Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

sábado, 23 de mayo de 2009

¿Es América segura para la democracia?
Racismo y democracia.
Eduardo Abril Acero

En 1921 el psicólogo americano William McDougal publicó un libro titulado ¿Es América segura para la democracia? (Is America Safe for Democracy). McDougal, mezclando ideas de la antropología, la biología y la psicología de la época y adoptando una explicación racista del origen y declive de las grandes civilizaciones, se preguntaba por las características psicológicas de los americanos a fin de determinar si estaban o no preparados para un modelo democrático de sociedad. McDougal consideraba que una sociedad democrática no podía admitir cualquier tipo psicológico y solamente si estaba constituida por individuos inteligentes y civilizados, que participasen de forma razonable en el Estado, el modelo tenía viabilidad. McDougal no hacía más que añadir a a la vieja idea ilustrada de “república de intelectuales” dos ideas: la primera de carácter racista afirmaba que no todas las razas están igualmente preparadas para la democracia; la segunda, una consideración determinista de la inteligencia humana como una capacidad innata no mejorable mediante la educación.

Aunque pueda parecer que el libro de McDougal no va más allá de lo anecdótico, pues, en los mismos años, otros psicólogos americanos, además de científicos, políticos y filósofos, utilizaban un léxico parecido. Léxico que, pese a que pueda parecer importado del viejo continente, donde también calaría el discurso racista y biologicista, era una evolución propia del pensamiento americano, especialmente de la psicología, y solo después calaría en los discursos de los partidos nacionalistas europeos. Es más, me atrevería a decir que el lenguaje empleado y las motivaciones de los científicos al usarlo, componen un producto típicamente democrático, aunque el juicio de la historia haya relegado su uso al extremismo de ultraderecha. No se trata de algo sorprendente pues las democracias, tanto la americana como la inglesa, habían sido el producto político de unos pocos intelectuales privilegiados que, desde palabras grandilocuentes de libertad y dignidad universal del hombre, establecieron sistemas políticos administrados claramente por élites y con la pretensión de que eso no cambiase. Sin embargo, con el nuevo siglo, la creciente industrialización, la evolución demográfica y la necesidad de una burocracia cada vez más preparada, esto tendía a cambiar: las clases bajas de Inglaterra y Estados Unidos, estaban lejos de asemejarse al ideal ilustrado de ciudadano y constituían una seria amenaza para el statu quo

Parecía imposible que la educación fuese a cambiar esta situación de una forma tan radical. Es en este contexto en el que se ensayó un nuevo discurso, el del “racismo científico”. Se trataba de un discurso que habilitaba a las sociedades democráticas para hacer distinciones y limitar derechos con el fin de controlar grandes grupos de población que no encajaban con el ideal ilustrado de ciudadano. La biología darwinista-mendeliana y la floreciente psicología aplicada, que en tan solo unos pocos años se convertiría en la “niña bonita” de las universidades norteamericanas, aportaron los conceptos necesarios y también los métodos (eugenesia e higiene mental) para que este discurso se volviera terriblemente eficaz. Las ideas de Galton, por ejemplo, calaron profundamente tanto en Estados unidos como en Inglaterra, dando lugar, especialmente en Norteamérica, a ordas de enfervorecidos galtonianos dispuestos a defender la democracia de su extinción a manos de las "razas inferiores". Estaban convencidos del origen genético tanto de la excelencia como de la bajeza moral e intelectual, y por tanto desconfiaban de la educación, proponiendo métodos más radicales. Los test de inteligencia, que unos años antes había diseñado otro psicólogo, Yerkes, para reclutar científicamente a los soldados y poder distinguir, de forma rápida y barata, los sujetos aptos para el ejército, suministraron las herramientas necesarias para distinguir a los buenos de los malos ciudadanos. Según los galtonianos, los resultados de los test del ejército demostraban la irremediable estupidez creciente del pueblo americano y la necesidad de una urgente intervención. Concluían que, si no se quería cometer un suicidio racial de insospechadas consecuencias para los Estados Unidos, era necesario dictar leyes que favorecieran la reproducción de los individuos más capacitados y limitara el de los individuos deficientes, así como la entrada de razas inferiores en Norteamérica.

Otro psicólogo influyente, Henry Goddard, utilizabe el término «morón» para designar a los sujetos con una edad mental menor a 13 y, basándose en las pruebas del ejército, concluía que prácticamente la totalidad de afroamericanos, italianos y sudamericanos podían admitir esta designación. No tomaba en cuenta, eso sí, variables como el nivel de educación o el conocimiento de la lengua, el inglés, que podían alterar el resultado de las pruebas. Goddard concluía en su obra The Kallikak que «el idiota no es nuestro principal problema. Es repugnante, pero no es probable que se reproduzca por sí mismo, así que es el tipo morón el que nos plantea los mayores problemas».Otra palabra acuñada para estos nuevos parias, fue “cacogénico”, palabra que resaltaba el hecho de que estas clases eran portadores de genes malignos y peligrosos para el desarrollo social.  Yerkes hablaba de la poca inteligencia de la raza negra y reclamaba al congreso leyes que garantizasen que la inmigración sólo fuera del tipo “nórdico”.En poco tiempo, el congreso dictó leyes “selectivas” de inmigración, leyes que siguen vigentes hoy en día, y uno por uno, los diferentes Estados desarrollaron de manera activa distintos programas eugenésicos. En 1924, el Congreso aprobó un decreto, que no eliminado hasta 1991, que limitaba el número de inmigrantes basándose en una fórmula establecida en función de la proporción de inmigrantes de cada país llegados a EE.UU. 

Este fue el comienzo de lo que más tarde marcaría el camino tanto de la democracia americana como de las europeas. El país en el que un siglo y medio antes sus fundadores habían empeñado su palabra en la defensa axiomática de que todos los hombres son iguales, asistía ahora a la constatación de que unos lo eran más que otros. Pero, como no podía ser de otra forma, el fundamento para este nuevo discurso ya no eran las ideas tradicionalistas, sino un lenguaje científico incontestable.

El biólogo Charles Davenport, uno de los difusores de Mendel en estados Unidos, fundó en 1910 en Nueva York un laboratorio destinado principalmente al estudio de la herencia humana y la eugenesia. Este laboratorio sería decisivo en el desarrollo de los proyectos eugenéticos en Estados Unidos y su libro Heredity in Relation to Eugenics, fue texto universitario durante muchos años en toda Norteamérica. El proyecto principal de Davenport era limpiar Estados Unidos de los tipos humanos que degradarían la especie en unas pocas generaciones. Partía de la base de que la degradación cultural, moral e intelectual, tenía un fundamento biológico; así lo puso de manifiesto en un estudio en 1929 sobre el cruce de razas en Jamaica.Si antes de la primera guerra mundial ya se hacían vasectomías a deficientes mentales, tras el conflicto, los programas eugenésicos llegaron a su mayor auge. Hacia 1932 se había esterilizado a lo largo de treinta Estados, especialmente en California, a más de doce mil personas. La razón más común para justificar la esterilización era la debilidad mental, pero el rango abarcaba otros problemas como el alcoholismo, la prostitución, las condenas por violación o la degradación moral. Hasta tal punto se había asumido este estado de cosas que Oliver Wendell Holmes, un magistrado progresista afirmaba que «en lugar de esperar a tener que ejecutar a los descendientes de los degenerados por sus crímenes o  dejarlos morir de hambre por su imbecilidad, sería mejor para todo el mundo que la sociedad evitara que los incapaces perpetuaran su linaje... Tres generaciones de imbéciles son suficientes».

No se puede negar, por tanto, que entre 1910 y 1940 el discurso racista que luego se achacará en exclusiva a los movimientos ultranacionalistas y totalitarios europeos, era común en Estados Unidos, la tierra de la democracia. Fue allí donde se desarrolló el léxico y los argumentos necesarios para dotarlo de potencia dialéctica, convirtiéndolo en una poderosa visión científica del mundo y fue allí donde primeramente se trató de planificar la sociedad atendiendo a criterios biológicos. Aunque este hecho no puede borrar que fue en Alemania donde tomó unas dimensiones monstruosas, pues hacia 1936 las leyes eugenésicas de Hitler, inspiradas en las americanas, habían llevado a la completa esterilización a más de un cuarto de millón de personas. 

Cabe preguntarse por qué fue en Alemania donde el discurso social racista tuvo unas consecuencias tan nefastas. El antisemitismo y muchos otros "anti", no eran una novedad en el viejo continente. Europa llevaba siglos arrastrando discursos de odio. Sin embargo, estos discursos se justificaban generalmente apelando a la religión más que al racismo biologicista. La creciente secularización de la población europea hacía inoperantes los relatos antisemitas de origen religioso, por lo que el discurso científico ocupó con facilidad estas posiciones. Las nuevas palabras permitían hacer lo que ya se hacía, pero más eficazmente. 

No obstante, este rápido crecimiento del discurso científico-racista no explica sus brutales consecuencias. Éstas hay que ir a buscarlas en lo político. No es que los alemanes fueran "genéticamente" más racistas o más cientificistas que los americanos o los ingleses. Ocurrió, más bien, que fue en Alemania donde ese discurso no encontró resistencia alguna para expresarse de la peor manera, debido a la propia estructura política del Reig alemán. En Alemania, gracias al modelo de estado, la aplicación de tales leyes tuvo menos trabas y pudo hacerse de un modo más sistemático, más eficaz. Las autoridades nazis encontraron pocas resistencias a actuar de acuerdo a unas leyes racistas brutales. Y no porque los alemanes aceptasen de mejor grado el racismo biológico, sino más bien porque aceptaron mejor que la ley la dicta el poder y la acata el pueblo. En Estados Unidos la existencia de una burocracia más heterogénea, de distintas administraciones competentes a la hora de dictar leyes,  de distintos tribunales de justicia que unas veces corroboraban las leyes y otras las rechazaban, y en general la atomización del poder entre estados, municipios y administraciones, frenó la aplicación sistemática de la eugenesia y de otras leyes racistas. No ocurrió  lo mismo, por ejemplo, con las leyes de inmigración que, por ser competencia de una única administración, fueron muy efectivas impidiendo la entrada en América de “morones” y “cacogénicos”.

La eugenesia fue abandonada en Estados Unidos tras la guerra, cuando se descubrieron los horrores de los programas nazis en los campos de concentración, y se identificó el discurso racista biologicista con el nacionalismo alemán y en general europeo, el discurso de los perdedores. Pero cabe suponer que si Estados Unidos no hubiera entrado en guerra con Alemania, tales prácticas no hubieran sido satanizadas y rechazadas. El juicio de la historia ha querido que el racismo científico y la eugenesia sea el patrimonio intelectual de los totalitarismos europeos olvidando que fue gestado y aplicado en una sociedad democrática, considerándose como un discurso perfectamente racional y justificable. Es más, estamos tentados a decir que, por ser la democracia un sistema político altamente sensible al discurso científico-racional, es el sistema más expuesto a que los avatares científicos influyan de manera más notable en sus políticas, lo que no ocurre con sistemas políticos más vertidos hacia lo tradicional. Por eso, siguiendo las palabras de Rorty, no hay ninguna razón para que un nazi, por ejemplo, pudiera considerarse a sí mismo un demócrata convencido. 

lunes, 18 de mayo de 2009

Recording Ban, o más sobre la SGAE.
Borja Lucena

Lo asombroso de la Sociedad General de Autores es que su proceder y naturaleza mafiosas parece reconocer un fracaso fundamental; la mayor parte de sus miembros, autoproclamados "creadores", son incapaces de crear nada que no sea la sempiterna repetición de una canción hastiante y rudimentaria, o la película salpicada de los tópicos exigidos en el BOE para estar en condiciones de recibir la preceptiva subvención. La incapacidad de estos aburridos creadores para estar a la altura de su supuesta condición les conduce a reinventar el estado como modo de financiar y mantener artificialmente con vida su dedicación a la nada. Nada hay nuevo bajo el sol en el paisaje burocrático del arte subvencionado, y, más que dedicarse verdaderamente a crear, los "artistas" cuidan celosamente del derecho pregonado a ser conservados y cuidados como una especie natural rara y exótica cuya sola existencia fuera en sí valiosa.

El hecho de justificar las subvenciones en considerarse exquisitamente necesarios para la supervivencia de "la cultura" (sic.), aparte de una apreciación soberbia y ampulosa, consiste en un grave error de apreciación: la respiración artificial proporcionada por el erario público parece demostrar más bien lo contrario. El "creador", falto de creatividad, falto de conocimiento y de cualquier destreza que pudiéramos considerar vinculada a la obra de arte, apela al estado ante la constatación de su propia superfluidad; sabe que cualquier reivindicación de naturaleza profesional planteada a las compañías o empresas que le contratan caerá necesariamente en saco roto, ya que debe su notoriedad como "artista" al hecho inexplicable y caprichoso de que la compañía misma lo ha convertido en tal. De la misma manera, en caso de no interesarle, la compañía puede retirarle la condición que le dio. Por esta razón, para evitar enfrentarse con la compañía que le contrata, el "creador" crea un andamiaje burocrático que soporte su desmedida desvergüenza y su inutilidad suprema. El "artista", tal y como es representado por la SGAE, es el perfecto nadie, el intercambiable por cualquier otro porque su notoriedad se levanta sobre una ficción comercial más que sobre méritos determinables. Si el "creador" poseyera alguna virtud artística, piensa, podría ser percibido por la compañía como valioso, como único incluso, y entonces podría iniciar una negociación para elevar la cuantía de los contratos, por ejemplo, o para acrecentar la participación en los beneficios; no obstante, una negociación con nadie es un absurdo, y la compañía sólo tiene que presentar sus condiciones: "lo tomas o lo dejas, hay cientos como tú que están locos por firmarlo". La imposibilidad de una auténtica negociación con la empresa, la cancelación de cualquier forma de lucha sindical que exija a la empresa una participación adecuada en los beneficios generados, convence al sindicato de artistas de que sólo a través del erario público y la coacción legal de los impuestos podrá obtener algo sin tener que enfrentarse a la posibilidad de perderlo todo; por eso, en vez de desarrollar sus actividades como una asociación profesional o sindical, prefiere actuar bajo la esquiva y blindada figura de una prolongación del estado.

Quizás me esté equivocando en algo, pero creo que si estos "artistas" representados por la SGAE tuvieran conciencia de alguna valía en sus obras, se atreverían a reclamar a las compañías lo que pretenden obtener del saqueo de los bolsillos particulares. ¿Nunca veremos a estos esforzados proletarios de la cultura hacer una huelga para reclamar sus pretendidos derechos? No. Eso es cosa de obreros, no de la elite progresista que prefiere manifestarse únicamente cuando la causa es universal y, por lo tanto, está a la altura de su desmedido ego. ¿Para qué exigir nada a los jefes de la empresa si se puede obtener, sin conflicto, del estado protector?

En los años cuarenta, los músicos norteamericanos se propusieron conseguir un aumento de los royalties -bastante miserables- que las compañías les pagaban por las grabaciones de estudio que comercializaban. Evidentemente, las asociaciones profesionales de músicos no se plantearon que el estado pagara lo que las compañías privadas no estaban dispuestas a pagar, sino que exigieron que éstas se hicieran cargo de la procedencia de los beneficios que las grabaciones generaban. Al no obtener respuesta satisfactoria de las compañías ante sus demandas, los músicos se pusieron en huelga. Fue la célebre recording ban de los años 1942 y 1943, durante los cuales se negaron a grabar en estudio, para desesperación de las compañías, que al final tuvieron que acceder a negociar en términos sensatos un aumento de la parte que el propio artista obtenía de su obra. Claro, aquí la diferencia es que estamos hablando de Benny Goodman, de Miles Davis, de Duke Ellingon... que, decididamente, sabían hacer música y eran conscientes de que las compañías no podían sustituirles por otros iguales; pero, ¿y hoy? ¿alguien echaría de menos a los grupúsculos y cantorcillos varios que jalean las ansias recaudatorias de la SGAE? ¿Cuánto tiempo tardaría una compañía discográfica en buscar un sustituto idéntico para cualquiera de los adefesios musicales que venden como músicos?

lunes, 11 de mayo de 2009

Armas Gérmenes y Acero.
Santiago Redondo


Después de mucho retraso voy a realizar una valoración de uno de los libros de Ciencia Social que más polvareda han levantado en el panorama anglosajón, sobre todo en el ámbito evolucionista. Ha sido más contestado entre el gremio historiador, sobre todo por desdeñar aspectos intelectuales en la génesis y desarrollo de las civilizaciones (también por mala hostia pues Diamond es un intruso en el campo de la historiografía, procedente de la biología y la geografía evolucionista). A unas tesis eficaces en su sencillez y potentes en su capacidad explicativa une un estilo elegante y didáctico, aunque peca de repetitivo en detalles empíricos y superficial en la sustancia del debate, cuando no tendencioso o directamente elusivo. El libro fue premio Pulitzer de Historia, impactó en las Ciencias Sociales de matiz evolucionista y sobre todo, llegó al público en grandes tiradas y aprobación de lectores, lo que le ha dado notoriedad hasta como gestor de recursos humanos de multinacionales). Armas Gérmenes y Acero (en adelante AGA) matrimonia simplezas y tautologías evidentes con una idea poderosísima: poner de manifiesto la importancia de la ecología y la geografía en el devenir de las sociedades humanas. Reduce demasiado, sí, pero enfatiza el poder que tiene aislar una variable en un caso complejo (aunque lamentablemente, olvida su irremediable contraprestación de miopía).

No se le puede negar a AGA ambición explicativa: Nada menos que pretende dilucidar las razones por las que unas sociedades son ricas y otras pobres, por qué unos continentes dominaron a otros y "tenían en sus barcos más cargamento", como le pregunta al autor un indígena neoguineano. Armado conceptualmente con la biología evolutiva y las teorías meméticas (para qué más) intenta dar respuesta a la pregunta ingenua casi desde una actitud desprejuiciada, desde lo que él sabe (biología, ecología y geografía), de la forma más didáctica y contundente posible.En un tiempo en que nadie pretende resolver Grandes Preguntas se agradece la valentía e incluso la actitud modesta pero empírica. Después de tanto preámbulo suelto ya la tesis de Diamond: las diferencias económicas y de poder de las distintas sociedades mundiales no tiene tanto que ver con su civilización, creaciones culturales, moral social e individual, religión y educación (aunque el autor no las desdeña), como con aspectos ecológicos, biológicos y geográficos más tangibles y estudiables empíricamente, como las especies animales y vegetales domesticables de cada habitat, la presión demográfica sobre los recursos, la latitud como espacio climático y por ende económico, así como su carácter favorecedor de movimientos de población o de ideas (la parte más lograda del libro, creo yo), las barreras naturales o su ausencia.

Desde estos cimientos, derivará la civilización como una nueva organización de recursos que surge con la producción de alimentos y aprovisiona de abundancia , la cual permite la expansión cuantitativa de la especie y por tanto, de división del trabajo y complejidad social, lo que conduce a la especialización del conocimiento y del utillaje, (innovaciones económicas, políticas, morales, religiosas, tanto como cerámica, murallas, herramientas y sobre todo, armas.

Para acabar de rematar el cuadro, Diamond subraya la importancia de los gérmenes surgidos de la convivencia con los animales y del filtro evolutivo que acarrean. Cuando chocaron diversas civilizaciones con diferente exposición a los gérmenes los resultados fueron catastróficos para los que apenas pudieron domesticar (aztecas frente a españoles, pj).

Diamond subraya los apriorismos racistas de la historiagrafía clásica, desmontando cualquier malicia sobre la inteligencia de diversas razas y civilizaciones. Constata lo bien adaptados al medio que suelen estar las diferentes sociedades, así como la dificultad en la creación de innovaciones realmente decisivas; casi todas las sociedades han tomado de otras lo que han podido, poniendo de manifiesto la importancia de las migraciones, la viabilidad de rutas comerciales, las barreras físicas o la climatología.

Comienza su andadura en el transito del Mesolítico al Neolítico, cuando el hombre se hace productor de alimentos. Se centra en el aprendizaje del recolector sobre especies comestibles y su adecuación climática. En un marco ecológico en que se mezcla cambio climático, presión sobre los recursos y progresivo aumento de población merced a la recolección de plantas y animales, nos dibuja con precisión contundente ,aunque algo prolija, el proceso de domesticación de especies animales y vegetales de los diversos continentes y regiones. Así vemos como el método de ensayo y error permite al hombre neolítico domesticar las especies más adaptadas, seleccionando incluso los mejores especímenes. Lo ha probado todo , sin dejar nada visible con el objetivo de sobrevivir. Comprobamos que la agricultura surgió no por mayor inteligencia de los hombres del Creciente Fértil, o después en India y China (que cuando nos interesa a los occidentales son casi de la familia), sino porque era la zona ecológica donde abundaban las gramíneas. También hace un inventario de las especies animales susceptibles de domesticación, dejando claro que el caballo, cerdo, gallina y vaca, tan abundantes en Eurasia fueron casi desconocidos en otros continentes y sus variantes no eran domesticables por su ausencia de gregarismo o por los matices del mismo. Con esta laguna de proteínas, pieles, fuerza de trabajo y arma de asalto se explican muchas de las desventajas de las civilizaciones no euroasiaticas, ya sea en las posibilidades de desarrollo, ya en el choque con aquellas.Confieso que nunca había pensado en las cuestiones ecológicas de la domesticación y agradezco al autor que me abriera esa ventana.

Así cuando se producen alimentos, aumenta la demografía, la división del trabajo, la especialización del conocimiento, su transmisión, las mejoras técnicas y la organización del poder, justificándolo religiosamente y creando las condiciones de sociabilidad que favorecen la estabilidad. Estas sociedades van a partir con unos haberes enormes respecto a otras por esta ventaja primigenia. Otras sociedades menos afortunadas biológica,y ecológicamente solo pueden acercarse a las anteriores o bien con alguna innovación técnica endógena (escasísimas y dificultosas), o sobre todo, gracias a la transmisión de innovaciones exógenas( el método más habitual de progreso social). Para ello la latitud de un continente favorecerá esa transmisión de personas y rutas comerciales, además de compartir condiciones climáticas. Diamond se explaya en la disposición Este -Oeste de Eurasia, sus climas templados que favorecen la exportación de especies y la falta de barreras montañosas o marinas para las migraciones, las invasiones y la ordenación del territorio. Mientras por otro lado pone de manifiesto la disposición vertical de América y África, con su dominios climáticos tan acusados y que dificultan la transmisión de especies e incluso de la migración.

En su análisis ecológico-económico muestra como la escasez de recursos hídricos impedía a los mayas crear un gran estado centralizado o como el clima de nueva guinea obligaba a crear nichos ecológicos minúsculos entre montaña y costa que desembocaba en una presión por los recursos de extraordinaria violencia.

Para acabar con su tesis el autor se centra en los virus y bacterias, en su flecha silenciosa que mata de lejos. Buena parte de estos minúsculos asesinos vienen vinculados a especies animales con las que convivimos. También la producción de alimentos, al aumentar la población permite la mutación de gérmenes, así como la doble vía mutágena del humano al animal. Cuando chocan los gérmenes como en la conquista americana se produce el desastre.

En fin que Eurasia ha dominado el planeta porque comenzó antes en la producción de alimentos, lo que le permitió una economía más desarrollada y diversificada que le condujo a la especialización del conocimiento, a optimizar la organización del poder y a crear más y mejores armas. Gracias a la domesticación animal contó con fuerza de trabajo y de guerra, así como decisivos gérmenes que diezmarían lo que el acero no consiguiera. Para colmo su disposición geográfica favorecía la transmisión del conocimiento, el comercio, los grandes imperios y variedad de alimentos sin sufrir temidas enfermedades tropicales.No hacen falta más explicaciones.

No se les puede negar a las tesis fuerza explicativa, sencillez metodológica y conocimiento empírico. El problema viene cuando queremos saber algo más de estas sociedades evolucionando con los siglos. Aceptando la ventaja de inicio de Eurasia, no se explica como un conocimiento o técnica permanece o evoluciona, como aguanta una sociedad la presión del medio físico y social. Más aún hablar de Eurasia es casi una tautología, porque en ella se han dado un cúmulo de civilizaciones extraordinariamente complejas y diversas, con duraciones en el tiempo variables. Vamos que salvo la cuestión de origen es como no decir nada.También me parece discutible su énfasis en la cantidad de humanos gracias a la producción de alimentos y sus efectos en los gérmenes. Las llanuras de Mesoamérica, sin ganadería, tenían concentraciones de población similares a las europeas, hindúes o chinas. La potencia de los gérmenes viene dada más por el ganado que por la cantidad de población.Además hasta anteayer la población mundial fue sobre todo, rural.

Pero el mayor agujero lo vemos cuando Diamond pretende argumentar los diferentes niveles de civilización entre China y Europa en el siglo XV, poco antes del choque de mundos del Descubrimiento  de América. Si Europa toma la delantera es sólo porque está menos centralizada que China y dispone de más centros de poder. En fin que con chorradas como esta se nos hurta el corazón del debate, el libro se silencia con la llegada de la Modernidad, en fin con la cuestión capital del dominio europeo, sin que antes se nos haya dicho mucho de los siglos anteriores, sólo el inicio que lo marca todo. No se explica mucho como las innovaciones no funcionaron en el Africa negra, ni se examina con un mínimo rigor la influencia de las ideas y las religiones en la eficacia social. Nos deja en cambio un recordatorio de lo que nos hace animales y del desafío del medio

miércoles, 6 de mayo de 2009

SGAE.
Borja Lucena

El devenir temporal de los mitos les depara al nacer una posteridad impredecible, como si comprobáramos una vez más que todo lo que se mezcla con el tiempo está destinado a no obedecer a ningún plan o proyecto inteligible, y menos a alguno concebido deliberadamente por los hombres. El significado original de un mito, e incluso su contenido, a menudo es trastocado de tal modo por el correr del tiempo que, finalmente, se hace irreconocible o adquiere la dimensión de una parodia grotesca. Uno de los casos más llamativos es el del mito del artista, que ha sido modelado caprichosamente por la mano invisible del acaso y devaluado a la condición de ridículo patético. Es evidente que el mito del artista envuelve al arte, desde sus inicios románticos, en un cúmulo innumerable de malentendidos y falsedades; también lo es, no obstante, que lo que en Mozart o Schubert posee quizás el fondo necesario de verdad sobre el que descansa incluso la ficción mitológica, en los ejecutivos y representantes de la Sociedad Anónima del arte, la Sociedad de Autores, se ha convertido en franca mascarada y burla. Esta historia de decadencia del mito puede relatarse de modo aun más claro y sencillo: de Beethoven a Ramoncín.