Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

domingo, 22 de noviembre de 2009

Un llamamiento ambivalente a la resignación.
Carlos Suchowolski

No resulta sencillo invitar al hombre a que de una vez por todas se resigne... ni aunque esto se pudiese vincular a una supuesta toma definitiva de conciencia acerca de su imperfección congénita capaz de realizar la conciencia más acabada posible para él: la conciencia de la intranscendencia (la nada, en fin, para decirlo con Nietzsche) en la que toma forma y en la que por fin la pierde.

Por supuesto, nada más lejos de mi propia idiosincrasia (honestamente, lo digo porque lo siento) que invitar a los miembros de mi propia especie a no volver a levantar la voz contra la injusticia, la ignorancia, la cobardía abyecta, la degradación, la indignidad, la crueldad, el egoísmo, la mezquindad, la mentira, la opresión... etcétera; es decir, contra todas aquellas cosas capaces de encender esas pasiones que nos hacen sentir "mejores seres" (lo que resulta tan difícil de precisar en su dimensión real -o tal vez sólo absoluta, esencial, como todas las cosas- y quizás tanto como en la dimensión imaginaria que lo dejaré así, apenas entre comillas, como un eufemismo que cada uno rellenará de contenido como mejor le cuadre).

Nada más lejos de mí... a pesar de todos los eufemismos de la lista y más que pudieran añadirse, todos sujetos al irremediable criterio del grupo de pertenencia, un tanto accidental en última instancia (en el sentido, por qué no, de las "causas ocasionales" de Malebranch prácticamente olvidadas en el tiempo... para que las redescubramos y las consideremos las únicas posibles) aunque la permanencia sea de larga duración y en cierto sentido idiosincrática, sujetas asimismo, en consecuencia, a las conveniencias espacio-temporales (de radio reducido y con centro en el sujeto) más o menos compartidas en ausencia casi total de crítica, a criterios poco elaborados y poco rigurosos (etiquetas, slogans, mandamientos...) y a conveniencias determinadas por la posición del individuo que los sostiene en y frente al mundo dado (1).

¡Endebles reacciones!, pero inevitablemente valoradas, que, "¡Válgame, Dios¡", no se me ocurriría combatirlas ni siquiera despreciarlas y mucho menos sugerir que sean ahogadas a la manera en que, por excelencia, las religiones sugirieran y aún sugieren (por inercia más que nada, yo diría) que se repriman los pecados. Y que a la vez nos sugieren que aspiraremos a atesorar sólo aquellas que nos elevarían...

Endebles, sin duda, aunque ¿qué podríamos esperar que quedaría del hombre sin esas pasiones tan especialmente valoradas y consideradas inclusive necesarias de conservar como si pudieran perderse, tan míticas; "las cosas que tienen más valor, los objetivos, los sentimientos y las esperanzas de los hombres", en las palabras empleadas por Berkeley contra los "pequeños filósofos" que las "desprecian" y que "disminuyen" y "degradan" la "naturaleza humana (...) hasta el nivel más bajo y más estrecho de la vida animal y no nos ofrecen en el reparto más que una magra ración de años en vez de la inmortalidad" (George Berkeley, "Alciphron", citado en Historia de la Filosofía, Siglo XXI Editores, Madrid, 1978, tomo 6, pág. 242, por Harry Burrows Acton); qué si no nadie alzara la voz diciendo "nosotros sufrimos por el hombre" (Friedrich Nietzsche, "Genealogía de la moral", Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo, Madrid, 2006, pág. 70)?

Endebles, todo hay que decirlo, por originarse en y reproducirse como..."inmoralidad", "sangre y horror", para volver a abusar de Nietzsche (Friedrich Nietzsche, "Genealogía de la moral", Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo, Madrid, 2006, pág. 102; y en "Crepúsculo de los dioses", "Los mejoradores de la humanidad", Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo, Madrid, 1979, pág. 75) en realidad tan apropiadas a ello como a las demás "cosas buenas" a las que se refiriera. Y propias como las opuestas de discursos grupalistas que responden al enfoque propio y a la correlación de fuerzas, por lo que ni unas ni otras necesitan cultivarse ex profeso (2).

Como si pudiera perderse... en efecto, aunque, sin duda, los seres humanos, en su inmensa mayoría, no pueda evitar indignarse, o enfurecerse, una y otra vez hasta el límite, como poco, de la rebeldía y, al menos en determinadas situaciones, emular más o menos intencionalmente al supuesto héroe semidivino cuyas figuras mitológicas continúan aún brillando en nuestro firmamento dominante, como acredita el aún vigente cielo astrológico con sus constelaciones aparentes y poéticas; héroe que, revistiéndose de nobleza y de coraje (¡lo que admirara precisamente el propio Nietzsche, tal vez ingenuamente, tal vez... por apego a lo poético e idílico!, ¡o lo que llevara a Hidegger a besar las lustrosas botas de desfile del nazismo, sin duda bellamente uniformado -belleza escalofriante pero cautivadora- con ingenuidad aún más espectacular y perturbadora que la de su predecesor por aquella vieja y edulcorada nobleza desaparecida!). ¡Oh, sí; sin duda!: todos tienden a representar, a veces más allá del límite y hasta entregar la vida, "a los santos porque se es perverso", como escribiera Sartre y pusiera en la voz de su personaje Kean...!

Eso nunca se pierde, Mr Berkeley, no debió preocuparse (preocupación que debe ser explicada)... y en todo caso sólo puede intentar ser ocultado, encubierto, enmascarado, con la indudable hipocresía racionalista y positivista (que también, igual y conjuntamente con la preocupación de Berkeley, debe ser explicada). Eso nunca será superado, Herr Nietzsche (sueño que, por fin, debe asimismo ser explicado). Explicada, explicada, explicado... ¡y de una buena vez!

Por tanto (o sea, más allá de las causas ideológicas que pudieran encontrarse detrás de las mencionadas valoraciones)... ¡qué vana pretensión abrigaría yo con ello, en franca contradicción con la convicción que tengo de que algo así sería simplemente utópico, como las propias religiones demostraran aparentando -sí, y en todo caso autoengañándose en nombre de estrategias pertenecientes a un espacio distinto, como intenté resaltar en mi nota 2- reprimir la naturaleza necesaria, circunstancial y nunca eterna sin embargo, del pecado y del libre pensamiento; echar esa "naturaleza", si mal no recuerdo, que Berkeley mismo dixit, "por la ventana" para que volviese a entrar "...por las rendijas"...! ¡Qué caída en la ilusión -tan agradable siempre- en contra de la conciencia que me dice que mientras las circunstancias lo hagan inevitable -¿cómo saber incluso si alguna vez se llegue a ello?-, esas conductas rebeldes seguirán siendo... idiosincráticamente humanas!

Y sin embargo, mi conciencia me empuja a invitar al hombre a la resignación al menos en un cierto sentido que, después de todo, parece inseparable de aquel otro que me yo mismo considero inevitable y tiendo a valorar de hecho como manifestación de lo más excelso (menos animal, sin duda), lo más... prometedor... Algo que, seguramente, podría equipararse a considerar que el salto de una rana en dirección a la luna contenga la voluntad de alcanzarla, es decir, no vaya más allá de una convicción impuesta por las circunstancias e inscrita en el firmamento dominante que nos marca las pautas y las idealizaciones...

Me refiero a invitarlo a que se resigne a ser simplemente un ser humano, algo que parece tautológico y que sin embargo se niega en cada acto, o mejor dicho, en cada sueño.

En concreto, se me ha ocurrido preguntarme (¡y qué mejor que inaugurar mi participación en este blog que exponiendo esta interrogación!) qué pasaría si el hombre consiguiera resignarse de verdad a verse a sí mismo como un resultado claro y concreto de las fases efectivamente previas recorridas, paso a paso y sin rumbo predefinido, por la naturaleza en este mundo y hasta ahora, un resultado incapaz de sobrevivir y/o conservarse (única fuerza que se le impone en última instancia, desde mi punto de vista, incluso siendo capaz de contrarrestarla) sin contar con el deseo de alcanzar metas imposibles, secretos inexistentes pero supuestos, es decir, de tener imaginación.

Resignarse contra la "benevolencia" hacia sí mismo que se ha mostrado ese resultado que, tal y como funciona, recibe de sí mismo el nombre de humano, tan sólo humano-...

¿Acaso la conciencia evitaría las idealizaciones? ¿Acaso podrían reducirse y hasta desaparecer muchos conflictos grupales al caer la máscara de las "buenas intenciones" que enmascaran sus auténticas intenciones de dominio? ¿O podría ser que ese límite tan infranqueable no quede sino el terrible e insoportable sentimiento de ser una anomalía innecesaria?

¡Resignaos a ser simplemente humanos!, tiendo a proponer sin poder evitarlo (me lo propongo sin remedio) temeroso del riesgo considerable que imagino que ello encierra para los pocos que tengan el coraje de asumirlo, a la vez que seguro de lo poco que ese llamamiento repercutirá en una inmensa mayoría que tal vez siempre siga prefiriendo el mito y el resumen...

Y, si quedara después algún resquicio, que se mantenga aunque sea como acto de la representación histriónica esa rebeldía inútil que nos aleja del suicidio colectivo; la rebeldía de los pertinaces dominadores de mundos, prisioneros del pavor consustancial por la supuesta Nada.



Notas:

(1) Ofrezco aquí una breve visión/narración de carácter naturalista: es evidente que nada en la naturaleza ha sido programado para unfuncionamiento preciso y delimitado. La imperfección y la diversidad sin objetivos (emergencias, como se las llama) llegan hasta el extremo de conservar inclusive aquello que poco tiene de indispensable -la existencia de esa rama del árbol de la vida que dio lugar a los insectos, por ejemplo-, idea que entre otras cosas ofrece el mejor argumento contra la idea del D.I. Sus múltiples manifestaciones individuales, tanto si prosperaron y pudieron aferrarse al mundo como si no lo consiguieron y desaparecieron o fueron subsumidas en formas más complejas como meras partes de estas (simbiosis), muestran una adaptabilidad contumaz que responde a su firmeza por conservar su función vital intacta (lo más invariable que sea posible) y en todo caso garantizar su continuidad mediante la reproducción (ni siquiera una teleonomía, me atrevería a afirmar, sino una característica interna de los seres vivos que obedece a su propia historia: duplicarse es algo previo a la vida y podría ser una precondición de su emergencia, al menos como la conocemos a nuestro alrededor y a lo largo de la historia natural que nos produjo). Por una parte, es obvio que la precisión sea imposible en la medida que nada permanece estático o inamovible, en la medida que lasinteracciones constantes confluyentes no dejan de modificar el cuadro de las operaciones, dando lugar al debilitamiento de unas en detrimento de otras hasta la práctica o efectiva desaparición de la escena mientras otras ganan protagonismo y hasta permiten la aparición de nuevas o el aumento de peso de las postergadas que adquieren así una efectividad mayor... Pero la precisión, por otra parte, es en sí misma imposible en la medida en que cada individuo -productor a su vez de efectos que entran en el cuadro de las interacciones dado- es un resultado que difícilmentealteración constante por encima o por debajo de una línea que no es factible situar realmente, una línea que marcaría un óptimo teleonómico básico que nuestra racionalidad sea capaz de atribuirle a cada individuo -una teleonomía relativamente objetiva si se quiere- que podría incluso aceptar denominar formalmente como la "voluntad" -tomando el término prestado de Schopenhauer sin complejos aunque con reservas- de intentar, como sea y hasta donde le sea posible, mantenerse en un punto de equilibrio en medio de interacciones de todos los grados posibles, siendo él mismo un compuesto provisto de su propio juego interno de interacciones, de no abandonar el mundo en el que vive, "su" mundo, apenas un cierto entorno a su alrededor.

El hombre, lo sabemos por experiencia propia, no puede ser menos. Situado según le permiten sus facultades -principio de razón- tanto más allá del animal como a distancia de los dioses, siente en su interior la voz de su conciencia como señal de que podría aspirar a pertenecer a un mundo más elevado, superior, alguna vez. Esa aspiración y la presencia perturbadora de esa voz que no cesa lo lleve al mismo tiempo a sugerirse que quizás provenga precisamente de un tal mundo. Lo siente... y, por su culpa, cae en el engaño de que, siendo la criatura elegida, lo podrá conseguir. Así es como vive laautoconciencia y así es como justifica toda su conducta y obras, en particular sus construcciones sociales tan imaginativas y hasta rocambolescas como contradictorias y conflictivas, conduscentes a su autonegación por una u otra vía, a la evolución hacia el caos y el colapso mediante la degradación de todos sus principios.

La misma grupalidad no sería sino una característica heredada, inseparable del nacimiento de la conciencia tal y como conocemos a la humana, encerrando a la vez la la promesa de la sabiduría -llegar a comprender el propio sentido de la existencia y la del mundo- y la promesa del dominio absoluto sobre la naturaleza, sus congéneres y hasta su propio cuerpo -dominación a la que tiende de manera cada vez más compleja y alambicada como ya he mencionado al hablar de las sociedades humanas-,dos promesas falsas de la misma ilusión.

En ese sentido, pienso que la filosofía en su conjunto, las ciencias, las religiones y los mitos que se ha dado el hombre no puedan dejar de contener sino visiones antropocéntricas, y no sólo en tanto extrapolan al mundo su propia idiosincrasia para explicarlo (cuando no proponen callar al respecto), sino en la medida en que todos los enfoques (incluido el que recomienda callar) responden a su necesidad de adaptación, emocional y material. Antropocéntricas a la manera del hombre, es decir, considerándo hombres de verdad a los miembros de su propio grupo de referencia. Así es como quien cuenta con una facultad más desarrollada para pensar establece el propio tipo como prototipo o tipo ejemplar: el sabio, por ejemplo, y en concreto allí donde esa función se pudo legitimar, esto es, ser aprovechada socialmente.

(2) Por ejemplo, Nietzsche, a la manera de Berkeley, acusa al cristianismo (y a su predecesor el racionalismo socrático) de "promover la debilidad" pero la Iglesia nunca se resignó, por citar algo emblemático, a perder Jerusalem, lo que se expresó de muchísimas manera a lo largo de los siglos; por ejemplo: las convocatorias recientes a manifestarse en la calle en la mejor manera de cualquier movimiento político contra la nueva ley del aborto y el derecho al aborto en general. Repito: un grupo nunca abandona su intencionalidad dominadora -dominadora sobre todo incluidos los otros-, aunque la elección de las tácticas en combinación con la correlación de fuerzas le sea adversa y lo condene al fracaso. Nietzsche mismo lo sabe y lo señala: "quieren ser también ellos los fuertes, no hay duda" ("Genealogía...", ed. cit., pág. 79 y posteriores, donde lo documenta ampliamente). La cultura, a la que Nietzsche mismo se refiere en el citado ensayo (ibíd., pág. 69), aparece como pretendiendo lo que es en realidad un resultado de la relación de fuerzas "en el fondo" brutas, esas que tan sencillamente señalaba Tucídides como causas del movimiento. Tal vez en atención a la buena conciencia y/o a la predilceción instintiva por las "mentiras piadosas".

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Perplejidades de la filosofía.
Borja Lucena Góngora

Los filósofos comprendieron que el aliento del pensar surge de la insatisfacción ante lo presente a los sentidos; lo que vemos, lo que oímos y tocamos, parece esconder una verdad que en las apariencias no aparece, que en lo revelado no se revela; la inquietud y el temblor que recorren lo manifiesto oscurecen el corazón permanente del mundo que el pensamiento anhela para tomar asiento; el movimiento sin término de las cosas exige algo primero que no se mueva; los sentidos, en fin, sólo nos proporcionan la imagen de un mundo, pero nos alejan a la vez del acceso al mundo mismo. La filosofía ha de ser capaz de elevarse sobre lo dado -lo visto y lo oído- para adquirir lo anhelado, la verdad misma que no se da a la intuición.

Sin embargo, el propósito de la filosofía es la visión (theoreín) de lo verdadero que se busca; el fin del pensamiento es dejar de pensar para llegar a intuir; el del lenguaje -como en el platónico "más allá de las palabras"- callar. La búsqueda de la muda contemplación de lo que es en sí hizo del filósofo alguien que filosofaba para dejar de filosofar, alguien que pensaba para dejar de pensar un día, como Descartes dudaba para desembarazarse de una vez de toda duda.

La filosofía, despreciando la intuición, quiere alcanzar, sin embargo, otra intuición; aferrándose al pensamiento como lugar de la verdad, aspira a renunciar a él para llegar, de nuevo, a ver. Esta es una gran perplejidad de la filosofía.