"Un aprendizaje es significativo cuando los contenidos son relacionados de modo no arbitrario y sustancial (no al pie de la letra) con lo que el alumno ya sabe. Por relación sustancial y no arbitraria se debe entender que las ideas se relacionan con algún aspecto existente específicamente relevante de la estructura cognoscitiva del alumno, como una imagen, un símbolo ya significativo, un concepto o una proposición (AUSUBEL; 1983 :18).Esto quiere decir que en el proceso educativo, es importante considerar lo que el individuo ya sabe de tal manera que establezca una relación con aquello que debe aprender. Este proceso tiene lugar si el educando tiene en su estructura cognitiva conceptos, estos son: ideas, proposiciones, estables y definidos, con los cuales la nueva información puede interactuar". (tomado literalmente de "avizora.com")
El texto anterior no es de Thomas Mann. Al principio estuve tentado
de titular esta entrada como "Thomas Mann contra el aprendizaje
significativo", pero me di cuenta de que era un poco idiota. El
escritor no estaba ni a favor ni en contra de eso, y lo único de lo
que habla en el texto que al final transcribo es del fenómeno del
aprendizaje, y no de teorías que dictan cómo debe llevarse a cabo.
Esto último es algo que siempre me ha llamado la atención sobre las
teorías pedagógicas en boga: uno no sabe si intentan describir y
comprender el hecho del aprendizaje y la adquisición de conocimiento
o, más bien, si pretenden legislar sobre las maneras tolerables en
que es dado aprender, condenando a toda otra forma de aprendizaje al
silencio o al repudio. La provisional conclusión a la que he
arribado es que ciertos pedagogos muchas veces se olvidan de
contemplar la realidad empírica de los aprendizajes, y más bien se
resuelven en sustituirla por el aprendizaje tal y como, entienden,
debería siempre ser.
En este sentido, el concepto de "aprendizaje significativo"
me parece merecedor de atención por mostrar en qué se convierten
cosas cotidianas y comunes, casi prosaicas, al cristalizar en dogmas
ideológicos. El "aprendizaje significativo", como si fuera
una cosa, ha traspasado el umbral de la mundanidad parta adquirir la
consistencia de algo perteneciente a una cosmovisión. Para ello, ha
tenido que simplificarse, alisar sus contornos hasta hacerse redondo
y categórico, borrar la complejidad con que los psicólogos en un
tiempo lejano lo trataron, para desembocar en la babosa
superficialidad con que es recogido y pregonado desde la legislación
educativa y los gabinetes funcionariales. Cuando digo que ha
adquirido la consistencia de lo ideológico me refiero a los rasgos
que acercan este tipo de conceptos a los de las ideologías; lo
crucial en este caso no es la verdad o la falsedad - al igual que
ocurre en el caso de las ideologías- sino el modo de convertirse
ciertas proposiciones, sean verdaderas o falsas, en axiomas desde los
que deducir la realidad, y que, por ello, relegan la experiencia
empírica o la niegan como algo insustancial o meramente aparente. En
el caso del "aprendizaje significativo", la cuestión no
descansa tampoco en que sea verdadero o falso, ya que, de hecho, me
parece una obviedad señalar que buena parte de lo que aprendemos se
inscribe en una línea evolutiva, de tal manera que, para aprender, a
menudo necesitamos disponer antes de una serie de conocimientos
adquiridos que permitan la transición; lo importante aquí no es,
entonces, que el "aprendizaje significativo" de hecho se
dé, sino que se convierta en un axioma del que, necesariamente, toda
realidad debe deducirse, de tal manera que, si la experiencia y los
hechos muestran algo que no es deducible de la teoría -como puede
ser un aprendizaje "no significativo", abrupto y
discontinuo, mimético o más parecido a una conmoción que al blando
paso evolutivo de una cosa a otra- son los hechos los que han de
desaparecer, o, en lenguaje hegeliano, ser conducidos a su idea.
A mi modo de ver, eso ha ocurrido en las escuelas al imponerse
teorías pedagógicas que desdeñan la modesta pero insustituible
experiencia: todo aprendizaje tiene que ser "significativo"
y, si no, no es aprendizaje, por lo que ha de ser desterrado de las
aulas. Esto tiene mucho que ver, creo, con el hecho de que buena
parte de la educación haya adquirido ese signo de monotonía y
aburrimiento que señala a las cosas muertas, que se haya sustraído
la pasión que dispara lo absolutamente nuevo e incomprensible, que
se haya convertido en el transcurso mediocre de programas, de
prácticas tecnológica previsibles y fastidiosamente familiares.
El siguiente texto de Thomas Mann me pareció idóneo para revelar
ése carácter, a veces olvidado, del aprendizaje: cuando nos
enfrentamos a lo que no podemos comprender y el encuentro mismo hace
brillar una claridad ininteligible y llena de ímpetu. Está tomado
de la soberbia "Doktor Faustus", una novela sobre el
aprendizaje y la muerte, el demonio, la soledad. Y la música.
"(...) el conferenciante hablaba de cosas, asuntos y valores estéticos que hasta entonces no habían entrado en el ámbito de nuestros conocimientos y que ahora veíamos surgir de modo impreciso en el horizonte, al conjuro de su siempre vacilante palabra. No estábamos en situación de comprobar lo que decía, como no fuera a la luz de sus propias interpretaciones pianísticas, y escuchábamos todas aquellas explicaciones con la oscura y agitada fantasía del niño que presta oído a legendarias historias incomprensibles mientras su espíritu, blandamente impresionable, se siente, como en sueño y por intuición, enriquecido y estimulado. "Fuga", "contrapunto", "Heroica", "confusión por colorido excesivo de las modulaciones", "estilo clásico", todo ello tenía para nosotros algo de fabuloso, pero lo escuchábamos con gusto y boquiabiertos, como los niños gustan de prestar oídos a lo incomprensible y a lo inaccesible. Con mayor gusto en verdad que si se tratara de cosas próximas, correctas y normales. Muchos se resistirán a creerlo, pero ésta es la forma más intensa, la forma superior, y quizás la más fructífera, de la ensañanza. La enseñanza anticipativa, pasando por encima de vastas zonas de ignorancia. Mi experiencia pedagógica me dice que éste es el método que la juventud prefiere y, por otra parte, el espacio que deja uno vacío tras de sí, se llena por sí mismo con el tiempo."