El modelo liberal concibe la política
como
una competición entre élites -en términos de
Schumpeter- que defienden determinados intereses pero están de
acuerdo en lo fundamental; de tal manera que lo que se dirime en unas
elecciones es bien poca cosa (puedes elegir entre Coca-cola o
Pepsi-cola), pues incluso los intereses corporativos que defienden
unos y otros deben armonizarse e integrarse, a largo plazo, dentro de
un marco institucional incuestionable. Actualmente, con la crisis de
los Estados-nación, lo que se decide es aún menos, pues la política
económica depende de instituciones supranacionales que no están
sometidas al control democrático. Frente a este modelo podemos
oponer la fórmula schmittiana que concibe la política como un
enfrentamiento entre amigo y enemigo. No hay aquí espacio para
consenso alguno. Más allá de los medios empleados -la guerra o el
debate parlamentario- el objetivo es el mismo: aniquilar al enemigo.
La política surge cuando, en virtud de los antagonismos que
atraviesan la sociedad, nos reconocemos como un “nosotros” que se
constituye, naturalmente, frente a un “ellos”. Estos son los dos
extremos que operan hoy en día en la vida política: o enemigos o
competidores. Si adoptamos una perspectiva liberal entendemos la
confrontación política casi como una pantomima en la que no se
dirime nada fundamental; si adoptamos una perspectiva schmittiana
como un campo de batalla eterno e inclemente.
Chantal Mouffe propone un modelo
intermedio: el modelo agonístico (de agon: contienda,
disputa). Sostiene, con Schmitt, que los antagonismos sobre
los que se levanta la vida política son irreconciliables, pero ello
no nos debería llevar a tratar al otro como un enemigo al que
es lícito privar de su vida o dignidad humana. Plantea Mouffe lo que denomina un “consenso conflictivo” que asegura, al menos, que el otro
sea reconocido como adversario legítimo y no como enemigo. De este modo nos
comprometemos a garantizar sus derechos fundamentales aunque, por otra parte, renunciamos a alcanzar un consenso con él, pues sabemos de antemano
que nuestras posiciones son irreconciliables. La diferencia con el
planteamiento de Schmitt es la siguiente: el “adversario” de Mouffe comparte con “nosotros” los principios ético-políticos
sobre los que descansa la democracia -libertad, igualdad, derechos
humanos…- pero los interpreta y aplica de forma muy diferente; en
cambio el “enemigo” -el yihadista, el neonazi…- se sitúa
fuera del espacio agonístico y no acepta los principios
ético-políticos comunes; él es nuestro antagonista, por lo
que no reconocemos su derecho a defender su posición dentro del marco
democrático. El objetivo de la democracia es que el conflicto
adopte una forma agonística, no antagónica. Ni enemigos ni
competidores: adversarios. Esta es la fórmula de un modelo
agonístico de la política.
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