Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de ésta una cosa vergonzosa. Sólo tiene este uso: denunciar la bajeza del pensamiento en todas sus formas.
Gilles Deleuze
No me cabe duda de que todos los que nos dedicamos a la enseñanza –de la filosofía, claro está- hemos tenido que hacer frente repetidas veces a este interrogante. Las posibles respuestas son muchas y no pretendo aquí hacer una recopilación o clasificación de las mismas. Yo, en ocasiones, por pereza y por salir rápido del atolladero, he recurrido con frecuencia a las ingeniosas palabras de Deleuze que encabezan este texto.
En todo caso el objetivo de las presentes líneas quiere ser más preciso: justificar, si es posible, la presencia de la filosofía en el currículo de Bachillerato.
En primer lugar deberíamos reconocer la pertinencia de la interrogación que da título a esta entrada y de la sospecha que subyace: aparentemente no sirve –no servimos- para nada. La defensa habitual pasa por dos líneas de argumentación:
- Reconocer la inutilidad de la filosofía, pero insistir, con Aristóteles, en que todo lo realmente valioso no “sirve” para nada. Como dice agudamente Savater, “servir” viene de “servil” y la filosofía no es una disciplina servil sino señora.
- Presentar la actitud crítica o el pensamiento crítico -sea esto lo que fuere- como una “competencia” que precisa de la existencia de esta asignatura para germinar en las dúctiles mentes de los adolescentes. Esta opción suele ir acompañada de “aderezos” tales como propiciar el autoconocimiento, forjar ciudadanos, enseñar a argumentar, etc.
Últimamente tiendo a pensar que defender la segunda respuesta es del todo impertinente. Es una fatua presunción reservar para nuestro gremio el privilegio del pensamiento crítico, como si los demás precisaran de nuestras agudas observaciones para curarse del dogmatismo. Lo mismo cabe decir del autoconocimiento o el arte de la argumentación. (Me resulta especialmente bochornoso –viendo como está el patio- presentar a nuestro colectivo como maestros en el arte de argumentar.)
Es preciso reconocer que la primera opción, defender la “inutilidad” de la filosofía, es una respuesta ocurrente e ingeniosa; además ofrece el consuelo de la compañía de otras disciplinas, literatura, arte, latín, historia…, que se encuentran en una situación semejante. Esta opción nos lleva a pensar la filosofía dentro de un contexto más amplio, lo que podríamos llamar una “formación humanística”, lo que, a mi modo de ver, es una forma adecuada de plantear este asunto y encaja bien con los hechos puesto que los ataques a la asignatura de filosofía han ido acompañados generalmente de otros tantos al latín o la historia, por ejemplo.
Hace algunos años, en el 2005, hemos tenido ocasión de ventilar este asunto con ocasión de la implantación de la LOE, que traía consigo, en el proyecto inicial, poco menos que la supresión de esta asignatura del currículo de Bachillerato y la implantación, en su lugar de la Educación para la Ciudadanía, lo que provocó la airada reacción del algunos humildes profesores y también la de algún prócer entre los que recuerdo a Adela Cortina y Eugenio Trías (con más tino el segundo que la primera, por cierto). La mayoría de las intervenciones, incluida en su momento la mía, incidían en la que he llamado segunda opción que hoy entiendo como desacertada. Sin embargo la defensa de la “inutilidad” de la filosofía me parece más retórica que efectiva.
Pero en esta historia falta un ingrediente fundamental, una vigorosa línea de argumentación que consiste en otorgar a la filosofía -con Ortega y Bueno- un carácter sustantivo: la filosofía es un saber peculiar que trabaja con Ideas. Intentaré presentar algún argumento dentro de esta tradición que apunte en la misma dirección.
La filosofía habría de completar un proceso que comienza en primaria con la asignatura Conocimiento del Medio. El niño encuentra en esta asignatura una primera exposición sistemática del mundo en el que vive. Obviamente tal exposición es muy elemental y somera por lo que, en etapas posteriores, la asignatura desaparece y es sustituida por otras: Ciencias Naturales y Ciencias Sociales, principalmente, que dan una respuesta más diferenciada y precisa a los objetivos planteados en la asignatura de primaria. Podemos entender todo el currículo de secundaria y del Bachillerato en este contexto. Y hete aquí que llegamos al meollo del asunto: ¿qué sentido tiene la asignatura de filosofía en el Bachillerato? Pues, puede ser, profundizar y continuar ese largo proceso que ha comenzado en primaria: el conocimiento del medio. Entendiendo, claro está, que el medio no es sólo el entorno natural o social en el que nos desenvolvemos. También estamos rodeados de ideas que no son, como sostienen los platónicos, eternas e incorruptibles sino históricas y contingentes. Pero, como las meigas, haberlas haylas. Solo hay que saber mirar.
El lector seguramente ya sabe a dónde pretendo llegar, o más bien regresar: a Platón. Encontramos en Platón y en el Mito de la Caverna la mejor justificación de la filosofía en el Bachillerato. Ya sabemos que para el filósofo ateniense educar no es “infundir vista a unos ojos ciegos” sino más bien aprender a dirigir la mirada (“que no está vuelta ni mira adonde es menester”). El adolescente, como todos nosotros, está rodeado de ideas que no ve: democracia, libertad, materia, hombre, razón, bien, justicia, verdad, etc. Estas ideas, lo quiera o no, lo sepa o no, condicionan su vida (en nombre de alguna de ellas ha tenido que cursar Educación para la Ciudadanía en secundaria, por ejemplo) Aquel que no ha estudiado filosofía está capacitado para el pensamiento crítico… ¡faltaría más!; pero el que tiene un barniz de filosofía (para decirlo con Russell) puede captar mejor las ideas, está entrenado para reconocer su origen, detectar contradicciones entre ellas y obrar en consecuencia. Es tan simple como esto: la filosofía describe el mundo en que vivimos. Como el resto de disciplinas; ni más, ni menos.