Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

jueves, 24 de noviembre de 2011

Algunas tesis para la historia.

Trotski es un pensador olvidado. Olvidado incluso por sí mismo, ya que su filiación intelectual marxista le condujo al desprecio de la mera “reflexión teórica” a favor de la “actividad práctica”, lo que quiere decir: al desprecio del pensamiento si no se integra en la producción de algo. Trotski, en este sentido, no es en absoluto modesto, porque no limita la producción a la hechura de “cosas”, sino que aspira a la fabricación de una nueva sociedad en la que todo haya sido renovado; por esta razón, la prueba de la verdad del pensamiento es para él su manifestación como Revolución, es decir, como producción calculada de un nuevo mundo. Ante ése fantástico proyecto, la sola labor de la comprensión le hubo de parecer como la choza humilde avistada desde palacio. No obstante, esto no quiere decir que, quizás pese a sí mismo, o, mejor, para proporcionar “armas teóricas para la Revolución”, no se entregara al intento de comprender qué pasa en la historia. Una de las cosas más sorprendentes de la literatura marxista es cómo una filosofía asentada en el desprecio de lo teórico ha dado como resultado una cantidad tan apabullante de libros y tratados, una inflación tan notable de la teoría.

Ya desterrado por Stalin –al que se refiere con el desprecio de quien se encuentra ante alguien de inteligencia corta, de recursos ineptos, de intenciones miserables y pequeñas- escribió una Historia de la Revolución rusa en dos volúmenes. Podríamos preguntarnos si su opinión de Stalin hubiese cambiado al hacerse cargo de la astucia, el tesón y la generosidad de recursos con las que éste le acorraló y terminó por matarlo. Pero para entonces, ya estaba muerto. Lo que sí me interesa aquí es aventurar algunas tesis sobre la historia que pueden encontrarse en su épica visión de la Gran Revolución. El relato está magistralmente enhebrado. No hay nada deshilachado, nada dejado aparte ni desaprovechado; todo encaja para mostrar la coherencia de una narración que se dirige inevitablemente a su propio desenlace. No hay línea torcida en el transcurrir de lo histórico. Trotski pinta así, con detalles vivos y pulso firme, el bosquejo de la nueva patrona de los asuntos humanos, la necesidad histórica. En estas páginas parece certificarse que el siglo XX será definitivamente el reino en el que la historia y la necesidad irrumpirán en el tiempo efectivo de los hombres para imponer su imperio. De su retrato de la Revolución Rusa se pueden extraerse algunas tesis concernientes a esta nueva patrona de las cosas humanas:

1- El motor que gobierna la historia es el desarrollo de las fuerzas productivas. Esto deja en mal lugar al pensamiento, ya que siempre llega tarde, siempre es remolcado por el progreso económico y sólo accede a cambiar cuando las condiciones materiales le obligan a hacerlo. El pensamiento, desde esta posición, aparece como lo reaccionario en sí mismo.

Por tanto, esos cambios rápidos que experimentan las ideas y el estado del espíritu de las masas en las épocas revolucionarias no son producto de la elasticidad y movilidad de la psiquis humana, sino al revés, de su profundo conservadurismo. El rezagamiento crónico en que se hallan las ideas y relaciones humanas con respecto a las nuevas condiciones objetivas, hasta el momento en que éstas se desploman catastróficamente, por decirlo así, sobre los hombres es lo que en los períodos revolucionarios engendra ese movimiento exaltado de las ideas y las pasiones (…)

(Historia de la Revolución Rusa; I, 9)


2- Las leyes que rigen el transcurso de los hechos históricos son tan coercitivas como las leyes de la naturaleza. El que podamos trasladar las imágenes de lo natural a la descripción de los acontecimientos históricos no se legitima en la ambigüedad metafórica o la simple imagen literaria, sino en la analogía existente entre necesidades igualmente férreas. De este modo, no es licencia estilística hablar de la revolución como “erupción volcánica”, o referirse al “parto de una nueva sociedad” o al “punto de ebullición” en el desencadenamiento de los sucesos. Si la historia es un campo tan necesario como la naturaleza en su lectura newtoniana, el conocimiento histórico ha de constituirse como una ciencia estricta, es decir, un conocimiento que no sólo describe, sino que ofrece la prueba de verdad de ser capaz de manipular su objeto con éxito sometiéndose a sus leyes inmanentes. El conocimiento de la necesidad de lo real, de este modo, otorga a los hombres el poder de deducir unas cosas de otras como si de un sistema matemático se tratara.

En el desarrollo de los acontecimientos de la Revolución Rusa, precisamente porque es una verdadera revolución popular que ha movilizado a decenas de millones de hombres, se observa una notable continuidad de etapas. Los acontecimientos se suceden como obedeciendo a las leyes de la gravedad.

(II, 567)


Entre ambos movimientos, el de principios de julio y el de fines de agosto, había la misma relación que entre un teorema y su corolario.

(II, 568)



3- La Historia se lee como un tratado de lógica, ya que lógicas son las determinaciones que guía los cambios en la realidad. Las potencias actuantes en el tiempo no son individuos, no son siquiera agrupaciones como los Estados o los ejércitos o los pueblos. Los agentes actuantes en la historia son principios lógicos como la “contradicción”, la “posibilidad”, el “despliegue”. También un principio eminentemente lógico como la “clase”, aunque sea una clase social. Aquello que se hace presente en el tiempo no son las acciones o las palabras de los hombres, no son las actividades humanas frágiles e inciertas, sino categorías lógicas que usan de los medios disponibles –hombres, industrias, libros, armas, hambre o enfermedades- para realizarse. Los hombres no hacen la historia. La hacen la contradicción, la posibilidad, el antagonismo o la clase.
Las fuerzas productivas que impulsan el movimiento histórico se adecúan a un desarrollo lógico inmanente. La tragedia del materialismo histórico es, por ello, que termina por despreciar la materia como mera superficie de un mecanismo lógico que actúa oculto en su trasfondo.

También aquí volvemos a tropezar con la coincidencia de varias fases distintas del proceso histórico, que dan como resultado una exacerbación extraordinaria de las contradicciones reinantes.

(I, 54)


No hay ningún régimen económico (…) que se retire de la escena histórica antes de haberse agotado todas sus posibilidades.

(I, 55)

Se habían trasladado al campo las mismas contradicciones que muy pronto torcieron en Rusia el desarrollo de la sociedad burguesa.

(I, 56)


La revolución surge cuando todos los antagonismos de la sociedad llegan a su máxima tensión.

(I, 83)


Así, poniendo al desnudo una contradicción social tras otra, la revolución no tardó en llegar a la más importante de todas: a la contradicción que mediaba entre el carácter social de la producción y la propiedad privada de los medios de producción.

(I, 380)


Aquellos marineros expresaban mucho más profunda y fielmente las exigencias del desarrollo histórico (…) aquellas credenciales mal escritas demostrábanse, por decirlo en el lenguaje de Hegel, reales, porque eran racionales.

(I, 397)

viernes, 11 de noviembre de 2011

El gobierno de nadie
Borja Lucena

Mucho está cambiando Europa y su política, por lo menos para la percepción que un gañán como yo pueda tener de estos altos asuntos. Como dicen los amigos de la capucha y la boina, “el futuro no está escrito”, pero también es verdad que los trazos que hoy se hacen legibles advierten de una nueva vuelta del tiempo.

Hasta hace poco, Europa era una especie de aparcamiento de políticos desgastados por el uso, de gestores públicos quemados por la prisa, por la cercanía que reúne la ineptitud con la corrupción o por la incomodidad que su visibilidad provocaba al aparato de los partidos. De las diferentes naciones, salían los políticos para ocupar un lugar confortable, aparentemente inútil, invisible, en las estructuras difusas de la administración de los asuntos europeos. Pero estos días, yo, que ignoro más de lo que desearía, me encuentro con que el viaje ha cambiado de dirección. Los políticos ya no son retirados al nimbo europeo, sino que ahora es Europa la que envía a los que han de hacerse cargo de los gobiernos. No me parece un cambio anecdótico. Durante años, en la penumbra de la lejanía, pacientemente, la burocracia europea ha ido engordando, alimentándose de los deshechos de la política, creciendo y fortaleciendo sus poderes y su capacidad de intervención en todo. Europa ha llegado a ser con esto una colosal oficina administrativa, una cadena extensísima e irrompible de funcionarios que han extendido su sombra por espacios cada vez más amplios de la realidad hasta devorarla toda entera. Y ha llegado el momento de la toma definitiva, la toma sin máscaras del poder. Ahora la burocracia europea toma los gobiernos nacionales y envía a los funcionarios encargados de detentar el mando, de adecuar los asuntos públicos y privados a la organización y a la necesidad de las leyes económicas. Quizás, quién sabe, vamos inaugurando la época de la burocracia explícita. La verdad, no sé cómo se llaman los nuevos gobernantes de Grecia o Italia; el griego se llama “Lucas”, lo que, en rigor, da igual. Lo crucial es que son “nadie”, extraídos del depósito disponible de la eurocracia, enviados por Europa para gestionar un país u otro. El futuro presidente de Grecia fue miembro del Banco Central Europeo; el de Italia Comisario Europeo de no sé qué. Eso es lo fundamental. Que los gobiernos ya no estarán formados por éste o aquél político, sino que será un nadie quien los dirija.

Antiguamente, las formas de gobierno se distinguían según si uno, algunos o muchos detentaban el poder. Hoy hemos dado el paso hacia el hallazgo político característico de la política moderna, que, según Hannah Arendt es el gobierno de nadie, esto es, la burocracia.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Tarde de otoño en Soria
Borja Lucena

Ahora las hojas del otoño llenan "La dehesa" de restos, de despojos innumerables, como si en el suelo quedaran los deshechos de una felicidad caduca y ya agotada que se llamó verano. Todo chorrea tras las lluvias de los últimos días. Los paseos olorosos flanqueados por castaños , por hayas y olmos que languidecen; la oscuridad que poco después del mediodía se adueña de las veredas perdidas entre los árboles; la espalda flamígera de los chopos, como hogueras encendidas en la penumbra del anochecer. Todo sugiere una melancolía brusca, repentina, inevitable. ¡Tendríais que ver cómo viste "La dehesa" ahora que el otoño ha caído sobre sus árboles, sobre sus tristes bancos de madera! En Soria el otoño es extremadamente corto, apenas dura dos o tres semanas; pero su brevedad se ve compensada por la intensidad de su eclosión, por la densidad extremadamente concentrada de sus colores. Por su fugacidad casi eterna.

Esta tarde paseaba por "La dehesea" mientras Hernán, en su carrito, dormía minúsculo bajo una masa confusa de mantas, bufanda y abrigo. Paseábamos sin prisa, como si no lloviera. Y entonces he pensado que hay veces que la melancolía es de obligado cumplimiento, o, como diría Aristóteles, prudente; y que quien no sepa entregarse a ella cuando el otoño lo dispone es que no se ha enterado de nada. Entonces la melodía ha venido a mi cabeza, y poco a poco la versión entera del "Autumm leaves" que dejó tras de sí la corta vida de Eva Cassidy. He regresado a casa y la he vuelto a escuchar. Aquí os la dejo, como otro regalo más del otoño.