Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

miércoles, 21 de octubre de 2009

Deconstruyendo a Kuhn.
Eduardo Abril Acero

Una de esas palabras que han tenido una influencia imposible de ignorar en el pensamiento contemporáneo es la que Thomas Kuhn introdujo en 1962 con su obra La estructura de las revoluciones científicas: paradigma. Definir lo que es un paradigma es algo complicado de hacer pese a que todos entendemos de qué estamos hablando cuando la usamos; todos la sabemos usar aunque no seamos capaces de delimitar claramente sus contornos. Podríamos decir, simplificando al máximo, que un paradigma es el conjunto de los acuerdos y compromisos que es capaz de mantener en el tiempo una comunidad dada.

Los paradigmas, ante todo, dirigen la práctica no solo investigadora, sino también comprensiva de la realidad. Algo parecido a los paradigmas kuhnianos es lo que propone Rorty cuando habla de “creencias básicas” (de hecho él no ha negado tal filiación): todos actuamos dentro de unas creencias que ni siquiera discutimos porque delimitan el marco de lo que podemos pensar y hacer. La metáfora heideggeriana para esto sería la de “claro del bosque”. Kuhn circunscribe su análisis al ámbito de la ciencia y habla de escenarios científicos, cuando aparece en escena un paradigma, y escenarios precientíficos, cuando el ámbito de la investigación es incapaz de delimitar distintas prácticas, como pudieran ser la filosofía, la religión o la ciencia. Estos periodos son calificados por este autor como “revolucionarios”, describiéndolos como momentos de efervescencia y caos, en los que no están claramente definidos los objetivos de la investigación y de la comprensión.

Kuhn , admitiendo el progreso científico y fiel a una tradición racionalista (que dicho sea de paso, desde su propia postura es difícil de sostener), describe cierta dialéctica en tales procesos: son las propias anomalías, las disfuncionalidades de las teorías paradigmáticas que generan ciencia normal, las que terminan haciendo fracasar al paradigma abriendo paso a un periodo revolucionario. Ya inmersos en la proliferación de teorías, el pensamiento kuhniano asoma su cara más irracionalista señalando que en tales momentos carecemos de un criterio de decisión que nos permita elegir racionalmente entre teorías dado que éstas son inconmensurables. Es por eso que la visión del progreso científico que nos presenta el filósofo norteamericano aparece como un proceso discontinuo de racionalidad e irracionalidad.

Desde una perspectiva más pragmatista, diría que cabe decir esto mismo que dice Kuhn sin la necesidad de postular estos periodos revolucionarios y adoptando una postura más sociológica: siempre existen creencias básicas, o lo que es lo mismo, siempre actuamos dentro de una precomprensión (un claro del bosque) que da sentido a nuestras prácticas. Estas creencias devienen en “paradigma” cuando se sitúan en la base de las prácticas compartidas por una comunidad suficientemente numerosa. Pero la existencia de distintas comunidades evidencia el hecho de que tales creencias o paradigmas no agotan la totalidad de la experiencia ni pueden servir para la creación de una “comunidad universal”.

Los periodos revolucionarios son, por tanto, momentos en los que miembros de distintas comunidades están más predispuestos a adquirir léxicos foráneos, o lo que es lo mismo, tienen más disposición para comprender y asumir creencias básicas que inicialmente no pertenecen a la propia comunidad. En este sentido cabría describir, como hace Rorty, a los europeos y occidentales como un tipo de hombre particularmente hábil para hacer modificaciones en su propio léxico y admitir léxicos no propios.

En todo caso, las razones por las que se han producido las aperturas entre comunidades que permiten un periodo revolucionario, no tienen nada que ver con el fracaso de las teorías en virtud a sus anomalías internas, sino más bien con toda clase de causas de índole sociológica e histórica de carácter complejo. La reconstrucción de tales causas elaborando un discurso genealógico, como tiende a hacer la historia o la sociología, no cabe tampoco hacerse desde fuera de tales creencias básicas por lo que dudo que tengan en ningún caso una función epistemológica; sí admito que serán una parte fundamental de prácticas políticas más amplias.

Sea como sea, parece claro que poco podemos decir del conocimiento. A lo sumo que nos es dado.

martes, 20 de octubre de 2009

Dos manifestaciones.
Borja Lucena

El domingo, los titulares del diario "Público" daban cuenta de dos manifestaciones que, simultáneamente, habían tenido lugar el sábado. La primera de ellas se debía a la protesta por la detención de ciertos "políticos" vascos encausados por colaborar activamente con ETA; la segunda a la disconformidad con el nuevo proyecto de ley sobre el aborto. Los titulares respectivos eran los siguientes:

"CLAMOR POR LA LIBERTAD DE OTEGI Y DÍEZ USABIAGA"
y
" DE COSPEDAL SE SUMA A LA MARCHA ULTRACATÓLICA"

jueves, 15 de octubre de 2009

¿Cuál ha sido hoy la prioridad de nuestros políticos?

El PP intenta, sin demasiado éxito, salvar los muebles después del paso del huracán Gürtel, el PSOE aprovecha para meter el dedo en el ojo en relación con el mismo tema y, por otra parte, loa la gira planetaria de nuestro amado líder que deberá concluir, de manera necesaria, con la Paz en Oriente próximo y, mientras tanto, un humilde servidor se sobrecoge ante una noticia a la que no se le da, según mi punto de vista, la suficiente relevancia: la comisión europea sostiene que en España, de seguir así, peligra el sistema de seguridad social (las pensiones y la sanidad). Los datos y porcentajes son muchos y variopintos, pero el argumento básico es tan sencillo como contundente: el gasto público crece muy por encima de los ingresos. Ante tan sombrío panorama caben dos variantes de la “táctica del avestruz”: a) Se trata de un problema global generado por la crisis que tenderá a solucionarse a medida que esta pase. Falso. Por dos razones: la primera es que el principal problema para la sostenibilidad de las cuentas públicas es el progresivo envejecimiento de la población y segundo, la globalidad del problema no es tan general como se nos quiere hacer creer. Sin ir más lejos, en Europa, Portugal y Rumanía han mejorado sus cuentas (en relación con 2006) b) Se trata de un informe tendencioso elaborado por burócratas neoliberales enemigos del gobierno socialista. Pues tampoco. El comisario de Asuntos Económicos y Monetarios de la Comisión es el socialista Joaquín Almunia. Yo no sé cual es la solución a tan serio problema pero me encrespa que nuestros representantes no encuentren digno de su atención este asunto y, sin embargo dediquen su tiempo a cosas tales como: el viaje del Zapatero, el patrimonio de los ministros, y, sobretodo, a sacar tajada o escabullir el bulto en el nauseabundo “caso Gürtel”

martes, 6 de octubre de 2009

Paisaje con girasoles.
Borja Lucena

El sábado tomé el tren en Soria para pasar unas horas en Madrid. Crucé las llanuras interminables mientras el sol se desplomaba sobre el horizonte y bañaba el mundo en su luz anaranjada. De vez en cuando, un pueblo minúsculo y triste -con sus casas ruinosas, sus chopos otoñales, sus calles polvorientas y desoladas- se dejaba ver entre los campos, fugaz como el temblor de un astro. Enseguida, como tiempo que huye, el tren pasaba y sólo había ya vegetación y la tarde que caía.

Atravesar Soria, como recordé en el tren, es contemplar la hecatombe de sus pueblos, museos de una vida abandonada. Pero además de ésta, otra agonía consiguió llamar mi atención. Si la visión de las aldeas desde el tren fue momentánea y fugitiva, tuve tiempo para observar sin prisa el transcurso de cientos de campos de girasoles que expiraban bajo la tarde de otoño. Las pobres plantas se hacinaban unas junto a otras, alineadas geométricamente frente a la nada; su color había ya desaparecido, y las otrora flores eran sólo capuchones negros y callados inclinados hacia el suelo.

Al pisar de nuevo la estación de Chamartín, al inmiscuirme otra vez en su ajetreo y su iluminada intrascendencia -¡bendita intrascendencia!- iba yo embargado en el pensamiento de los girasoles: ¿de dónde sale tanto girasol y por qué alguien pone tanto esmero en cultivar lo que ha de dejar pudrirse al capricho de los elementos? Sé, como todos sabemos, que estos campos inmensos de girasoles se cultivan con el único objeto de recibir "ayudas" -"ayudas" para instaurar un medio artificial en el que algunos puedan persistir a costa de los demás, o, también, para que otros exhiban su nuevo cuatroporcuatro los fines de semana por la capital-. La hecatombe de los girasoles, su abandono y olímpico descuido, se me antojaron, por eso, una imagen fantástica de la rara virtud de las subvenciones, la de condenar a la ruina aquello que, supuestamente, pretenden cuidar y mantener en la existencia. Si el estado paternalista se ofrece a conservar la vida y tareas del campo, su intervención provoca una desecación continuada y gélida de lo que quizás antes fue existencia auténtica; si irrumpe para salvar, condena. El estado instaura la colosal ficción del cultivo de girasoles y evita así cualquier actividad verdaderamente productiva -dotada de vida- que no quepa en sus planes quinquenales. Si acabáramos con estas subvenciones obedientes al cálculo -al cálculo, por poner un ejemplo, de que Soria ha de hibernar para que Valladolid viva- ¿No abriríamos al menos la posibilidad de una vida menos tramposa y pálida, lejana a la impostura y el adocenamiento?

Donde empieza el estado termina el hombre, decía Nietzsche, y es que en la convicción de que el estado ha de amamantar y proteger a los hombres reservándoles del peligro de lo vivo, del riesgo de lo presente, se muestra una vez más la descomunal desconfianza hacia la libertad y la incertidumdre contenida en una parte importante del pensamiento occidental y, particularmente, del pensamiento político. Muchos -como Nietzsche, como mi querida Hannah Arendt- avisaron de lo que nos jugamos al convertir al estado en destino; aquí, por ejemplo, tenemos una provincia que se muere porque las arcas públicas pagan a sus habitantes para que, como a los girasoles, la dejen morir.