidarios del viejo orden y los del nuevo, los "reaccionarios" y los "progresistas", la "derecha" y la "izquierda", los "laicos" y los "obispos". .Tras los adornos y discursos justificatorios cimentados en conceptos abstractos y vacíos -como los sofistas que, según Platón, se limitaban a "hacer figuras con la boca"- la intención no es otra que completar la intromisión del estado en los intersticios de la vida aún no fiscalizados; planificar todo en nombre de una creciente inquina contra lo indeterminado, lo espontáneo o lo no reducible a cálculo; urbanizar el último de los ámbitos que alberga lo incontrolable o lo imprevisible. Todo ha de ser planificado y previsto por el estado, y decir "todo" significa que ni siquiera los gustos personales, los juicios y pensamientos sobre las cosas cercanas y lejanas, las decisiones que afectan al ámbito estricto de la intimidad, deben dejarse al albur del arbitrio personal. Después de treinta años cargando con una carencia inadmisible, el estado vuelve a formular una moral oficial de observancia preceptiva.
Examinar los libros de texto de la asignatura que van llegando a este departamento de filosofía, como una lluvia pausada pero implacable, resulta desolador. Los mejores son aquellos que, literalmente, se limitan a no decir nada. Al menos se mantienen alejados del potencial tan peligroso de una moral oficial. Otros son literalmente increíbles.En muchos de ellos, la férrea determinación de distorsionar la percepción de ciertas realidades, con el fin de devaluarlas ante las que se postulan como sustitutas, es constante. Forjan un nuevo lenguaje para, así, dar existencia a una nueva realidad. Un ejemplo aparentemente banal de los muchos que he podido comprobar:
El tema "La familia del siglo XXI" del libro de Educación para la Ciudadanía de la Ed. del Serbal. Dejemos aparte la pregunta sobre la necesidad de levantar un sistema educativo y pagar a un profesor para que le explique a los infantes algo que ellos mismos conocen de modo espontáneo. El tema se dispone en una catalogación de los distintos tipos de familia, y aquí, aparte del contenido, el nombre de cada una de ellas es definitivo: en una misma página aparecen la "familia nuclear clásica" y la "familia numerosa evolucionada"; la primera es acompañada de una foto oscura, lóbrega, casi siniestra, de una pareja y un bebé; la segunda es una multitudinaria explosión de alegría de una numerosa familia sonriente y colorida. También está la "familia mestiza", acompañada de una foto de un niño exultante que no puede reprimir una risa contagiosa. Las asociaciones, tanto visuales como lingüísticas, son obvias. Cada cual que forme su juicio. Aún así, y como descargo, creo que los autores del libro han demostrado una delicadeza encomiable al referirse a ese tipo caduco y reaccionario de familia: al menos no la han llamado "familia australopithecus". Un detalle.
martes, 20 de mayo de 2008
Secretos de estado
El pasado 15 de Mayo el País publicó una noticia que no ha tenido el eco que merecía: el ministerio de defensa británico ha desclasificado ocho archivos secretos de la década de los 80. No serán los únicos archivos desclasificados. Londres planea hacer públicos 200 expedientes X más en cuatro años.
Estos documentos incluyen relatos de ciudadanos, miembros de la policía o de las fuerzas armadas sobre objetos no identificados o luces extrañas avistadas en el cielo. Muchos de ellos son testimonios enviados por los propios ciudadanos al Ministerio de Defensa, al Gobierno o a la entonces primera ministra Margaret Thatcher. Ahora, tras múltiples requerimientos al amparo de la Ley de Libertad de Información, verán la luz. Iker Jiménez y cia ya se estarán frotando las manos.
Veamos lo que con tanto celo ha sido custodiado por el estado durante todo este tiempo para que el pánico no cundiera entre la población:
martes, 13 de mayo de 2008
Performing Heidegger.
Eduardo Abril
La propuesta heideggeriana no es baladí, ya que le permite comprender distintos fenómenos en función de su vinculación histórica, sin por ello, disolver cualquiera de estas comprensiones en el historicismo y en la mera relatividad histórica o cultural. Le permite, como sugiere Borja, establecer una ontología trascendente pero no transmundana.
Y en este esquema, el arte tiene el lugar central. El arte es una forma de lo que él llama “poetizar”, tomando el significado de esto del griego “poiesis”, es decir, un desvelamiento o, si queréis, una forma de decir lo verdadero, una forma de ofrecer conocimiento. Lo importante del arte no es, coincidiendo con el texto que nos presenta Joaquín, representar el espíritu del tiempo, como pensaba Hegel, sino justo lo contrario: abrir nuevas posibilidades, fundar nuevas interpretaciones, “desvelar el ser” que diría el alemán. En el arte es donde se da primero la relación entre el hombre y el ser, y por tanto son los artistas los que, por así decirlo, fundan las nuevas posibilidades de existir. Esta es la razón por la que el arte contemporáneo se hace opaco, así evita ser pensado desde las categorías modernas y al mismo tiempo establece una nueva y más profunda relación ontológica. Puesto que el ser se ofrece en la forma de la “ausencia”, la existencia sólo toma un verdadero sentido en su vinculación con la muerte, y el arte sólo es arte verdadero cuando oculta su significado, se hace opaco, pura negatividad.
En este sentido, el arte no es nunca “algo nuevo”, ni tampoco procede de la subjetividad pura del artista, es decir, lo que se ha ensalzado como el “genio” desde el romanticismo. El arte, parte de una tradición, como bien señala Borja. Recoge un saber técnico previo, pero a su vez lo traiciona. Esta traición es lo que el alemán entendería como una forma de “donación”; no es la subjetividad grandiosa del genio artístico la que es capaz de ir un poco más allá, sino la peculiar relación que mantiene con la existencia lo que le hace, no ir más allá, sino estar ya, de facto, más allá. Por eso el arte no es nunca, contra Joaquín, una representación del espíritu, en cualquiera de las acepciones de la R.A.E, sino más bien en este caso, su disolución.
Así tenemos que los que buscan espiritualidad o sacralidad en la obra de arte, retroceden frente a las producciones contemporáneas, porque son la negación de la existencia entendida, precisamente, como existencia espiritual y, se enfrentan a la existencia no como “existencia” en el sentido de “lo que hay” sino en el sentido que le atribuye Heidegger de “Ek-sistenz” (siento la pedantería de acudir al alemán). Nos indignamos frente al arte contemporáneo porque nos lanza, de facto, a una nueva vinculación con nosotros mismos en la que, ese “nosotros mismos" (nuestra subjetividad) pierde todo su valor y sentido.
El profesor Lucena pretendía borrar todo rastro de subjetividad en el arte para, así, ensalzar la obra; pensaba que así no nos quedaría más remedio que acudir a las cantatas de Bach, hechas en pro de la gloria divina, o al gusto intelectual de la guitarra de Metheny, pero de esa forma se atascaba en el mismo fango que quería evitar. Son precisamente las producciones de Duchamp, o las instalaciones Fluxus, lo que resta de contenido la acción subjetiva al quitarle por completo su valor, los que le confieren el papel central a la obra; el problema es que, seguramente, al hacer eso, la obra de arte deja de interesarnos. Al fin y al cabo somos sujetos... y nos resistimos a lo contrario.
Tanto Borja como Joaquín repiten el esquema de la interpretación moderna, por lo que, finalmente son incapaces de establecer una ontología mundana que no sea, en el fondo, transmundana: joaquín habla del espíritu y Borja habla de la belleza, y en ambos casos no hacen sino acudir al almacén platónico de las “existencias”, las mercancías (la palabra que usarían los ingleses sería “Goods”). Y en este sentido, o acuden a un dios muerto y enterrado, o cargan todo el peso de la explicación sobre el sujeto que, sobrecargado, o deviene superhombre, capaz de echarse a los lomos la “carga más pesada” o se derrumba.
Heidegger, por su parte, sí cumple lo prometido, aunque de una forma evidentemente insatisfactoria, pero inevitable. El arte deja de ser propiedad y responsabilidad del artísta, para convertirse en un acontecimiento. El artista, inserto en una tradición ya dada, responde frente a una interpelación, dentro de esa misma tradición, que le trasciende por completo; el artista romántico, por ejemplo, llevado por su afán de cargarse con la responsabilidad del genio estira el esquema hasta que el esquema queda completamente irreconocible porque ya, de forma efectiva, es otra cosa. ¿por qué ha ocurrido? No porque el genio haya sido capaz de volar más alto como respondería un romántico, ni porque el artista de forma dialéctica descubrió necesariamente que, dentro de ese proceso, hay que dar ese paso. Fue más bien porque dio el paso, sin un por qué (o con unos “por qués” tan fácilmente disolubles por la sociología, la psicología o la teoría de la deconstrucción, que resultan irrelevantes) y, en ese abismo, ya no era posible hablar de otra manera. Sin embargo, para nuestro espíritu romántico o moderno, cuesta entender que, íbamos andando y nos pegaron un pelotazo. Nos cuesta entender por qué tenemos que preferir a Chillida en el Leku de Hernani, en lugar de Bach en Brandenburgo... aunque lo cierto es que lo que nos cuesta entender es lo que nos dice Heidegger: que no es cuestión de preferir, que eso es irrelevante.
Y a eso se le llama salvar el arte, si, pero a costa de desfondarnos: hombres modernos, vaya mierda.
Pese a todo, prefiero entenderlo de otra forma; no partir del lugar común que comparten Oscar, Borja y Joaquín, y salirme por la tangente. Hay una forma de interpretar a Heidegger, que más que “interpretar” sería, ya que estamos con el arte, una “performing”: Imaginemos por un momento que una raza extraña de alienigenas llegase a la tierra y intentase comprendernos; con respecto a algunas actividades sería bastante fácil entender los movimientos, las intenciones, las funcionalidades de esos extraños seres. Pero con respecto a otras actividades la cosa se complicaría, tanto que, seguramente, sin una adecuada Piedra Roseta que no existe, la exégesis sería del todo imposible. Es el caso evidente del arte; qué es esa actividad que algunos humanos llaman con el mismo nombre pero que, no parece tener un nexo común en ninguno de sus aspectos resultaría una pregunta difícil de contestar; incluso si, esta raza de extraterrestres, muy por encima de nosotros en desarrollo tecnológico, pudiese viajar en el tiempo y tuviera el mismo acceso al cincel de Miguel Angel, a la paleta de Picasso o a los momentos de lucidez creativa de Bach, la cosa no sería más fácil, sino al contrario.
Al final, después de un tiempo prudencial de estudio, algún listillo de Ganímedes, tendría la genial intuición de que “arte” es una designación vacía de significación, una suerte de cajón desastre en la que estos humanos extraños meten todo aquello que carece de significado o, si se quiere, posee, cuando menos, una significación demasiado confusa como para entender la actividad desde una categorización más convencional; “arte” no significa nada, es una designación puramente negativa: “arte es todo lo que no es claramente otra cosa”. Pero esta raza de alienígenas, imbuidos de un espíritu funcionalista y convencidos de que su Aristóteles y su Darwin tenían razón cuando pensaban que la naturaleza no hace nada en valde, tratarían de pensar para qué demonios hacer algo que, en principio, no parece servir para nada, o al menos no perece tener una significación funcional unívoca. Y podrían llegar a la conclusión de que esa actividad diversa es un borde, un límite definitorio de la cultura por donde, debido a su extraordinaria plasticidad y ausencia de reglas cerradas, la cultura es capaz de desbordarse y cambiar. ¿Qué es lo que hacen los artistas entonces? Los artistas simplemente hacen, actúan, no dejan de cambiar y variar sus modos de hacer y cambiar, y lo que es peor , lo hacen sin saber por qué lo hacen. Bueno, si.... algunos creen que desarrollan su “genio artístico”, otros creen que alaban a Dios y otros, incluso sólo pretenden perfeccionar ciertas técnicas o acercarse de manera más “esencial” a las “esencias”; pero las intenciones subjetivas, los contextos psicológicos de cada uno de los actores, no explica el teatro sino que, más bien lo oculta. Lo cierto es que ellos son los encargados, los interpelados a ensayar nuevas formas de actuar, de hacer, de vivir, al fin y al cabo de “ser”.
¿Y por qué tendrán estos tipos, cercanos a la locura esta raza de seres extraños” se preguntaría un estudioso de la Universidad Estelar de la Via Láctea... respondería que estos seres tienen una particular relación con la existencia: nunca llegan a ser nada sino que de forma continua y constante “van siendo”. Algunos llegarían a pensar en lo miserable de esta raza de seres imposibles, en esa existencia vertiginosa, siempre al borde del desplome desde una cuerda tendida sobre el abismo, en unos seres tan frágiles que ni siquiera “existen”.
Y estos visitantes ¿Sentirían lástima o envidia?.
Heidegger escribe en una de sus obras más interesantes:
<<¿y para qué poetas en tiempos de penuria? Hölderlin contesta humildemente a través de la boca del amigo poeta, Heinse, a quien interpelaba la pregunta:“Pero ellos son, me dices, como los sagrados sacerdotes del dios del vino, que de tierra en tierra peregrinaban en la noche sagrada.”Los poetas son aquellos mortales que, cantando con gravedad al dios del vino, sienten el rastro de los dioses huidos, siguen tal rastro y de esta manera señalan a sus hermanos mortales el camino hacia el cambio. Ahora bien, el éter, único elemento en el que los dioses son dioses, es su divinidad. El elemento éter, eso en lo que la propia divinidad está todavía presente, es lo sagrado. El elemento del éter para la llegada de los dioses huidos, lo sagrado, es el rastro de los dioses huidos. Pero ¿quién es capaz de rastrear semejante rastro? Las huellas son a menudo imperceptibles y, siempre, el legado dejado por una indicación apenas intuida. Ser poeta en tiempos de penuria significa: cantando, prestar atención al rastro de los dioses huidos. Por eso es por lo que el poeta dice lo sagrado en la época de la noche del mundo. Por eso, la noche del mundo es, en el lenguaje de Hölderlin, la noche sagrada.>>
Martín Heidegger, Para qué poetas en tiempos de Penuria
domingo, 4 de mayo de 2008
Dios lo ve
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Entre una preciosa tanagra griega y una porcelana de Lladró, objetivamente, hay muy poca diferencia.
¿Por qué nos parecen tan distintas?
La diferencia es obvia, me diréis, la porcelana de Lladró no es obra de un artista, ni siquiera producto de un artesano, es una pieza seriada, se hace con un molde: exactamente igual que se hacían las tanagras.
La porcelana de Lladró está hecha con una intención descaradamente comercial, está hecha para venderse: exactamente con la misma intención se h~cían las tanagras.
La porcelana de Lladró no atiende a peculiaridades culturales del lugar, corresponde al colonialismo de la cultura occidental y a la terrible globalización del mundo actual. La misma figurita puede encontrarse en las Ramblas de Barcelona y en un remotísima puertecito de una isla caribeña: de la misma I forma que, hace veinticuatro siglos, una tanagra ática podía encontrarse en cualquier puertecito mediterráneo.
Si atendemos a su rareza, una tanagra original es barata, pero si la reproducimos con cuidado, como hacen algunos buenos museos, su precio es absolutamente comparable al de la figurita de Lladró. Sin embargo se vende mucho peor: gusta mucho menos.
No se puede poner en duda: el estilo kitsch de Lladró gusta más que el austero ático.
¿Se trata sólo de una cuestión de mal gusto?
¿Una cuestión de moda? ¿Es efectivamente el mal gusto el gusto de la generación anterior, como dijo Flaubert? Desde luego, si hubiese tenido medios, la generación de nuestros padres habría derruido toda la arquitectura modernista catalana de principios de siglo XX -incluyendo el Palau de la Música- al igual i que París desintegró los accesos al metro de Guimard, y Bruselas la Maison du Peuple de Horta.
Sin embargo, no nos resignamos; queremos creer que sí existe una diferencia, una diferencia fundamental, trascendente, imperecedera, entre la sublime tanagra y la porcelana kitsch. Queremos creer; se trata de una cuestión de fe; aceptar lo contrario, nos repugna; como nos repugna la idea de que un día hemos de desaparecer.
La impopularidad, o la incomprensión del público, no es una garantía de calidad -una infinidad de artistas malditos y muy malos lo atestiguan-, pero ¿es suficiente garantía su comercialidad?
Por mucho que respetemos los intereses del público, ¿debemos obedecerlos siempre? Y, sobre todo, ¿debemos obedecer a los que dicen conocerlos y se arrogan el derecho a representarlos?
Cuando uno de estos intermediarios, un analista del mercado, rechaza la sutileza de una propuesta, haciéndonos ver que no está al alcance de «la señora María», ¿no está expresando su particular vulgaridad e incomprensión? .
¿Cómo valorarnos, hoy, desencantados de tanta basura comercialista, una obra de arte?, ¿por su novedad?
La sorpresa puede contribuir al impacto de una obra artística, pero ¿puede ser su único valor?
En los textos de artistas del Renacimiento se valora la gracia, la proporción, el equilibrio, la emoción ... , pero nunca la novedad. Intentando hacerlo igual que los clásicos grecorromanos, ¿no provocaron la mayor revolución del Arte Occidental?
Que el fin supremo de una obra de arte sea represen a su época. ¿no es una pretensión exclusivamente moderna?
Pretender una obra atemporal, no anclada voluntariamente en la anécdota histórica, ¿no es igualmente sugerente?
Hace casi un siglo, Dadá, en su pretensión de asesinar el arte académico, alcanzó un momento de rara emoción estética. ¿Podemos seguir experimentando esa emoción mientras seguimos acuchillando al ya helado cadáver?
Si el arte como educación nos parece catequesis; el arte de denuncia, un ajuste de cuentas; el arte de propaganda, vana publicidad; el arte transformador, el arte de la sociedad, una ingenuidad; el arte como satisfacción del público, pura comercialidad, y el arte como novedad, lo mas déja vú, ¿qué nos queda?
¿Nos queda una dimensión espiritual?
¿Puede existir un Arte trascendente totalmente agnóstico?
En vista de lo que este agnosticismo es capaz de producir, y aunque la existencia de Dios no nos acabe de convencer, ¿no sería mejor hacer «como si» Dios existiese y pudiese juzgar nuestras obras?
P.S. Mientras acabo de conseguir las pruebas de este libro, estoy leyendo los Cuadernos donde Cioran, tras advertirme que si el español sale de lo sublime resulta ridículo, recomienda comportarnos como si tuviéramos cuentas que rendir a un dios inteligente; llevar el prurito de probidad intelectual hasta la manía del escrúpulo. ¡Dios! ¡Tanto esforzarme para explicar lo que ya ha sido dicho!
Oscar Tusquets Blanca. Dios lo ve.