Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

martes, 27 de noviembre de 2012

Aleksander Wat, el comunismo y una tipología (alarmante) de los españoles.
Borja Lucena Góngora

En sus prodigiosas memorias tituladas "Mi siglo", el exiliado polaco Aleksander Wat recorre, sobre palabras redondas y bellísimas, la centuria más siniestra y hostil para los hombres, es decir, el siglo XX (dejando aparte, por ahora, el actual). En sus páginas desordenadas, como desordenada es la memoria del que cuenta toda una vida que ya se escapa, relata su temprana adhesión al comunismo y su también temprana certidumbre de que esa secular religión política constituyó la más aguda enfermedad del siglo, una enfermedad que, por cierto, fue seguramente más virulenta entre los intelectuales que entre el resto de los hombres, ya que somos nosotros, los así llamados "intelectuales", los que sentimos en el subconsciente la necesidad de recurrir al monoteísmo (...) experimentamos la necesidad apremiante e irresistible de procurar que nuestras opiniones políticas, nuestras opiniones sobre la vida e incluso nuestra práctica sean acordes, que se apliquen y pertenezcan a un solo mundo. Y el nacionalsocialismo. En algún pasaje se refiere al comunismo como a un demonio que se ha hecho presente en el tiempo humano, oscureciéndolo con las pinturas más sombrías. El demonio de la Historia.
(...) comunismo es un problema de exteriorización. El comunismo es enemigo de la interiorización, del hombre con vida interior (...) para insertar en el alma el decálogo comunista hay que matar previamente la vida interior del hombre.

El comunismo (...) significa la socialización a través de la desocialización. Responde a la idea de terciar, es decir, donde sois dos, yo me meteré entre vosotros. (...) es espacio, espacialización (...) de ahí que el número y las matemáticas sean tan importantes.
Sobre Stalin tiene observaciones que se elevan con la gracia de aforismos de una psicología precisa y sorprendente: Un hombre que inculca una manía gigantesca a todo un imperio no puede ser un maníaco

Wat relata muchas cosas, y cita muchos nombres ahora imposibles de recordar. Habla de su huida de Polonia ante la ocupación nazi, y de su consecuente bienvenida a las cárceles infinitas de Stalin; de su larga estancia en la temible prisión de la  calle Lubianka en el Moscú amenazado por la cercanía de los alemanes; de su destierro al sinfín interior de Asia, de su deambular por Alma-ata, Sarátov, Ili. Tiene tan poco tiempo por delante -y de hecho morirá pocos años después- que se para con delectación a describir la dura y dulce consistencia de los terrones de azúcar que un compasivo médico soviético le dio secretamente, o a iniciar Un amplio tratado sobre la psicología de las chinches. Habla mucho de los hombres que se encuentra, de los prisioneros con los que comparte celda, de los inspectores de NKVD -la temible policía política heredera de la Cheká leninista-, de los carceleros, de los médicos, de las familias que buscan a los desaparecidos sin llegar nunca a enterarse de nada; atraviesa las numerosas mezquindades de los polacos perdidos en el inabarcable imperio ruso, sin ahorrarse las suyas propias, y también la ocasional y repetida  grandeza de tantos que no dejaron morir la llama del "hombre interior". Esa grandeza nos es mostrada por Wat, de forma sorprendente para los maniqueísmos habituales, tanto entre las víctimas como entre los carceleros, y se da el caso de que, según su parecer, una de las mejores personas con las que se encontró fue el interrogador y encargado de su proceso en la cárcel de Lubianka. Sobre todo, enaltece a los médicos soviéticos, que, viviendo en el sistema más feroz, lo trataron casi siempre con desesperada dulzura. El paisaje que detalla está lleno de contrastes, de bruscas discontinuidades, de complejidad y de amor. Entre todo ese abigarrado cuadro, Watt cita de pasada algún nombre español, creo que exactamente dos; con ello nos ofrece, quizás inadvertidamente, una curiosa tipología implícita, y quizás alarmante, de los españoles:

Es inescrutable el alma de esas mujeres fanáticas, de las santas Teresas del comunismo, especialmente la de la Pasionaria.
¿Conoces aquella anécdota sobre Unamuno según la cual éste pasa junto al Ateneo en compañía de -si mal no recuerdo- Borojo (sic.)? Dentro hay una reunión, la puerta está abierta de par en par, los oradores discursean apasionadamente y el público también está que arde. Y dice Unamuno: "Me apetece tomar parte en el debate". "¿Sabes de qué va la cosa?". "Me da igual, voy a estar en contra".

miércoles, 14 de noviembre de 2012

García Calvo y los Sindicatos.
Borja Lucena Góngora

Prometían para hoy un día soleado, como los días invernales y heladores en los que, como compensación, el sol rige todos los resquicios de la vieja Soria. Pero ya sabemos que, como dicen por aquí los viejos, hoy pocas promesas se cumplen. Este día de huelga general ha amanecido borroso por la llovizna, oscuro, sombrío. Diríase casi triste.

Como la prisa por llegar al trabajo estaba desaparecida, con el café me he encendido un cigarrillo y he esperado pacientemente a que terminara de amanecer, sin demasiado éxito. He cogido un viejo libro de García Calvo que leí hace muchos años. Recuerdo que se trataba de una serie de artículos publicados en el periódico que compraba mi madre, el desaparecido Diario 16, y que yo le quitaba literalmente de las manos para leer sin demora. Yo era muy joven y, como es natural, gustaba de lo excesivo. Y una de las virtudes de García Calvo fue, sin duda, no haber nunca renunciado a lo excesivo, haber mantenido esa fidelidad extraordinaria hacia lo que escapa a la comprensión y la lógica oficiales. Un ejemplo de ello son sus traducciones del griego, a veces casi delirantes desde el punto de vista de La Academia, pero por ello tan evocadoras de sentidos y voces ineludibles. Como también tenía que ser, cuando, años más tarde, compré aquellos artículos, que habían sido recogidos en un libro pequeño y azul con el mismo título que la serie periodística, "Análisis de la Sociedad del Bienestar", su relectura no me entusiasmó de igual manera. Ya no era tan joven, y es difícil mantener esa misma fidelidad que García Calvo supo guardar hasta su fin. La cuestión hoy es que, en su "Análisis de la Sociedad del Bienestar", García Calvo no pudo dejar de lado el examen de los Sindicatos, cuya mayúscula utiliza como modo de señalar la coincidencia esencial con las demás realidades mayúsculas que integran el paisaje del Bienestar: Poder, Capital, Estado, Fe, Crédito, Dinero... No está de más hoy, día de huelga -bueno, más bien de huelguita- arremeter también contra los Sindicatos integrados en el Bienestar, partícipes de la podredumbre ambiente. No olvidar que una huelga que se quiera apartar de la pantomima de las pancartas y las proclamas tiene que ser, so pena de plenamente absorbida por la parafernalia en marcha, una huelga también contra los Sindicatos.
No, no hay compatibilidad ninguna entre la aspiración a librarse del Poder (del Dinero) y el respeto y la fe de la Persona, puesto que la Persona ha venido a ser dinero ella misma.
Si quisiéramos una muestra fulgurante bastaría con mirar a los Sindicatos: la necesidad de ganarse contingentes de Trabajadores (obediencia a la ley democrática de las Mayorías) obliga a los líderes a respetar, lo primero, los derechos de la Persona Trabajadora (y a no asustarla como tal Persona), lo cual, a su vez, viene a dar en respetar la noción misma de "trabajo" (y hasta honrarla, cantando el himno del Trabajo en unísono con los Patrones), y tras el Trabajo, el dinero mismo; de modo que, con el Desarrollo, el Sindicato queda reducido a oficina colaboradora con la Banca y el estado en el sustento del Capital; sustento que en la Sociedad del Bienestar (donde el Trabajo es ya descaradamente producción de inutilidades y creación de necesidades) consiste en su movimiento, esto es, en la regulación de la carrera de precios y salarios, en el mantenimiento y regateo de la tasa de Paro, en las cuentas de la creación de puestos de Trabajo; en fin, un juego necesario para el Dinero, para el Estado y para el estatuto Personal del Trabajador, pero para nadie más.


Agustín García Calvo, Análisis de la Sociedad del Bienestar;  De los Sindicatos y el Psicoanálisis