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lunes, 11 de septiembre de 2017

Valores éticos.
Óscar Sánchez Vega

El objetivo de estas líneas es indagar si es posible una justificación filosófica de la asignatura de Valores éticos en el currículo de la ESO. Parecería conveniente empezar esta reflexión preguntándonos por la asignatura en sí: cuáles son sus contenidos, sus objetivos, las competencias que desarrolla, etc. Pero no es este el enfoque de este texto. En primer lugar porque si esta fuera nuestra intención haríamos mal en atender a lo que la asignatura es o dice ser. Lo esencial de la materia es lo que no es: Valores éticos es la asignatura de los alumnos que no cursan religión católica. Esta es su razón de ser y su contenido esencial. De tal manera que cualquier defensa de la asignatura, tal y como hoy está contemplada en la LOMCE, implica necesariamente el reconocimiento de la pertinencia de la presencia de la religión católica en la educación pública. Por ello la mayor parte de los que hoy impartimos la asignatura no podemos justificarla. Pero supongamos que Valores éticos fuera una materia común para todos los alumnos, independientemente de que cursen o no religión católica, como ocurría en el pasado con la asignatura Educación ético-cívica. Esta asignatura era impartida por los profesores del departamento de Filosofía y este es el estado de cosas que muchos aspiramos a recuperar.

Mi pregunta es si es posible justificar filosóficamente una asignatura tal. Para ello voy a seguir los pasos de Platón. En el diálogo Protágoras, Platón trata sobre la educación y la naturaleza de la virtud. Veamos qué podemos sacar en claro.

La trama del diálogo es aproximadamente como sigue: Hipócrates despierta a Sócrates para rogarle que le acompañe a escuchar al gran sofista Protágoras, el cual es, según dice la gente, un conocedor de “cosas sabías” (312c). Sócrates accede al ruego de Hipócrates no sin antes advertir a su joven amigo que lo primero será preguntar por la naturaleza y utilidad de la sabiduría del sofista antes de entregarse a ella. Es preciso saber qué introducimos en el alma del mismo modo que hay que conocer lo que comemos (313a). El sofista viene a ser como un comerciante o un tendero que ensalza el valor de su mercancía, por ello su juicio es parcial. Hay que ser precavidos.

Hipócrates y Sócrates se dirigen hacia la casa de Calias, donde se hospeda Protágoras. Sócrates le pregunta a Protágoras qué provecho puede sacar un joven como Hipócrates de su sabiduría a lo que este responde que: “en cuanto convivas conmigo, volverás a casa siendo mejor, y la día siguiente lo mismo, y todo los días progresarás más” (318a). Así pues el sofista ayuda a los jóvenes a ser mejores, pero, pregunta Sócrates: ¿mejores en qué? No en música o pintura... ¿en qué, entonces? Sócrates le exige que concrete en qué consiste su saber. Protágoras responde:
(...) Mi enseñanza es la buena administración de los bienes familiares, de modo que pueda él dirigir óptimamente su casa, y acerca de los asuntos políticos, para que pueda ser él el más capaz de la ciudad, tanto en el obrar como en el decir. 
-¿Entonces, dije yo, te sigo en tu exposición? Me parece, pues, que hablas de la ciencia política y te ofreces a hacer de los hombres buenos ciudadanos.
-Ese mismo es Sócrates el programa que yo profeso.” (319a)

Estamos ya en disposición de valorar la pertinencia del diálogo platónico para dilucidar el problema que estamos planteando. ¿Acaso no es el fin de la asignatura Valores éticos ayudar al joven y hacerlo “más capaz tanto en el obrar como en el decir” para hacer de él un “buen ciudadano”?

Sócrates replica que él no pensaba que esa materia fuera enseñable. Todos los atenienses parecen saber lo suficiente acerca de las cosas éticas y políticas y no aceptan de buen grado que se les corrija o contradiga. Sócrates parece dudar de que la virtud sea enseñable, pero quizá sea esta una primera impresión que conviene matizar. En realidad Sócrates, como finalmente reconocerá, está de acuerdo en que la virtud es enseñable, de lo contrario, como argumenta Protágoras, los hijos de Pericles tendrían la virtud política por el mero hecho de serlo y no es así. La cuestión central de este diálogo no es, como tantas veces se ha dicho, si la virtud es o no enseñable, sino cómo y quién se encarga de enseñar la virtud. Protágoras dice que él es la persona adecuada porque él es el extranjero imparcial que se somete a los intereses de la ciudad y tiene las herramientas pedagógicas necesarias.

Con el objetivo de precisar qué tipo de virtud es la que enseña el sofista y por qué es preciso cultivarla, Protágoras pasa a narrar el famoso mito de Prometeo. Este mito tiene por objetivo hacer ver a Sócrates que aunque las virtudes éticas y políticas son comunes a todos, eso no significa que podamos despreocuparnos de ellas. Al contrario, son comunes porque todos deben aprenderlas: “creen (los atenienses) que esa (la virtud) no se da por naturaleza ni con carácter espontáneo, sino que es enseñable y se obtiene del ejercicio.” (323c) La virtud ética y política es un don de Zeus que exige un proceso de enseñanza para actualizarse. Aristóteles diría que somos virtuosos en potencia, pero precisamos de un maestro para actualizar la potencia. Que la virtud política se obtiene mediante el ejercicio y no es por naturaleza lo prueba, según Protágoras, el que reprobamos al que carece de ella. (324a). Todos los hombres pueden aprender, por eso todos pueden participar en la vida pública.

Las virtudes sobre las que se discute en el Protágoras, aquellas que Sócrates duda que pueden ser enseñadas, son las virtudes herméticas (éticas y políticas), no las prometeicas (técnicas: pintar o tocar la flauta) cuya enseñanza no plantea tantos problemas. La sabiduría del sofista parece imprecisa -como los Valores éticos- no es como la música, la arquitectura o el cálculo, porque no es una ciencia. Además, aunque Protágoras se muestre reacio a reconocerlo, las virtudes políticas que enseña el sofista son contingentes y particulares, dependen de la ciudad. No son universales como las matemáticas. Protágoras es un profesional imparcial que está dispuesto a variar la receta en función de las necesidades de los dirigentes políticos. Pero esta no es, no puede ser, la perspectiva de Sócrates. Él es un patriota, un ciudadano comprometido con su ciudad. Es natural que el ateniense desconfíe del mercenario que dice ser maestro de virtud, porque la virtud que dice dominar el extranjero es la virtud política, pero no cualquier virtud política, sino la virtud política ateniense. Protágoras es el extranjero que viene a enseñar los atenienses como ser buenos atenienses.

En este momento del diálogo los papeles parecen estar cambiados: Prótagoras es el moralista, el optimista pedagógico que está seguro de su oficio: él es un educador, un maestro de virtud; mientras que Sócrates se muestra escéptico. Pero, repito, el escepticismo de Sócrates no es porque considere poco importante el tema. Al contrario, sabemos que para Sócrates la virtud tiene una importancia capital. Lo que duda es que pueda darse una enseñanza reglada, lo que Sócrates pone en cuestión es la institucionalización escolar de la ética. La virtud no parece derivarse de ninguna enseñanza especial, así pues Sócrates desconfía que quien parece tener una relación privilegiada con la virtud y está dispuesto a compartirla a cambio de un estipendio. Pero el problema de fondo no es tanto que el sofista cobre, sino el negocio privado de la enseñanza. Lo que pone en cuestión Sócrates es el peligro de dejar en manos de mercaderes la educación de los ciudadanos. La casa de Calias, el plutócrata, es el lugar donde se reúnen los sofistas (Hipias, Pródico y Protágoras). En una casa privada unos extranjeros pretenden decir cómo se han de educar los atenienses. No parece descabellado, a la luz de lo expuesto en la República y la Leyes, decir que lo que a Platón le parece vergonzoso es hacer una mercancía de la educación, privarla de su función pública. En ese sentido convendría tomar en serio la petición de Sócrates en la Apología de ser mantenido en el Pritaneo, a cargo del erario público: él es el auténtico educador y la educación no debe ser un asunto privado. Sócrates entiende la virtud como consustancial a la vida política.

Por otra parte, la ética no es una técnica como la medicina o la música que precisa de maestros y enseñanza. Por eso Sócrates no ejerce ningún oficio preciso, se limita a deambular por la calles y conversar con los jóvenes. Es la praxis, no la theoria, el ámbito que permite el florecimiento de la virtud. Los valores morales no son invenciones de especialistas, surgen de manera espontánea en la vida política. Se da la paradoja de que Protágoras representa mejor el estereotipo nietzscheano de Sócrates que el mismo personaje Sócrates. Es Protágoras quien se marca como objetivo promover la virtud; en cambio Sócrates se manifiesta contrario al voluntarismo del sofista y apuesta por la verdad. Será finalmente la sabiduría la clave que permita articular una noción dialéctica de virtud... pero esa es otra historia.

Como Gustavo Bueno sostiene (en su Introducción al Protágoras, Edit Pentalfa) la cuestión clave que permite poner en duda la figura del sofista es la naturaleza múltiple y heterogénea de la virtud. Sócrates duda que la virtud, “la piedad, la sensatez, justicia, sentido moral, etc”, forme una unidad (329c). Sócrates defiende una concepción dialéctica de la virtud porque sus partes parecen ser no solo heterogéneas sino, a veces, opuestas. Como se muestra claramente en el Eutifron, las virtudes entran en conflicto: la piedad puede ser injusta y la justicia impía. Si esto es así, el sofista en cuanto “maestro de virtud” es una figura imposible, una contradicción andante.

A la luz de lo expuesto ¿hay o puede haber un hueco para la ética en la enseñanza secundaria? Sí, pienso, pero modesto. Lo más que cabe potenciar es un adiestramiento para el reconocimiento y análisis de lo que ya esta dado. No se trataría ya de enseñar valores morales sino de identificar, comparar, deducir, etc; y esto, amén de que no es lo mismo que forjar ciudadanos virtuosos, requiere cierta madurez intelectual que están lejos de haber alcanzado los niños y niñas de 12 o 13 años. Los defensores de la asignatura parecen sostener como Protágoras una visión armonista de los valores morales; en consecuencia, argumentan que conviene empezar la enseñanza en una fase temprana y avanzar poco a poco. Pero Sócrates sabe que los valores entran en contradicción unos con otros. Una concepción dialéctica de la virtud exige, para ser ejercida con un mínimo de rigor, cierta madurez académica. Por otra parte, no debemos esperar que este ejercicio sea promovido por el poder político, sino más bien al contrario. Lo que la ciudad requiere de sus funcionarios es el manejo del adoctrinamiento y la propaganda con el fin de crear una masa comprometida con los valores patrios y no alentar lo que Nietzsche denominaba “espíritus libres” que puedan poner en solfa la moral imperante.

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