Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

jueves, 8 de septiembre de 2011

Sobre la ideología en Marx (XII).

Borja Lucena

La anterior alusión a Althusser (Ser y pensar, 4) tenía como finalidad mostrar, en su forma más conceptualmente depurada, la conversión industrial del pensamiento, su doblegamiento a las categorías de la producción fabril operado a partir de la redefinición marxiana de la actividad de pensar. No obstante, no es necesario alejarse tanto para encontrar en Marx esta audaz reformulación. Él mismo ofrece cruciales acercamientos a esta realidad nueva, y, cuando leemos las Tesis sobre Feuerbach, podemos advertir cómo al aludir al pensar está ya aludiendo a algo que tiene poco que ver con la concepción tradicional que encontró su crisis y su ocaso en el siglo XIX:
La falla fundamental de todo el materialismo precedente (incluyendo el de Feuerbach) reside en que sólo capta la cosa (Gegenstand), la realidad, lo sensible, bajo la forma del objeto (Objekt) o de la contemplación (Anschauung), no como actividad humana sensorial, como práctica (...)Tesis sobre Feuerbach, 1
En primer lugar, una reforma sin resto del concepto del pensamiento está precedida necesariamente de una aguda revolución en el concepto mismo de la realidad. Lo real ya no es pensado como objeto al que pueda contraponerse un sujeto cognoscente, como si el conocimiento se diera desde afuera. La realidad en sí misma es un proceso unitario en el que se sumergen lo objetivo y lo subjetivo, es actividad y producción de realidad. El pensamiento no se encuentra con un objeto ya dado, sino con la producción continua de la realidad que tratara de conocer; conocer, de acuerdo con esto, no es acercarse a un objeto, sino participar en su producción.
El problema de si puede atribuirse al pensamiento humano una verdad objetiva no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre debe demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poder, la terrenalidad de su pensamiento (...).
Tesis sobre Feuerbach
, 2
En segundo lugar, es fácil advertir en la caracterización marxiana del pensamiento una inflexión marcadamente epocal –peculiar a buena parte de la filosofía del siglo XIX fascinada por la promesa de dominio técnico de la naturaleza- que procura liberar la dimensión productora del pensamiento para encontrar en ella su significado íntimo. En tanto es así, el pensamiento se manifiesta como actividad, pero la actividad –como hemos ya visto anteriormente-sólo se concibe como actividad productiva, como fabricación. De este modo, el pensamiento sólo puede alcanzar verdad en tanto sea capaz de hacer algo, de producir algo que –como diría Hannah Arendt- esté dotado de los atributos lógicos de la realidad y sea capaz de funcionar en ella como real. Por lo mismo, la noción de verdad es en Marx profundamente modificada, ya que no puede tener que ver con la capacidad del pensamiento y los órganos humanos de percepción para acercar y comprender una realidad independiente o los hechos que la nutren. Sólo hay verdad –como he repetido a lo largo de tantos pasajes anteriores- en la producción; sólo si existe un producto resultante podemos hablar de verdad, porque únicamente entonces el pensamiento se hace presente no sólo como sujeto, sino también como objeto o como mundo. Lo verdadero se alumbra en la participación en el llegar a ser de las cosas, en la supresión de la aparente independencia del mundo con respecto al hombre. Retirado a la contemplación o a la teoría, afirma Marx, el pensamiento está alejado de su verdad, porque para nada interviene en el desenvolvimiento efectivo del mundo; para el pensar, verdad sólo hay en la efectividad de la presencia en lo real, y esta presencia es sin más verdadera al hacer algo que llegue a formar parte suya. Por lo tanto, asimilado el pensamiento al modelo de la elaboración industrial –y teniendo como sentido la producción de cosas que funcionen como reales- no hay ya lugar para la afirmación del pensamiento como actividad de comprensión, sino sólo para la localización de su actividad específica en el campo de la construcción técnica, de la elaboración constante de nuevas realidades; a su vez, la verdad no puede descansar en la actividad desocultadora del pensamiento –en su capacidad para comprender lo que escapa siempre a dominio- sino que adopta la forma de una verdad profética, lo que es lo mismo que decir que no tiene que ver con lo que existe, sino con lo que –a través de la laboriosidad humana- puede llegar a existir. Verdadero es aquello que –como manifiesta el incesante trabajo de las industrias, la labor interminable de los operarios que reforman continuamente el rostro del mundo, el ingenio de los constructores de nuevos artefactos y aparatos que son recibidos en el mundo como objetos más reales que lo que antes era real- puede ser hecho.

3- Si la verdad está en el hacer fabricador, encontramos entonces que los enigmas que siempre ha tenido ante sí el pensamiento –enigmas que el pensamiento intentó comprender, aclarar, incluso explicar, pero creyéndose obligado ante lo incuestionable de su existencia- no son otra cosa que falsos problemas creados por la distancia que se abrió entre unos hombres meramente pensantes y el mundo que creían contemplar. Cayendo en que pensar es introducirse en la realidad para reformarla, los hombres advertirán cómo todos los misterios –la materia inagotable de la filosofía, de las religiones, de la imaginación artística- se desvanecen en el aire y ceden ante un pensamiento que se ha vuelto efectivo. El activismo productivo del pensamiento demuestra en la práctica que, en rigor, todo misterio era una forma de ignorancia manufacturera, una zona de sombra proyectada por la propia impotencia industrial de los hombres; lo que era considerado misterioso se desvela como no verdadero, porque es posible –a través del trabajo humano- hacer llegar un mundo que haya anulado todo misterio, es decir, un mundo en el que se haga manifiesta la función organizadora y dominadora de lo real que define al pensamiento una vez reintegrado a la praxis.
Toda vida social es esencialmente práctica. Todos los misterios que inducen a la teoría el misticismo encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esta práctica.
Tesis sobre Feuerbach
, 8
En Marx, a diferencia de la posición ilustrada, no es el pensamiento el encargado de desvanecer las mixtificaciones de las que son presos los hombres al tratar con la realidad, sino la práctica productiva, que demuestra su poder en relación a la confección de un mundo en que esas deformaciones se vean desposeídas de todo sentido. En tanto los hombres son capaces de fabricar una realidad en la que la religión no tenga lugar, o no lo tenga la política, se verifica que éstas son ilusiones provenientes de un estado de cosas en el que la productividad humana radical aún no ha sido liberada, un estado en el que el mundo aún no ha adquirido su carácter pleno de hechura humana.

Encontrar el lugar del pensamiento en la “praxis” productiva es en la doctrina marxiana hallar por fin la clave de su autenticidad, topar con la función que lo convierte en pensamiento efectivo, en pensamiento terrenal porque se hace presente como mundo construido. Cuando el pensar se descubre como organizador, como programador de los procesos de fabricación que alteran humanamente el rostro de la tierra hasta estar en disposición de forjar una sociedad humana radicalmente nueva, como supervisor técnico del desarrollo de dichos procesos, hace por fin manifiesto el poder dominador que desde un principio albergaba. Para Marx, ya desde sus albores mitológicos el pensamiento se mostraba como función de dominación de la realidad, pero no es hasta la localización del principio industrial –sólo posible a partir de la emergencia de la sociedad capitalista y la toma consiguiente de las sociedades por el avatar maquinista de las fuerzas productivas- cuando es posible su manifestación plena. Hasta el momento en que el pensamiento no es integrado en la labor productiva en su expresión más acerada –la industria- no llega a corresponder su forma con su contenido, su presencia con lo que en sí de siempre era. Toda la historia del pensamiento demuestra –según el esquema temporal delineado por Marx- que su asimilación práctica como facultad organizadora responde a una vuelta sobre sí mismo que rescata su propio ser de sus expresiones impropias o alienadas como son el mito, el pensar religioso o el meramente político; estas últimas formas, no obstante su forma inadecuada, exhibían para Marx, ya desde un principio, que el fin del pensamiento es la organización de la producción y, por lo tanto, de la realidad a través de ella constituida.
Toda mitología somete, domina, moldea las fuerzas de la naturaleza en la imaginación y mediante la imaginación; desaparece por lo tanto con el dominio real sobre ellas. (…) Los cantos y las leyendas, las musas, ¿no desaparecen necesariamente ante la regleta del tipógrafo y no se desvanecen de igual modo las condiciones necesarias para la poesía épica?
Contribución a la crítica de la economía política
, introducción.
Por ello, cabe entender la posición de Marx ante la filosofía en su doble variante: la exigencia de realizar la filosofía –de llevar el pensamiento a su localización realmente significativa en el seno de la experiencia humana- equivale a la necesidad de superarla –en tanto la filosofía históricamente sólo llevó a cabo una apropiación de la realidad en el pensamiento, una ilusión de dominio del mundo no realizada en la práctica.
Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo.
Tesis sobre Feuerbach, 11