Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

jueves, 29 de diciembre de 2011

Sobre la naturaleza humana (III)
Óscar Sánchez Vega

TERCERA PARTE: ¿SÍNTESIS?

En las dos anteriores entradas he presentado a grandes rasgos la polémica entre Pinker y Rorty en relación a la naturaleza humana. Es hora de mojarse: ¿quién tiene razón? La solución más fácil es aquella de “un poco de cada uno”. No quisiera transitar por caminar tan trillados pero en verdad pienso que hay consideraciones y argumentos valiosos por una y otra parte.

Merece la pena destacar que las diferencias entre Pinker y Rorty se plantean desde un acuerdo fundamental: ambos son darwinistas, ambos se declaran herederos y deudores de la teoría de la selección natural; bien es verdad que cada uno extrae de Darwin diferentes lecciones: Pinker participa de una visión biologicista del ser humano que le lleva a integrar (“reducir”, le reprocharán sus adversarios) las distintas facetas y ámbitos de la vida humana; Rorty, por su parte, hace hincapié en la indeterminación de todo proceso evolutivo, tanto biológico como cultural, y se declara contrario a todo tipo de reduccionismo, salvaguardando así la autonomía de la esfera social o cultural. En todo caso, a pesar de lo opuestas que pudieran parecer las posturas de uno y otro, todo el debate parece tener un aire de disputa familiar posible solo bajo el supuesto de acuerdos básicos.

La crítica de Rorty a Pinker se apoya, creo entender, en una conocida falacia, la mal llamada “falacia naturalista”. Un análisis del alcance y límite de la misma puede ser muy esclarecedor en este asunto. Como es sabido fue David Hume el primero en denunciar el razonamiento falaz de algunos moralistas de su época: de lo que es el mundo no puede deducirse lo que debe ser, no es posible deducir oraciones normativas a partir de oraciones descriptivas. Rorty reprocha a Pinker y en general a los científicos que cuando se ponen a filosofar tienen buen cuidado en no caer en este tipo de falacia pero el precio a pagar es elevado: la insulsez de sus afirmaciones. Poco importa saber qué tipo de neurotransmisores actúan en nuestro cerebro, las funciones del sistema límbico o el papel de determinados genes si no sabemos qué hacer con esa información, si no podemos extraer de un conjunto de premisas de este tipo una conclusión que nos indique qué debemos hacer en tal o cuál situación. Rorty exige que una “teoría de la naturaleza humana” diga algo al respecto y Pinker, temeroso de caer en la falacia naturalista, guarda silencio.

Ahora bien la falacia naturalista tiene un alcance, pero también un límite. Supongamos que argumentamos siempre con extrema pulcritud evitando incurrir en la falacia. La pregunta entonces es: ¿cómo justificamos los enunciados normativos que operan en toda vida humana? Vivir es, entre otras cosas, seguir unas normas la mayor parte de las veces, otras, sin embargo vulnerarlas en aras de otra norma que consideramos de mayor trascendencia. Así, por ejemplo, habitualmente decimos la verdad pero si con ello podemos causar un daño gratuito a otra persona podemos guardar silencio o incluso mentir. Todas estas normas (jerarquizadas, no meramente yuxtapuestas) que regulan la vida humana serían totalmente gratuitas y arbitrarias si nos tomamos al pie de la letra la falacia naturalista pues cualquier justificación que adujéramos en su favor haría referencia necesariamente a un estado de cosas... pero de lo que hay no puede inferirse lo que debe ser. (Es algo semejante a lo que ocurre con la inducción incompleta: desde el punto de vista lógico es un paso injustificado, pero la vida exige darlo constantemente. )

Así pues incumplimos cotidianamente las reglas del razonamiento formal, la vida así lo exige, y no vemos nada malo en ello. Si nos dicen que tenemos los pulmones muy dañados (un hecho) inferimos que debemos dejar de fumar y si alguien no razona de esta forma (lógicamente falaz) decimos que no obra de manera sensata y racional. Debemos buscar (en los hechos) algún apoyo a nuestras normas porque de lo contrario no tendrían ningún fundamento.

Pinker aprovecha de las ciencias cognitivas toda la información posible relativa a la conducta humana y Rorty le reprocha que tal acumulación de datos es estéril, pero la acusación no es del todo justa. Los datos y los resultados de los experimentos que aporta Pinker no justifican lógicamente un enunciado prescriptivo, pero lo pueden hace pragmáticamente. Por ejemplo las investigaciones sobre el autismo indican que no debemos culpar a los padres por la enfermedad de sus hijos o el estudio del cerebro humano no justifica la discriminación de género. La mayor parte de prescripciones que podemos extraer de la información que nos suministran las ciencias cognitivas son de este tipo, prescripciones negativas, nos dicen lo que no debemos hacer (y no lo que debemos hacer). ¿Por qué?

Quizá la clave no la encontremos en la antropología sino en la sociología, al fin y al cabo las reflexiones en torno al ser humano y la sociedad están necesariamente emparentadas, ambas se enfrentan a similares problemas y las soluciones que unos encuentran pueden servir de inspiración para los otros. La acusación que Rorty hace a Pinker también se la podría hacer a los sociólogos y las aspiraciones de la filosofía política son semejantes, en su aspecto práctico, a las de la antropología filosófica: ambas apuntan a un deber ser que rebasa el conocimiento meramente teórico. Es por ello que un campo puede servir de referencia para el otro. Recordamos que el problema que estamos planteando es de qué manera “burlar” la falacia naturalista y deducir enunciados prescriptivos a partir de enunciados observacionales a fin de elaborar una verdadera teoría de naturaleza humana. Pues bien un problema semejante se plantearon los frankfurtianos Adorno y Horkheimer al formular la Teoría Crítica y sus conclusiones pueden ser aplicables al presente caso: las ciencias en general, y las ciencia cognitivas en particular, pueden ser una buena base para realizar prescripciones negativas, es decir, no para indicarnos en qué consiste la “vida buena”, pues como sostiene Rorty no existe un solo ideal de vida buena, pero sí para señalar modos de vida que son inhumanos, es decir contrarios a nuestra naturaleza. El ejemplo más palmario es la discriminación de género: a pesar de que la mayor parte de las culturas discriminan a la mujer, las ciencias cognitivas no encuentran fundamento para tal actitud (lo que no quiere decir que el cerebro de los varones sea igual que el de las mujeres); una teoría crítica de la naturaleza humana puede decir alto y claro que la discriminación por razones de sexo (o de raza) es del todo injusta y debe ser evitada.

Por otra parte una teoría crítica de la naturaleza humana está libre del peligro totalitario que parece temer Rorty, pues no prescribe un modo de “vida buena” sino que reconoce que hay muchas vidas buenas, compatibles con la naturaleza humana... pero no todas; la labor de la teoría sería precisamente señalar las “vidas malas”, aquellas propuestas incompatibles con la naturaleza humana. La expresión “vida mala” puede ser equívoca, puede incluso ser tenida por lo contrario de lo que pretendo designar con ella. Por ejemplo, supongamos que el modelo de organización social y política que propone el anarquismo sea contrario a la naturaleza humana porque este modelo social presupone que las personas han de comportarse altruistamente de forma natural; pero las ciencias nos dicen que lo natural no es el altruismo, así pues el modelo de vida que proponen los anarquistas es contrario a la naturaleza humana, una “vida mala” al fin y al cabo, aun cuando el modo de vida que proponen pueda interpretarse en un sentido opuesto.

Una teoría crítica de la naturaleza humana, por último, debiera reunir dos condiciones: primero, ser coherente y compatible con los resultados y descubrimientos de las ciencias cognitivas, la genética, la psicología evolutiva, la etología etc (como sostiene Pinker); y segundo, abstenerse se de prescribir un modelo de “vida buena” (como exige Rorty), pero también señalar y denunciar conductas y modos de vida inhumanos, contrarios a nuestra naturaleza.

martes, 27 de diciembre de 2011

Sobre la naturaleza humana: Richard Rorty (II)
Óscar Sánchez Vega

SEGUNDA PARTE. ANTÍTESIS: RICHARD RORTY

Después de la publicación del comentado artículoSobre la naturaleza humana”, Rorty publica en la misma revista, Daedalus, una réplica a Pinker titulado “Envidia a la Filosofía”. Dos son los ejes que articulan el texto de Rorty: por una parte niega que la propuesta de Pinker sea algo así como una “teoría de la naturaleza humana”, por otra parte sostiene que tal teoría es del todo innecesaria y hasta perniciosa.

Rorty distingue, aunque no en estos términos, las verdaderas teorías de la naturaleza humana de la renovada teoría naturalista que Pinker defiende, que no es que sea desacertada, es que no es una verdadera teoría de la naturaleza humana (no es lo mismo falsa teoría que teoría falsa; por ejemplo, la teoría del flogisto es una teoría científica, pero falsa, una teoría falsa; pero la homeopatía no es una teoría científica, es una falsa teoría). Las verdaderas teorías de la naturaleza humana todos sabemos cuáles son: las de Platón, Aristóteles, Hobbes, Kant, Freud etc. Es preciso reconocer con Pinker que tales teorías carecían de base empírica y de poder predictivo, sin embargo fueron muy útiles: no porque dieran una explicación satisfactoria del mundo y del ser humano sino porque indicaban peligros que era preciso evitar y objetivos que eran deseables alcanzar.

Rorty se muestra indignado contra la pretensión de aquellos que, como Pinker o Wilson, aspiran a ocupar el trono de la filosofía, pero no están dispuestos a asumir ningún riesgo. Pretenden ser algo así como los albaceas del único relato legítimo sobre el ser humano, pero se niegan a dar ningún consejo, ninguna recomendación de qué hacer con nuestras vidas, cómo orientar la acción a fin de alcanzar una humanidad más plena y satisfactoria. No lo hacen porque el prestigio de sus disciplinas, desde la cuáles pontifican, quedaría en entredicho si se comprometieran seriamente con algunas recomendaciones prácticas... pero esta es precisamente la principal función de un teoría sobre la naturaleza humana.

Por otro lado Rorty también ataca la idea, defendida por Pinker, de que todo el mundo, todas las personas tienen y necesitan una teoría de la naturaleza humana. Es puro platonismo suponer que inferimos nuestras creencias y convicciones más firmes de una teoría, sea esta del tipo que sea. No es así, no necesitamos este tipo de teoría. Son las experiencias que vamos acumulando a lo largo de la vida las que nos hacen decidirnos por unas creencias u otras, unos modos de vida u otros. La filosofía ha abandonado la pretensión de suministrar un modelo de “vida buena” por la sencilla razón de que este modelo ha sido progresivamente sustituido por la convicción de que hay muchas vidas humanas igualmente valiosas. No es positivo ni deseable una sociedad donde triunfe una teoría de la naturaleza humana sino que la mejor sociedad es aquella que permite que proliferen distintos modelos de vida, aquella en la que los ciudadanos son libres para elegir el tipo de vida que deseen.  (Sigue)

viernes, 23 de diciembre de 2011

Sobre la naturaleza humana: Steven Pinker (I)
Óscar Sánchez Vega

PRIMERA PARTE. TESIS: STEVEN PINKER


Steven Pinker es un conocido cognitivista, psicólogo, lingüista y divulgador científico canadiense que expone una interesante tesis sobre el tema que nos ocupa primero en su exitoso libro “La Tabla Rasa” (2003) y un año más tarde en un polémico artículo titulado precisamente “Sobre la naturaleza humana”.

Dos son los aspectos de la obra de Pinker que llaman mi atención: primero que se mueve en ese espacio difuso entre ciencia y filosofía que siempre me ha resultado atractivo (y que, si embargo, parece ser un territorio hostil tanto para científicos excesivamente prudentes como para filósofos “puros”), y, segundo, que maneja una prosa ágil y precisa carente de la inane verborrea de algunos “intelectuales” que cada vez me resultan más insoportables.

Pinker defiende una renovada visión naturalista del ser humano apoyada por las últimas aportaciones de las ciencias cognitivas. La provocativa tesis de Pinker es que ahora, por primera vez, estamos en condiciones de formular una nueva teoría de la naturaleza humana con una sólida base empírica que la fundamente; bien es verdad que Pinker antes de señalar las líneas maestras de la nueva teoría dedica más tiempo y espacio en su obra a mostrar de qué manera los recientes descubrimientos de las ciencias cognitivas refutan viejas teorías sobre la naturaleza humana que es preciso abandonar sin contemplaciones para estar en disposición de elaborar una nueva y más acertada teoría.

Las viejas teorías se nos presentan como mitos, meros prejuicios sin base empírica que deberían ser abandonados. Estos son básicamente tres: la Tabla Rasa, el Buen Salvaje y el Fantasma de la Máquina o lo que es lo mismo la creencia que no existe algo así como una “naturaleza humana” y todo lo que somos es producto del aprendizaje y la cultura, la idea de que partimos de una bondad innata característica del comunismo primitivo y que nuestro “yo” funciona al margen del férreo determinismo que rige el funcionamiento del cuerpo. Una vez nombrados los enemigos estamos tentados a ridiculizar la batalla de Pinker pues ante tales adversarios parece fácil salir airoso. Es mérito del autor mostrar que la potencia de las viejas teorías ha sido tal que continúan operando incluso en científicos o filósofos que, a pesar de no reconocerse en ellas, utilizan argumentos que exigen como premisa oculta una u otra tesis. Dichos prejuicios quedan aglutinados en el llamado Modelo Estándar las Ciencias Sociales, modelo que procede según la premisa que "la naturaleza humana es increíblemente moldeable y se conforma de modos muy diferentes según dependiendo de las condiciones culturales" conforme a lo establecido por Margaret Mead. Pinker alerta que los partidarios del modelo estándar, que él llama “científicos radicales”, no han aportado pruebas contra el enfoque evolucionista, pero han ganado la batalla de la propaganda y suyo es el territorio de lo “políticamente correcto”.

Los viejos prejuicios continúan vigentes porque están conectados con valores que son socialmente apreciados. Pinker, en La Tabla Rasa, rompe esta conexión. Es más: los valores morales que consideramos valiosos estarán mejor apuntalados si partimos de una concepción correcta de la naturaleza humana; así pues el autor, como Epicuro en la carta a Meneceo, propone un tetrafármaco cuyo objetivo es conjurar miedos que nos atenazan y carecen de fundamento. Estos temores injustificados son los siguientes: 
  • Si las personas son diferentes de forma innata, se justificaran la opresión y la discriminación 
  • Si las personas son inmorales de forma innata, serían vanas las esperanzas de mejorar la condición humana. 
  • Si las personas son producto de la biología, el libre albedrío sería un mito y ya no se podría responsabilizar a las personas de sus actos. 
  • Si las personas son producto de la biología, la vida ya no tendría un sentido y un propósito superiores. 
Pinker se esfuerza en mostrar porqué en todos los casos el consecuente no se sigue del antecedente y que las ciencias cognitivas, la psicología evolutiva , la genética, la etología etc nos dan buenas razones en contra de tales premisas, así pues, una nueva teoría de la naturaleza humana debería partir de lo que hoy sabemos:
  • Que las personas somos diferentes de forma innata (contra la tesis de la Tabla Rasa). 
  • Que no partimos de una predisposición innata hacia la moral o la vida ética (contra la tesis del Buen Salvaje). 
  • Que todo lo que somos es producto de la biología (contra la tesis del Fantasma de la Máquina). 
En todo caso Pinker no cae en un un pesimismo de tipo hobbesiano, sino que participa de lo que podríamos llamar un “espíritu progresista” pues los aspectos más oscuros de la naturaleza humana es posible compensarlos con otros que abren vías a la esperanza. Así, por ejemplo, el egoísmo de los genes se compensa con el sentimiento de empatía que como ya viera Hume, es un sentimiento de carácter innato que empuja a los hombres a compadecerse unos de otros.

Un año más tarde del éxito de la Tabla Rasa, en el artículo “Sobre la naturaleza humana”, Pinker retoma la vieja polémica entre naturaleza y cultura, la cual, según él, se ha cerrado en falso con el “interaccionismo holístico” , tesis que inagura una nueva etapa en la que todos los gatos son pardos, pues dado cualquier aspecto de la conducta humana este ha de ser entendido siempre como el resultado de la interacción de predisposiciones genéticas que interaccionan con el medio de tal forma que ninguno de los dos factores por separado puede explicar nada. La respuesta apropiada a toda pregunta sobre naturaleza o medio es “un poco de cada uno”. Finalmente la batalla entre innatistas y ambientalistas ha quedado en tablas. El problema es que estas respuestas que satisfacen a todos y que parecen explicarlo todo en realidad no explican nada y revelan pereza intelectual. La propuesta de Pinker es que cada caso habrá que estudiarlo por separado y las respuestas serán diferentes unas de otras. Precisamente esa diversidad es la que progresivamente nos irá dibujando un mapa de la naturaleza humana. Por ejemplo, no es verdad que enfermedades como la esquizofrenia o el autismo estén causadas por un inocuo término medio entre la naturaleza y el medio sino que están fuertemente determinadas por la herencia biológica; por el contrario las diferencias del coeficiente de inteligencia entre blancos y negros norteamericanos están determinadas básicamente por factores ambientales. De la misma forma hay que proceder en otros casos, al margen de apriorismos políticamente correctos, investigando qué factores inciden en tal o cual aspecto de la vida humana.

Una nueva teoría de la naturaleza humana ha de insistir en la pertinencia de la distinción entre naturaleza y medio aunque ambos ámbitos se interrelacionen. No podemos (no puede Pinker) aceptar la máxima orteguiana que sostiene que “el hombre no tiene naturaleza, lo que tiene es historia”. No se trata de minusvalorar la importancia del entorno sino de acotar de la manera más clara posible los límites de ambas esferas. Un caso paradigmático sería la adquisición del lenguaje; no basta decir que depende en parte de los genes, en parte del entorno, esto es tanto como no decir nada; hoy sabemos que no nacemos determinados para aprender una lengua concreta, pero sí que existe una pre-programación biológica sin la cual nos resultaría imposible acceder a su aprendizaje. De igual forma hay que proceder ante problemas semejantes: explicando qué tipo de interacción se da en cada caso entre la herencia genética y los factores ambientales.

Con la ayuda de la investigación científica es posible establecer una nueva teoría de la naturaleza humana que nos permita comprender mejor qué somos para así plantearnos metas y objetivos no utópicos compatibles con nuestra naturaleza. Sólo podemos establecer una hoja de ruta o un plan de mejora desde el conocimiento cabal de lo que somos en realidad. (Sigue)

sábado, 10 de diciembre de 2011

Algunas tesis para la historia (II).
Borja Lucena

Más tesis acerca de la historia, extraídas de "Historia de la revolución rusa", de Trotski.

4- Toda revolución no es otra cosa que la repetición de la protorrevolución francesa; de esta manera, todas están determinadas por un fenómeno originario que funciona como modelo al que acomodan su desenvolvimiento. Las distintas etapas que atravesó la revolución francesa han de ser recorridas por toda revolución ulterior y, es más, “auténtica”, ya que el tiempo de la revolución se entiende como el despliegue de los mismos principios lógicos. De la misma manera, los personajes que intervienen en la revolución –y, por añadidura, en la historia- no son más que nombres y caras diversos de las mismas funciones histórica, sea ésta la de impulsar hacia delante el proceso revolucionario, sea la de obstaculizar con más o menos éxito su avance.
Georgia se convirtió en la Gironda de la revolución rusa
(I, 219)
Esta analogía no es casual (…) Nicolás II y Luis XVI se presentan como dos actores que han cumplido el mismo papel. (…) Los historiadores y los biógrafos de tendencia psicológica buscan, y muchas veces encuentran, rasgos puramente personales y fortuitos allí donde sólo hay una refracción de las fuerzas históricas en una personalidad. (…) Nicolás Romanov y Luis Capeto se encontraron con sus papeles históricos trazados de antemano por el curso del drama histórico.
(I, 100)
La regularidad del proceso es completamente clara (…) en todas las antiguas revoluciones se halla el prototipo de las “jornadas de julio”.
(II, 66)
5- La historia no tiene nada que ver con la idea griega de narrar lo sucedido para salvarlo del olvido, sino con extraer de entre la aparente contingencia y desorden de lo ocurrido las leyes necesarias según las cuales todo sucede. Los hechos no son más que la manifestación fenoménica de algo que no es un hecho y opera desde la oscuridad. El conocimiento de las leyes históricas, en fin, hace a los hombres capaces de intervenir en su curso, les da la capacidad de prever y planificar, de realizar una actividad técnica donde antes parecía que sólo reinaba la contingencia o el acaso.
Si tendemos la vista por los siglos pasados, el tránsito del poder a manos de la burguesía se nos apareció como sujeto a determinadas leyes.
(I, 160)
6- La materia de la historia son las masas humanas. Como materia que espera una forma, las masas necesitan de la dirección de una vanguardia que, conociendo el curso necesario de la historia, realiza la función de mediación entre lo universal histórico y los hombres particulares. La masa es fuerza bruta, ciega; la vanguardia encauza esa fuerza dirigiéndola hacia la los fines que la historia dispone. La vanguardia, en palabras de Trotski, somete el vapor brutal de la masa al aprovechamiento realizado por la olla a presión. Los líderes capaces de percibir en la diversidad de los hechos la unidad de las leyes históricas son capaces de reconocer, de la misma manera, los auténticos intereses de las masas, porque éstas, en realidad, quieren lo que quizás no creen querer, y esto les es señalado por la vanguardia de la revolución.
El rasgo distintivo del bolchevismo consistía en que subordinaba la finalidad subjetiva –la defensa de los intereses de las masas populares- a las leyes de la revolución, como un proceso objetivamente condicionado. La deducción científica de esas leyes, ante todo las que rigen el movimiento de las masas populares, constituía la base de la estrategia bolchevique.
(II, 251) 
“Los comités revolucionarios campesinos –demostraba (Lenin) en el Congreso partidario de Estocolmo- suministran la única senda por la cual puede marchar el movimiento campesino”. El mujik no leía a Lenin. Pero, en cambio, Lenin leía muy bien en la cabeza del mujik.
(II, 309)

7- La historia, plena de sentido, es el desarrollo de un drama en el que es, a la vez, la narración y el autor. Los sucesos no afloran por azar, están ordenados por la historia misma, que, de esta manera, es a la vez quien dispone los elementos del relato y el producto de ésa disposición.
La vista no le engañaba. La continuidad era evidente: la Historia tomaba los cabos del hilo revolucionario rotos por la guerra y los volvía a empalmar.
(I, 108)