Una de esas palabras que han tenido una influencia imposible de ignorar en el pensamiento contemporáneo es la que Thomas Kuhn introdujo en 1962 con su obra La estructura de las revoluciones científicas: paradigma. Definir lo que es un paradigma es algo complicado de hacer pese a que todos entendemos de qué estamos hablando cuando la usamos; todos la sabemos usar aunque no seamos capaces de delimitar claramente sus contornos. Podríamos decir, simplificando al máximo, que un paradigma es el conjunto de los acuerdos y compromisos que es capaz de mantener en el tiempo una comunidad dada.
Los paradigmas, ante todo, dirigen la práctica no solo investigadora, sino también comprensiva de la realidad. Algo parecido a los paradigmas kuhnianos es lo que propone Rorty cuando habla de “creencias básicas” (de hecho él no ha negado tal filiación): todos actuamos dentro de unas creencias que ni siquiera discutimos porque delimitan el marco de lo que podemos pensar y hacer. La metáfora heideggeriana para esto sería la de “claro del bosque”. Kuhn circunscribe su análisis al ámbito de la ciencia y habla de escenarios científicos, cuando aparece en escena un paradigma, y escenarios precientíficos, cuando el ámbito de la investigación es incapaz de delimitar distintas prácticas, como pudieran ser la filosofía, la religión o la ciencia. Estos periodos son calificados por este autor como “revolucionarios”, describiéndolos como momentos de efervescencia y caos, en los que no están claramente definidos los objetivos de la investigación y de la comprensión.
Kuhn , admitiendo el progreso científico y fiel a una tradición racionalista (que dicho sea de paso, desde su propia postura es difícil de sostener), describe cierta dialéctica en tales procesos: son las propias anomalías, las disfuncionalidades de las teorías paradigmáticas que generan ciencia normal, las que terminan haciendo fracasar al paradigma abriendo paso a un periodo revolucionario. Ya inmersos en la proliferación de teorías, el pensamiento kuhniano asoma su cara más irracionalista señalando que en tales momentos carecemos de un criterio de decisión que nos permita elegir racionalmente entre teorías dado que éstas son inconmensurables. Es por eso que la visión del progreso científico que nos presenta el filósofo norteamericano aparece como un proceso discontinuo de racionalidad e irracionalidad.
Desde una perspectiva más pragmatista, diría que cabe decir esto mismo que dice Kuhn sin la necesidad de postular estos periodos revolucionarios y adoptando una postura más sociológica: siempre existen creencias básicas, o lo que es lo mismo, siempre actuamos dentro de una precomprensión (un claro del bosque) que da sentido a nuestras prácticas. Estas creencias devienen en “paradigma” cuando se sitúan en la base de las prácticas compartidas por una comunidad suficientemente numerosa. Pero la existencia de distintas comunidades evidencia el hecho de que tales creencias o paradigmas no agotan la totalidad de la experiencia ni pueden servir para la creación de una “comunidad universal”.
Los periodos revolucionarios son, por tanto, momentos en los que miembros de distintas comunidades están más predispuestos a adquirir léxicos foráneos, o lo que es lo mismo, tienen más disposición para comprender y asumir creencias básicas que inicialmente no pertenecen a la propia comunidad. En este sentido cabría describir, como hace Rorty, a los europeos y occidentales como un tipo de hombre particularmente hábil para hacer modificaciones en su propio léxico y admitir léxicos no propios.
En todo caso, las razones por las que se han producido las aperturas entre comunidades que permiten un periodo revolucionario, no tienen nada que ver con el fracaso de las teorías en virtud a sus anomalías internas, sino más bien con toda clase de causas de índole sociológica e histórica de carácter complejo. La reconstrucción de tales causas elaborando un discurso genealógico, como tiende a hacer la historia o la sociología, no cabe tampoco hacerse desde fuera de tales creencias básicas por lo que dudo que tengan en ningún caso una función epistemológica; sí admito que serán una parte fundamental de prácticas políticas más amplias.
Sea como sea, parece claro que poco podemos decir del conocimiento. A lo sumo que nos es dado.