Existe
un amplio consenso acerca de cuáles son los dos filósofos españoles más
importantes de la primera mitad del siglo XX: Ortega y Unamuno. La relación
entre ambos, como es sobradamente conocido, no fue buena; aunque, según Ortega,
finalmente se reconciliaron. No hay un acuerdo tan amplio acerca de cuáles son
los filósofos españoles más destacados de la segunda mitad del siglo; aunque
por mi parte no hay duda: Eugenio Trías y Gustavo Bueno. Poco sabemos (o poco
sé) acerca de su relación personal y académica. Sin embargo sí tenemos
constancia que tras la publicación en 1977 de Meditaciones
sobre el poder por Trías,
Bueno le hace una crítica en la revista El
Basilisco, que es contestada, poco después, por Trías en la misma revista.
Después el silencio. No he encontrado más referencias mutuas, ni en un sentido
ni en otro. (Pero la relación personal supongo que sería
cordial, pues en 1989, siendo yo estudiante, Gustavo Bueno invita a
Eugenio Trías a la
Universidad de Oviedo donde imparte una conferencia.)
Tiempo
atrás Trías había irrumpido con inusitada fuerza en el panorama filosófico
español con la publicación, en 1969 de La Filosofía y su
sombra. En 1970 Bueno publica su primer libro, El papel de la filosofía en el
conjunto del saber, como
contestación a un pequeño opúsculo de Manuel Sacristán, Sobre la función de la Filosofía en los
estudios universitarios. En esta polémica Trías toma partido a favor de las
tesis de Gustavo Bueno.
"En esta cuestión estoy en absoluto desacuerdo con
Manuel Sacristán; yo creo que la
Filosofía es una "disciplina", cosa que él niega,
quizá en un sentido que no es exactamente el mismo con que manejo la palabra
disciplina. Creo que la
Filosofía es, y ha sido, desde Parménides, una
superdisciplina, una superestructura del saber. En este sentido, hablaría
de una función policíaca de la
Filosofía. El opúsculo de Sacristán "Sobre la función de
la Filosofía
en los estudios universitarios" es la mejor prueba de ello. Este aspecto
policíaco congénito de la
Filosofía se ve especialmente en la Filosofía analítica, que
hoy día está relevando en estas funciones a otras filosofías menos
"exportables" (como ha sido en España, durante bastante tiempo, la Filosofía escolástica) .
Es muy sintomático que quienes continuamente denuncian el carácter no
científico de ciertas producciones, que se han podido considerar filosofías,
han sido los propios filósofos, cancerberos del saber. Estaría bastante de
acuerdo con Gustavo Bueno ("El papel de la Filosofía en el conjunto
del saber", Ciencia Nueva) cuando hace referencia a que la Filosofía, a diferencia
de las ciencias, adopta, sistemáticamente, un estilo antidogmático, polémico.
De todas formas, con esto te digo lo que ha sido la Filosofía, no lo que
todavía puede ser". Eugenio Trías. Entrevistado por J.P. Quiñonero:
Metodología para una provocación.
En 1971
Trías publica Metodología del
pensamiento mágico, el cual
es prologado por Gustavo Bueno lo que es un claro indicio de la buena sintonía
entre ambos pensadores. Bueno afirma en el
Prólogo que “simpatiza con su temática”
y especialmente con su método “un método que puede llamarse
geométrico-constructivo, que procede por construcción de conceptos y no quiere
ser meramente descriptivo”. No obstante, la mayor parte del Prólogo
está dedicada a marcar “tres diferencias” con Trías en relación con los
criterios operatorios y el significado de algunos conceptos que allí aparecen.
Sin
embargo el desencuentro más profundo se produce en 1977, tras la publicación
del libro de Trías Meditación
sobre el poder. Estimo
conveniente empezar una breve exposición del libro por la Quinta Meditación, donde el
autor expone su concepción de la
Filosofía, lo que nos puede servir de marco de referencia
para interpretar y comprender el resto.
La Quinta Meditación lleva el mismo título que la primera
obra del autor, La filosofía y
su sombra, y comienza con la enunciación de una tesis: “La filosofía mide
su verdad en términos de poder”. Lo propio de la filosofía no es pues
“descubrir” el Ser o alguna parcela de la Realidad fuera del alcance del conocimiento
científico o el sentido común, sino “desplegar fortaleza”, esto es, combatir,
pujar con otras filosofías alternativas, vencerlas en su propio terreno
afirmando más que la rival. La filosofía mide su Verdad en términos de Poder y
es tanto más poderosa cuanto más afirme: “la verdad de una teoría está en lo
que afirma”. Esta tesis debe ser puesta en relación con la noción de “sombra”.
La sombra de una filosofía es lo que niega, es decir, la parte de “lo que hay”
que no es reconocida y es, por ello, relegada a la condición de mera
“apariencia”. Las sombras de la filosofía son múltiples: para una filosofía
racionalista como la de Descartes los datos sensibles son sombras, para el
nominalismo sombras son los universales o la libertad para el determinismo. Lo
que una filosofía rechaza constituye “el reverso de su poder”; una filosofía es
tanto más poderosa cuanto menos espacio deja en sombras.
Se
entiende, por tanto, que Trías aspire a una filosofía luminosa o translúcida,
que aspire a dar cuenta de todo “lo que hay”, que afirme a la vez lo singular y
lo absoluto (sin reducirlo todo a conceptos e individuos), una filosofía de cuño
erótico que, conforme a los dictados de Diotima, sea fiel tanto la belleza de
los cuerpos como la Belleza
en sí. Una filosofía tal, es necesariamente un “pensar poético”. El
procedimiento discursivo de Trías es el siguiente: parte de una palabra (Poder
o Arte, por ejemplo) y procede a liberarla de las acepciones semánticas que la
aprisionan en el lenguaje cotidiano; se trata de abrir su “potencial semántico”
- del mismo modo que hace Platón con los términos Eros o Poiesis - y “cobrar de esa apertura una Idea
que permita fundar una reflexión de largo alcance”. El Pensar poético o Filosofía
de la Idea se opone entonces a la Filosofía del Concepto, la cual
solo acepta lo singular como sombra, como reverso, es decir, como ejemplo de un
concepto cuyo significado viene dado por la tradición filosófica. Para los
partidarios de la Filosofía
del Concepto la labor del
filósofo no puede ser la de inventar nuevos significados para los conceptos que
están firmemente establecidos, sino, todo lo más, refutar el uso cotidiano de
los mismos si se demuestra que este significado es una perversión de un
significado filosófico más profundo que podemos elucidar con ayuda de la
filología. (Esta es, a mi modo de ver una clave fundamental para
entender la divergencia entre Trías y Bueno)
La Primera Meditación de Trías parte de un interrogante:
¿qué es el Poder? ¿cuál es su esencia? En realidad una pregunta conduce a otra
pues... ¿sabemos qué es la “esencia”? El filósofo barcelonés, rememorando a
Píndaro, nos propone una respuesta: “llega a ser lo que eres”. En la misma
línea Aristóteles entiende la esencia como el perfecto desarrollo de lo que ya
existe en potencia. Este es el enfoque de Trías. Desde esta perspectiva es
preciso distinguir dos nociones que a menudo se confunden: Poder y Dominio. El
Poder implica libertad (para poder realizar la esencia) y respeto por la
singularidad; en cambio el Dominio, para realizarse, exige la falta de libertad
(del ser o cosa dominada), la negación de la singularidad y el triunfo del
concepto.
Lo propio
de Ser es emanar Poder, Ser Poder (en un sentido muy próximo a la propuesta de
Nietzsche: “Todas las cosas son perfectas” nos recuerda Zarathustra). Es obvio
que esa perfección, que está en potencia en todas las cosas, no siempre se
manifiesta, lo que da pie a Trías para distinguir entre Esencia y Existencia. La Esencia implica perfección
y singularidad, apunta a lo que podemos llegar a ser, a la mejor versión de
nosotros mismos. En cambio la
Existencia implica factum y limitación, apunta a lo que
somos, al “estado” en el que nos encontramos. Tenemos en castellano dos verbos
que fundamentan esta distinción filosófica: Ser y Estar. El Ser es la esencia
propiamente dicha y el Estar hace referencia a un “estado”, a una existencia.
Trías
despliega en torno a la noción de Poder toda una analítica existencial que
recuerda en ocasiones a Deleuze, especialmente en su crítica al Yo, al sujeto
cartesiano. Lo propio de los cuerpos no es permanecer encerrados en el Yo, en
la conciencia, sino más bien desparramarse, “trascender sus lindes y abrirse a
otros cuerpos”. Leonardo de Vinci supo dar una representación sensible a este
anhelo metafísico con la técnica del sfumatto:
las figuras del florentino rebasan sus propios lindes y se abren a todos los
demás cuerpos huyendo de este modo de unos límites que amenazan su propia
esencia.
Del mismo
modo, deberíamos distinguir entre Amor y Deseo. El Amor, como Platón afirma, es
posesión, pero no en el sentido habitual del término (como tener algo), sino en
el sentido de pasión, de estar poseído. El alma anhela poseer y ser poseída,
fundirse con el ser amado dando lugar a una nueva estructura, un nuevo ser. El
Deseo, por el contrario, siempre apunta a un objeto distinto del sujeto; es más
la distancia entre el sujeto que desea y el objeto deseado constituye la
esencia misma del Deseo.
El Saber,
por su parte es afín al Amor, pues del mismo modo que no “tenemos” a la persona
amada, tampoco “tenemos” en sentido estricto conocimiento: “el verdadero
conocimiento no puede aprenderse ni transmitirse: solo puede, en el más
profundo sentido de la expresión, contagiarse”. Esta noción del Saber es hija
de Platón y Nietzsche: ambos vinculan el Saber a la pasión, la sobreabundancia,
al alegría y la creación. Este tipo de Saber es el que Trías busca mediante su pensar poético. Un saber
así recelará de todo entramado conceptual de Géneros y especies que pretenda
dar cuenta de la singularidad irreductible de lo real. Géneros y especies no
son más que “sueños cristalizados” (“metáforas petrificadas” diría Nietzsche),
una “reificación de una abstracta función lingüística”. Pero, atención, las
ficciones, finalmente, se hacen realidad, “lo que llamamos realidad es, las más
de las veces, efecto de infinitas ficciones que han terminado por cumplirse”,
“errores que cabalgan sobre errores”. No es preciso, pienso, especular
demasiado para ejemplificar está reflexión de Trías: todos los problemas
relativos a la cuestión “del género” (“violencia de género”, discriminación de
género” etc) existen realmente como ficciones que han terminado por cumplirse.
Así pues no conviene despreciar o minusvalorar a los Géneros y las especies por
su carácter fantasmagórico; eso que denominamos como “realidad” está plagado de
tales ficciones.
La Séptima Meditación está dedicada al Arte. Producir,
artísticamente, es dejar que la cosa llegue a ser. Esta caracterización del
trabajo artístico nos recuerda a Miguel Angel y a sus esculturas inacabadas que
parecen emerger de la piedra, de tal modo que el artista, confiesa Miguel
Angel, solo quita lo que sobra, para que la escultura, que ya está contenida en
la piedra, surja a la luz. La función del arte es para Trías “liberar al
singular de las fauces del género”. Es el artista, naturalmente, el libertador;
pero la liberación no consiste solamente en dejar que la naturaleza se muestre,
sino que el artista, si lo es, introduce la esencia propia, su estilo personal e intransferible en la obra
artística. "El arte es un encuentro con la esencia propia". Un
artista sin estilo no es tal, es un imitador sometido a la dictadura del
Género, que, en este caso, toma la forma de “tendencia artística”. Pero sucede
con las tendencias artísticas lo mismo que con los géneros literarios. Es
necesario que existan para, conociéndolos, desviarse de ellas”. El artista es
el rebelde que con su estilo propio se aleja del Género. Pero en su origen el
Género también fue estilo, “el género es el estado en que se halla cierto
estilo impuesto. Y la razón de de esa imposición es su poder” que muta a
dominio cuando se constituye como Género y comienza un nuevo ciclo. El nuevo
estilo tiene como función liberarnos del dominio. Por ello “ todo verdadero
arte es subversivo”
Por
último, la Octava Meditación está dedicada a la Muerte. En ella Trías
hace su particular ajuste de cuentas con la ontología existencialista de
raigambre heideggariana. Reprocha a los existencialistas la interpretación del
Dasein como ser para la muerte.
La reificación del muerte solo puede llevar a una ontología nihilista. La
hegemonía de la Muerte
no es otra cosa que la reificación del Nada e implica, necesariamente, la
depreciación del sujeto. La propuesta de Trías es recrear una analítica
trascendental que no gire en torno a la Muerte sino al Poder. De esta forma interpreta
una noción básica del existencialismo: la angustia. No es la intuición de la
propia Muerte la que genera angustia, sino la conciencia del propio Poder.
Es el Poder quien nos empuja al Amor e incluso a la locura, con el riesgo
que este viaje conlleva. Es el Poder quien amenaza las confortables murallas
del Yo, de la conciencia. Es el Poder, y el Amor, lo que nos impide caer en un estado. Es esta promesa, de lo
que podemos llegar a ser, la que nos seduce y nos aterra a la vez.
Esta
analítica existencial es la que debemos tener presente pretendemos acceder al
corazón del pensamiento de Trías. Pensar es lo contrario a aceptar las ideas
recibidas. Pensar es un proyecto de incierto futuro. La primera fase consiste
en “disolver la realidad en su verdad”. Como los conceptos que tenemos para
referirnos a lo real, los Géneros, son ficciones, la verdad de la realidad es
Nada. Como Nietzsche nos hizo ver, la primera estación en el viaje del
pensamiento se llama nihilismo. Pero también Nietzsche, al igual que Trías, nos
insta a avanzar, a iniciar una segunda fase, una segunda navegación. Para ello
debemos Afirmar el Ser que es, básicamente Poder.
Llegamos
con ello al comienzo de esta reflexión, como decía Píndaro, el objetivo de la
vida es: “llegar a ser lo que eres”. (
Sigue)