Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

viernes, 21 de mayo de 2010

¿Refundar el capitalismo?.
Óscar Sánchez Vega

Ya sé que es un tópico, pero es verdad, el tiempo pasa rapidísimo y lo que era noticia hace un año parece que ocurriera hace siglos. La crisis que padecemos será digna de ser estudiada cuando tengamos la suficiente perspectiva, pero, desde luego no seré yo quien lo haga. Solo quiero recordar con vosotros que hace un año aproximadamente nuestros gerifaltes se reunieron con la intención, nada menos, de refundar el capitalismo, reformando y regularizando –está era la palabra clave- el sistema financiero para que una nueva crisis, no pudiera volver a ocurrir. Por aquel entonces al gobernador del banco de España le caían gorrazos por doquier por sugerir que era necesaria una reforma del mercado laboral en España. ¡De eso nada! ¡ni un paso atrás en los derechos de los trabajadores! La solución para salir de la crisis pasaba por un impresionante incremento del gasto público -¡viva Keynes! ¡muera Friedman!- y se puso en marcha el plan E: cientos de miles de obras por toda España sufragadas con dinero público.

Ocurrió hace solo un año.

Hoy se nos dice que la crisis tiene sus fases y lo que era bueno antes es malo ahora y que se joda el principio de no contradicción.

¿Donde están hoy esos gallos que iban a refundar el capitalismo?

Lo que me parece cada vez más claro es que deberíamos cerrar todas las facultades de economía- para bajar el déficit- o nombrar decanos de las mismas a Raphel y compañía… total …

miércoles, 5 de mayo de 2010

Necesidades (Deformación) del Profesorado.
Borja Lucena

Se ha abierto la nueva ofensiva. El comisariado político se presta a comandar a un paciente ejército de modas pedagógicas e imperativos de corrección política, a un ejército dispuesto a expulsar del sistema educativo todo resto de lo que el tiempo constituyó como centro de la tarea de enseñar. Las órdenes son ya comunicadas a los cuadros inferiores, las armas puestas a punto para la cruenta tarea; un velo de expectación e incertidumbre se esparce por entre los pupitres y los departamentos, por los pasillos y las jefaturas. Quizás nos encontremos ante la definitiva batalla.

En el claustro de la otra tarde se repitieron los rituales idénticos que adornan estos eventos rutinarios. Todo excepto la novedad que supuso el anuncio de los cambios que se introducirán el curso que viene. El jefe de estudios explicó esa cosa de las competencias, que parece destinada a convertirse en el novedoso estribillo de una canción repetida y monótona. A partir de ahora, se nos dijo, la evaluación va a desplazarse desde las diferentes asignaturas y contenidos científicos específicos hacia las competencias. Esto, por lo que alcancé a entender de un lenguaje al que ni siquiera sus inventores son capaces de hallar significado, quiere decir que los profesores han de dejar de ser conocedores de su materia -o si lo siguen siendo habrá de ser únicamente por afición personal- porque el objeto de su tarea ya no es la transmisión de saberes específicos y articulados en torno a una materia reconocible, sino la gestión burocrática de competencias y la valoración objetiva de grados de satisfacción numéricos y susceptibles de medición estadística. La verdad, si llego a saber que la docencia se iba a convertir en esto quizás hubiese preferido ser registrador de la propiedad.

Pero, ¿qué es eso de las competencias? Esta es una pregunta cuya respuesta es esquiva. Nadie sabe lo que es una competencia, de lo confuso y ambiguo que es el término. Es muy difícil dar significado a algo tan abstracto y general. Es posible, sin embargo, señalar algo:

  1. "Competencias" nombra un vacío, ese lugar hueco que, en su retirada, los conocimientos específicos dejan en la forma de una ausencia. Las vaporosas y pedantes denominaciones de "competencia lingüística", "competencia artística" o "competencia digital" han de traducirse como incompetencia en el terreno del conocimiento o en la capacidad de pensar y reconocer el mundo y sus cosas.
  2. "Competencias" quiere decir fortalecimiento de la autoridad de los cargos políticos sobre la cada vez más incierta del profesor con relación a sus alumnos; en rigor, todas las patrañas sobre eliminar la autoridad o las jerarquías -por su carácter supuestamente retrógrado y autoritario- sólo se hacen efectivas dentro del aula, el único lugar en el que son indispensables para que la actividad allí desarrollada siga teniendo sentido; por el otro lado se fortalecen jerarquías verticales en las que el profesor y su trabajo en el aula ocupan el lugar último y subordinado de una pirámide pesadísima de cargos y especialistas de variado pelaje. La prudente jerarquía pedagógica que tiene que ver con el hecho de la disparidad de conocimientos dada entre profesor y alumno es cancelada en favor de una jerarquía política basada en la amenaza de la violencia estatal, el señalamiento público o el destierro interior. La estrategia es lúcida, ya que eliminando de su profesión la vinculación al conocimiento -en la que pocos inspectores políticos demuestran excesiva competencia- convierten al profesor en alguien que verdaderamente necesita ser instruido y dirigido por los especialistas en poses pseudo-pedagógicas, en tecnologías, en habilidades de obediencia a los prejuicios ideológicos, en el ejercicio de las dudosas artes del besamanos.

La cuestión que aquí se ventila -lo que parece animar toda esta marea de inspectores, de consejeros, de sindicalistas- es la inversión y desactivación del poder que los profesores tienen sobre su actividad docente, esa soberanía tan molesta que el liberalismo llamó "libertad de cátedra". ¿Tiene algún significado todavía esa libertad reconocida formalmente por la Constitución de 1978? ¿Posee alguna presencia efectiva cuando un señor nombrado por otro nombrado por otro puede exigirle al profesor que dé su clase de esta manera o utilice éste o aquél método? ¿No demuestra esa libertad un carácter paródico cuando el inspector le reprende por no usar presentaciones informáticas o no colorear convenientemente sus materiales? Mientras el profesor se dedica a la enseñanza de su especialidad el control sobre su actividad se diluye en la inmensa extensión de la tradición -que escapa a los caprichos de la voluntad del político- y en la presencia invisible de los conocedores de esa misma disciplina. Hay muchos mecanismos y muchas presiones implícitas, pero el auténtico dueño de lo que hace es el profesor mismo que sabe de filosofía, de matemáticas o de lengua española. No es así cuando éste se convierte en un gestor de competencias o un mero médium que el poder estatal utiliza para hacer efectivas sus enseñanzas morales e imperativas sus prescripciones ideológicas. Entonces se somete a un yugo y una disciplina ajena a las del saber y muy familiar a los diseñadores de listas electorales.

Para concluir, tengo que reconocer que me cabrea esta marea creciente de estupidez, y me cabrea también el silencio y la pasividad con que los afectados esperamos a un Mr. Marshall que nos promete sepultar lo que aún perdura bajo toneladas de ordenadores y silencio. Seguramente el problema está en mí, que no he sabido adecuarme a esta esplendorosa modernidad de los tiempos, que no he sabido formarme para ser un profesor de la democrática España del siglo XXI. Por eso, para rezagados y obtusos como yo, existen los centros de formación del profesorado. Quizás todavía esté a tiempo. El CFIE de Soria me ofrece un buen número de posibilidades de formación. Exactamente cuarenta. De ellas, sólo una tiene que ver con el contenido específico de las disciplinas que se supone se enseñan en los institutos. Ahí van otras diez Necesidades de Formación del Profesorado a modo de muestra:

Conocimiento en el área de Educación (sic.)
Gestión del conocimiento
Habilidades personales
Gestión y promoción de valores
Gestión de aula (espacios de aprendizaje)
Atención a la diversidad
Normativa
Gestión de calidad
Actitudes de cooperación y colaboración
Conocimiento de las tecnologías.......