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sábado, 26 de julio de 2014

Paralelismos; Tolstoi y Grossman.
Óscar Sánchez Vega

Me propongo comentar brevemente en estas líneas algunos paralelismos que he encontrado en las últimas obras de dos figuras muy relevantes de la literatura universal y dos de mis autores preferidos: León Tolstoi y Vasili Grossman. Se trata de Resurrección de Tolstoi y Todo fluye de Grossman. Ambos autores nos transmiten en estas novelas sus últimas palabras y lo que podemos considerar su legado: el imperativo de someter la política al hombre y no a la inversa. Estamos ante dos testimonios de un profundo humanismo, dos gritos en contra de la deshumanizada maquinaria estatal, dos advertencias contra la burocratización de la vida social y la cosificación de la vida humana. También tienen en común que los dos, cada uno a su modo, encuentran razones para la esperanza: el amor fraternal en el caso de Tolstoi y el ansia de libertad en Grossman son las armas contra la deshumanización, son la promesa de un mundo mejor.

Por otra parte, además de la afinidad del planteamiento y de que los valores que promueven son similares, hay un tema muy concreto que se repite en las dos obras: el sistema penitenciario ruso y la vida de los prisioneros. Las obras de Tolstoi y Grossman constituyen una denuncia contra el sistema penal imperante en su época y el degradante trato infligido a los prisioneros. Pero la crítica va más allá de lo que pudiera parecer a primera vista. El sistema penal no es un mero subapartado del enorme entramado estatal, es algo más profundo y sintomático. Toda la sociedad queda retratada en el sistema penal: el trato y la consideración hacia los prisioneros no son más que casos extremos de la consideración global del ser humano. Se puede medir integridad moral de una sociedad tomando en cuenta, primero, las razones que el Estado aduce para privar de la libertad a un ciudadano y, segundo, el trato infligido a los prisioneros. Aplicando este baremo Tolstoi y Grossman recusan al Estado zarista y soviético respectivamente.

I

Resurrección, publicada en 1899 es el testamento ideológico de Tolstoi. La novela tiene como tema principal el arrepentimiento y la redención del príncipe Nejliúdov, alter ego del autor. Tolstoi es, en esta etapa de su vida, un desclasado, un extraño entre los suyos, pertenece muy a pesar suyo a la nobleza rusa, una clase fatua y parasitaria a la que desprecia. De joven había llevado una vida fácil y regalada, el tipo de vida propio de alguien de su estirpe, pero, por aquel entonces, vivía como un ermitaño: comía solamente los vegetales que él mismo cultivaba en la tierra y dedicaba el resto del día a confeccionar y reparar zapatos. La evolución moral y política de el príncipe Nejliúdov es paralela a la del autor: igual que el personaje protagonista también Tolstoi intenta repartir su tierra entre los siervos pero el proyecto no cuenta con el beneplácito de su esposa y, al final, fracasa.

Su última obra es un ajuste de cuentas con la aristocracia, el Estado, la familia, la Iglesia... con toda la sociedad rusa en definitiva. Sus reflexiones recuerdan al joven Marx: todo privilegio se fundamenta en la explotación; el lujo y el refinamiento se yerguen sobre el sufrimiento y la miseria de los más desfavorecidos; una vida ociosa es una vida alienada; solo el trabajo dignifica... Tolstoi promueve lo que después se denominaría naturismo libertario: una vida libre y frugal levantada sobre el trabajo manual y el amor fraternal.

II

Por su parte Vasili Grossman fue el primer periodista en entrar en Stalingrado e informar de la existencia de los campos de exterminio. Poco antes de morir, en Moscú en 1964 acababa de escribir Todo fluye sin la esperanza de ver su obra publicada pues el régimen comunista ya había prohibido y confiscado su obra cumbre, Vida y destino, que solo por un rocambolesco azar verá la luz.

El autor se manifiesta principalmente por boca del personaje principal, Ivan Grigórievich – pero también en los silencios y la mala conciencia de su primo, Nikolái Andréyevich-. Ivan Grigórievich, una vez liberado del campo de trabajo tras la muerte de Stalin, reflexiona sobre el sentido de su vida y la reciente historia de Rusia. El estalinismo había llegado a su fin pero el régimen continúa. A pesar de todo el daño y sufrimiento causado, los nuevos dirigentes mantienen las estructuras e instituciones de la época de Stalin. El estado soviético sigue en pie; pero frente al conocido lema hegeliano “todo lo real es racional”, Ivan proclama un nuevo y particular lema: “todo lo inhumano es absurdo e inútil”. Todo el cruel y poderoso entramado estatal levantado en contra de la dignidad humana está condenado a perecer, a ser barrido por el viento y desaparecer de la faz de la tierra como si nunca hubiera existido. La fuerza de la vida, el ansia de libertad de los hombres vencerá finalmente a cualquier obstáculo que se le oponga. Stalin, a su modo, lo sabía, por eso diseñó una maquinaria liberticida en nombre de la libertad. La retórica de la emancipación nunca fue abandonada en el Estado soviético, ni siquiera en sus peores momentos, cuando la sola mención de la libertad podía ser considerada como una broma cruel y macabra. Esto es, a juicio de Grossman, porque Stalin sentía un miedo patológico a la libertad y sabía que el anhelo de libertad que anida en el corazón del humano es imbatible.

Pero el estado soviético no fue construido por Stalin, este heredó un Estado que había sido gestado y diseñado por el revolucionario más destacado del siglo XX: Vladimir Ilych Lenin. Grossman, en un capítulo de la novela, somete a una minuciosa disección psicológica al revolucionario ruso. Por un lado, Lenin es un dictador, un líder político duro e implacable con sus enemigos políticos que construye una rígida y cruel maquinaria: el Estado soviético. Por otra parte, según numerosos testimonios, en su vida privada era una persona dulce y tímida, leal con sus amigos y extremadamente frugal; un intelectual que disfrutaba especialmente con la lectura de Tolstoi, con la Appassionata de Beethoven y el teatro de Chéjov.

Que Lenin admire a Tolstoi no deja de sorprender. Me pregunto que reflexiones le suscitarían párrafos como este, extraído de Resurrección:
“Si se plantease el problema psicológico de hacer que los hombres de nuestro tiempo, cristianos y humanos, simplemente buenos, llegasen a cometer las mayores atrocidades sin sentirse culpables, es posible que no hubiera más que una solución: que estos hombres fuesen gobernadores, directores de prisión, oficiales, policías, es decir, que, en primer término, estuviesen seguros de que existe algo, a lo que se llama servicio al Estado dentro del cual se puede tratar a la gente como si fueran cosas, prescindiendo de toda relación humana y fraternal; y en segundo lugar, que los hombres afectos a este servicio del Estado se viesen vinculados de tal modo que la responsabilidad por la consecuencia de sus actos no cayera separadamente sobre ninguno de ellos.”

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