Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

viernes, 8 de julio de 2016

Pretérito común y el cuidado del futuro.
Ariane Aviñó

(CONFERENCIA PRONUNCIADA EN EL CURSO DE VERANO DE LA UNED ARS AMANDI, FILOSOFÍA DEL AMOR Y LA AMISTAD EL 7 DE JULIO DE 2016 EN ÁVILA) 

1. INTRODUCCIÓN

Me gustaría hoy hablarles de la historia, de la memoria, del amor y de la verdad. Y para que esta tarea no resulte extremadamente volátil, he buscado un cuerpo donde inscribir, donde hacer vivir estos conceptos. He encontrado este cuerpo necesario en el denso y respirante mundo creado por Gabriel García Márquez en la que fue su novela más querida El amor en los tiempos del cólera. Sobre este cuerpo, haremos emerger la voz de Benjamin, de Althusser, de Foucault y de Badiou, construyendo poco a poco la propia construcción del amor, en tanto que cuestión ontológica. Y será la interrogación sobre las condiciones de posibilidad del amor la que nos llevará irremediablemente a hablar del mundo, de sus hechos mudos y de cómo hacerlos hablar, o cómo prepararnos para escuchar incluso lo que no queremos oír sobre el pasado. Porque somos ya demasiadas las generaciones que no estamos a la altura de las circunstancias, y porque la filosofía no puede permitirse excusas.

Michel Foucault, en su texto sobre Nietzsche, nos dice que la tarea indispensable de la genealogía consiste en "percibir la singularidad de los sucesos (...) encontrarlos allí donde menos se esperan". ¿Y dónde es dónde menos se esperan? Foucault nos dirá: "en aquello que no tiene nada de historia". Lo que no tienen nada de historia pasa, justo por ello, desapercibido. El amor no tiene nada de historia.

En una bonita reseña sobre la obra de García Márquez, la autora de la reseña decía, y estoy completamente de acuerdo, que lo que hace brillante esta obra es, entre otras cosas, que el amor aparece cargando el peso de la realidad, sin más búsquedas de explicaciones poéticas, y con la sabiduría que lo hace real, confiable y duradero.

El amor, entonces, sin nada de historia, pero constituido en lugar (o en no lugar) donde encontrar la singularidad de los sucesos, justo, podríamos decir, porque carga el peso de la realidad.
Siguiendo la senda abierta para nosotros por la obra de García Márquez, estamos en condiciones de plantear la pregunta sobre el amor, sobre la condiciones de posibilidad del amor

2. FLORENTINO ARIZA O EL AMOR COMO EXPERIENCIA TENAZ

La pregunta sobre el amor, sobre la condiciones de posibilidad del amor, si debe formularse, debe ser necesariamente desde la calamidad. Es en la calamidad donde nos dice Gabriel García Márquez que "el amor se hace más grande y más noble". Esta tesis nos recuerda a lo planteado por Benjamin en su aspiración a la elaboración de una teoría del conocimiento (como nos muestra Reyes Mate en su obra Medianoche en la historia). Nos referimos a la idea de que hay un plus cognitivo e interpretativo en la mirada que está cargada de sufrimiento, de necesidad y de peligro. Es lo que llama el valor hermenéutico de las figuras desgraciadas. La condición de toda verdad es para Banjamin, como lo es para Adorno, dejar hablar al sufrimiento, porque “la verdad es del orden de la escucha más que de la visión”. Por eso cabe reclamar a la verdad filosófica un lugar para los testigos.

El amor de Florentino Ariza, en El amor en los tiempos del cólera, es un amor que se distrae de la enfermedad, de la guerra, y de la vejez, pero que, lejos de constituir su distracción una distracción imperdonable, un retiro, representa una apuesta profundamente vinculada al tiempo, a la historia, al futuro...

En un fragmento de la obra, nos dice García Márquez:
"La torre del faro fue siempre un refugio afortunado que él evocaba con nostalgia cuando ya tenía todo resuelto en los albores de la vejez, porque era un sitio bueno para ser feliz, sobre todo de noche, y pensaba que algo de sus amores de aquella época les llegaba a los navegantes en cada vuelta de los destellos. De modo que siguió yendo allí, más que a cualquier otra parte, mientras su amigo el farero lo recibió encantado (...) Había una casa abajo, junto al estruendo de las olas desbaratándose contra los cantiles, donde el amor era más intenso porque tenía algo de naufragio."

En este fragmento resuena la idea lacaniana de que el amor tiene un alcance ontológico, o como dice Badiou en su Elogio del Amor, todo amor verdadero interesa a la humanidad entera, porque cualquier amor nos da una nueva prueba de que el amor puede ser encontrado y experimentado de otro modo que mediante una conciencia solitaria. Por eso, como hemos dicho, todo amor verdadero, interesa a la humanidad entera.

Además de esta revelación que descubrimos en la obra y que nos remite a la idea de que el amor es una cuestión ontológica, nos interesan dos cuestiones fundamentales que se muestran claramente en la historia de Florentino Ariza y Fermina Daza. Para referirnos a ellas vamos a acotar la obra, centrándonos en la parte final. La historia narrada en la novela, comienza con dos muertes. Una de las muertes, la del marido de Fermina Daza, el doctor Urbino, se revela como la oportunidad del enamorado Florentino Ariza de “repetir una vez más el juramento de su fidelidad eterna y de su amor para siempre”. Vamos a referirnos a ese nuevo comienzo que se da en la historia en el momento en que Florentino Ariza retoma su construcción del mundo que quiere con Fermina Daza, cuando ambos pasan ya de los 70 años de edad. 

Hay un par de fragmentos que me gustaría leerles donde aparece claramente en qué consiste esta retomada pero al mismo tiempo nueva labor tenaz:
“(…) todo tenía que ser diferente para suscitar nuevas curiosidades, nuevas intrigas, nuevas esperanzas, en una mujer que ya había vivido a plenitud una vida completa. Tenía que ser una ilusión desatinada, capaz de darle el coraje que haría falta para tirar a la basura los prejuicios de una clase que no había sido la suya original, pero que había terminado por serlo más que de otra cualquiera. Tenía que enseñarle a pensar el amor como un estado de gracia que no era un medio para nada, sino un origen y un fin en sí mismo”
“Un hombre que no fuera Florentino Ariza se hubiera preguntado qué podría depararles el porvenir de un anciano como él, cojo y con la espalda abrasada de peladuras de burro, y a una mujer que ya no ansiaba otra felicidad que la de la muerte. Pero él no. Él rescató una lucecita de esperanza entre los escombros del desastre, pues le pareció que la desgracia de Fermina Daza la magnificaba, la rabia la embellecía, el rencor contra el mundo le había devuelto el carácter cerril de los veinte años

Yo creo que estamos muy cerca de Badiou cuando nos dice que “El amor es una proposición existencial”, “la posibilidad de asistir al nacimiento de un mundo”. Cuando Badiou nos pide que rechacemos la concepción radicalmente romántica del amor, por ser un simple y poderoso mito artístico, nos está oponiendo la construcción a la mera experiencia. El amor para Badiou es acontecimiento y duración, es, como dice “una obstinada aventura”, que no puede reducirse al encuentro porque de lo que se trata es de reinventar la vida, de durar en tanto que inventar una manera diferente de durar en la vida. Reinventar el amor es reinventar la reinvención de la vida. “Un amor verdadero es aquel que triunfa duraderamente, a veces duramente, sobre los obstáculos que el espacio, el mundo y el tiempo le proponen”. Y esto es justamente lo que ocurre en la novela.  Cuando por fin Fermina es capaz de revelarse a sí misma y a Florentino la verdad sobre sus deseos, expresados de manera contundente cuando dice: “Lo que quisiera es largarme de esta casa, caminando derecho, derecho, y no volver más nunca”. Entonces acepta la invitación de Florentino de irse en un buque por el río. Y un día como hoy, un 7 de julio, embarca en el Nueva Fidelidad, donde veremos irrumpir, como diría Badiou, la eternidad en el tiempo, donde esa felicidad tan intensa que causaba miedo será la prueba de que, otra vez en palabras de Badiou, el tiempo puede albergar la eternidad. Es por eso que cuando llega el momento del regreso, “la inminencia del regreso”, Fermina Daza siente que va a ser como morirse. García Márquez lo expresa con mucha fuerza cuando nos dice
“Se alzaba un jueves radiante sobre las cúpulas doradas de la ciudad de los virreyes, pero Fermina Daza no pudo soportar desde la baranda la pestilencia de sus glorias, la arrogancia de sus baluartes profanados por las iguanas: el horror de la vida real. Ni él ni ella, sin decírselo, se sintieron capaces de rendirse de una manera tan fácil”

Ahora vamos a ver cómo las palabras con las que concluye la novela resumen de una manera absolutamente magistral esa concepción del amor articulada por Badiou que hemos esbozado, porque son palabras de una intensidad casi insoportable, que, “fijan el azar”, puesto que constituyen una declaración. Badiou explica magistralmente el sentido de la declaración en una relación amorosa.
Declarar el amor es pasar del acontecimiento encuentro al comienzo de una construcción de verdad. Es fijar el azar del encuentro bajo la forma de un comienzo. (…) la absoluta contingencia del encuentro con alguien que no conocía acaba por tomar la altura de un destino. La declaración de amor es el paso del azar al destino, y es esa la razón por la que es tan peligrosa, tan cargada de una especie de angustia espantosa. (…) de lo que era un azar yo voy a sacar otra cosa. Voy a sacar una duración, una obstinación, un compromiso, una fidelidad (entendida como) el paso de un encuentro azaroso a una construcción tan sólida como si hubiese sido necesaria.

Vayamos para ver esto al final de la novela. Les cuento brevemente lo que sucede para llegar al final. El buque Nueva Fidelidad navegaba en emergencia, con la bandera izada del cólera, no como se hacía en ocasiones, para “burlar impuestos, para no recoger un pasajero indeseable, para impedir requisas inoportunas”, sino para proteger a Fermina Daza y en última instancia, para salvaguardar el amor de prejuicios. Pero en el momento en que el buque debe detenerse y ponerse en cuarentena como le requiere la patrulla armada al Capitán, éste, que no sabe cómo salir del embrollo, se ve sorprendido por la propuesta de Florentino Ariza;
El capitán miró a Fermina Daza (…) Luego miró a Florentino Ariza (…) y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.
-          ¿Y  hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo?, le preguntó
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
-Toda la vida, dijo

3. PELIGRO Y VERDAD: WALTER BENJAMIN SOBRE LA HISTORIA 

No hay romanticismo en la novela de García Márquez, en el viaje y la felicidad amorosa de Fermina y Florentino no hay concesión alguna al ensueño, al éxtasis. El amor aparece como una auténtica construcción de verdad.

Me gustaría leerles un fragmento que muestra cómo es el viaje en el buque Nueva Fidelidad, para adentrarnos ahora en la cuestión de la memoria y poder oír cómo resuenan ahora algunas tesis de Benjamin.          
“se dio cuenta de que el río padre de la Magdalena, uno de los grandes del mundo, era solo una ilusión de la memoria. El capitán Samaritano les explicó cómo la deforestación irracional había acabado con el río en cincuenta años: las calderas de los buques habían devorado la selva enmarañada de árboles colosales que Florentino Ariza sintió como una opresión en su primer viaje. Fermina Daza no vería los animales de sus sueños: los cazadores de pieles de las tenerías de Nueva Orleans habían exterminado los caimanes que se hacían los muertos con las fauces abiertas durante horas y horas en los barrancos de la orilla para sorprender a las mariposas, los loros con sus algarabías y los micos con sus gritos de locos habían ido muriendo a la medida que se les acababan las frondas, lo manatíes de grandes tetas de madres que amamantaban a sus crías y lloraban con voces de mujer desolada en los playones eran una especie extinguida por las balas blindadas de los cazadores de placer

Fermina y Florentino, apoyados sobre la baranda del buque, ven lo que ve el ángel de la historia de la tesis IX de Benjamin. Recordemos la célebre tesis novena sobre el concepto de historia. Benjamin dice:
Hay un cuadro de Klee que se llama Ángelus novus. Representa a un ángel que parece estar a punto de alejarse de algo a lo que está clavada su mirada. Sus ojos están desencajados, la boca abierta, las alas desplegadas. El ángel de la historia tiene que parecérsele. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. Lo que a nosotros se presenta como una cadena de acontecimientos, él lo que ve como una catástrofe única, que acumula sin cesar ruinas sobre ruinas, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer los fragmentos. Pero desde el paraíso sopla un viento huracanado que se arremolina en sus alas, tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. El huracán le empuja irresistiblemente hacia el futuro, al que da la espalda, mientras el cúmulo de ruinas crece hasta el cielo. Eso que nosotros llamamos progreso es ese huracán.

Reyes Mate, en sus comentarios sobre la obra de Benjamin, dice que nosotros vemos  lo mismo que el ángel, pero no lo interpretamos como catástrofe, como lo hace ese ángel lúcido pero impotente, desencajado por el sufrimiento sobre el que avanza y al que no puede dar la espalda. Como dice Reyes Mate, “lo que para el ángel es un entramado catastrófico es para nosotros incidencia menor integrable en un conjunto que tiene sentido”. Pero es innegable que el progreso está animado por una lógica catastrófica.

García Márquez nos dice:
“Florentino Ariza recibía informes alarmantes de estado del río, pero apenas si los leía (…) y cuando se dio cuenta de la verdad ya no había nada que hacer, como no fuera llevar otro río nuevo”.
“Un viajero inglés de principios del siglo XIX, refiriéndose al viaje combinado en canoa y en mula, que podía durar hasta cincuenta jornadas, había escrito “Éste es uno de los peregrinajes más malos e incómodos que un ser humano pueda realizar”. Esto había dejado de ser cierto los primeros ochenta años de navegación a vapor, y luego había vuelto a serlo para siempre, cuando los caimanes se comieron la última mariposa, y se acabaron los manatíes maternales, se acabaron los loros, los micos, los pueblos: se acabó todo”

El capitán del buque parece estar fuera del embrujo del que se sale sólo cuando consideramos el progreso como catástrofe sin paliativos. Así lo da a entender cuando comenta con ironía “no hay problema (…) dentro de unos años vendremos por el cauce seco en automóviles de lujo”. Este mismo capitán es retratado por García Márquez en una hazaña presentada en la novela con un tinte heroico. Nos dice en la novela que el Capitán no aceptaba la costumbre que se tenía de disparar desde la borda a los manatíes, hasta el punto de que en una ocasión, cuando un cazador de Carolina del Norte, desobedeciendo órdenes dejó huérfana a una cría de manatí, al dispararle en la cabeza a su madre, el Capitán tomó la determinación de hacer subir a bordo a la cría y dejó al cazador abandonado en el playón desierto junto al cadáver d la madre asesinada.
“estuvo seis meses en la cárcel, por protestas diplomáticas y a punto de perder su licencia de navegante, pero salió dispuesto a repetir lo hecho cuantas veces hubiera ocasión

El capitán Samaritano, como el hombre del Barroco, está lejos del carácter complaciente del romántico, que “se siente arrobado por la belleza de la decadencia”.  Es la mirada alegórica que entiende que tras una historia petrificada lo que hay es vida fallida, y por ello es una mirada cargada con el deseo de redención. Justamente esa es la idea más original de Benjamin: la cuestión de cómo captar lo que hay de vida en lo dado por finiquitado.

En la obra de García Márquez esta cuestión Benjaminiana tiene su correlato en un interrogante que nos asalta cuando acompañamos a Florentino Ariza en su tenacidad. Esta cuestión se podría formular como una pregunta, una pregunta que podría ser “¿qué son los años realmente?”. Si algo caracteriza al personaje de Florentino es que no acepta un solo hecho mudo en lo pasado durante su vida. Esos acontecimientos pasados que están presentes, como dice Reyes Mate, “a merced del visitante”. Y a pesar de que Fermina no soporta que Florentino se lo cite en cada uno de sus momentos (“antes” era una palabra prohibida, dice la novela), lo cierto es que solamente cuando ella es capaz de citarse también su pasado en cada uno de sus momentos, como diría Benjamin, puede pensar en ser feliz. Porque, como decía Adorno, la felicidad implica verdad.
Pensó demasiado tarde que tal vez París no había sido tan lúgubre como ella lo sentía, ni Santa Fe hubiera tenido tantos entierros por la calle. El sueño de otros viajes futuros con Florentino Ariza se alzó en el horizonte: viajes locos, sin tantos baúles, sin compromisos sociales: viajes de amor.

Me recuerda a la definición de Ernesto Sábato, para quien la vida consiste en crear futuros recuerdos.

4. LA LLUVIA Y SUS RECORRIDOS: ALTHUSSER

No sólo la cuestión sobre la verdad de los años nos asalta cuando seguimos a García Márquez en su historia. También hay otra pregunta fundamental e ineludible, la pregunta sobre qué es lo que nos detiene en ciertos momentos a los hombres. Creemos que el detenerse en este sentido implica un descuido del porvenir. Probablemente porque llega un momento en que creemos que está todo dicho, todo hecho, ya sea en la historia, ya sea en la vida particular, y despojamos al tiempo de los años, que ya ni se celebran ni se cuentan. No hay lugar para el tiempo pleno, ese en que se toma en cuenta las ausencias, y en nombre del cual Benjamin critica el progreso. Todo se da en un tiempo continuo.

Pero en la historia de García Márquez, si algo aparece, si algo es importante, es ese cuidado extremo del futuro que se hace evidente una y otra vez a lo largo de la novela.

Así podemos verlo por ejemplo en el siguiente fragmento:
 “Hablaron de ellos, de sus vidas distintas, de la casualidad inverosímil de estar desnudos en el camarote de un buque varado, cuando lo justo era pensar que ya no les quedaba tiempo sino para esperar a la muerte”

Hay en estas palabras un reconocimiento de la contingencia, en términos althusserianos. Reconocer el hecho de la contingencia, rechazando la cuestión del origen, es la idea fundamental de lo que Althusser denomina la corriente subterránea del materialismo del encuentro.

“Como en el mundo epicúreo, todos los elementos están ahí y más allá, no hay sino la lluvia (…) pero dichos elementos no existen, son meramente abstractos, mientras que la unidad del un mundo no los haya reunido en el Encuentro que dará lugar a su existencia”

Lo que caracteriza a este movimiento subterráneo de la filosofía es la existencia implícita de una alternativa: “el encuentro puede no tener lugar, igual que puede tener lugar”.

Del encuentro al que da lugar la desviación, en el sentido de Epicuro o de Lucrecio, puede nacer un mundo, ahora bien, no basta que la desviación “de los átomos” dé lugar a un encuentro. Althusser nos dirá, 
“Hace falta que dure, que no sea un encuentro breve, sino un encuentro duradero que devenga así la base de toda realidad, de toda necesidad, de todo sentido y de toda razón”

Lo interesante de esta filosofía de la que nos habla Althusser es su renuncia explícita a darse un objeto, a partir de definidos problemas filosóficos. Esta corriente introduce el vacío y le da un alcance filosófico decisivo, al decir que el objeto por excelencia de la filosofía es el no-objeto, es la nada (como le néant y como le rien). Es fácil desde esta filosofía comprender en qué puede consistir una auténtica filosofía del amor, si entendemos el amor como una experiencia en la que cierto tipo de verdad se construye. En esto seguimos a Badiou, quien entiende que puede ser una tarea filosófica defender el amor amenazado. Amenazado por una serie de concepciones que acaban reduciéndolo a un mero éxtasis del encuentro, como defiende la concepción romántica, o a un contrato, como se da en la concepción comercial, o a una peligrosa ilusión, como se define desde la visión escéptica.

5. ASÍ NO SE PUEDE AMAR: BADIOU Y FOUCAULT 

En una entrevista Foucault nos dice sobre la homosexualidad, pero que puede ser comprendido en un sentido mucho más general, que 
Interrogarnos sobre nuestra relación con la homosexualidad es desear un mundo donde esas relaciones sean posibles, más que tener simplemente el deseo de una relación sexual con una persona del mismo sexo. 

Digamos, sobre la base de esta afirmación foucaultiana, que interrogarnos sobre nuestra relación con el amor es desear un mundo donde el amor sea posible, más que tener el simple deseo de una relación amorosa.

Cuando Foucault escribe el segundo volumen de la Historia de la Sexualidad, dando un giro no del todo comprendido a su proyecto inicial, plantea una cuestión que arroja una luz nueva sobre el sentido de su pensamiento y sobre el alcance del mismo respecto a esa labor del intelectual que el propio Foucault describió como la labor de “cambiar algo en el espíritu de la gente”. Foucault nos dice que “hay momentos en la vida en los que la cuestión de saber si se puede pensar distinto de cómo se piensa y percibir distinto de cómo se ve es indispensable para seguir contemplando y reflexionando”. Foucault nos habla de permitirle al pensamiento pensar de otro modo.

Como nos dice Miguel Morey, 
En una sociedad como la nuestra, en un momento histórico como el presente, el ejercicio de tratar de pensar de otro modo está bien lejos de ser un mero deporte intelectual, antes al contrario, es la condición de posibilidad misma para la creación de libertad

Debemos a Deleuze que haya colocado en su libro sobre Foucault la pregunta por el pensar en un lugar central, porque en realidad no es hasta sus últimos textos que Foucault habló claramente de esta cuestión.
Miguel Morey nos dice que la caracterización que Deleuze hace de lo que para Foucault significa pensar tiene “el inequívoco sabor del diálogo íntimo, en voz baja, entre risas, resultado de una larga complicidad en esa misma pasión llamada pensar”. Es Deleuze quien convierte “El pensar de otro modo” en el lema que caracteriza el quehacer foucaultiano, en un texto que debemos entender como un acto de amor.

Nos dice Deleuze:
La práctica constituye la única continuidad entre el pasado y el presente, o, a la inversa, la manera en que el presente explica el pasado. (…) ¿Cuáles son los nuevos tipos de luchas, transversales e inmediatas más bien que centralizadas y mediatizadas? ¿Cuáles son las nuevas funciones del “intelectual”, específico o singular más bien que universal? ¿Cuáles son los nuevos modos de subjetivación sin identidad más bien que creadores de identidad? ¿Cuál es nuestra luz y cuál es nuestro lenguaje, es decir, nuestra “verdad actual”? ¿A qué poderes hay que enfrentarse, y cuáles son nuestras capacidades de resistencia, ahora que ya no podemos contentarnos con decir que las viejas luchas no son válidas? 

Lo que plantea Badiou sobre estas nuevas luchas es que si algo es verdadero debería ser capaz de nacer de nuevo. En este sentido defiende la resurrección del comunismo. Para Badiou, “Lo que se contiene en la palabra comunismo no está en una relación inmediata con el amor. Sin embargo esta palabra comporta para el amor nuevas condiciones de posibilidad”.  A Foucault, como a Badiou, aunque de diferente modo, les interesan las condiciones de posibilidad de la experiencia, no de la experiencia posible, en el caso de Foucault, si no, de la experiencia real. En un momento en que, como dice Badiou incluso la hipótesis del comunismo parece que debe volverse impronunciable, cabe resucitarlo (o quizá sacarlo del paro cardiorespiratorio), en tanto que modelo intelectual. 
(…) nuestra tarea consiste en alumbrar de otro modo la hipótesis comunista, para contribuir a que surja dentro de nuevas formas de experiencia política. Por eso nuestro trabajo es tan complejo, tan experimental. Debemos centrarnos en sus condiciones de existencia, en vez de limitarnos en improvisar sus métodos. Necesitamos reinstalar la hipótesis comunista –la proposición que dice que la subordinación del trabajo a la clase dominante no es inevitable- dentro de la esfera ideológica. (…)
Lo que hoy está en juego no es la victoria de la hipótesis comunista, sino las condiciones de su existencia

Badiou dice que en el mundo actual, el mundo tal cual es, en este “interludio reaccionario”, de lo que se trata es de reinventar, también el amor, reinventar la aventura y el riesgo contra la comodidad y la seguridad.

De lo que Badiou y Foucault son un ejemplo es de un tipo de pensamiento que en el interior de unas condiciones imposibles, es capaz de alzarse y reinventar el propio pensar, y de articularlo en torno a la cuestión de la verdad más que en torno a la del conocimiento

Pensamos con Badiou, que la relevancia del amor en la posibilidad de una vida otra y de mundo otro, es su valor fundamental como contraprueba. El amor, en el mundo de hoy, es una contraprueba, siempre y cuando “no se conciba como el único intercambio de beneficios recíprocos, o si no se calcula de antemano como una inversión rentable”. El amor, en un mundo capitalista, es una contraprueba porque es una confianza hecha al azar, “nos lleva a la idea de que se puede experimentar el mundo desde el punto de vista de la diferencia”. El amor de este modo, “es una experiencia personal de la universalidad posible”.

6. CONCLUSIÓN: EL TESORO DEL GALEÓN SAN JOSÉ

Para concluir mi intervención, me gustaría llevarles al centro de una contienda, y plantear, si me lo permiten, un inusual ejercicio filosófico, sobre la base de los conceptos que hemos ido hilvanando entorno a la novela de García Márquez: el amor, la memoria, la historia y la verdad.

Les propongo decidir qué es lo que debería decidir a quién pertenece el tesoro del galeón San José.

En la población caribeña en la que se desarrolla el relato del ‘Amor en los tiempos del cólera’, el galeón San José se evocaba como el “emblema de la ciudad ahogada en los recuerdos”.  García Márquez recrea la historia del galeón San José, la nave española, que viajaba con su flota a España para dar oxígeno a la corona. Fue hundida por los ingleses en 1708, a unas cuantas millas de Cartagena de Indias. Es un pasaje precioso de la novela, tan célebre que cuando el presidente de Colombia anunció el pasado diciembre el hallazgo del galeón San José, no sólo se abrió un intenso debate sobre leyes de patrimonio, derechos de explotación, etc. Algunas voces se alzaron llamando al pecio “el tesoro de Fermina Daza”, en una legítima apuesta por introducir un elemento convulsivo en la fría lucha por el tesoro más buscado del Caribe. En un artículo de la sección de Cultura de el País, publicado el pasado 9 de diciembre, se decía lo siguiente:
Demente o no, cosas cuerdas del amor, el San José existía, y este sábado se sabrá si Florentino Ariza había perdido el juicio del todo. (…) el tesoro que aparezca pertenece a Fermina Daza, porque Florentino Ariza lo buscó infructuosamente para ganarse su corazón. Así tendrá, como dice el epígrafe de la novela, a su diosa coronada. 

No es de extrañar que surgieran esta y otras voces recordando, proyectando sobre la fugacidad de la imagen del pasado una luz de mágica redención. Y no es de extrañar porque García Márquez crea un retrato inolvidable del galeón hundido, y al hacerlo nos obliga a plantear una demanda peculiar al pasado que fuerza el debate a salir de su zona de confort. Esta es la imagen a la que me refiero:
Lo que entonces contó era tan fascinante, que Florentino Ariza se prometió aprender a nadar, a sumergirse hasta donde fuera posible, sólo por comprobarlo con sus ojos. Contó que en aquel sitio, a sólo dieciocho metros de profundidad, había tantos veleros antiguos acostados entre los corales, que era imposible calcular siquiera la cantidad, y estaban diseminados en un espacio tan extenso que se perdían de vista. Contó que lo más sorprendente era que de las tantas carcachas de barcos que se encontraban a flote en la bahía, ninguna estaba en tan buen estado como las naves sumergidas. Contó que había varias carabelas todavía con las velas intactas, y que las naves hundidas eran visibles en el fondo, pues parecía como si se hubieran hundido con su espacio y con su tiempo, de modo que allí seguían alumbradas por el mismo sol de las once de la mañana del sábado 9 de junio en que se fueron a pique. Contó, ahogándose por el propio ímpetu de su imaginación, que el más fácil de distinguir era el galeón San José, cuyo nombre era visible en la popa con letras de oro, pero que al mismo tiempo era la nave más dañada por la artillería de los ingleses. Contó haber visto adentro un pulpo de más de tres siglos de viejo, cuyos tentáculos salían por los portillos de los cañones, pero había crecido tanto en el comedor, que para liberarlo habría que desguazar la nave. Contó que había visto el cuerpo de comandante con su uniforme de guerra flotando de costado dentro del acuario del castillo”

Bien diferente es el relato del hallazgo real por parte del presidente de Colombia:
El mandatario colombiano declaró que “sin lugar a ningún tipo de duda, hemos encontrado el galeón San José 397 años después de su hundimiento. El galeón San José fue hallado el pasado viernes 27 de noviembre (…) en las inmediaciones de la Costa Caribe colombiana, en un lugar nunca antes referenciado por estudios previos y localizado a partir de estudios cartográficos, meteorológicos e históricos antes desconocidos en Colombia”. La embarcación ha sido identificada a través de sus “cañones de bronce con tallas de delfines” (…) también se han detectado cajones, vasijas de cerámica y porcelana y armas personales. El yacimiento arqueológico no ha sido intervenido, afirman las autoridades colombianas, aunque en las fotografías difundidas se distinguen unos cañones sorprendentemente intactos, sin indicios de degradación. Colombia insiste en que la información relativa a este extraordinario hallazgo se encuentra sometida a reserva de ley y serán muy pocos los voceros que están autorizados a hablar oficialmente sobre el tema. 

Las reservas del gobierno colombiano tienen que ver con dos problemas: el de a quién pertenecen el barco y el tesoro, y el de qué hacer con el hallazgo. En la regulación internacional de los hallazgos hay dos posiciones: los que consideran que los naufragios deben ser sacados y llevados a superficie (es lo que se llama el derecho de salvamento), y lo que consideran que no deben moverse del lecho marino (preservación in situ). La primera posición obedece a sendas convenciones, sobre el mar y sobre el salvamento de 1982 y 1989. La segunda posición es la regulada por la Convención de la UNESCO, de 2001 sobre patrimonio cultural sumergido. Esta regulación solamente es vinculante para países que formen parte de estos instrumentos internacionales. No es el caso de Colombia.

En cuanto a la atribución de la propiedad de los bienes encontrados en naufragios que reposan en la plataforma continental de un Estado, en los tratados citados no existen tampoco reglas claras que resuelvan los posibles problemas. Pueden derivarse tres parámetros de la práctica de los Estados para establecer la propiedad del patrimonio cultural sumergido: Law of finds: permite que quien encuentre un naufragio se apodere de los tesoros encontrados en él, entendiendo que éstos eran bienes abandonados. Ese criterio se ha venido limitando, exigiendo que se realice previamente un acto expreso de repudio o abandono; Soberanía de la bandera del barco: es el alegado por España en todos los casos relacionados con galeones, y encuentra sustento, por ejemplo, en la Convención de Derecho del Mar, aunque requiere que los navíos fueran de guerra y no comerciales.; La ubicación del naufragio: en la medida en que el hallazgo se encuentra en áreas donde un Estado ejerce soberanía, es éste el que puede reclamar la propiedad de dicho patrimonio cultural sumergido. Esta práctica se encuentra ampliamente desarrollada por la normatividad interna de numerosos países, permitiendo incluso alegar la existencia de una costumbre internacional ante la ausencia de otras normas vinculantes. Hay una cuarta posible atribución de la propiedad de los bienes encontrados, que se refiere a los países de los que salió originariamente el tesoro, quienes consideran que el tesoro fue expoliado y exigen la titularidad como un modo de reparación.

Tenemos por lo tanto 5 posibles propietarios: España, Colombia, Perú, La empresa cazatesoros, y Fermina Daza. España en nombre de la gloria pasada, Colombia en nombre de la necesidad presente, Perú en nombre de la injusticia histórica, la empresa en nombre de la lógica de la recompensa, y Fermina Daza en nombre del amor.

Me gustaría plantearles ahora, por fin, la pregunta. ¿A quién le damos el tesoro del San José? Dejaré la cuestión abierta, aunque si me preguntan responderé que una Fermina Daza cansada de baúles y compromisos, no creo que reclamara el pecio. Así que se me ocurre que quizá sería de justicia dejarlo en el fondo marino, y cambiarle el nombre al mar Caribe.

Muchas gracias