Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

viernes, 26 de agosto de 2011

Filosofía y Ciencia (II)
Óscar Sánchez Vega

En la anterior entrada he presentado las tesis que defienden S&B como paradigmáticas de la racionalidad científica, es más, como un modelo de lo mejor de la tradición científica depurada de la fácil ideología cientificista. Ahora, aprovechando la crítica de S&B a Feyerabend, pretendo intervenir mediando, en lo posible, entre unos y otros en la búsqueda de lo que en principio parece un imposible: un punto de encuentro entre la ortodoxia científica de S&B y el anarquismo epistemológico de Feyerabend.

Cuando S&B abordan la crítica epistemológica de Feyerabend se apresuran a reconocerle lo que niegan a otros: su competencia científica. Además están de acuerdo con él en que “ la idea de que la ciencia puede, y debe, organizarse a tenor de unas reglas fijas y universales es, a la vez, utópica y perniciosa” . De nuevo conviene recordar la distinción entre la “racionalidad” y la codificación de la misma. Si Feyerabend se hubiera limitado a demostrar, a través de ejemplos históricos, las limitaciones de cualquier codificación general y universal del método científico, S&B (y con ellos a mayor parte de los científicos), estarían de acuerdo con él. Pero Feyerabend pretende ir más allá.

Feyerabend, como Kuhn, niega la tradicional distinción de Reichenbach entre contexto de descubrimiento y contexto justificación, lo que a juicio de S&B, le lleva a exagerar la importancia de los aspectos extracientíficos presentes en el contexto de descubrimiento. Pensemos, de nuevo, en las investigaciones policiales: se puede descubrir al culpable de un delito como consecuencia de todo tipo de acontecimientos fortuitos, pero los argumentos que prueban su culpabilidad, cuando son esgrimidos ante un juez, deben ajustarse a ciertos criterios. De la misma forma es cierto, como subraya Feyerabend, que todo tipo de creencias e ideas extracientíficas, religiosas, mitológicas y hasta meras supersticiones están en el origen de algunas de las más reputadas teorías científicas, pero esto no es óbice para que estas hayan superado un conjunto de pruebas experimentales que son las que determinan un última instancia su alcance y valía.

Por otro lado Feyerabend también es crítico con el criterio de demarcación de Popper. Según Feyerabend la función de la ciencia en el mundo occidental es la misma que antaño desempeño el mito y que aún desempeña en algunas sociedades no occidentales, es decir, un relato que otorga sentido al mundo que nos rodea y que es, en cierto modo, irrefutable pues el mismo relato contiene las reglas de lo que ha de ser tenido tenido en cuenta de tal modo que tanto el sentido como la justificación del mismo forman parte del relato (mito o ciencia) en cuestión. S&B replican que existen diferencias importantes entre ciencia y mito entre las que destaca la capacidad de la ciencia para evolucionar, para cambiar en función de los resultados de los experimentos y las observaciones, mientras que, por el contrario, no hay ejemplos de religiones o mitos de cambien como resultado de experiencias que los contradicen.

En general, S&B admiten que Feyerabend demuestra que la ciencia no avanza siguiendo un método definido pero no explica nunca en qué sentido son falsas, por ejemplo, la teoría atómica o la teoría de la evolución porque, a juicio de S&B, Feyerabend comparte las razones de la comunidad científica para creer en ellas, pero no le interesa profundizar en ese territorio común y, por el contrario enfatiza las diferencias entre unas teorías científicas y otras, un disciplinas y otras, unas épocas y otras etc. El interés de Feyerabend está más en defender la pertinencia de una pluralidad de enfoques o teorías que en deslegitimar la pretensión de verdad de una u otra teoría científica.

El asunto crucial continúa siendo el estatus ontológico que damos a los “hechos” y los “enunciados observacionales”. Para S&B, y para los científicos en general, los “hechos” son el juez imparcial que dicta las sentencias que comprometen la verdad de las teorías científicas; Quine y Feyerabend, entre otros, entienden que aquello que debe ser considerado un “hecho” depende de la teoría ontológica que tomamos como punto de partida. Los sueños son “hechos” en sentido estricto, que pueden determinar estrategias militares y con ellas el resultado de batallas y hasta de guerras, para una sociedad politeísta clásica y, en cambio, son variables subjetivas despreciables sin poder explicativo alguno desde el punto de vista del materialismo histórico, por ejemplo.

Las que Feyerabend llama “teorías comprehensivas” generan su propio lenguaje básico u “observacional” que fundamentan el andamiaje teórico de tal modo que se tornan inexpugnables. Ante esta situación lo preferible es que proliferen las concepciones teóricas alternativas para evitar el círculo vicioso de justificar teorías con enunciados observacionales que ellas mismas fomentan.

Tales teorías comprehensivas son, pero sólo en parte, inconmensurables puesto que cada una de ellas genera una ontología propia desde la que leer e interpretar el mundo circundante. En todo caso Feyerabend no sostiene en este punto una posición tan tajante como Kuhn: dos teorías, paradigmas o tradiciones culturales pueden ser, y de hecho son, perfectamente comparables. Para explicar esta cualidad Feyerabend inspirándose en Wittgenstein, viene a interpretar las distintas teorías como “juegos del lenguaje” que nunca son completamente estancos; siempre es posible establecer nuevas metáforas o nuevas reglas que nos permitan transitar de un juego a otro. De hecho el problema de la inconmensurabilidad es un un problema solo para filósofos. Artistas, científicos y antropólogos no encuentran dificultad alguna para pasar de un teoría a otra, de un juego a otro.

En cualquier caso, y esto es lo importante, no son los hechos el juez inapelable que falla en favor de una u otra teoría. El conjunto de los hechos posibles viene determinado precisamente por la teoría que pretendemos justificar por mediación de ellos y no existe algo así como un lenguaje neutral que nos garantice un acceso directo y objetivo al mundo de los hechos.

¿No hay forma entonces de contrastar- independiente y objetivamente, claro está- las teorías científicas? Esta parece ser la posición de Feyerabend aunque pudiera haber un camino si partimos de que no existe algo así como “la ciencia”, sino que por el contrario existen una pluralidad de disciplinas con presupuestos teóricos y metodológicos diferentes, que todo lo más comparten un “aire de familia”. Si esto es así, tal y como Feyerabend sostiene, entonces, hay que tomar en consideración las distintas pruebas que en favor de una teoría científica pueden aportar disciplinas diferentes. Por ejemplo la justificación de la teoría de la evolución no está determinada por “hechos” que, de algún modo, son generados por la misma teoría que pretendemos examinar, sino que, por el contrario la verdad de la teoría viene corroborada por pruebas que proceden de campos muy distintos: la embriología, la fisiología, la paleontología, la anatomía comparada etc. Es, por decirlo en palabras de Bueno, la confluencia de cursos operatorios distintos los que justifican nuestra creencia en la teoría de la evolución. Lo mismo sucede con la teoría atómica. Feyerabend, en principio, no tiene nada en contra de esta forma de proceder que considera razonable; el problema es la pretensión de exclusividad que sostienen los científicos. El pluralismo ontológico defendido por Feyerabend no puede admitir tal pretensión.

Feyerabend, que deviene en metafísico en sus últimos escritos, viene a decir que el Ser es inconmensurable , en el sentido nietzscheano, y que todos nuestros intentos de dar cuenta de Él, mediante teorías, no son más que aproximaciones más o menos afortunadas en función de la respuesta de esta Realidad que, como tal, permanece, para nosotros ignota e inaccesible. Por tanto todo dogmatismo, toda pretensión de exclusividad por parte de una teoría, sea científica o no, es un acto de fatua vanidad injustificada.

El problema es llevar esta ontología -muy sugerente, por otra parte- a la práctica. ¿Es la teoría de la evolución cierta o no? Si lo es... ¿Solo es cierta para nosotros: (algunos) occidentales? ¿es igualmente cierta la teoría creacionista para otros (occidentales y no occidentales)? El problema que me planteo ahora es hacer compatible una ontología -una metafísica- que considero básicamente acertada con una intuición que comparto con S&B y con la comunidad científica en general: la teoría de la evolución, por ejemplo, es verdadera (y, por tanto, las teorías creacionistas son falsas).

Feyerabend admite que la respuesta del Ser al enfoque científico ha sido positiva pero también ha sido positiva, en su momento, su respuesta ante los dioses olímpicos o el dios cristiano (el problema continúa siendo el afán de exclusividad). La cuestión es, creo, que Feyerabend no extrae todos los corolarios de esta afirmación. Si el enfoque científico es básicamente acertado, entonces deberíamos apostar por sus respuestas en caso de contradicción manifiesta entre estas y otras respuestas claramente incompatibles con el enfoque científico. Es decir, no es igual de verdadera la teoría de la evolución que las teorías creacionistas porque la Realidad, interrogada desde perspectivas muy diferentes, ha respondido de manera más satisfactoria a la primera teoría.

Pudiera ocurrir que en el futuro el Ser diera la espalda al enfoque científico y nuevas teorías, nuevas formas de interpretar y comprender la realidad fueran las favoritas de este caprichoso soberano; entonces la verdad de la teoría de la evolución y del resto de teorías científicas será puesta en cuestión. Al fin y al cabo lo que he llamado “el enfoque científico” no es más que un producto histórico relativamente reciente que, como todos, tiene fecha de caducidad (o no... ¿quién sabe?). En cualquier caso, hoy -y esto es de lo único que podemos hablar con un mínimo de rigor y sensatez- la ciencia, las teorías científicas son el instrumento más adecuado, no sólo para manipular y transformar la realidad sino también para comprenderla.

Feyerabend también encuentra un problema político en la pretensión de verdad del enfoque científico o, más bien, en la pretensión de objetividad de la ciencia: las teorías científicas nos dicen lo que son las cosas y, si otros discursos hacen un relato diferente … mienten, vienen a decir los científicos. Tal planteamiento, defendido implícitamente por S&B, nos aboca a una sociedad no democrática donde algunos aspectos fundamentales de la vida están determinados por postulados y principios científicos –muy discutibles- antes que por la voluntad de los ciudadanos. Por ejemplo, los padres, salvo en algunos estados de USA, no pueden decidir si educar o no a sus hijos bajo criterios evolucionistas; lo mismo ocurre si un paciente decide que quiere ser atendido por un experto en medicina tradicional china o un homeópata (costeado, claro está, por una seguridad social que paga con sus impuestos). Feyerabend denuncia el estatus privilegiado del conocimiento científico que se impone, por encima de las voluntades de los ciudadanos.

Pero esto, de un modo u otro, siempre ha ocurrido, es inevitable y hasta necesario. Vivir en sociedad supone compartir ciertas cosmovisiones, teorías e ideas acerca de lo que es justo, bueno y verdadero -como sostienen, con razón, los comunitaristas- ; y son estas teorías marco –y no la voluntad de los padres- las que fijan, por ejemplo, el modo de educar a los niños. Hoy la ciencia es el discurso dominante y es natural que impregne la vida de las sociedades occidentales de tal modo que es lógico que en la escuela se enseñe la teoría de la evolución y no el creacionismo. La cuestión del estatus privilegiado del conocimiento científico no se puede reducir a condicionantes sociológicos e históricos; es evidente que la Realidad ha respondido positivamente al enfoque científico y este es un hecho que no podemos obviar: la ciencia no es un discurso más entre otros, es, hoy, el discurso dominante, el discurso verdadero,- como antaño fue el cristianismo- y exige ser reconocido como tal.

Concluyo pues, con S&B que las teorías científicas claramente contrastadas, son verdaderas, -al contrario que la quiromancia, la parapsicología o la astrología– y, aunque no sea posible codificar un criterio de demarcación, ello no significa que todo vale. Por otra parte el pluralismo ontológico que defiende Feyerabend es una hipótesis metafísica muy sugerente y compatible, creo, con la ortodoxia científica.

10 comentarios:

  1. Juan 20:24-29

    24 Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino.
    25 Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.
    26 Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
    27 Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
    28 Entonces Tomás respondió y le dijo: !!Señor mío, y Dios mío!
    29 Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.

    Brian Green, El universo elegante

    ¿Es correcta la teoría de cuerdas? No lo sabaemos. Si está usted de acuerdo con la creencia de que las leyes de la física no se deerían fragmentar en, por un lado, aquello que gobierna lo grande, y por otro, aquello que gobierna lo pequeño; y si usted cree también que no deberíamos descansar hasta que tengamos una teoría couyo ámbito de aplicación no tenga límites, la teoría de cuerdas es para usted la única apuesta posible por el momento. No obstante, se podría argumentar que esto sirve más para ilustrar la falta de imaginación de los físicos, que para justificar el carácter de única de la teoría de cuerdas. Quizás sea así. Además, se podría añadir que, como el hombre que busca en la calle únicamente a la luz de una farola las llaves que ha perdido, los físicos están apiñados en torno a la teoría de cuerdas solo porque los caprichos de la historia de la ciencia han proyectado al azar un rayo de luz en esta dirección. Puede ser. Y, si usted es relativamente conservador o aficionado a hacer de abogado del diablo, podría decir incluso que los físicos no tienen por qué perder el tiempo con una teoría que propone una nueva característica de la naturaleza que es algunos cientos de miles de billones de veces más pequeña que cualquier cosa que podamos sondear experimentalmente de una manera directa .

    Un saludo

    Javier

    ResponderEliminar
  2. Javier, la "verdad" de la teoría de cuerdas no me interesa demasiado: como tú mismo dices, ni los científicos mismos se ponen de acuerdo. No es una teoría asentada en el seno de la comunidad científica.

    Me interesa más de qué manera puedo defender la verdad de teorías científicas claramente contrastadas, como la teoría de la evolución o la teoría atómica, desde una metafísica distinta al cientificismo ingenuo, que viene a decir que la Realidad es lo que explican los científicos.

    Un saludo

    ResponderEliminar
  3. sepptembrini27/8/11, 23:48

    Oscar, alucinantes las dos entradas, serias y rigurosas.

    Te conviertes en mi fuente. Algo recuerdo de estas disputas. También felicito a Anónimo Blázquez por su exacta cita bíblica. La cita encierra más enjundia que la que otros que perdieron el tiempo en eso que se llama filosofia de la ciencia procuran-o; ón-


    Lo racionalidad o codificación de la misma.

    Cieszkowski dixit; La teología es antropología,cierto, pero no es toda la verdad. Cabe añadir que el ser del hombre es social, la cooperación de varios individuos hacia un objetivo común,..........., y que la autentica doctrina del hombre, el verdadero humanismo, es la teoria de la sociabilidad humana. Es decir, la antropología es socialismo.

    Una cosa es la técnica.

    Ciencia es el vestigio que queda de la filosofía.

    "Verdad", me suena.

    mMtatafisica. Las once dimensiones. Si leo ciencia y no filosofía es porque me gusta la Metafísica.

    El método científico, la teoría de la elección racional, la economía, esa ciencia,,,,,,

    Estoy de acuerdo, la verdad como posibilidad, como alternativa materialista al espíritu - por cierto que espíritu y que "espíritu cientifico"-.

    La única ciencia posible la que destripa nuestras cabezas.

    Del hombre la ciencia. Pasión,

    Del mundo la técnica. Dios.

    Por eso prefiero que me opere un técnico; que el coche que no tengo lo ponga a punto un tecnico; que el viaje espacial para el que estoy ahorrando -lo confieso, soy hijo de cayetana de alba- lo planifique otro Técnico.

    En lo de la técnica, bien, mejor un dentista que un Fourier, del que prefiero y no es por pedanteria, es que es extraordinario, como novela de ciencia ficción, antecesor de Huxley u Orwell, "La teoría de los cuatro movimiento" Leedlo.

    Un Abrazo Oscar

    ResponderEliminar
  4. Óscar: Por introducirme, tarde, en lo que planteas, me gustaría referirme a la última parte de tu entrada. Los dos artículos me han parecido esclarecedores y muy bien relatados. eL TEMA SE LAS TRAE y está lleno de resonancias que llevan de un lado a otro, hasta extenderse por todo el campo de "la ciencia que buscamos".
    Por ir al grano: me parece que al final de lo que escribes se presenta una de las cuestiones cruciales de las conflictivas relaciones entre filosofía y política. Me parece -si no lo interpreto mal- que defiendes una postura que podríamos denominar platónica en lo que respecta a la conceptualización de lo político: podría resumirla del siguiente modo: es la verdad, y no los hombres, la que debe guiar las decisiones concernientes al ámbito de los asuntos humanos. En cierta manera, reconozco en lo que dices una defensa del carácter tiránico de la verdad, así como platón apostó -para eliminar de una vez la incertidumbre reinante en los asuntos políticos- por una especie de tiranía de la verdad con el fin de eliminar los estragos que la pluralidad o la desorientación puedan introducir en las decisiones políticas. Aceptas el carácter tiránico de la verdad a la hora de regir lo político, una verdad que, como tal, ha de subyugar y hacer superflua la voluntad de los hombres. Con esto, en cierta manera, apuestas por la identificación -casi en sentido hegeliano-entre verdad y Estado: el Estado que permita la aparición de lo verdadero posee el derecho para doblegar toda voluntad discordante, para imponer lo verdadero, porque la esencia de la verdad exige cumplimiento y el Estado nom es otra cosa que la voluntad misma de la verdad que anula toda otra voluntad.

    La cuestión, según mi punto de vista, es que aunar verdad y política conduce a la incomprensión de ambas;
    1-conduce a fundar la he3gemonía omnímoda del Estado sobre los individuos a los que su poder alcanza, por lo que elimina el carácter propio de lo político.
    2-Conduce, de la misma manera, a abolir el carácter mismo de lo verdadero, ya que -como vemos ocurre hoy en día- lo importante entonces pasa a ser el comportamiento: que, como decía el mismo Platón, si todos los ciudadanos no pueden conocer la verdad (como podría ser el caso de la ciencia actual), se comporten al menos COMO SI la conocieran.

    Al final, por uno y otro lado, queda sólo una cosa: el poder del Estado.
    En un mundo como el actual, me parece que no hay nada más peligroso -y en ese sentido siento simpatía por Feyerabend- que la identificación de Estado y verdad.

    Saludos, y enhorabuena por tus interesantísimos artículos.

    ResponderEliminar
  5. Borja, sinceramente creo que exageras.

    Vamos por partes.

    No defiendo una concepción platónica de lo político, ni de la verdad. Yo, como el amigo Edu, soy pragmatista (quizá otro tipo de pragmatista). Si has entendido lo contrario es que me explicado muy mal.

    Haces referencia a la última parte de la segunda entrada, así que voy a centrarme sólo en ella. Feyerabend defiende un individualismo radical coherente con su anarquismo metodológico. Simpatizo con su postura pero creo que va demasiado lejos. Una sociedad, también una sociedad liberal, necesita puntos de encuentro en base a los cuales organizar, por ejemplo, la sanidad y la educación. El enfoque científico es uno de esos marcos que se impone hoy, en todas las sociedades liberales, a la voluntad de los ciudadanos. A Feyerabend le parece mal y a mi bien, eso es todo.

    No es la verdad vs la voluntad de los hombres. Desde el pragmatismo que defiendo la verdad al margen de la voluntad de los hombres es una cáscara vacía. Se trata de la voluntad de una comunidad (en favor del dios cristiano o de la ciencia) vs la voluntad de los díscolos (el ateo en una sociedad cristiana o el místico en una sociedad científica). Esta es una compleja tensión que no se clausura sin más dando todo el poder a un polo: individuo o comunidad.

    A menudo has escrito en contra del poder omnímodo del estado y así, en abstracto, no puedo dejar de estar de acuerdo contigo, pero en este asunto es preciso concretar más. A Feyerabend le parece mal que no se dé la opción a los estudiantes a objetar al evolucionismo. A mi me parece bien. ¿A tí? A Feyerabend le parece mal que los homeópatas, astrólogos o chamanes no trabajen para la Seguridad Social (siempre que tengan clientela). A mi me parece bien. ¿A tí? Son este tipo de cosas las que están en cuestión. Por lo demás creo que todos, Feyerabend, tú y yo,- puede que con matices – defendemos una sociedad democrática y liberal. La defensa de la ciencia no puede interpretarse como una vía hacia el totalitarismo.

    Un saludo

    ResponderEliminar
  6. (I)Javier escribe:

    Lucas es menos tremendista que Juan. Más amable. Hace al grupo, y no solo al pobre Tomás, incrédulo. No habla de dedos introducidos en la llaga, ni visión de heridas de clavos. Cierto es que alude a una visión de manos y pies, en los que se suponen cicatrices. Lo importante y bello es que Jesús muestra y demuestra su carnalidad compartiendo una cena con sus discípulos, por lo que Da Vinci retrató la penúltima (aunque algunos eruditos la denominan la Santa Cena, y acaban con ciertas inconveniencias), pero bueno.
    Mateo simplemente refiere que algunos apóstoles… dudaban.
    Marcos es más fantasioso, más novelero, le viene en poco insistir en el tacto, la visión, la sensibilidad. Censura la incredulidad y punto. Luego las señales de serpientes, demonios, etc…
    Sin duda es Juan. Aunque yo me quedo con la Pasión de Mateo en manos de Bach. La de Juan no me llena… además que sustrae los últimos hechos que nos interesan y nos cuela dos alabanzas de relleno.
    A lo borgiano, puedo decir que ahora es cuando comienzo a sentir que empieza el cuento de veras. Llegué a los evangelios atosigado por el número tres. Componía un poema en el que intentaba armonizar bellos héroes clásicos, como Diomedes y Pedro, o Príamo y José de Arimatea. Un ejercicio interesantísimo.
    Por eso tenía bien claro aquel capítulo. Luego ciertas urgencias me llevaron a dar con ciertos textos teológicos en el que se intentaba dar una respuesta a algo terrible: ¿Porqué Jesús necesitaba resucitar con sus llagas y cicatrices? Las explicaciones y detalles, al ser tema escatológico, voy a ahorrármelas. Me quedo con la necesidad de convencer al incrédulo por medio de la experiencia, del ver para creer, incluso de tocar. A Jesús le vieron morir lacerado, en vez de asfixiado por falta de sujección al quebrársele las rodillas (pero el hijo de Dios debía ascender sin ser quebrado). El hijo de Dios debía de padecer tormento y resucitar al tercer día (resucitar en carne, vencer a la muerte; no valía ser en espíritu, sino volver de nuevo como hombre tras el óbito).

    ResponderEliminar
  7. (II) Javier escribe:

    De nuevo volvemos a Lucas, aunque suena ahora la Pasión de Mateo y viene a mi memoria aquel destruido cuadro de Caravaggio en el que se representa al evangelista como un noble bruto dirigido por la mano de un ángel en la escritura de su evangelio. Lucas en más amable, decía. Me importa a partir del capítulo 24, versículo 44: “Y él les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que erea necesario que se cumpliesen todas las cosas que están escritas de mí en la ‘Ley de Moises’, y en los profetas, y en los salmos. Entonces les abrió el sentido, para que entendiesen las escrituras; Y díjoles: así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos el tercer día […] y vosotros sois testigos de estas cosas”.

    La necesidad de las escrituras deviene experimentación científica. Es más, para Cristo es importante que se cumplan las profecías, que físicamente ocurra lo que se predicó que era cierto. Para la ciencia, que las predicciones de una teoría se cumplan, bien porque se observen directamente en la naturaleza, bien porque puedan ser fruto de la experimentación. Al igual que Dios fuerza la verdad de las escrituras haciéndose hombre y dejando que sobre él se cumpla lo escrito, el científico puede ingeniar experimentos que muestren una idea teórica.

    Todo depende, al final, de la comunidad de apóstoles o científicos, que han de ser abiertos a la verdad, que sean testigos de la verdad, y en ambos casos la verdad viene impuesta por los sentidos, por lo palpable. Cuando la moderna cosmología predijo el Big Bang, el Vaticano celebró la idea de un solo momento de la Creación, como dicho está en las Escrituras, y demuestra la Ciencia (de un país reformista, pero bueno).

    Este cuento tiene un epílogo: Leo Smolin, científico converso de vueltas de la teoría de las supercuerdas, nos cuenta: “la ciencia […] se basa en una ética, y esta ética exige que los científicos actúen de buena fe. También exige que cada científico se erija en juez de lo que él o ella cree, y así, armado de una sana dosis de escepticismo y de espíritu crítico, se enfrente a cada idea no comprobada hasta que sea demostrada. Algo que, por su parte, exige que la Comunidad Científica apoye y dé la bienvenida a la variedad de enfoques a los problemas no resueltos. Investigamos porque ni siquiera el más perspicaz de entre todos nosotros conoce la respuesta, que a menudo se encuentra en una dirección diferente de la propugnada por la corriente mayoritaria y, en estos casos, aun cuando la corriente mayoritaria acierte en sus conjeturas, el progreso de la ciencia depende de un apoyo honesto por parte de los que mantienen posturas diferentes”.

    ResponderEliminar
  8. Javier muy interesante todo. Me quedo con la última parte, la cita de Smolin, que me ratifica en lo dicho en el comentario anterior: la defensa del enfoque científico no favorece el poder del Estado, ni la identificación de este con la Verdad o un nuevo dogmatismo.

    Saludos

    ResponderEliminar
  9. Gracias Óscar, pero lo mío es solo un cuento. Tu artículo, que no lo resalté antes, sí que es interesantísimo, y equilibrado. Emociona. De ahí que escribiera el cuento.

    En la idea de Comunidad está la cosa. La insoportable y arrogante certeza del absoluto alejamiento de dos formas de ser en la naturaleza: el sabio y el lego. Muchos nombres pueden abarcar este estatus según la Comunidad en la que nos movamos. ¡Comunidades! No pongo en duda ninguna verdad que la Comunidad Científica dé por contrastada; aunque en un tiempo insalvable quede muy débil la definición de contrastación científica. Siempre Damocles.
    Volvamos a Smolin: la ciencia es perversa, conservadora y tiránica. Pero observando el Antiguo Universo y el Moderno, quién va a negar a la Comunidad Científica su privada epifanía. No seré yo.

    Y eso que una verdad científica no se impone. Es una especie de revelación. La certeza corre como la pólvora y una pequeña chispa de descubrimiento se convierte en un destello fulgurante. Cierto es que la gente hace cosas buenas con las verdades científicas, y que estas han de procurar perseverar, al menos en el seno de la Comunidad Científica, y no desnaturalizarse. También es cierto que la Comunidad Científica implica no solo a los científicos, sino a los legos que les otorgan el reconocimiento de sus verdades y dirigen su conducta impelidos por estas verdades.

    A los incrédulos hay que convencerles con demostraciones de su Poder, porque ser dueños de la verdad es tener un gran poder. A un lego no le convence la tabla periódica, sino la química que le haga más sano, más fuerte, más infinito.

    A pesar de todo, la Comunidad Científica no nos va a hacer más humanos. La Humanidad prevalece sobre la Ciencia. Escribe Smolin palabras como ética, buena fe, espíritu crítico, juez (que implica la idea de justicia). No podemos negar que son estos términos pre-juicios científicos que torpemente podrían definirse científicamente.
    La ciencia puede informarnos, pero no dirijirnos. Un científico puede informarnos de la posiblidad de extirpar un feto si con ello conseguimos una mejora en la psique de la embarazada, o incluso que es bueno dentro de unas medidas de planificación demográfica en aras de higiene sexual y bienestar social; pero eso no implica que el Estado deba imponer esta visión científicamente informada, pues siempre puede discutirse otra opción como la de adoptar o la prevención de la salud psíquica rompiendo la falsa dicotomía embarazo/problema, o cualquier otra más creativa (pues todo depende de la ética, la buena fe, la justicia…)

    Así que el asunto que Borja acusa es, a mi parecer, del todo lógico. En la elección y en el derecho de rectificación se asienta las bases de la política, aspectos que no casan con la verdad asegurada, sino en el convencimiento de que la Maquinaria de la Verdad viene sin un manual de instrucciones.

    Bueno, creo que me excedo con demasiada arrogancia.

    Creo que leí en Sloterdijk que una Humanidad Científica está avocada a ser un experimento eugenésico; de hecho habla del parque humano, no de la Humanidad. Es cierto que no sé bien si Sloterdijk está ironizando o lo dice en serio, no leí tan profundamente, pero la idea en sí ya es bastante desasosegadora.

    ResponderEliminar
  10. soy Santi,no me deja entrar con google, que hago? en fin despues de un largo comentario que se ha ido al carajo, me sumo a las albanzas a Oscar, me parece muy bien traido el enfrentamiento entre pluralidad ontológica y sentido común, o mejor, intuición profunda de que la ciencia funciona.que al fin y al cabo es lo que motiva todas nuestras acciones, hasta los subproductos que tanta chapuza arrastran.La observación de Javier de que hasta el Altísimo necesitó pruebas con lo suyo demuestra que la Verdad es patrimonio del Divino, mientras quelos humanos somos esclavos del Engaño, nuestro dios verdadero, aunque a veces temamos que una verdad provisional nos desnude el invento de la construcción social de nuestra verdad.qué potente es la Creencia y qué bien nos engañamos para obedecerla! Mientras la ciencia se encargue de fisica no tiene ya peligro, que las religiones y otros alumbres ya saben bien como escaquearse del problema.Lo malo es cuando se mete en honduras humanas sobre las que tiene poca autoridad aunque se la arrogue, pues no da puntada sin hilo.Donde está la verdad? pues como es antua y poderosa, diría que donde esté la pela, que la verdad también es puta y virgen y por eso nos gusta tanto....
    Ah yo andaría con pies de plomo con la eficacia cientifica de medicamentos pagados por la SS, aunque siempre prefiero al tecnico que al lego, aunque no es más que una cuestión de fe, en fin, lo más primariamente humano.
    El estado siempre se ha matrimoniado con la Verdad, lo que ocurre que este ahora es más bruta y la verdad más destructiva, cosa normal si no hacemos más que profundizar en ella, hurgamos en la herida y ella se mosquea, como buena nihilista primigenia que se rebela contra nuestra máquina de generar ficciones, que tanto bien nos dan

    ResponderEliminar