Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

miércoles, 20 de julio de 2011

Sobre la ideología en Marx (X)








SER Y PENSAR, 3

En el trabajo como completud recobrada se devolverá al hombre, según Marx, su completud; en él se reabsorberán todas las discontinuidades que han arrojado desdicha y desorientación sobre la humanidad. En el trabajo recobrado resplandece para Marx el retorno de la humanidad originaria, el momento en el que ésta llegue a ser lo que siempre era; en este sentido, el comunismo es la solución al problema de la historia, o sea: en la actualización de la capacidad humana para la producción el tiempo se vuelve sobre sí mismo para recuperar su ser originario más allá de la errancia que significa lo histórico. La liberación de la producción, del trabajo humano sobre el mundo material, ofrece la posibilidad de superación del estado de alienación a que fue arrojado el hombre y, por lo tanto, la posibilidad de reconciliación con el mundo que habita. Ya en las primeras entregas de este trabajo hice referencia a la problemática marxiana de la relación entre el discurrir necesario de lo real y la libertad del hombre para subvertir el estado de los asuntos humanos. La alternativa se planteaba del siguiente modo: ¿cómo es posible conciliar la necesidad con que se desarrolla la materia -y por lo tanto la historia humana- con la libertad del hombre para crear una sociedad nueva? Pues bien, es precisamente en el ejercicio de la praxis redescubierta, una actividad productiva en la que el pensamiento se ha integrado como momento, donde se anula la aparente contraposición entre libertad y necesidad, entre una dimensión nouménica condenada a no aparecer y la necesidad de los fenómenos que aparecen. La sutura entre ambas dimensiones no proviene, afirma Marx, de un nuevo sistema filosófico capaz de ajustar los extremos en el pensamiento, sino del ejercicio del trabajo, capaz de eliminar en la práctica toda separación pensada. Esto es así porque una de las claves de la alienación descansa en que en tanto el pensamiento permanezca como una facultad pretendidamente “autónoma” –ajena al proceso físico de producción en que consiste la vida humana- la realidad sólo puede aparecérsele bajo la figura de lo otro y extraño; pero en la producción, y en la realización de su posibilidad, pueden los hombres caer en la cuenta de que poseen efectivamente el mundo, de que no es distinta la necesidad material que lo rige y su libertad para transformarlo. El secreto de la actividad técnica es que, aceptando, sumiéndose en la necesidad de los procesos materiales, se crean objetos que no responden automáticamente a esa necesidad, objetos que nunca llegarían a ser lo que son por ellos mismos. Mientras produce, el hombre es libre, por lo que una sociedad verdaderamente libre es aquella consistente en la producción continua, aquella cuyo centro es el trabajo de confección constante de un mundo íntegramente humano. El hecho de que esta libertad auténtica de lo humano –una libertad que no es incompatible con los atributos de la necesidad que señalan a lo real- empiece y acabe en el ejercicio de la producción viene dado porque una vez acabada la producción de un objeto ya no se da realmente esa compenetración de libertad humana y realidad material, ya que el objeto ha pasado a pertenecer plenamente al mundo y ha escapado definitivamente del ámbito de la voluntad del artífice, que ya no puede participar decisivamente en su destino ni controlar su curso en el tiempo futuro. De la misma manera, antes de la producción, lo que había era naturaleza y sola necesidad natural, por lo que tampoco se encontraba ahí presencia alguna de libertad. El trabajo, que inserta la voluntad humana en la materia del mundo a través de su transformación, es la actividad en la que el hombre realiza una libertad no meramente pensada, sino patente y efectiva. El trabajo organizado técnica y racionalmente constituye, de este modo, la auténtica esfera en que se presenta la libertad humana reconciliada con la necesidad de los procesos mundanos. Esto quiere decir que una sociedad libre es, siguiendo a Marx, una sociedad de trabajadores, y quiere decir, también, que el pensamiento sólo puede adquirir la libertad que le es específica, si asume su condición de pensamiento para el trabajo.

Para apropiarse de su libre efectividad el pensamiento ha de ser parte del proceso productivo. Pero, ¿qué parte compete al pensamiento en su desenvolvimiento? ¿Es que acaso puede el pensamiento intervenir como intervienen las manos? Como ya he ido adelantando, me parece que el único modo de comprender este arriesgado ajuste entre conciencia, pensamiento y producción material –entre necesidad y libertad- supone convertirlo en potencia organizativa, supone redefinir la conciencia como conciencia planificadora del trabajo. No otra cosa, a mi entender, es la sociedad comunista prevista por Marx, una sociedad en la que se ha cancelado la alienación al integrar toda dimensión de la existencia humana en la planificación colectiva de la producción.
La libertad en este dominio sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados regulan racionalmente su intercambio de materia con la naturaleza, poniéndolo bajo control social, en lugar de ser dominados por él como por una potencia ciega; (…) sólo sobre esta base puede establecerse el “reino de la libertad”. Más allá de la cual empieza el desarrollo de la fuerza humana que se siente como autofinalidad, el reino de la verdadera libertad, pero que sólo sobre la base del reino de la necesidad puede prosperar.
El capital
, 1
La sociedad comunista es pensada, entonces, como reunión de productores asociados que llegan a poseer una conciencia colectiva extendida sobre la totalidad de la vida productiva al erigir un poder exhaustivo de planificación que ofrece lugar y sentido a cada una de las actividades particulares, señalando los fines de la producción, localizando los medios, distribuyendo la materia, los instrumentos y maquinaria, los trabajadores necesarios para cada una de las actividades, etc.; de esta manera, realizando cualquier trabajo individual, es posible para el sujeto productor penetrar la totalidad de la producción, porque existe un logos ordenador que atraviesa todas las actividades y las reúne en una totalidad articulada, organizada, despojada de la opacidad de lo natural y abastecida de plena transparencia racional. Esta inteligencia postulada por Marx, que anuda todo trabajo particular a una organización racional culminada, a una totalidad inteligible, se distinguirá del Estado en que éste –tal y como ha sido conformado hasta la época burguesa-sólo expresa el punto de vista de una clase social, es decir, el de la particularidad, mientras que el poder central de la sociedad comunista se transfigurará hasta asimilar la visión del todo. Será un poder planificador cuya sustancia no será ya política –pues la política es siempre la expresión de particularidades- sino administradora de los recursos; no significará el poder sobre las personas, sino la gestión colectiva de la naturaleza, que sirve de material a la sociedad de trabajadores; no el dominio de unos sobre otros, sino el de todos sobre una naturaleza a la que es preciso transformar para conceder manifestación y realización racionales. A su través, cada una de las actividades productivas será dotada de significación al comunicar con un orden racional y planificado en el que ha desaparecido todo misterio, toda zona de sombra, todo foco de ignorancia que motiva la explicación mítica o mixtificadora de la realidad, y que, en suma, articula a todas como totalidad sistemática y a todas ofrece conciencia de un todo.
El “reflejo religioso” del mundo real sólo podrá desaparecer por siempre cuando las condiciones de la vida diaria, laboriosa y activa, representen para los hombres relaciones claras y racionales, entre sí y respecto a la naturaleza. La forma del proceso social de vida, o lo que es lo mismo, del proceso material de producción, sólo se despojará de su halo místico cuando ese proceso sea obra de hombres libremente socializados y puesta bajo su mando consciente y racional.
El capital
, I
El pensamiento toma la hechura definitiva de razón, de pensamiento organizador inspirado por las exigencias técnicas de dominio de la materia disponible; esta razón organizadora –razón ya verdaderamente productiva en la que se resuelve la actividad de pensar- encuentra su sentido en la disposición planificada de la producción, y en ésta encuentra su propia libertad ya no rota contra la necesidad de las cosas. Una vez organizada la producción, todo problema que hasta ahora parece requerir la participación autónoma del pensamiento se demostrará como un falso problema, como falsos problemas son en Marx la religión o la política, ya que –según mantiene- en rigor no son cuestiones apartadas de la organización social de la producción, sino más bien expresiones de ésta y de la consiguiente división de los hombres en clases sociales.
De donde se desprende que todas las luchas que se libran dentro del estado, la lucha entre la democracia, la aristocracia y la monarquía, la lucha por el derecho de sufragio, etc., no son sino las formas ilusorias bajo las que se ventilan las luchas reales entre las diversas clases.
La ideología alemana
, 1

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