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domingo, 20 de mayo de 2012

Psicoanálisis y Rebelión política.
Eduardo Abril Acero


Es un hecho que la rebelión, aunque se reivindique como una necesidad ciudadana, incluso como una virtud ciudadana, rara vez se da como una reivindicación de derechos, o como una toma de lo político en manos de los que sienten que han quedado excluidos a fin de subsanar esta falta. Se cuentan con los dedos de muy pocas manos a los revolucionarios que tienen un plan. La mayoría de las veces la rebelión está más animada por un deseo de destrucción de lo existente que por su reforma y su ajuste.

Que los individuos queramos mejorar nuestras condiciones de vida y eso pase por la reformulación del estado político parece ser algo que no es necesarios explicar. Pero que esta pretensión sea, muchas veces sustituida por una actitud violenta y vengativa, es algo para lo que no tiene respuesta ni la teoría política liberal ni la socialista.

Actualmente asistimos a un cambio en lo político que nos inquieta; vemos cómo el estado se adelgaza a pasos agigantados y deja de prestarnos la asistencia a la que nos tenía acostumbrados; la educación, la sanidad y el resto de los servicios se retiran y los ciudadanos experimentamos una ciudadanía desamparada. Hasta ahora el ciudadano era aquel sujeto que era reconocido por el estado en el ejercicio de esas asistencias: somos ciudadanos porque el sistema sanitario nos reconoce como dignos de cuidado, porque el sistema educativo nos supone mejorables o porque creemos que las fuerzas de seguridad nos protegerán de la violencia ejercida contra nosotros.

La ciudadanía es, por decirlo de algún modo, una identidad alienada. Es identidad porque nos permite reconocernos como un "algo", una cosa que tiene un lugar en el mundo y que posee capacidad de acción en ese mundo; pero es alienada porque ese reconocimiento es siempre el reconocimiento del otro; nos reconocemos en, como dirían los lacanianos, el deseo del otro. En la medida en que hay un otro que nos desea en algún respecto, que desea algo de nosotros en algún sentido, entonces nos reconocemos como un yo, un sujeto de deseo. El ciudadano no es otro que aquel que se puede reconocer porque el estado le reconoce, porque le requiere en tanto que cuidado, protección y mejoramiento.

El mecanismo de este reconocimiento no es distinto a cómo Lacan explica que se produce el nacimiento del sujeto a través de la mirada materna: el niño prelingüístico, recién nacido, no es más que un ser disgregado, un puro haz descoordinado de sensaciones, movimientos y percepciones. No se experimenta a sí mismo porque no hay ningún "sí mismo" que experimentar; su cuerpo disgregado tiene unificarse en un algo, debe convertirse en una cosa. Sus sensaciones y movimientos descoordinados deben ser referidos a una realidad única. Este proceso no lo realiza el lactante sobre sí mismo, sino que lo hace a través del otro; primero mediante la imagen del espejo que la madre le atribuye, pero seguidamente porque se convierte en un objeto manipulado por la madre, una cosa movida de aquí para allá, alimentada, atendida, acariciada. En este momento el niño, ya sujeto (en el doble sentido de "sujeto" como voluntad y "sujetado" como atado a un deseo), se capta como un objeto propio del deseo de la madre. Pero falta un elemento más, un elemento decisivo al que Freud llamará “Edipo”: todos los pequeños sujetos descubren tarde o temprano que no son ese objeto de deseo de la madre que habían imaginado, que no van a ocupar el trono del rey eternamente, que realmente nunca lo han ocupado. Hay algo siempre que se opone a ese reinado. Freud lo identifica con el padre, seguramente fruto de la sociedad en la que vivió; Lacan, más fino, nos habla de “la función paterna” o “el nombre del padre”, algo que no necesariamente debe identificarse con el padre real. Este “nombre del padre” representa a aquello que se opone a ese reconocimiento inicial como objeto de deseo, a ocupar el trono del rey. Freud ya era consciente de que este momento es decisivo en el individuo ¿qué hacer cuando el padre nos aleja del trono?

Pues bien, el mismo esquema, como digo, nos permite comprender esto que llamamos “revolución” o “rebeldía”, dado que es una situación análoga; el ciudadano se ve desamparado al constatar que el reconocimiento que le otorgaba su ser (otro), se retira y queda desamparado; ya no es ese objeto de deseo en el que resultaba una cosa con un lugar: el del cuidado, el mejoramiento y la protección. Al perder todo esto se pierde su ser-cosa, se diluye el sujeto que es. Y en este caso puede aparecer el mismo sentimiento de desamparo que aparece cuando nos vemos abandonados por un objeto de amor que nos dice “ya no te quiero”: ¿entonces yo que he sido para ti? ¿entonces yo qué soy?

Y, en este contexto, semejante es el amante despechado que dice que podemos comprender y explicar la violencia revolucionaria. El ciudadano ante su abismo de desesperación, identifica aquello que como “nombre del padre” se opone a ser el objeto del deseo, a ocupar el lugar del rey, y descarga contra él toda su violencia y su resentimiento. Esta identificación es siempre imaginaria: el ciudadano imagina un otro, un padre, que es sujeto máximo de goce y que preserva ese goce para sí manteniéndonos a nosotros fuera. Imagina que si desaparece ese sujeto gozante (ya sean los políticos, los banqueros, los reyes, los capitalistas, los gobiernos... etc), el goce se repartirá por igual entre todos y se abrirá la puerta de la corte para la entronización de todos los desamparados. Y esa fantasía condensa todos los odios: comienza la revolución.

Sino, pensemos una cosa, qué sentido tiene esta contradicción: si el estado se adelgaza y los servicios disminuyen, es necesaria la destrucción del estado. Semejante es el amante despechado que dice: “si no me quieres te mato” ante su abismo de desesperación, identifica aquello que como “nombre del padre” se opone a ser el objeto del deseo, a ocupar el lugar del rey, y descarga contra él toda su violencia y su resentimiento. Esta identificación es siempre imaginaria: el ciudadano imagina un otro, un padre, que es sujeto máximo de goce y que preserva ese goce para sí manteniéndonos a nosotros fuera. Imagina que si desaparece ese sujeto gozante (ya sean los políticos, los banqueros, los reyes, los capitalistas, los gobiernos... etc), el goce se repartirá por igual entre todos y se abrirá la puerta de la corte para la entronización de todos los desamparados. Y esa fantasía condensa todos los odios: comienza la revolución.

Se puede enunciar simplificando: si el estado se adelgaza y los servicios disminuyen, es necesaria la destrucción del estado. Analogía del amante despechado: “si no me quieres te mato”.

7 comentarios:

  1. Muy interesante, Edu. Apuntas a algo que t6ambién he pensado a menudo.
    Lo primero de todo es la emergencia reiterada de algo así como una preocupación por la rebelión. La cuestión es que aparece como un concepto político crucial que, a pesar de ser pretendidamente acallado por las teorías oficiales de la democracia, se señala a la mínima oportunidad como centro mismo de la posibilidad de la política. La cuestión es la de la legitimidad de un poder que expulsa del terreno de la significación la participación directa cuya forma más drástica es la rebelión. Me remito al texto de Jefferson que colgué aquí la semana pasada.
    Por otro lado, otra cosa que también me ocupa es lo que tú señalas: el hecho de que la rebelión o la intervención contra una forma deletérea de política se convierta en una rebelión contra el mundo; es decir, que la única forma de participación en los asuntos de la polis sea el resentimiento y el ansia nihilista por acabar con todo lo que pueda ser sospechoso de algún tipo de superioridad. Necesitamos una forma de rebelión que dé cabida al "santo decir sí" del niño de ieetzsche.
    La tragedia de los movimientos de protesta hasta ahora articulados es que, al fin y al cabo, participan de una misma visión de lo político como un objeto que tiene que ser producido; para ello, como en el caso de la producción industrial, antes tendremos que reducir el mundo a mera materia prima, destruir todo lo que al día de hoy tiene forma para comenzar a hacer la realidad sin ataduras previas y poder realizar de una vez el mundo feliz y el hombre nuevo.
    El problema de los movimientos políticos opuestos al sistema de la política técnica es que comparten la concepción técnica de la política. Por eso la constante enmienda destructiva a la totalidad del tipo "destruyamos el capitalismo". Este nihilismo apenas disfrazado que nos hace una amarga petición de principio, porque, ¿alguien ha determinado qué es exactamente el capitalismo? ¿Destruir el capitalismo es acabar con los médicos rurales, las escuelas, las tiendas de barrio, los bares de las esquinas, los pasos de peatones, las estaciones de tren? ¿Qué quiere decir acabar con el capitalismo cuando todas esas realidads son también parte del mundo realmente existente? Este tipo de posicionamiento ante la totalidad es lo que se me hace difícil de digerir cuando de pensar en la acción política se trata. Parece que hay que estar contra todo (como se suele decir: contra el sistema), pero este estar contra todo quiere decir generalmente ser incapaz de actuar en lo concreto, de proponer o realizar prácticas alternativas que puedan ser parte del mundo y no sólo del pensamiento.
    La pregunta que me evoca tu texto es clara: ¿cómo liberarse del resentimiento y dejar paso a la preocupación por el mundo y la polis?

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  2. Magnífica entrada Edu. Enhorabuena.

    Por enlazar con el comentario de Borja... ¿no pensáis que el declive del 15M tiene que ver con el nihilismo y el resentimiento que comentáis? En Oviedo la manifestación a la que, en principio, pensaba acudir tenía como lema: “No es la crisis, es el capitalismo. Levántate y lucha” (no así, en asturiano). Todo ello me pareció de pronto como muy viejo, caminos trillados, caducas recetas que ya no me inspiran confianza alguna. Como esto es un pueblo grande no me costo trabajo imaginar el personal, los lemas y las pancartas... No fui a la manifestación.

    Como decía Ortega en relación a la segunda república: “¡No era esto, no era esto!”

    Saludos.

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  3. De acuerdo con lo que apuntáis ambos. Yo también encontré algo de eso que viste tu en Oviedo Óscar en las plazas 15M por aquí: banderas republicanas y lemas demasiado gastados ya. Aunque sí que creo que algo pervive que merece ser salvado.
    En todo esto, en lo político, pero también en el ámbito de la subjetividad, la ética, el psicoanálisis lacaniano propone algo así como una "dialéctica del no todo". Algo así como: es inevitable querer cosas, pero no es una buena idea quererlo todo. Eso, en psicoanálisis es un camino seguro a la neurosis o peor, a la psicosis. El neurótico es el que convierte su vida en una demanda interminable, una demanda insatisfecha porque es siempre una demanda de "todo", y lo que alcanza siempre palidece. El psicótico es el que tacha esa realidad que le asusta y le repugna, pero al tacharla su lugar es ocupado por la fantasía. En ambos casos hay una fijación al Edipo: el sujeto aún piensa que puede ser un no-castrado, que existe ese ámbito de goce total, que puede ser el rey y gozar del incesto (lo imposible).
    Y situándolo en un léxico más amable, Rorty tiene un pensamiento muy claro para la revuelta política; él desea una sociedad en la que haya más huelgas, más lucha por los derechos. Pero esa lucha es muy concreta, no hay aquí una fantasía de totalidad -un fantasma diría Lacan-, se lucha por tener este derecho, y se piensa en la forma de tenerlo. El paradigma para Rorty es el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos; sabían exactamente lo que querían, qué cambios debían operarse en la sociedad. Rorty cree que esta es una lucha de la izquierda, y lo dice sin tapujos. Pero al mismo tiempo critica otra izquierda, la izquierda cultural, la que en Estados Unidos es hija directa de Foucault, una izquierda que, a efectos prácticos sólo sirve para ocupar departamentos de ciencias sociales en las universidades y, a nivel político, frena la lucha por realidades concretas.
    ¿Alguien recuerda cómo empezó el 15M? fueron cuatro gatos que decidieron reivindicar un cambio político muy concreto, cambiar el modo de acceder al poder para hacer la democracia más real, más participativa. Luego ha venido todo lo demás, y mucho me temo que eso sirva de freno; la prueba es que la cadena que más minutos saca en antena este movimiento es Intereconomía: al fín y al cabo, las pancartas de "muerte al capitalismo" le hacen un favor al "discurso intereconómico", un discurso cargado del mismo odio y resentimiento. Al fin y al cabo, son dos colectivos peleando por distintos amos.

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  4. Curiosa propuesta, Edu.

    Creo que cometéis un error al partir del supuesto de que el resentimiento y el odio, a parte de mover al sujeto revolucionario -o revoltoso- en un primer momento, lo guían en todo momento y son protagonistas de su andanza reivindicativa. Eso nos lleva a la conclusión que pronto habéis alcanzado de que ese sujeto, o esa masa, sólo podrá tener -en la mayoría de los casos- un afán destructivo. Pero es que dejáis de lado un tema muy importante: la constatación de que ese sujeto lo es en función de los otros (suena muy de Feuerbach, pero es así).

    El sujeto que se piensa revolucionario, lo es siempre en menos o mayor medida; pero ese nuevo personaje que quiere pelear al encontrarse desprotegido, por resentimiento, en ese sentido feuerbachiano, aún no es un sujeto -político, o lo que sea-. Y esto es porque hasta ese momento ha permanecido en un segundo plano, dejando hacer por él, delegando. Y ahora, ese protoindividuo, que podríamos llamar, al salir de su casa, de su guarida frente a los otros, se reconoce como individuo al encontrar convergencias y divergencias con los otros individuos a los que se acerca. Es discutible, pero creo que es ese un momento de madurez en el que comienza a combinar ese resentimiento destructivo que le ha echo cambiar de actitud, con una nueva manera de relacionarse con los demás, constructiva. Es el encuentro, moviéndonos ahora hasta Erich Fromm, con la "libertad para".

    Creo que es muy significativo que os hayáis referido al 15-M; también me sirve para mi argumento. El 15-M, tal como surgió, no tenía ninguna capacidad de triunfar, al menos en sí mismo. Es un movimiento horizontal, en el que las personas se relacionan directamente entre ellas para tratar sobre política. Pero, sin embargo, piden un cambio a una cosa de una naturaleza totalmente ajena. Se declaran apartidistas (apolíticos decían muchos idotas -idiotés-, hasta el punto de que un tío me afirmó que no era un sujeto político) pero piden un cambio en la ley electoral... Bueno, no creo que sea necesario explicar las contradicciones, casi sinsentidos, del 15-M; pero es evidente que ha sido eso lo que ha llevado a su decadencia (o transformación). Ahora bien, ha sido el medio para que gente totalmente aislada en lo político y convencida de su libertad (libertad de) haya encontrado a otros en su situación y comenzado a descubrir la "libertad para". Y esa ha sido la función del 15-M. Lo que ha motivado esta nueva manera de relacionarse es que haya surgido la marea verde, el movimiento "yo no pago", la plataformas contra los desahucios... que son destructivos en el sentido de que son contrarias al orden establecido, ¡toma, claro!, es imposible escribir un "sí" sobre un "no". Pero es que son destructivas pero sí tienen un proyecto, y el proyecto es construir según activamente, y no volver a dejar hacer a otros.

    Esto último parece contradecirme, pero en realidad es lo que se desprende de mi postura. Lo reivindicativo tiene un carácter destructivo, pero construye al tiempo un espacio de encuentro.

    Un saludo.

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  5. Creo más bien que la rebelión es algo que subyace sobre todo sistema. Algo así como la entropía. Cualquier poder se mantiene de manera muy debil entre aquellos sobre los que ejerce dominio. Si triunfa, es porque juega con la baza del miedo. La rebelión es la incapacidad del poder de ejercer el miedo sobre aquellos que sojuzga, cuando la instituciones se vacían de contenido porque ya no ejercen esa simbólica fuerza sobre las personas cuyos destinos dirigen.

    Y no solo se vacía, sino que además se encuentra algo, aunque sea tan solo ilusión, que pueda llenar ese vacío. No todo en la rebeldía es frustación y tiene un sentido negativo. Al igual que no toda ilusión, aunque promueva revoluciones, ha de ser algo más que simple utopía o buena fe.

    Hablando del 15-M, que fue un invento de los medios de comunicación, todo empezó con el planteamiento performativo de Democracia Real Ya, que intentaba sacar a la luz un introvertido y callado pensamiento de muchos españoles en torno a unas dimensiones políticas y de un sector de la economía. Por eso subió como la espuma y se dirigió por algunos tan bien, y de manera tan temblorosa y austadiza por otros pocos.

    ¿Es rebeldía, por otro lado, exigir aquello que te han dicho que te corresponde por derecho y de manera inalienable? No sé si es ira contra el padre revelarse contra él si no te da la paga del fin de semana cuando anteriormente te ha dicho que si sacas buenas notas te dará un dinero. Lo cierto es que lo normal es no hacer nada por miedo a perder lo poco que se tiene.

    Y a veces, pocas veces, igual que mueren dioses, mueren regímenes, porque se desinflan, porque da más miedo seguir en la situación actual que cambiar a lo que sea.

    Un saludito, que ya he escrito demasiado

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  6. Un placer encontrarte por aquí de nuevo, señor Perucha. Respecto de lo que dices no te quito mucha razón. Cuando he usado el léxico del psicoanálisis para describir el sujeto de la revolución, por supuesto que no he tratado de decir que cualquier revuelta y reivindicación procede de un "nihilismo destructivo", como lo llama Borja; pero sí que es verdad que el psicoanálisis es muy potente para describir una actitud política nada deseable. Se trata de pensar que se puede estar en una actitud de iluminación respecto a lo político, lo otro, la estructura política es "lo que no soy yo", y por tanto hay que derribarlo y crear una estructura política en la que mi "yo" pueda habitar. Ese es el discurso del "ya hemos despertado", "ya sabemos que estamos oprimidos y sabemos quiénes son los opresores. Como bien dices el sujeto sólo es sujeto en tanto que es reconocido por el otro; pues bien, ese otro que nos reconoce como sujetos políticos es el estado, y cuando no nos reconoce, cuando se presenta como el "padre" que nos niega el goce, una actitud muy edípica es desear matarlo, pues imaginamos que si nos deshacemos de aquello que se opone a nuestra liberación, entonces seremos verdaderamente libres. Lo que niego es, precisamente esto: no existe ese sujeto total de goce, no existe el sujeto "liberado", el sujeto está siempre "sujetado".
    Ahora bien, eso no quita para que la revuelta sea una actitud deseable, pero no ya como un panfleto contra el todo. Yo quiero una izquierda de demandas concretas, no de sueños imposibles. La izquierda de los sueños imposibles, demagógica y voraz, no hace sino impedir y anular la demanda concreta.
    Te pongo un ejemplo concreto: se extiende rápidamente un pensamiento (no hay más que ver las redes sociales): "la culpa de todo esto la tienen los políticos y los banqueros, ellos son los que nos han llevado a esta situación, ellos se han enriquecido a nuestra costa y siguen más empeñados en cuidar de sus privilegios que en cuidar del ciudadano. Por tanto hay que acabar con los políticos y los banqueros". Bien, pues imaginemos que lo hacemos. Mañana metemos a todos los banqueros en la cárcel, por ladrones, y a los políticos los mandamos a casa o los metemos también en la cárcel. ¿Y pasado mañana qué hacemos? sin el sistema financiero rápidamente el dinero desaparece de la calle y sin eso, en horas, desaparecen los productos de las tiendas; así que, "hombres libres" empezaremos a morir de hambre libremente.
    Ese tipo de discurso no sirve para nada.
    ¿y qué es lo que sirve? bueno, ya he dicho cuál es el ejemplo que pone Rorty: el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, primera y única vez que una revuelta política (después de la guerra de independencia) ha tenido un efecto real en ese país. Compáralo con el "Mayo francés", ¿para qué sirvió? ¿qué cambió? respuesta: nada. Es más, volviendo el psicoanálisis, resulta llamativo que los que se manifestaban en las calles el el 68 y reivindicaban el derecho a soñar con lo imposible, terminaron todos forrados en la bolsa. Quien plantea la política en términos de amos y esclavos generalmente ocurre que cuando deja de verse del lado de los esclavos, le gusta verse del lado de los amos; luego no es un proceso de "libeación", es un proceso de cambiar unos amos por otros.
    Me gustaría una izquierda que no se enrede en la lucha de clases, que no lleve banderas nacionalistas, que no desee acabar con los banqueros y los políticos, que no encuentre en cualquier injusticia la excusa para ordenar un cambio de todo. Prefiero una izquierda que se proponga de forma muy concreta mejorar la vida de la gente: mejorar realmente la vida de la gente. Como dice Rorty, imaginar la forma real y efectiva de impedir que los ricos desvalijen a los pobres.

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  7. Muy buena entrada Edu, das en el núcleo,el punto clave de toda política que es el del reconocimiento, que al fin y al cabo es una estrategia evolutiva que se basa en el altruismo recíproco.Cuando se dice que en la época contemporánea se pasa del estatus al contractus, no se quiere decir más que existe un reconocimiento más amplio del status con un garante, el nuevo estado moderno, que surgió por otras causas y motivos menos nobles, pero que vio en la ciudadanía una base amplia y ambigua de legitimación.
    Las rebeliones son una constante en la Historia,a veces un mero estallido de cólera deseperada,a veces resentimiento de amante despechado, o de minusvaloración de la expectativas.No creo que todas las rebeliones se expliquen por el Nombre del Padre, la fantasía liberadora que nos permita gozar de la madre para nososotros.Hay otras decepciones en la construcción del sujeto y otras alegrías.Ha habido rebeliones nada utópicas y muy razonables que han sido aplastadas igual.Los programas son hijos de su tiempo( Rousseau creía que la voluntad general y la soberanía popular eran memeces para un estado grande).Geoges Rudé estudió la relación entre la rebelión y la multitud, ese componente irracional que rompe las inhibiciones, que excita a la amsa cual plaga de langosta, como si exudaran testosterona y feromonas y surgiera de ellos esa otra cara del amor que es la pulsión de muerte.La cuestión de una rebelión no es lo razonable que sea, si tiene programa viable o no , lo relevante es cúanta fuerza tiene el poder para aplastarla.Y el reconocimiento es la demanda que se anhela en una rebelión, aunque sea como castigo, como amante desdedeñado o niño macarra.Los anticapitalistas que se creen sus propuestas en serio son unos enfermos, pero abren las vías para que el sistema encuentre la forma para cuterizar sus heridas, para poner en práctica su aparato inmunólogico`Por eso los que protestan son necesarios, aunque sean memeces, la fiebre es síntoma de infección.
    Y cualquier reivindicación puede resultar utópica a quien no quiere darla( hasta los burgueses más humanitarios creían imposible subir los sueldos de sus obreros y reducir la jornada laboral.Ese milagro de la productividad lo logró la tecnica,no la voluntad política.quien nos dice que la socialización de la riqueza no será posible con internet y la nanotecnología?

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