Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

jueves, 28 de julio de 2011

Sobre la ideología en Marx (XI).
Borja Lucena

SER Y PENSAR, 4

Concebir hasta el final, de forma coherente y lógica, el pensamiento como momento de la realidad –es decir, como momento de la producción de la realidad- permite a Marx dar cuenta de que la realidad misma está ya siempre ajustada a la lógica de su producción, y, por lo tanto, que sus leyes son las que el pensamiento productivo reconoce como propias. Así, lo que en el pensamiento “teórico”, en la mera comprensión contemplativa, se tomaba como un mundo extraño –como objeto en cuya existencia se desvelaba las dimensiones de gratuidad y sin porqué propias de lo que es por naturaleza, de aquello en cuyo llegar a ser no puede participarse- en el pensamiento integrado en la producción incesante de lo real se demuestra propio y reconocible, dado que en él se realiza la anulación de la naturalidad del mundo y la impresión en él del marchamo inteligible de lo fabricado.
(…) la división del trabajo nos brinda ya el primer ejemplo de cómo, mientras los hombres viven en una sociedad natural, mientras se da, por tanto, una separación entre el interés particular y el interés común, mientras las actividades, por consiguiente, no aparecen divididas voluntariamente, sino por modo natural, los actos propios del hombre se erigen ante él en un poder ajeno y hostil, que lo sojuzga, en vez de ser él quien los domine.

La ideología alemana
, 1

El comunismo (…) por primera vez aborda de modo consciente todas las premisas naturales como creación de los hombres anteriores, despojándolas de su carácter natural y sometiéndolas al poder de los individuos asociados. (…)Lo que crea el comunismo es precisamente la base real para hacer imposible cuanto existe independientemente de los individuos.

La ideología alemana
, 1

Solamente al llegar a esta fase coincide la propia actividad con la vida material, lo que corresponde al desarrollo de los individuos como individuos totales y a la superación de cuanto en ellos hay de natural.

La ideología alemana
, 1
Todo esto quiere decir que el estado de alienación que para Marx se desprende de la opacidad –el desorden- de los procesos productivos en una sociedad de división del trabajo y clases sociales sólo puede ser anulada al incluir en ellos una organización racional que los convierta en transparentes para la común razón, que elimine su carácter natural, es decir, inexplicable, indomeñable, resistente a las aspiraciones humanas; liberar la racionalidad de la materia es, según esto, liberarla de su sometimiento a un orden natural que no es todavía expresión de una disposición racional del mundo, un orden que –como ocurre en Hegel- sólo consiste en la solidificación de un estado de cosas todavía rudimentario y agreste, un estado de cosas que apunta a lo racional pero es incapaz de llegar realizarlo, y que, por lo tanto, exige una superación; liberar la racionalidad de la materia quiere decir liberar la racionalidad misma de sus ataduras transitorias, eliminar los obstáculos –los objetos ya constituidos- que detienen el proceso de producción interminable en el que consiste la realidad y en el que también se muestra en su autenticidad el ser del hombre. Y esto sólo puede ser satisfecho en su plenitud en una sociedad de producción interminable. Liberar ésa racionalidad–hacer que el mundo se organice según sus principio de movimiento inmanentes- permite a su vez acceder a los hombres al entendimiento de la realidad social como conjunto, pero a un entendimiento ya no teórico y alejado de lo conocido, sino a un entendimiento desarrollado en la práctica, en un trabajo realizado de manera consciente como un momento del todo del sistema productivo planificado. Así ordenado, el trabajo particular ya no estará preso de las fronteras que imponen que, saliendo de sus propios límites, se encuentre con lo irracional y desorganizado, sino que podrá constituirse en un momento transparente de un sistema productivo también transparente. La organización, ese inmenso poder de clarificación en el que Marx deposita la promesa de emancipación, supone de este modo la realización del pensamiento, ya que sólo así es posible abolir los límites en los que éste es encerrado al no poder ir más allá de lo particular, lo fragmentado, lo deshilachado y desconectado de la totalidad. La apuesta de Marx pasa por extender el reino de la racionalidad del trabajo –tal y como es luminosamente racional el trabajo desarrollado en las fábricas e industrias nacidas de la revolución industrial- a todo el ámbito de la vida de las sociedades. La gran contradicción lógica que él advierte se encuentra en que, mientras cada una de las industrias del capitalismo goza de una organización estricta y plenamente eficiente que elimina toda incertidumbre, al salir de éstas la vida de la sociedad se halla entregada al desorden y la anarquía, a la mano ciega del mercado y la tiranía del valor de cambio; la organización impera en el interior de cada una de las fábricas, pero en el conjunto de la sociedad las cosas son dejadas al arbitrio del acaso a causa de la falta de un poder organizador correspondiente al que existe en el ámbito cerrado de cada una de aquéllas. La apuesta de Marx -la exigencia de una sociedad en la que haya dejado de dominar la irracionalidad productora de sufrimiento, de desorientación y alienación- pasa entonces por la extensión de la organización técnica de la industria moderna a la completa vida de la sociedad humana, y eso es precisamente lo que es para él irrealizable dentro de los límites de las relaciones de producción capitalistas, que consisten precisamente –en tanto propiedad privada de los medios de producción- en la reclusión de la racionalidad en el interior de cada industria y, en consecuencia, en el dominio de la irracionalidad y el desorden en el resto de la vida social.
Pero esta tendencia constante de las diversas esferas de la producción a ponerse en equilibrio sólo se manifiesta (en el capitalismo) como reacción contra la constante abolición de dicho equilibrio. La norma que se cumplía planificadamente y “a priori” en el caso de la división del trabajo dentro del taller, opera, cuando se trata de la división del trabajo dentro de la sociedad sólo a posteriori, como necesidad natural intrínseca, muda, que sólo es perceptible en los cambios barométricos de los precios del mercado y que se impone violentamente a la desordenada arbitrariedad de los productores de mercancías.

El capital,
1
De resultas de lo anterior, la imagen del pensamiento en Marx supone una ruptura tan traumática con la tradición como la visión de una sociedad aglutinada en torno a la racionalidad industrial. El pensamiento, como adelanté más arriba, ya no es algo parecido a la facultad de comprender, sino más bien ejercicio de una apropiación técnica y planificada de lo real; en expresión del filósofo alemán, ya no es teoría, sino práctica. El pensar y la conciencia sufren en Marx su propia industrialización, pero no solamente por encontrar su lugar en los procesos productivos, sino porque el modelo en relación al cual se redefinen es industrial y técnico. El mismo pensamiento que podía anteriormente ser categorizado como contemplativo –es decir, como radicalmente improductivo- es ahora pensado como producción, e incluso la noción misma de “teoría” es reformulada para adoptar los patrones lógicos de la fabricación industrial. Éste es el caso de Althusser, quien, cien años después de la propuesta marxiana, se dio a la tarea de desarrollar metódicamente la nueva imagen del pensamiento como forma de producción, como ejercicio de transformación técnica de la realidad. En él se advierte lúcidamente la conversión del pensamiento en pensamiento productivo:
Por práctica en general entendemos todo proceso de transformación de una materia prima dada determinada en un producto determinado, transformación efectuada por un trabajo humano determinado, utilizando medios de producción determinados. (…) La “práctica social”, la unidad compleja de las prácticas que existen en una sociedad determinada, contiene en sí un número elevado de prácticas distintas (…): la práctica política que en los partidos marxistas ya no es considerada espontánea, sino que es organizada sobre la base de la teoría científica del materialismo histórico, y que transforma su materia prima, las relaciones sociales, en un producto determinado (nuevas relaciones sociales); la práctica ideológica (la ideología ya sea religiosa, política, moral, jurídica o artística, transforma también su objeto: la “conciencia” de los hombres), y, por último, la práctica teórica. (…)
Existe, por lo tanto, una práctica de la teoría. La teoría es una práctica específica que se ejerce sobre un objeto propio y desemboca en un “producto” propio: un “conocimiento”. Considerado en sí mismo, todo trabajo teórico supone, en consecuencia, una materia dada y “medios de producción” (los conceptos de la “teoría” y su modo de empleo: el método).

Althusser, L., Sobre la dialéctica materialista

miércoles, 20 de julio de 2011

Sobre la ideología en Marx (X)








SER Y PENSAR, 3

En el trabajo como completud recobrada se devolverá al hombre, según Marx, su completud; en él se reabsorberán todas las discontinuidades que han arrojado desdicha y desorientación sobre la humanidad. En el trabajo recobrado resplandece para Marx el retorno de la humanidad originaria, el momento en el que ésta llegue a ser lo que siempre era; en este sentido, el comunismo es la solución al problema de la historia, o sea: en la actualización de la capacidad humana para la producción el tiempo se vuelve sobre sí mismo para recuperar su ser originario más allá de la errancia que significa lo histórico. La liberación de la producción, del trabajo humano sobre el mundo material, ofrece la posibilidad de superación del estado de alienación a que fue arrojado el hombre y, por lo tanto, la posibilidad de reconciliación con el mundo que habita. Ya en las primeras entregas de este trabajo hice referencia a la problemática marxiana de la relación entre el discurrir necesario de lo real y la libertad del hombre para subvertir el estado de los asuntos humanos. La alternativa se planteaba del siguiente modo: ¿cómo es posible conciliar la necesidad con que se desarrolla la materia -y por lo tanto la historia humana- con la libertad del hombre para crear una sociedad nueva? Pues bien, es precisamente en el ejercicio de la praxis redescubierta, una actividad productiva en la que el pensamiento se ha integrado como momento, donde se anula la aparente contraposición entre libertad y necesidad, entre una dimensión nouménica condenada a no aparecer y la necesidad de los fenómenos que aparecen. La sutura entre ambas dimensiones no proviene, afirma Marx, de un nuevo sistema filosófico capaz de ajustar los extremos en el pensamiento, sino del ejercicio del trabajo, capaz de eliminar en la práctica toda separación pensada. Esto es así porque una de las claves de la alienación descansa en que en tanto el pensamiento permanezca como una facultad pretendidamente “autónoma” –ajena al proceso físico de producción en que consiste la vida humana- la realidad sólo puede aparecérsele bajo la figura de lo otro y extraño; pero en la producción, y en la realización de su posibilidad, pueden los hombres caer en la cuenta de que poseen efectivamente el mundo, de que no es distinta la necesidad material que lo rige y su libertad para transformarlo. El secreto de la actividad técnica es que, aceptando, sumiéndose en la necesidad de los procesos materiales, se crean objetos que no responden automáticamente a esa necesidad, objetos que nunca llegarían a ser lo que son por ellos mismos. Mientras produce, el hombre es libre, por lo que una sociedad verdaderamente libre es aquella consistente en la producción continua, aquella cuyo centro es el trabajo de confección constante de un mundo íntegramente humano. El hecho de que esta libertad auténtica de lo humano –una libertad que no es incompatible con los atributos de la necesidad que señalan a lo real- empiece y acabe en el ejercicio de la producción viene dado porque una vez acabada la producción de un objeto ya no se da realmente esa compenetración de libertad humana y realidad material, ya que el objeto ha pasado a pertenecer plenamente al mundo y ha escapado definitivamente del ámbito de la voluntad del artífice, que ya no puede participar decisivamente en su destino ni controlar su curso en el tiempo futuro. De la misma manera, antes de la producción, lo que había era naturaleza y sola necesidad natural, por lo que tampoco se encontraba ahí presencia alguna de libertad. El trabajo, que inserta la voluntad humana en la materia del mundo a través de su transformación, es la actividad en la que el hombre realiza una libertad no meramente pensada, sino patente y efectiva. El trabajo organizado técnica y racionalmente constituye, de este modo, la auténtica esfera en que se presenta la libertad humana reconciliada con la necesidad de los procesos mundanos. Esto quiere decir que una sociedad libre es, siguiendo a Marx, una sociedad de trabajadores, y quiere decir, también, que el pensamiento sólo puede adquirir la libertad que le es específica, si asume su condición de pensamiento para el trabajo.

Para apropiarse de su libre efectividad el pensamiento ha de ser parte del proceso productivo. Pero, ¿qué parte compete al pensamiento en su desenvolvimiento? ¿Es que acaso puede el pensamiento intervenir como intervienen las manos? Como ya he ido adelantando, me parece que el único modo de comprender este arriesgado ajuste entre conciencia, pensamiento y producción material –entre necesidad y libertad- supone convertirlo en potencia organizativa, supone redefinir la conciencia como conciencia planificadora del trabajo. No otra cosa, a mi entender, es la sociedad comunista prevista por Marx, una sociedad en la que se ha cancelado la alienación al integrar toda dimensión de la existencia humana en la planificación colectiva de la producción.
La libertad en este dominio sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados regulan racionalmente su intercambio de materia con la naturaleza, poniéndolo bajo control social, en lugar de ser dominados por él como por una potencia ciega; (…) sólo sobre esta base puede establecerse el “reino de la libertad”. Más allá de la cual empieza el desarrollo de la fuerza humana que se siente como autofinalidad, el reino de la verdadera libertad, pero que sólo sobre la base del reino de la necesidad puede prosperar.
El capital
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La sociedad comunista es pensada, entonces, como reunión de productores asociados que llegan a poseer una conciencia colectiva extendida sobre la totalidad de la vida productiva al erigir un poder exhaustivo de planificación que ofrece lugar y sentido a cada una de las actividades particulares, señalando los fines de la producción, localizando los medios, distribuyendo la materia, los instrumentos y maquinaria, los trabajadores necesarios para cada una de las actividades, etc.; de esta manera, realizando cualquier trabajo individual, es posible para el sujeto productor penetrar la totalidad de la producción, porque existe un logos ordenador que atraviesa todas las actividades y las reúne en una totalidad articulada, organizada, despojada de la opacidad de lo natural y abastecida de plena transparencia racional. Esta inteligencia postulada por Marx, que anuda todo trabajo particular a una organización racional culminada, a una totalidad inteligible, se distinguirá del Estado en que éste –tal y como ha sido conformado hasta la época burguesa-sólo expresa el punto de vista de una clase social, es decir, el de la particularidad, mientras que el poder central de la sociedad comunista se transfigurará hasta asimilar la visión del todo. Será un poder planificador cuya sustancia no será ya política –pues la política es siempre la expresión de particularidades- sino administradora de los recursos; no significará el poder sobre las personas, sino la gestión colectiva de la naturaleza, que sirve de material a la sociedad de trabajadores; no el dominio de unos sobre otros, sino el de todos sobre una naturaleza a la que es preciso transformar para conceder manifestación y realización racionales. A su través, cada una de las actividades productivas será dotada de significación al comunicar con un orden racional y planificado en el que ha desaparecido todo misterio, toda zona de sombra, todo foco de ignorancia que motiva la explicación mítica o mixtificadora de la realidad, y que, en suma, articula a todas como totalidad sistemática y a todas ofrece conciencia de un todo.
El “reflejo religioso” del mundo real sólo podrá desaparecer por siempre cuando las condiciones de la vida diaria, laboriosa y activa, representen para los hombres relaciones claras y racionales, entre sí y respecto a la naturaleza. La forma del proceso social de vida, o lo que es lo mismo, del proceso material de producción, sólo se despojará de su halo místico cuando ese proceso sea obra de hombres libremente socializados y puesta bajo su mando consciente y racional.
El capital
, I
El pensamiento toma la hechura definitiva de razón, de pensamiento organizador inspirado por las exigencias técnicas de dominio de la materia disponible; esta razón organizadora –razón ya verdaderamente productiva en la que se resuelve la actividad de pensar- encuentra su sentido en la disposición planificada de la producción, y en ésta encuentra su propia libertad ya no rota contra la necesidad de las cosas. Una vez organizada la producción, todo problema que hasta ahora parece requerir la participación autónoma del pensamiento se demostrará como un falso problema, como falsos problemas son en Marx la religión o la política, ya que –según mantiene- en rigor no son cuestiones apartadas de la organización social de la producción, sino más bien expresiones de ésta y de la consiguiente división de los hombres en clases sociales.
De donde se desprende que todas las luchas que se libran dentro del estado, la lucha entre la democracia, la aristocracia y la monarquía, la lucha por el derecho de sufragio, etc., no son sino las formas ilusorias bajo las que se ventilan las luchas reales entre las diversas clases.
La ideología alemana
, 1

jueves, 14 de julio de 2011

Sobre la ideología en Marx (IX)

SER Y PENSAR, 2

Si bien es relativamente sencillo enunciar la propuesta de Marx en relación a la recuperación del pensamiento para la vida, no lo es tanto llegar a comprender, de modo que escape a la vaguedad, cómo se puede llevar a cabo esa reconciliación entre ser y pensar que el filósofo alemán señala como logro de la plenitud humana tras una historia entera de alienación, explotación y desdicha. Lo primero que salta a la vista es que la liberación del pensamiento es para Marx un efecto de la liberación de las fuerzas materiales y su productividad, a las que necesariamente responde.
La transformación de los poderes (relaciones) personales en materiales por obra de la división del trabajo no puede revocarse quitando de la cabeza la idea general acerca de ella, sino haciendo que los individuos sometan de nuevo a su mando estos poderes materiales y supriman la división del trabajo.
La ideología alemana
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El pensamiento es, según Marx, incapaz de emanciparse de sus ataduras a través de una actividad propia, y es la transformación material de las condiciones de vida la que podrá permitir que su relación con la praxis llegue a desplazarse desde la alienación al reconocimiento, desde el extrañamiento a la inserción efectiva en los procesos reales de la vida. La liberación del pensamiento sólo puede originarse a través de la liberación de la materia, de la desaparición de las múltiples trabas y separaciones artificiosas que obstaculizan el desenvolvimiento racional de las fuerzas de producción en la moderna sociedad burguesa. Esto es así porque, si es verdad que el centro del ser del hombre es la actividad productiva, es la liberación de la producción material misma la que ofrece la posibilidad de una realización de ése ser.
La producción por la producción no significa nada sino tanto como el desarrollo de la productividad humana, por tanto, el desarrollo de la riqueza de la naturaleza humana como finalidad.
Teorías de la plusvalía  (citado en G. Lukàcs, Marx, ontología del ser social)
La primera de las barreras que paralizan la facultad humana de producir afecta a la condición del pensamiento de manera decisiva, y es la división del trabajo, división en la que se funda la organización social desde los balbuceos de la historia; Marx defiende que la conciencia del hombre está dividida, troceada en sí misma –lo que es lo mismo que decir que está separada de sí misma o alienada- como consecuencia del reinado de la división del trabajo.
La división del trabajo sólo se convierte en verdadera división a partir del momento en que se separan el trabajo físico y el intelectual. Desde este instante, puede ya la conciencia imaginarse realmente que es algo más y distinto que la conciencia de la práctica existente, que representa realmente algo sin representar algo real; desde este instante se halla la conciencia en condiciones de emanciparse del mundo y entregarse a la creación de la teoría “pura”, de la teología “pura”, la filosofía y la moral “puras”, etcétera.
La ideología alemana
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La conciencia, para Marx, sólo puede ser completa si la actividad del hombre es en sí misma completa; pero si en la vida práctica impera una actividad parcial o truncada –si los hombres producen de manera fragmentaria, reduciéndose a una insignificante parte del proceso productivo, a la repetición de los mismos movimientos y actividades que sólo incluyen un momento pequeñísimo de la fabricación del objeto- la conciencia ha de ser ineludiblemente parcial y truncada. Por esta razón, sólo a través de la anulación de la división del trabajo, sólo reconciliando la actividad humana con su propia totalidad, puede accederse a la reunificación del pensamiento en tanto que expresión de una actividad total que ha reencontrado su sentido originario.
Porque el trabajo, la actividad vital, la vida productiva, aparecen ahora ante el hombre únicamente como medios para la satisfacción de una necesidad, la necesidad de mantener su existencia física.
Manuscritos económico-filosóficos, I
En efecto, a partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo cada cual se mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades, que le es impuesto y del que no puede salirse; el hombre es cazador, es pescador, pastor o crítico crítico, y no tiene más remedio que seguir siéndolo, si no quiere verse privado de sus medios de vida.
La ideología alemana, 1
Según se desprende de la posición de Marx, aboliendo la división del trabajo se trazará un solo movimiento en el que a su vez podrá fundarse la abolición del carácter dividido de la conciencia; por este movimiento, la nueva articulación del ámbito de la praxis ofrecerá nacimiento a una nueva articulación del campo de la conciencia que, dejando atrás su condición de extrañamiento, dejará también atrás el hecho de que en el día de hoy la conciencia universal es una abstracción de la vida real, y como abstracción se le contrapone antagónicamente (Grundrisse, citado por Prior Olmos en El problema de la libertad en el pensamiento de Marx). El reencuentro con el propio trabajo –pero un trabajo no esclavo, un trabajo que en la actividad productiva particular abraza la totalidad del proceso productivo y no sólo una parte aislada e ínfima- prestará a los hombres asociados el reencuentro con la propia conciencia y, a la vez, con el mundo circundante. En efecto, el trabajo es en Marx la mediación entre lo interno y lo externo, entre sujeto y objeto, entre yo y mundo, y, por esta razón, la actividad productiva es como tal la superación de todas las dicotomías abstractas que aquellos pares expresan; en la producción del mundo a través del trabajo la realidad interior es exterior, el pensamiento es mundo, el sujeto es objeto y el objeto es sujeto. La noción de un pensamiento cuya actividad es comprender es, por ello, ajena al pensamiento de Marx; la comprensión constituye únicamente una apropiación simulada del mundo, una fantasía que hace duradera la separación entre ambos. Sólo en el trabajo se apropia realmente el hombre del mundo, y únicamente en él reconcilia entonces su pensamiento con su realidad, porque sólo en él se da la coincidencia de la propia actividad con la vida material (La ideología alemana, 1).

En el deseo de liberarse del extrañamiento, el pensamiento da con que sólo encontrando un lugar en el proceso productivo en el que consiste la vida de las sociedades puede realmente encontrar su lugar en el seno de la vida humana; al insertarse en el trabajo, el pensamiento vuelve a ser recibido en la vida, y, a la vez, vuelve a adquirir tutela sobre su curso al reencontrarse con su totalidad. El desprecio exhibido por Marx ante la dimensión teórica del pensamiento –él, uno de los teóricos más descomunales del siglo XIX- surge de una teoría sobre la teoría, de una explicación del pensamiento que, no encontrando en éste su propio sentido, lo busca en esferas capaces de prestar asiento seguro a su frágil actividad. En su caso, es el trabajo –la actividad productiva- el que ofrece un sentido y una verdad a la actividad del pensamiento: desde la sola contemplación teórica el pensamiento sólo puede pensar que domina el transcurso de lo vivido, pero, en lo efectivo –dado que el gesto de la teoría es el de la separación con respecto a lo comprendido y, por ello, el de la pérdida misma de efectividad sobre ello- su parte sustancial ha de obedecer a los dictados de los poderes materiales de los que así se desentiende. Sólo al reencontrar su lugar en los procesos materiales de la vida, al ajustarse a ellos y cobrar presencia real en esos procesos, los hombres vuelven a hacerse dueños del intercambio, de la producción y de su mutuo comportamiento (La ideología alemana, 1).

La imagen, la sustancia misma del pensamiento sufre en Marx una revolución completa. El pensar no es ya facultad de comprensión, sino dimensión integrante de la praxis, de la vida humana productiva. No comprender, sino dominar lo real a través de su producción es su auténtico cometido. No la intelección, la teoría, sino la organización. Pensar es organizar el desarrollo de la praxis, de la producción y el trabajo. A través de ello, el hombre abolirá por fin su distanciamiento del mundo, y la naturaleza será convertida en lo que en realidad es: cuerpo inorgánico del hombre.
Así, por ejemplo, el importante problema de las relaciones entre hombre y naturaleza (…) desaparece por sí mismo ante la convicción de que la famosísima “unidad del hombre con la naturaleza” ha consistido siempre en la industria, siendo de uno u otro modo según el mayor o menor desarrollo de la industria de cada época (…)
La ideología alemana, 1

martes, 5 de julio de 2011

Sobre la ideología en Marx (VIII)

SER Y PENSAR, 1

Lo mismo es ser y pensar (poema de Parménides)

El impulso conducente a reabsorber toda escisión y fragmento, toda contradicción y separación del hombre con respecto a sí mismo y al mundo en el que vive, no es específicamente marxista; la imagen de una realidad restañada en sus heridas, curada del aislamiento, de la contraposición y el desorden, parece animar buena parte de los esfuerzos filosóficos por aprehender la unidad de lo existente. Dado esto, la empresa marxiana sí tiene de específico el intento de superar un estado de cosas históricamente acontecido, un estado de cosas en el que la presencia de un mundo roto y abandonado tomó la forma de lo que el alemán denomina modo burgués de producción. Es éste, según vimos, un mundo en el que todas las contradicciones que germinaban silenciosamente ya en los comienzos de la historia han aflorado y se han exacerbado hasta el extremo, y, por lo tanto, señala el momento en que todos los antagonismos, al alcanzar el máximo posible de tensión, producirán una inversión dialéctica –la vuelta del tiempo sobre sí mismo- que, de la total pérdida del hombre para sí patente en la figura del proletariado, dé paso a una recuperación también completa de la humanidad y a su reconciliación con el mundo que habita.

Para lo que aquí me interesa sobra insistir en los detalles proféticos de la nueva sociedad que ha de surgir de las ruinas del mundo capitalista, porque únicamente persigo ahora ofrecer una imagen del pensamiento –de la transformación y remodelación a que es sometido el concepto tradicional de “pensar” en la filosofía de Karl Marx-. Me interesa dar cuenta de lo que constituye en esta filosofía la alienación del pensamiento y su superación. En este sentido, si levantamos la vista al viejo fragmento de Parménides podemos descubrir lo que también constituye el motivo marxista de la reunificación: el hombre se halla en estado de alienación -separado de una realidad circundante a la que contempla como algo extraño y alejado- porque en el transcurso de su historia hubo de darse una fragmentación de la continuidad entre ser y pensar, entre pensamiento y realidad. En el lenguaje acuñado por Marx, esto significa que la necesaria evolución humana arrojó a los hombres a la constitución de un pensamiento alejado de la actividad productiva, un pensar retirado de la esfera específicamente humana del trabajar.

Como ya he comentado en otras entregas, la poderosa intuición de Marx sobre la naturaleza humana habla de que ésta no es sino actividad productiva –trabajo- y, en consonancia con esto, todas las facultades que denominamos “humanas” sólo pueden entenderse como manifestaciones de una unidad funcional al servicio de la producción, del hacer específico que distingue a los hombres del resto de los animales. En el trabajo, los hombres no sólo producen un mundo separado de la inmediatez natural, sino que –lo que es a su vez fundamental- el hombre como tal se produce a sí mismo. La específica consistencia de lo humano es, por ello, producto histórico, tal y como es producto histórico el conjunto de cosas fabricadas; lo que sea el hombre depende de su actividad práctico-productiva, ya que todo sistema productivo conformado históricamente no sólo modela la materia en torno, sino que produce a su vez el tipo de individuo necesario para soportar el funcionamiento de ese tipo de producción.
Feuerbach resuelve la esencia religiosa en la esencia humana. Pero la esencia humana no es algo abstracto e inmanente a cada individuo. Es, en realidad, el conjunto de las relaciones sociales.Tesis sobre Feuerbach, 6

Individuos que producen en sociedad, o sea la producción de los individuos socialmente determinada: éste es naturalmente el punto de partida.
Contribución a la crítica de la economía política
, Introducción
En la producción, en el trabajo entendido como constitutivo radical de la consistencia humana, no sólo el sujeto se dota de un objeto, sino que –respondiendo a la relación dialéctica en que ambos aparecen- el objeto se da también un sujeto. Si todo lo que el hombre es se encuentra en su actividad productiva, en el modo en que, en el seno de una sociedad dada, produce su mundo, se sigue que el sujeto como tal es producto de un modo social de organizar el trabajo. Por ello, si de esta apreciación general nos trasladamos a la consideración más específica del ámbito del pensamiento y la conciencia, tendremos que afirmar que también dependen genéticamente de ésa actividad práctica que presta consistencia a lo humano:
Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, etcétera, pero los hombres son reales y actuantes, tal y como se hallan condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el intercambio que a él corresponde, hasta llegar a sus formaciones más amplias. La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es un proceso de vida real.
La ideología alemana
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La conciencia, afirma Marx, no es otra cosa que la expresión de un proceso real de vida, y esta vida no puede entenderse si no es como vida productiva; la conciencia es la expresión en el pensamiento de una relación social con la naturaleza, una relación que consiste en el metabolismo que conforman las sociedades con la naturaleza circundante. Todas las capacidades que atesora el hombre son componentes de una relación práctica con el mundo, y también el pensamiento es función del desempeño de esa actividad; por eso, él mismo nace de la organización del trabajo, y supone la articulación del ámbito de la conciencia en correspondencia con la articulación de las actividades y experiencias dadas en el modo de producción concreto en el que surgen. El isomorfismo fundamental entre el ámbito de la conciencia y el de la organización del trabajo nos dice que en una sociedad en la que impera la división del trabajo la conciencia ha de reunirse en torno a una escisión constitutiva, ha de presentarse como inevitablemente dividida; también respondiendo a dicha correspondencia, es posible comprobar cómo la existencia de la propiedad privada de los medios de producción –que condena a la mayoría a la pérdida del producto de su trabajo- se presenta en la conciencia como extrañeza ante el mundo, como alienación y separación con respecto a él, como conciencia de algo que no es propio ni perteneciente al sujeto de ninguna manera. Es por esto por lo que, al contemplar la historia de las ideas, Marx afirma tajantemente su dependencia con respecto a la historia de la producción:
¿Qué demuestra la historia de las ideas, sino que la producción intelectual se transforma con la producción material?
Manifiesto comunista
Ya adelantada por Proudhon –aunque su voz fuera acallada por las dimensiones titánicas que llegó a poseer el materialismo histórico – Marx da enunciación filosófica a una tesis de consecuencias gigantescas: el origen de toda idea es el trabajo. Por ello, la clave de la alienación del pensamiento es, para él, su separación con respecto a la práctica, la separación de la conciencia y de la actividad productiva a la que genéticamente se vincula y de la que extrae su sentido. En el curso de la historia, el pensamiento se alejó de la esfera de la “praxis”, la producción del mundo a través del trabajo. La separación introducida entre trabajo manual e intelectual, la división del trabajo que hizo a algunos productores y a otros pensadores y que desmenuzó las actividades productivas en fragmentos cada vez más reducidos y separados de la totalidad, significó la ruptura violenta de la unidad funcional que es el hombre y lo abocó a un deambular en pos de la reconciliación entre sus propias potencias enfrentadas. Toda la historia de la humanidad tiene, según relata Marx, el significado consecuente de la búsqueda de esa unidad originaria perdida que sólo advendrá tras la ruina del mundo capitalista, siendo éste el mundo en el que la separación entre ser y pensar alcanza su paroxismo: una clase productiva que hace y produce, pero no piensa –el proletariado- y la clase burguesa dominante, que piensa y disfruta del mundo fabricado por otros, pero no produce.