Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

domingo, 30 de septiembre de 2012

Mozart: música y disonancia.
Borja Lucena Góngora

Una de mis preferidas obras de Mozart es el cuarteto Kv. 465, llamado también "de las disonancias". Los primeros compases del movimiento inicial se encargan de recordarnos cómo la música borra las palabras del mundo. Seguramente no pueda hallarse fragmento musical más enigmático que ese primer adagio que se levanta como una interrogación temblorosa, pero se mantiene sobre la nada con precisa contundencia. Las notas se arrastran como si nacieran de un caos, sin encontrar el camino a estabilidad alguna; la tonalidad no se define, es postergada entre tensiones que se extienden sin resolución, y las líneas de los violines se cruzan con los graves provocando la intuición de la mayor de las incertidumbres. Es así como debió alumbrarse el primer resquicio del que escapó la luz. Después, tras atreverse a permanecer en la lúgubre espera, Mozart vuelve, otra vez, a iluminar la más admirable ironía que probablemente pueda un mortal imaginar, y hace irrumpir, en el allegro, una melodía transparente, lúcida, redonda, como un feliz parto del que podemos agradecer la más alegre de las criaturas: un niño sano e inquieto que canta.




sábado, 22 de septiembre de 2012

Vida y destino: economía y guerra.
Borja Lucena Góngora


    (...) Todavía más lejos se perfilaba el amplio encaje de las ruinas muertas de la ciudad, y el cielo otoñal se filtraba por las brechas de las ventanas como miles de manchas azules.
    Entre los talleres de las fábricas se alzaba el humo, las llamas fulguraban y el aire puro era atravesado ora por un monótono susurro, ora por un traqueteo intermitente y seco. Casi parecía que las fábricas estuvieran en plena actividad.
    Vasili Grossman, Vida y destino
    El gobierno "es consciente de que está pidiendo sacrificios" a los españoles, pero "estos sacrificios son ineludibles para corregir un entorno difícil" (Luis de Guindos)

1- El fenómeno más visible de la desaparición de la política como tal es el hecho de que todo se dice gobernado por la necesidad, pues, si hay necesidad, ¿para qué la política?, es decir, ¿para qué las acciones, las decisiones, las palabras? Cuando un supuesto "político" apela a la necesidad está precisamente señalando la ruina de su condición supuesta; está, digamos, desenmascarando su propia e íntima farsa. Política - acción humana indeterminada o manchada de incertidumbre- y necesidad no son composibles.

2- Un aspecto crucial de la desaparición de la política es la toma de los asuntos humanos por las urgencias económicas ineludibles. La tragedia aquí está bien delineada, dado que frente a la Economía Política capitalista el gran adversario históricamente relevante no presenta otra cosa que el desarrollo consecuente de los mismos principios. El economista, en su forma capitalista o socialista, desplaza al político y encumbra a la necesidad como rectora de los asuntos humanos.

3- La economía planetaria contemporánea toma la forma de la guerra. La guerra se convierte en un asunto económico; la economía en un fenómeno bélico. Es patente el desplazamiento de la política por la economía en tanto la guerra deja de ser un fenómeno político y se convierte en el normal comportamiento de toda la estructura económica: un aparato gigantesco que descansa sobre la expansión incesante de la producción  y requiere a su vez de la incesante consunción de lo producido. La guerra, como estado de emergencia, fue tradicionalmente lo que dejaba en suspenso las actividades y asuntos cotidianos, esto es, lo único por lo cual las instituciones políticas exigían sacrificio; la economía moderna, como aquélla, es movilización de todos los recursos -contando indistintamente entre estos tanto a cosas como a hombres-, es sacrificio e industria. En la forma del proceso industrial, la economía se disuelve en la guerra, la guerra desaparece en la producción-destrucción económica. La eliminación de la política, una vez más, se muestra precisamente en la existencia de una guerra para la que ya no es necesaria declaración, es decir, decisión en última instancia contingente. La guerra es ahora automática, se ha fundido con el proceso mismo de las sociedades de seres laborantes, con la vida cotidiana de los "hombres socializados". Si la problemática tesis de Carl Schmitt nos advertía de que es en la declaración del estado de guerra donde se hace patente la efectividad de un poder político, la existencia del estado de guerra no declarado, de una economía de guerra que obedece sólo a su mudo desenvolvimiento, habla con precisión del efectivo final de todo poder político. 

A propósito de la fascinante compenetración de la economía industrial y la guerra,

(...) puede ser conveniente reflexionar sobre el llamado "milagro económico" de la Alemania de posguerra (...). EL ejemplo alemán muestra claramente que bajo condiciones modernas la expropiación del pueblo, la destrucción de objetos y la devastación de ciudades pasan a ser un radical estimulante para un proceso no de simple recuperación, sino de más rápida y eficaz acumulación de riqueza, siempre que el país sea lo bastante moderno para responder en términos del proceso de producción. En Alemania, la destrucción completa ocupó el lugar del implacable proceso de depreciación de todas las cosas mundanas, que es la marca de contraste de la economía de derroche en la que vivimos. El resultado es casi el mismo: un alza de la prosperidad que, como ilustra la Alemania de posguerra, no se alimenta de la abundancia de bienes materiales o de algo estable o dado, sino del propio proceso de producción y consumo. Bajo las condiciones modernas, la conservación, no la destrucción, significa ruina debido a que la misma duración de los objetos conservados es el mayor impedimento para el proceso de renovación, cuyo constante aumento de velocidad es la única constancia que deja (...)


Hannah Arendt, La condición humana; págs. 280-281

viernes, 14 de septiembre de 2012

Martha Nussbaum.
Óscar Sánchez Vega

El próximo mes de octubre la filósofa estadounidense Martha Nussbaum será galardonada con el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Aprovecho la ocasión para escribir estas líneas.

Lo más peculiar de Nussbaum, desde mi punto de vista, es que su obra parte de dos tradiciones que no suelen transitar juntas, sino que, por el contrario, tienden a ignorarse mutuamente: la tradición de la filosofía clásica y el liberalismo político. Los historiadores de la filosofía que se manejan con destreza en el ámbito de la filosofía griega tienden a vivir al margen de las polémicas que suscita la filosofía política contemporánea y, por su parte, no pocos liberales piensan, actúan y escriben como si no hubiera filosofía ni pensamiento digno de mención antes de John Locke.

Otro aspecto que llama poderosamente mi atención es que la autora hace todo lo posible, al menos en los textos que han pasado por mis manos, para que esta peculiar síntesis no se note. Me explico: las referencias al liberalismo político, especialmente a las obras de Rawls y de Sen son abundantes en la mayor parte de su obra reciente (de 1999 hasta hoy); sin embargo la conexión de estas últimas reflexiones con sus primeras obras de corte más académico, especialmente La fragilidad del bien (1995), no aparece explícitamente señalada. Esto puede deberse, pienso, a un rechazo consciente, por parte de Nussbaum, de la pedantería y fatua erudición que tan habitual es en algunos de los “intelectuales” de más renombre, con lo cual, si esto es así, tiene ganada mi simpatía de antemano.

El objeto de esta entrada es modesto, se circunscribe a comentar brevemente el primer capítulo – En defensa de los valores universales- de la obra de Nussbaum Las Mujeres y el desarrollo humano, Herder, 2002.

Si no lo he entendido del todo mal lo que viene a plantear la autora en este texto es una lectura aristotélica del liberalismo político, pero tal conexión no es evidente puesto que apenas se cita en el texto a Aristóteles o algún otro filósofo clásico y tampoco se utilizan las categorías propias del aristotelismo. Esto es lo que más me ha interesado del texto: que bajo la apariencia de una prosa sencilla y accesible a todo el mundo existen complejas conexiones filosóficas que no precisan hacerse explícitas para la comprender el núcleo del mensaje; sin embargo un lector con ciertos conocimientos filosóficos -no demasiados- puede ir más allá de lo dicho en el texto estableciendo las conexiones que la autora hábilmente sugiere.             (Buena parte de los textos filosóficos parecen tener el inconfesable objetivo de hacer que el lector se sienta estúpido, al comparar sus modestas “entendederas” con la formidable erudición del autor; otros, como el que nos interesa, estimulan la inteligencia y creatividad del lector, aunque, en realidad, es todo una ilusión, un brillante truco de magia: lo que aporta de más el lector, es justo lo que la autora había previsto de antemano, añadimos al texto justo lo que Nussbaum nos está sugiriendo.)

Lo que plantea el texto básicamente es la exigencia de normas y categorías transculturales que permitan establecer comparaciones entre las naciones, especialmente en lo relativo a la situación de la mujer. No le interesa a Nussbaum tanto la justificación de los valores que fundamentan las normas - que son los que se asientan en la tradición ilustrada: libertad, igualdad, justicia, autodeterminación etc- , cuanto la aplicación de los mismos con vistas a una efectiva comparación entre las naciones a fin de establecer, por ejemplo, en qué país es mejor o peor la situación de las mujeres.

La propuesta de la autora parte del enfoque de Rawls, quien establece, en Teoría de la Justicia una lista de “bienes primarios” que todos los individuos racionales aspiran a poseer como requisito previo para llevar adelante su propio proyecto de vida. Tales bienes serían, por ejemplo, libertades políticas, oportunidades profesionales, derecho a la salud, vivienda digna, ingresos suficientes etc. La idea básica de Rawls es que sea cual fuese el objetivo que persiguen los ciudadanos, deben ser capaces de llegar a un consenso político mínimo acerca de la importancia de los bienes primarios y su distribución. El problema este modelo es que se centra en los recursos de los que disponen los ciudadanos, sin tomar en cuenta que estos varían mucho en cuanto necesidades y capacidades (no es lo mismo un mujer embarazada que un niño o un adulto con todas sus capacidades operativas que un minusválido etc).

Nussbaum persigue “un enfoque que sea respetuoso por la lucha de cada persona por su florecimiento, que trate a cada persona como un fin” y, en ese sentido entiende que la propuesta de Rawls, excesivamente centrada en el ingreso y los recursos, es demasiado rígida. La propuesta de Nussbaum es muy cercana al enfoque de las capacidades formulado inicialmente por Amartya Sen y se caracteriza por examinar la vida real de las personas tal y como se desarrolla en su marco social y material. La pregunta central que plantea el enfoque de las capacidades en relación a la vida de una persona no es lo satisfecha o insatisfecha que está con su vida (enfoque utilitarista), tampoco la cantidad de ingresos que recibe o los recursos que consume (enfoque de Rawls), sino qué es lo que es realmente capaz de ser y hacer. Si, como es el caso, nos centramos en la situación de mujer en el mundo y queremos comparar y valorar como viven en uno u otro país esta es la pregunta clave: ¿qué pueden realmente ser y hacer las mujeres aquí o allá?

En relación con el problema de la justicia Nussbaum defiende que un ordenamiento político justo es aquel que brinda a los ciudadanos un cierto nivel básico de capacidad, es decir, aquel que genera ciudadanos capacitados para ejercer un amplio abanico de tareas. Nussbaum entiende que el enfoque de las capacidades no es solamente una herramienta política sino que también puede utilizarse con provecho en el campo de la ética. Por ejemplo, la pregunta ética en torno a la dignidad humana puede traducirse en el lenguaje del enfoque de las capacidades en ¿qué tipo de capacidades básicas han de poder desarrollar los seres humanos para ser considerados como tales? Por ejemplo: ¿qué quiere decir que en tal país la situación del los presos es “indigna”? Pues, según Nussbaum, lo que queremos manifestar con ello es que hay ciertas capacidades básicas que los presos no pueden ejercitar; hay un nivel en la capacidad de las personas a partir del cual empieza propiamente una vida humana digna y por debajo del cual no hay dignidad.

Ahora bien ¿cuáles son esas capacidades que todas las personas deberían adquirir y que son básicas para el funcionamiento humano? Pues bien las capacidades básicas son doce (no once, ni trece), entre ellas: ser capaz de vivir, de tener buena salud, de moverse libremente, de sentir, imaginar, amar, pensar, convivir, jugar, participar en la vida política, tener propiedades etc. No son estos componentes separados, sino que todas las capacidades tienen igual importancia deberían desarrollarse por igual de manera combinada.            (La analogía con Kant es evidente y del mismo modo que la deducción trascendental de las categorías es la parte menos potente, más cuestionable, de la Crítica de la Razón Pura, también es este, a mi modo de ver, el momento especulativo menos riguroso e interesante de la reflexión de Nussbaum)

Especialmente atinada es la distinción que Nussbaum establece entre funcionamiento y capacidad. El funcionamiento es la puesta en práctica de una capacidad. Nussbaum insiste en que el objetivo político apropiado es siempre la capacidad no el funcionamiento, este último depende de la voluntad libre de los ciudadanos y no debe ser sometido a control político. El estado ha de garantizar las capacidades básicas, no el funcionamiento. Por ejemplo, las personas deberían tener siempre comida en abundancia , pero aún así pueden optar por ayunar; deberían tener libertad sexual, pero pueden optar por una vida célibe etc. (Lo que no puede ocurrir es, por ejemplo, que se permita la mutilación genital femenina que priva a las niñas no solamente del “funcionamiento” sino también de la “capacidad” para un vida sexual plena y satisfactoria). La autora trata una interesante relación de problemas prácticos vinculados a esta distinción que aparecen bajo una nueva luz desde el nuevo prisma. Por ejemplo: el respeto a la libertad individual no debe llevar al estado a no interferir en el funcionamiento en la infancia (al contrario de lo que ocurre con los adultos) porque si no se ejercitan algunas funciones en la infancia no se producirá la capacidad correspondiente en la etapa adulta. Obligación del estado es hacer que todos los ciudadanos alcancen las capacidades básicas en la edad adulta y para ello es natural que prescriba ciertos funcionamientos en la infancia. Aun en la edad adulta el estado prescribe ciertos funcionamientos a los ciudadanos en cuestiones que atañen a la salud y la seguridad, lo que es motivo para un debate que puede ganar claridad y precisión con el uso de los conceptos propuestos por Nussbaum.

El enfoque de las capacidades, por otro lado, pretende servir de fundamento filosófico para los derechos humanos, pues, como sabemos, la noción de “derecho humano” dista de ser clara e inteligible. Nussbaum propone entender los derechos humanos como capacidades combinadas. Por ejemplo el derecho a la participación política existe si se desarrollan políticas efectivas para hacer que la gente sea capaz de desarrollar el ejercicio político. No basta que con que exista un derecho nominal, sobre la participación política de las mujeres, por ejemplo, si no se genera realmente la consiguiente capacidad. Un análisis semejante puede hacerse sobre el derecho a la libertad de expresión, la libertad religiosa, los derechos sociales etc; tales derechos son capacidades, alentadas por el estado, con vistas a un efectivo funcionamiento. Por otra parte, el lenguaje de las capacidades tiene también otra ventaja sobre el lenguaje de los derechos: evita el penoso debate sobre la occidentalización y el particularismo de los derechos humanos, en todas las culturas se entiende y se persigue que la gente debe adquirir ciertas capacidades para llevar adelante una vida digna y satisfactoria.

Retomo finalmente el planteamiento inicial. ¿Qué es lo que el lector aporta de más en este texto? Todo aquel que este mínimamente familiarizado con el vocabulario aristotélico “descubre” que lo que Naussbaum llama “capacidad” es algo muy semejante a lo que Aristóteles denominaba “potencia” y otro tanto ocurre con el “funcionamiento” y el “acto”. La distinción de Nussbaum es evidentemente deudora de las célebres categorías aristotélicas. Lo que no nos podíamos imaginar, lo que al menos este lector no podía imaginar, es que tal distinción fuera tan fecunda y pertinente para analizar problemas característicos de la filosofía política contemporánea. Pero Nussbaum va más allá, no se limita a ejercer esta o aquella categoría aristotélica sino que defiende toda una concepción de la vida humana afín al aristotelismo. El ser humano, para ambos, es concebido como un ente dinámico cuyo movimiento está orientado a la realización de un telos. No somos humanos en sentido estricto, sino que más bien nos hacemos humanos en la medida en que cumplimos con nuestra finalidad (telos) que consiste en la progresiva actualización de ciertas potencialidades (“capacidades”) que son aquellas que hacen posible una vida humana. Este proceso sólo es posible en la polis y no en cualquier polis sino en una polis justa, esto es en un estado donde la política este al servicio de la ética, pues el fin de la polis es crear auténticos ciudadanos que “funcionen” como tales. Todo ello está y no está en el texto. Es constantemente evocado, pero no apuntado de manera explícita. Con ello la autora gana en sencillez y claridad pero deja indicios, señales para quien este interesado en una fundamentación más rigurosa del enfoque de las capacidades.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Europa: un ideal
Borja Lucena Góngora

Ahora que septiembre hace volver las viejas ocupaciones, todo parece haber cambiado; ahora  se renuevan  las preocupaciones y salta en pedazos la confianza bobalicona en aquello que parecía ampararnos y ofrecernos morada. El futuro se desnuda como una muchacha no deseada por nadie, pero inevitable. No obstante, lo valioso de los tiempos oscuros es que muchas cosas son desenmascaradas ante la incapacidad de los más fervientes creyentes para seguir creyendo. Se rasgan espesas fes apacibles y la realidad cobra un brillo inesperado. Por ejemplo, cada vez es más frágil la antaño ilimitada promesa de Europa, más inconstante, aunque los medios de propaganda y la rutina procuren sostenerla contra toda evidencia o sentido común; nos hemos estrellado contra la realidad efectiva de lo que contiene esa marca: hemos transitado en muy poco tiempo del Europa como salvación a la  asfixia por el peso opresor de una monstruosa corporación burocrática, de una oficina administrativa que todo lo ocupa, de una opulenta empresa que todo lo proyecta, lo planifica, lo explota y coloniza. Hemos al fin descubierto que el ideal de Europa no es otro que la administración, la gestión exhaustiva de la realidad, y eso exige el derribo de toda barrera que obstaculice un aplanamiento que permite que todo esté disponible para ser utilizado: las instituciones hasta ahora existentes, los peculiares modos de vida, las condiciones del trabajo, los hábitos improductivos, las costumbres, las cosas indóciles o antojadizas, las vidas mismas de los hombres y las mujeres son sólo obstáculos que se cruzan en el cumplimiento del ideal de plena y eficiente productividad. 

La promesa de salvación de Europa ha adquirido más bien el aspecto de un viejo mensaje que sobre una puerta recibía a los condenados, una exhortación que, de hecho, significó la muerte definitiva de Europa: Arbeit macht frei. Hemos descubierto que Europa ha muerto. La muerte de Europa fue más verdadera, más salvaje e irreversible que la muerte de Dios. La Europa que hoy vive no es aquella vieja Europa, que ya murió,sino más bien su espectro nacido de los campos de exterminio humeantes. Europa dejó de existir hace mucho tiempo, y hoy  nos aplasta el peso inclemente y deformado de su sombra, una sombra fijada en su solo epitafio: el trabajo os hace libres

Patócka habla de esta manera cuando afirma que Europa murió bajo la furia de su propio poder económico-tecnológico:
Europe truly was the master of the world. It was the master of the world economically: she after all was the one who developed capitalism, the network of world economy and markets into which was pulled the entire planet. She controlled the world politically, on the basis of the monopoly of her power, and that power was of scientific-technological origin. All this was Europe. (...) And this reality, this enormous power, definitely wrecked itsel in the sapn of thirty years, in two wars, after which nothing remained, nothing of her power that had ruled the world. She destroyed herself through her own powers.
lo que, más o menos, viene a decir:
Europa era verdaderamente señora del mundo. Era señora del mundo en el aspecto económico: ella, después de todo, fue quien desarrolló el capitalismo, la red mundial de economía y los mercados a los que fue empujado el planeta entero. Ella controlaba el mundo en lo político, sobre la base del monopolio del poder, un poder de origen científico-tecnológico. Todo esto era Europa.  (...) Y esta realidad, este poder enorme, naufragó definitivamente en un lapso de treinta años, en dos guerras, después de las cuales nada permaneció, nada del poder que había regido el mundo. (Europa) se destruyó a sí misma por obra de sus propio poderes.