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domingo, 9 de junio de 2013

Meditación sobre el poder: Trías vs Bueno (I).
Óscar Sánchez Vega


Existe un amplio consenso acerca de cuáles son los dos filósofos españoles más importantes de la primera mitad del siglo XX: Ortega y Unamuno. La relación entre ambos, como es sobradamente conocido, no fue buena; aunque, según Ortega, finalmente se reconciliaron. No hay un acuerdo tan amplio acerca de cuáles son los filósofos españoles más destacados de la segunda mitad del siglo; aunque por mi parte no hay duda: Eugenio Trías y Gustavo Bueno. Poco sabemos (o poco sé) acerca de su relación personal y académica. Sin embargo sí tenemos constancia que tras la publicación en 1977 de Meditaciones sobre el poder por Trías, Bueno le hace una crítica en la revista El Basilisco, que es contestada, poco después, por Trías en la misma revista. Después el silencio. No he encontrado más referencias mutuas, ni en un sentido ni en otro.      (Pero la relación personal supongo que sería cordial, pues en 1989, siendo yo estudiante, Gustavo Bueno invita a Eugenio Trías a la Universidad de Oviedo donde imparte una conferencia.)

Tiempo atrás Trías había irrumpido con inusitada fuerza en el panorama filosófico español con la publicación, en 1969 de La Filosofía y su sombra. En 1970 Bueno publica su primer libro, El papel de la filosofía en el conjunto del saber, como contestación a un pequeño opúsculo de Manuel Sacristán, Sobre la función de la Filosofía en los estudios universitarios. En esta polémica Trías toma partido a favor de las tesis de Gustavo Bueno.
"En esta cuestión estoy en absoluto desacuerdo con Manuel Sacristán; yo creo que la Filosofía es una "disciplina", cosa que él niega, quizá en un sentido que no es exactamente el mismo con que manejo la palabra disciplina. Creo que la Filosofía es, y ha sido, desde Parménides, una superdisciplina, una superestructura del saber. En este sentido, hablaría de una función policíaca de la Filosofía. El opúsculo de Sacristán "Sobre la función de la Filosofía en los estudios universitarios" es la mejor prueba de ello. Este aspecto policíaco congénito de la Filosofía se ve especialmente en la Filosofía analítica, que hoy día está relevando en estas funciones a otras filosofías menos "exportables" (como ha sido en España, durante bastante tiempo, la Filosofía escolástica) . Es muy sintomático que quienes continuamente denuncian el carácter no científico de ciertas producciones, que se han podido considerar filosofías, han sido los propios filósofos, cancerberos del saber. Estaría bastante de acuerdo con Gustavo Bueno ("El papel de la Filosofía en el conjunto del saber", Ciencia Nueva) cuando hace referencia a que la Filosofía, a diferencia de las ciencias, adopta, sistemáticamente, un estilo antidogmático, polémico. De todas formas, con esto te digo lo que ha sido la Filosofía, no lo que todavía puede ser". Eugenio Trías. Entrevistado por J.P. Quiñonero: Metodología para una provocación.
En 1971 Trías publica Metodología del pensamiento mágico, el cual es prologado por Gustavo Bueno lo que es un claro indicio de la buena sintonía entre ambos pensadores. Bueno afirma en el Prólogo que “simpatiza con su temática” y especialmente con su método “un método que puede llamarse geométrico-constructivo, que procede por construcción de conceptos y no quiere ser meramente descriptivo”. No obstante, la mayor parte del Prólogo está dedicada a marcar “tres diferencias” con Trías en relación con los criterios operatorios y el significado de algunos conceptos que allí aparecen.

Sin embargo el desencuentro más profundo se produce en 1977, tras la publicación del libro de Trías Meditación sobre el poder. Estimo conveniente empezar una breve exposición del libro por la Quinta Meditación, donde el autor expone su concepción de la Filosofía, lo que nos puede servir de marco de referencia para interpretar y comprender el resto.

La Quinta Meditación lleva el mismo título que la primera obra del autor, La filosofía y su sombra, y comienza con la enunciación de una tesis: “La filosofía mide su verdad en términos de poder”. Lo propio de la filosofía no es pues “descubrir” el Ser o alguna parcela de la Realidad fuera del alcance del conocimiento científico o el sentido común, sino “desplegar fortaleza”, esto es, combatir, pujar con otras filosofías alternativas, vencerlas en su propio terreno afirmando más que la rival. La filosofía mide su Verdad en términos de Poder y es tanto más poderosa cuanto más afirme: “la verdad de una teoría está en lo que afirma”. Esta tesis debe ser puesta en relación con la noción de “sombra”. La sombra de una filosofía es lo que niega, es decir, la parte de “lo que hay” que no es reconocida y es, por ello, relegada a la condición de mera “apariencia”. Las sombras de la filosofía son múltiples: para una filosofía racionalista como la de Descartes los datos sensibles son sombras, para el nominalismo sombras son los universales o la libertad para el determinismo. Lo que una filosofía rechaza constituye “el reverso de su poder”; una filosofía es tanto más poderosa cuanto menos espacio deja en sombras.

Se entiende, por tanto, que Trías aspire a una filosofía luminosa o translúcida, que aspire a dar cuenta de todo “lo que hay”, que afirme a la vez lo singular y lo absoluto (sin reducirlo todo a conceptos e individuos), una filosofía de cuño erótico que, conforme a los dictados de Diotima, sea fiel tanto la belleza de los cuerpos como la Belleza en sí. Una filosofía tal, es necesariamente un “pensar poético”.  El procedimiento discursivo de Trías es el siguiente: parte de una palabra (Poder o Arte, por ejemplo) y procede a liberarla de las acepciones semánticas que la aprisionan en el lenguaje cotidiano; se trata de abrir su “potencial semántico” - del mismo modo que hace Platón con los términos Eros o Poiesis - y “cobrar de esa apertura una Idea que permita fundar una reflexión de largo alcance”. El Pensar poético o Filosofía de la Idea se opone entonces a la Filosofía del Concepto, la cual solo acepta lo singular como sombra, como reverso, es decir, como ejemplo de un concepto cuyo significado viene dado por la tradición filosófica. Para los partidarios de la Filosofía del Concepto la labor del filósofo no puede ser la de inventar nuevos significados para los conceptos que están firmemente establecidos, sino, todo lo más, refutar el uso cotidiano de los mismos si se demuestra que este significado es una perversión de un significado filosófico más profundo que podemos elucidar con ayuda de la filología.    (Esta es, a mi modo de ver una clave fundamental para entender la divergencia entre Trías y Bueno)

La Primera Meditación de Trías parte de un interrogante: ¿qué es el Poder? ¿cuál es su esencia? En realidad una pregunta conduce a otra pues... ¿sabemos qué es la “esencia”? El filósofo barcelonés, rememorando a Píndaro, nos propone una respuesta: “llega a ser lo que eres”. En la misma línea Aristóteles entiende la esencia como el perfecto desarrollo de lo que ya existe en potencia. Este es el enfoque de Trías. Desde esta perspectiva es preciso distinguir dos nociones que a menudo se confunden: Poder y Dominio. El Poder implica libertad (para poder realizar la esencia) y respeto por la singularidad; en cambio el Dominio, para realizarse, exige la falta de libertad (del ser o cosa dominada), la negación de la singularidad y el triunfo del concepto.

Lo propio de Ser es emanar Poder, Ser Poder (en un sentido muy próximo a la propuesta de Nietzsche: “Todas las cosas son perfectas” nos recuerda Zarathustra). Es obvio que esa perfección, que está en potencia en todas las cosas, no siempre se manifiesta, lo que da pie a Trías para distinguir entre Esencia y Existencia. La Esencia implica perfección y singularidad, apunta a lo que podemos llegar a ser, a la mejor versión de nosotros mismos. En cambio la Existencia implica factum y limitación, apunta a lo que somos, al “estado” en el que nos encontramos. Tenemos en castellano dos verbos que fundamentan esta distinción filosófica: Ser y Estar. El Ser es la esencia propiamente dicha y el Estar hace referencia a un “estado”, a una existencia.

Trías despliega en torno a la noción de Poder toda una analítica existencial que recuerda en ocasiones a Deleuze, especialmente en su crítica al Yo, al sujeto cartesiano. Lo propio de los cuerpos no es permanecer encerrados en el Yo, en la conciencia, sino más bien desparramarse, “trascender sus lindes y abrirse a otros cuerpos”. Leonardo de Vinci supo dar una representación sensible a este anhelo metafísico con la técnica del sfumatto: las figuras del florentino rebasan sus propios lindes y se abren a todos los demás cuerpos huyendo de este modo de unos límites que amenazan su propia esencia.

Del mismo modo, deberíamos distinguir entre Amor y Deseo. El Amor, como Platón afirma, es posesión, pero no en el sentido habitual del término (como tener algo), sino en el sentido de pasión, de estar poseído. El alma anhela poseer y ser poseída, fundirse con el ser amado dando lugar a una nueva estructura, un nuevo ser. El Deseo, por el contrario, siempre apunta a un objeto distinto del sujeto; es más la distancia entre el sujeto que desea y el objeto deseado constituye la esencia misma del Deseo.

El Saber, por su parte es afín al Amor, pues del mismo modo que no “tenemos” a la persona amada, tampoco “tenemos” en sentido estricto conocimiento: “el verdadero conocimiento no puede aprenderse ni transmitirse: solo puede, en el más profundo sentido de la expresión, contagiarse”. Esta noción del Saber es hija de Platón y Nietzsche: ambos vinculan el Saber a la pasión, la sobreabundancia, al alegría y la creación. Este tipo de Saber es el que Trías busca mediante su pensar poético. Un saber así recelará de todo entramado conceptual de Géneros y especies que pretenda dar cuenta de la singularidad irreductible de lo real. Géneros y especies no son más que “sueños cristalizados” (“metáforas petrificadas” diría Nietzsche), una “reificación de una abstracta función lingüística”. Pero, atención, las ficciones, finalmente, se hacen realidad, “lo que llamamos realidad es, las más de las veces, efecto de infinitas ficciones que han terminado por cumplirse”, “errores que cabalgan sobre errores”. No es preciso, pienso, especular demasiado para ejemplificar está reflexión de Trías: todos los problemas relativos a la cuestión “del género” (“violencia de género”, discriminación de género” etc) existen realmente como ficciones que han terminado por cumplirse. Así pues no conviene despreciar o minusvalorar a los Géneros y las especies por su carácter fantasmagórico; eso que denominamos como “realidad” está plagado de tales ficciones.

La Séptima Meditación está dedicada al Arte. Producir, artísticamente, es dejar que la cosa llegue a ser. Esta caracterización del trabajo artístico nos recuerda a Miguel Angel y a sus esculturas inacabadas que parecen emerger de la piedra, de tal modo que el artista, confiesa Miguel Angel, solo quita lo que sobra, para que la escultura, que ya está contenida en la piedra, surja a la luz. La función del arte es para Trías “liberar al singular de las fauces del género”. Es el artista, naturalmente, el libertador; pero la liberación no consiste solamente en dejar que la naturaleza se muestre, sino que el artista, si lo es, introduce la esencia propia, su estilo personal e intransferible en la obra artística. "El arte es un encuentro con la esencia propia". Un artista sin estilo no es tal, es un imitador sometido a la dictadura del Género, que, en este caso, toma la forma de “tendencia artística”. Pero sucede con las tendencias artísticas lo mismo que con los géneros literarios. Es necesario que existan para, conociéndolos, desviarse de ellas”. El artista es el rebelde que con su estilo propio se aleja del Género. Pero en su origen el Género también fue estilo, “el género es el estado en que se halla cierto estilo impuesto. Y la razón de de esa imposición es su poder” que muta a dominio cuando se constituye como Género y comienza un nuevo ciclo. El nuevo estilo tiene como función liberarnos del dominio. Por ello “ todo verdadero arte es subversivo”

Por último, la Octava Meditación está dedicada a la Muerte. En ella Trías hace su particular ajuste de cuentas con la ontología existencialista de raigambre heideggariana. Reprocha a los existencialistas la interpretación del Dasein como ser para la muerte. La reificación del muerte solo puede llevar a una ontología nihilista. La hegemonía de la Muerte no es otra cosa que la reificación del Nada e implica, necesariamente, la depreciación del sujeto. La propuesta de Trías es recrear una analítica trascendental que no gire en torno a la Muerte sino al Poder. De esta forma interpreta una noción básica del existencialismo: la angustia. No es la intuición de la propia Muerte la que genera angustia, sino la conciencia del propio Poder. Es el Poder quien nos empuja al Amor e incluso a la locura, con el riesgo que este viaje conlleva. Es el Poder quien amenaza las confortables murallas del Yo, de la conciencia. Es el Poder, y el Amor, lo que nos impide caer en un estado. Es esta promesa, de lo que podemos llegar a ser, la que nos seduce y nos aterra a la vez.

Esta analítica existencial es la que debemos tener presente pretendemos acceder al corazón del pensamiento de Trías. Pensar es lo contrario a aceptar las ideas recibidas. Pensar es un proyecto de incierto futuro. La primera fase consiste en “disolver la realidad en su verdad”. Como los conceptos que tenemos para referirnos a lo real, los Géneros, son ficciones, la verdad de la realidad es Nada. Como Nietzsche nos hizo ver, la primera estación en el viaje del pensamiento se llama nihilismo. Pero también Nietzsche, al igual que Trías, nos insta a avanzar, a iniciar una segunda fase, una segunda navegación. Para ello debemos Afirmar el Ser que es, básicamente Poder.

Llegamos con ello al comienzo de esta reflexión, como decía Píndaro, el objetivo de la vida es: “llegar a ser lo que eres”.   (Sigue)

5 comentarios:

  1. ¡Muera la muerte!
    Pero no puedo "poder" si no domino primero. Al principio casi me dejo seducir por el par Poder/dominio. Pero es lo mismo, creo, tan solo hay un cambio moral Poder=bien / Dominio=mal. Y sin embargo nos pasamos la vida dominándonos, limitando el "poder hacer"... Entonces no es el poder sino nuestra vieja amiga la Voluntad. La voluntad de hacer o de no hacer. O se hace o no se hace, pero queda cínico el aristotelísmo potencial..., te mato pero en potencia tú ya eras un muerto viviente.
    No me agrada que me muestren como un cuasimodo, una potencia a desarrollar. Lo que soy se muestra en mi voluntad de hacer, y en la voluntad disfruto de mi existencia. Si hago, me expongo, me muestro y puedo ser conocido, valorado, pero ser conocido y valorado no es lo mismo que llegar a ser.
    Lo que llegue a ser no limita ni degrada lo que ya he sido, ni lo que soy...
    Un abrazo

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  2. Muy interesante Javi. A mi también me parece sospechoso en “buen rollo” que destila el conjunto de la reflexión de Trías. Parece un Nietzsche edulcorado ¿no?.
    Sin embargo, sí creo puede tener sentido la distinción entre Poder y Dominio. ¿Recuerdas la última entrada de Borja? Hablaba de las ciudades medievales y las planificadas, en un comentario decía que hace falta fortaleza para soportar el caos. Estoy de acuerdo, el fuerte, el poderoso no precisa tenerlo todo dominado, bajo control, es más tal pretensión es signo de debilidad. El dominio se ejerce siempre hacia fuera, hacia un otro. En cambio el Poder tiene que ver, pienso, con lo que Spinoza llamaba fortaleza que se manifiesta como firmeza con uno mismo y generosidad con los demás.
    Un abrazo.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Verdaderamente interesante y sustancioso, Óscar. Es cierto que parece ese Nietzsche en el que el sujeto ha desaparecido en los vectores encontrados de sus fuerzas integrantes en lucha, en el que todo es resultado de la hegemonía de una u otra fuerza que sólo es su pujanza. No obstante, creo que en Nietz. hay una lectura más amplia del sujeto, en el que no sólo es la pujanza de la fuerza lo que ofrece su validez, sino también su carácter: alto o bajo, activo o reactivo. El sujeto no sólo es sujección, sino que puede ser también potencia liberadora, libertad creada a través de la auto-limitación y la disciplina.
    Esto me lleva a que el valor de la fuerza no es su violencia; la fuerza adquiere el valor del impulso que la anima: hacia abajo o hacia arriba, la vulgaridad o la "virtú". El poder mismo no es simple violencia, sino que, como decía Arendt, la violencia puede destruir el poder, pero no puede producir poder. Confundir fuerza y poder con violencia es uno de los errores de juzgar las cosas desde abajo. Los vemos constantemente: cómo los Estados y gobiernos, pertrechados de los más inconcebibles medios de violencia, sin embargo carecen en absoluto de poder, es decir, de una fuerza impulsora hacia arriba. Por eso, el espectáculo, que espero repetirá infinitas veces, de grandes imperios y tiranías que se vienen abajo, pese al monopolio de los medios de violencia, por la simple reunión de algo así como un pueblo que se enfrenta al despotismo.

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  5. sepptembri15/6/13, 23:04

    Dominio es el ambito sobre el que se ejerce el poder.

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