Lo que Lacan entrevió con claridad, no solamente es que el inconsciente esté estructurado como un lenguaje, sino que la estructura misma del sujeto es lingüística. La práctica del psicoanálisis, definida por Breuer como “talking cure”, cura hablada o terapia a través del lenguaje, se fundamenta sobre el hecho de que buena parte de nuestro sufrimiento, aquello que nos hace padecer y frustra nuestras posibilidades de disfrute, consiste en un defecto del habla, es decir, un modo poco satisfactorio de hablar de nosotros y del mundo.
El síntoma de la enfermedad, nos dice Lacan, es el cuerpo que, no encontrando palabras adecuadas, un relato de sí suficiente, se “expresa” en tanto que síntoma. Por eso, lo propio del psicoanálisis es operar sobre el síntoma mediante la palabra: el analista no hace sino ayudar al analizante a encontrar palabras adecuadas que alivien su síntoma y permitan una mejor relación con el mundo. El analista no haría sino ayudar al analizante a encontrar un carácter adecuado, un modo de ser que le permita al analizante el disfrute de la vida y la experiencia de la felicidad, o lo que es lo mismo: el analista ayuda al analizante encontrar una ética, su propia ética.
Esta estructura lingüística del sujeto queda aclarada cuando el propio Lacan nos explica de qué forma surge en nosotros la unidad del yo. Cuando nacemos a penas somos un manojo discordante de sensaciones y movimiento, pero en un momento dado empezamos a tener conciencia de nosotros mismos en tanto que un yo. Este hecho se produce en lo que los lacanianos llaman la “fase del espejo”. Lacan nos dice que es la visión del propio cuerpo en el espejo lo que nos otorga unidad. Pero no basta la contemplación de nuestra imagen en el espejo, sino que esta imagen debe ser confirmada por un OTRO. El otro, que me habla y me mira es el que confirma mi propia identidad. Por eso Lacan nos dice que el “el sujeto nace pues como efecto del lenguaje, pero paga un precio por ello nos dirá Lacan. Este precio que el sujeto ha de pagar por constituirse en el lenguaje es que lo que él era como puro ser viviente, como puro ser de naturaleza, queda perdido como tal”1.
Somos hombres, y ya no somos animales, porque lo que somos está lejos de la inmediatez en la que viven los animales. Lo que cada uno de nosotros es, coincide con el relato que es capaz de contar acerca de sí mismo, y es es también el relato que somos capaces de contar acerca de los otros. El analista no hace sino sugerir al analizante, a través de la interpretación de las “formaciones del inconsciente” (sueños, lapsus, chistes), un nuevo modo de hablar y por tanto un carácter diferente, un ethos renovado, una ética a la medida de su caso personal. Pues mientras que la filosofía o la religión suministran modelos éticos universales, es decir, pretenden generar en el individuo un carácter especial, intercambiable de un individuo a otro, el psicoanálisis se orienta no a hacer surgir un carácter universal, o lo que es lo mismo, una máscara válida para todos los sujetos, un delirio colectivo al modo de la religión, sino quedándose en el nivel de la pura contingencia, ofrece una ética a la medida de cada ser que sufre y padece, puesto que descubrimos con Freud que tales sufrimientos no son intercambiables.
Lo que buscamos en el análisis no es, por tanto, consuelo o bienestar, es justificación. Y es la búsqueda de la justificación lo que queda explicitado como síntoma en el neurótico, lo que Lacan llamaba “la pasión del neurótico”. Hablar de la neurosis como pasión, ya es plantear su estatuto clínico en la dimensión de la ética, lo que implica no tratar a la neurosis como una enfermedad, no plantear la neurosis en la dimensión psicológica, sino ética2. Pero si el bienestar puede proporcionarse mediante la psicoterapia o la química, la justificación es algo que cae en el reino de lo que Lacan llamaba “lo simbólico”, es decir, del lenguaje; de esta forma los sujetos que buscan una justificación de forma neurótica, lo hacen porque no encuentran su modo de habla. Aquí es donde el psicoanálisis se comprende en tanto que “talking cure”.
En el psicoanálisis no se trata ni de dar consuelo ni de mejorar el bienestar ni de favorecer la adaptación social de los individuos. No se trata, por tanto, de reforzar el yo, de pintarle una máscara al sujeto con la que pueda andar felizmente por el mundo en el que vive. Para Lacan el yo, la imagen surgida del espejo y construida a partir del otro, es una imagen alienada que no dice la verdad del sujeto; tratar de engordar esta imagen yoica no haría sino alejarnos de nuestro centro aún más. El yo es siempre excéntrico con respecto al sujeto, supone una pantalla, un velo y por tanto una mentira. Se trata precisamente de romper esos velos, ir ir más allá de los espejismos del yo.
Y este rasgado de velos coincide precisamente con tener presente la idea más importante del psicoanálisis freudiano, que es lo que Lacan pensaba que olvidamos: el inconsciente. La ética propuesta por el analista consiste en un aprender a dar cabida al inconsciente en la estructura de lo que somos, en lugar de identificarnos con nuestra máscara o con una nueva. Se trata de que la misma práctica psicoanalítica se constituyera como ética. Es por eso que para Lacan el final del análisis coincide con la transformación del analizante en analista.
Para comprender esto debemos entender el concepto lacaniano de inconsciente: “el inconsciente no es esa amazonía de instintos con que suele confundirselo, no es la parte animal del hombre, sino que es un saber hecho de lenguaje, es, como lo define Lacan, la suma de los efectos del lenguaje en un sujeto3. No debe confundirse con “lo instintivo”, con nuestra parte más animal. El inconsciente no se define a partir de la conciencia, como puede indicar este término, sino siguiendo el trabajo práctico de Freud a partir de la palabra. Y es que el inconsciente freudiano está en las palabras4. El descubrimiento de Freud, señala Lacan, no es el haber encontrado el lugar oscuro donde surgen nuestras pulsiones animales, sino el haber descubierto que en las palabras siempre hay más de lo que uno quiere decir, de lo que uno cree expresar, que las palabras traicionan5. El trabajo analítico consiste, por tanto, en sacar a la luz lo no dicho en las palabras que usamos.
Eso que no está enunciado en el relato que somos de forma explícita, y por tanto acerca de lo que el yo nada sabe, está regido por determinaciones simbólicas que nos sujetan, y es lo que Lacan concibe como inconsciente. En el análisis se trata, por tanto, de hacer patente el principal descubrimiento de Freud, el inconsciente. Patentizar que siempre hay algo no dicho en todo lo que decimos, y por mucho que lo alumbremos siempre permanecerá no dicho. Es por eso que Freud identificó el inconsciente con la sexualidad, con el deseo; el deseo y la relación sexual son, precisamente, algo que siempre se escapa a las palabras, porque cuando se habla de ello ya no es propiamente el deseo. El deseo es algo que más bien se da a entender entre las palabras.
Dicho esto podemos entender qué significa que el inconsciente sea “la suma de los efectos del lenguaje en un sujeto”. Significa básicamente que, cuando hablamos siempre decimos más de lo que queremos decir y cuando escuchamos siempre aprehendemos más de lo que podemos comprender. Significa que si somos el relato que podemos contar de los otros y de nosotros mismos, siempre cabe una nueva interpretación. Pero no cualquier interpretación, no se trata de caer en el delirio, sino sólo aquello que me identifica como el sujeto que soy, como “sujetado” a lo no dicho en mis palabras, o lo que es lo mismo, sujetado a mi inconsciente. Hay un modo de comprender el psicoanálisis como un ejercicio artístico de escritura: un trabajo constante de redescribirnos, de re-relatarnos, un sacar a la luz lo no dicho en el poema que somos nosotros.
Por eso quien se acercó al psicoanálisis y averiguó el relato que le describe y le justifica, descubrió que le faltó el afecto de la madre, le hizo un neurótico la rigidez del padre, le castró la represión del deseo, en realidad no aprendió nada de su análisis, simplemente cambió una máscara por otra, que no necesariamente tiene por qué ser más consoladora o más satisfactoria.
El saber que se aprende en el análisis freudiano es que siempre queda algo por decir, pero no cualquier cosa.
1“La pasión del Neurótico” de Jacques-Alain Miller (1986). En “Introducción a la cñinica lacaniana. Conferencias en España ” RBA libros 1986
2Ibid 1
3 “La Renovación del psicoanálisis por Jaques Lacan”. Dolores Castrillo Mirat, Francisco José Martinez. Uned 2010
4“La contribución del obsesivo al descubrimiento del inconsciente” en “introducción a la clínica lacaniana” Jacques-Alain Miller. RBA libros, pag 191.
5Ibid 4, pag 192
El síntoma de la enfermedad, nos dice Lacan, es el cuerpo que, no encontrando palabras adecuadas, un relato de sí suficiente, se “expresa” en tanto que síntoma. Por eso, lo propio del psicoanálisis es operar sobre el síntoma mediante la palabra: el analista no hace sino ayudar al analizante a encontrar palabras adecuadas que alivien su síntoma y permitan una mejor relación con el mundo. El analista no haría sino ayudar al analizante a encontrar un carácter adecuado, un modo de ser que le permita al analizante el disfrute de la vida y la experiencia de la felicidad, o lo que es lo mismo: el analista ayuda al analizante encontrar una ética, su propia ética.
Esta estructura lingüística del sujeto queda aclarada cuando el propio Lacan nos explica de qué forma surge en nosotros la unidad del yo. Cuando nacemos a penas somos un manojo discordante de sensaciones y movimiento, pero en un momento dado empezamos a tener conciencia de nosotros mismos en tanto que un yo. Este hecho se produce en lo que los lacanianos llaman la “fase del espejo”. Lacan nos dice que es la visión del propio cuerpo en el espejo lo que nos otorga unidad. Pero no basta la contemplación de nuestra imagen en el espejo, sino que esta imagen debe ser confirmada por un OTRO. El otro, que me habla y me mira es el que confirma mi propia identidad. Por eso Lacan nos dice que el “el sujeto nace pues como efecto del lenguaje, pero paga un precio por ello nos dirá Lacan. Este precio que el sujeto ha de pagar por constituirse en el lenguaje es que lo que él era como puro ser viviente, como puro ser de naturaleza, queda perdido como tal”1.
Somos hombres, y ya no somos animales, porque lo que somos está lejos de la inmediatez en la que viven los animales. Lo que cada uno de nosotros es, coincide con el relato que es capaz de contar acerca de sí mismo, y es es también el relato que somos capaces de contar acerca de los otros. El analista no hace sino sugerir al analizante, a través de la interpretación de las “formaciones del inconsciente” (sueños, lapsus, chistes), un nuevo modo de hablar y por tanto un carácter diferente, un ethos renovado, una ética a la medida de su caso personal. Pues mientras que la filosofía o la religión suministran modelos éticos universales, es decir, pretenden generar en el individuo un carácter especial, intercambiable de un individuo a otro, el psicoanálisis se orienta no a hacer surgir un carácter universal, o lo que es lo mismo, una máscara válida para todos los sujetos, un delirio colectivo al modo de la religión, sino quedándose en el nivel de la pura contingencia, ofrece una ética a la medida de cada ser que sufre y padece, puesto que descubrimos con Freud que tales sufrimientos no son intercambiables.
Lo que buscamos en el análisis no es, por tanto, consuelo o bienestar, es justificación. Y es la búsqueda de la justificación lo que queda explicitado como síntoma en el neurótico, lo que Lacan llamaba “la pasión del neurótico”. Hablar de la neurosis como pasión, ya es plantear su estatuto clínico en la dimensión de la ética, lo que implica no tratar a la neurosis como una enfermedad, no plantear la neurosis en la dimensión psicológica, sino ética2. Pero si el bienestar puede proporcionarse mediante la psicoterapia o la química, la justificación es algo que cae en el reino de lo que Lacan llamaba “lo simbólico”, es decir, del lenguaje; de esta forma los sujetos que buscan una justificación de forma neurótica, lo hacen porque no encuentran su modo de habla. Aquí es donde el psicoanálisis se comprende en tanto que “talking cure”.
En el psicoanálisis no se trata ni de dar consuelo ni de mejorar el bienestar ni de favorecer la adaptación social de los individuos. No se trata, por tanto, de reforzar el yo, de pintarle una máscara al sujeto con la que pueda andar felizmente por el mundo en el que vive. Para Lacan el yo, la imagen surgida del espejo y construida a partir del otro, es una imagen alienada que no dice la verdad del sujeto; tratar de engordar esta imagen yoica no haría sino alejarnos de nuestro centro aún más. El yo es siempre excéntrico con respecto al sujeto, supone una pantalla, un velo y por tanto una mentira. Se trata precisamente de romper esos velos, ir ir más allá de los espejismos del yo.
Y este rasgado de velos coincide precisamente con tener presente la idea más importante del psicoanálisis freudiano, que es lo que Lacan pensaba que olvidamos: el inconsciente. La ética propuesta por el analista consiste en un aprender a dar cabida al inconsciente en la estructura de lo que somos, en lugar de identificarnos con nuestra máscara o con una nueva. Se trata de que la misma práctica psicoanalítica se constituyera como ética. Es por eso que para Lacan el final del análisis coincide con la transformación del analizante en analista.
Para comprender esto debemos entender el concepto lacaniano de inconsciente: “el inconsciente no es esa amazonía de instintos con que suele confundirselo, no es la parte animal del hombre, sino que es un saber hecho de lenguaje, es, como lo define Lacan, la suma de los efectos del lenguaje en un sujeto3. No debe confundirse con “lo instintivo”, con nuestra parte más animal. El inconsciente no se define a partir de la conciencia, como puede indicar este término, sino siguiendo el trabajo práctico de Freud a partir de la palabra. Y es que el inconsciente freudiano está en las palabras4. El descubrimiento de Freud, señala Lacan, no es el haber encontrado el lugar oscuro donde surgen nuestras pulsiones animales, sino el haber descubierto que en las palabras siempre hay más de lo que uno quiere decir, de lo que uno cree expresar, que las palabras traicionan5. El trabajo analítico consiste, por tanto, en sacar a la luz lo no dicho en las palabras que usamos.
Eso que no está enunciado en el relato que somos de forma explícita, y por tanto acerca de lo que el yo nada sabe, está regido por determinaciones simbólicas que nos sujetan, y es lo que Lacan concibe como inconsciente. En el análisis se trata, por tanto, de hacer patente el principal descubrimiento de Freud, el inconsciente. Patentizar que siempre hay algo no dicho en todo lo que decimos, y por mucho que lo alumbremos siempre permanecerá no dicho. Es por eso que Freud identificó el inconsciente con la sexualidad, con el deseo; el deseo y la relación sexual son, precisamente, algo que siempre se escapa a las palabras, porque cuando se habla de ello ya no es propiamente el deseo. El deseo es algo que más bien se da a entender entre las palabras.
Dicho esto podemos entender qué significa que el inconsciente sea “la suma de los efectos del lenguaje en un sujeto”. Significa básicamente que, cuando hablamos siempre decimos más de lo que queremos decir y cuando escuchamos siempre aprehendemos más de lo que podemos comprender. Significa que si somos el relato que podemos contar de los otros y de nosotros mismos, siempre cabe una nueva interpretación. Pero no cualquier interpretación, no se trata de caer en el delirio, sino sólo aquello que me identifica como el sujeto que soy, como “sujetado” a lo no dicho en mis palabras, o lo que es lo mismo, sujetado a mi inconsciente. Hay un modo de comprender el psicoanálisis como un ejercicio artístico de escritura: un trabajo constante de redescribirnos, de re-relatarnos, un sacar a la luz lo no dicho en el poema que somos nosotros.
Por eso quien se acercó al psicoanálisis y averiguó el relato que le describe y le justifica, descubrió que le faltó el afecto de la madre, le hizo un neurótico la rigidez del padre, le castró la represión del deseo, en realidad no aprendió nada de su análisis, simplemente cambió una máscara por otra, que no necesariamente tiene por qué ser más consoladora o más satisfactoria.
El saber que se aprende en el análisis freudiano es que siempre queda algo por decir, pero no cualquier cosa.
1“La pasión del Neurótico” de Jacques-Alain Miller (1986). En “Introducción a la cñinica lacaniana. Conferencias en España ” RBA libros 1986
2Ibid 1
3 “La Renovación del psicoanálisis por Jaques Lacan”. Dolores Castrillo Mirat, Francisco José Martinez. Uned 2010
4“La contribución del obsesivo al descubrimiento del inconsciente” en “introducción a la clínica lacaniana” Jacques-Alain Miller. RBA libros, pag 191.
5Ibid 4, pag 192