Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo
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sábado, 8 de septiembre de 2012

Europa: un ideal
Borja Lucena Góngora

Ahora que septiembre hace volver las viejas ocupaciones, todo parece haber cambiado; ahora  se renuevan  las preocupaciones y salta en pedazos la confianza bobalicona en aquello que parecía ampararnos y ofrecernos morada. El futuro se desnuda como una muchacha no deseada por nadie, pero inevitable. No obstante, lo valioso de los tiempos oscuros es que muchas cosas son desenmascaradas ante la incapacidad de los más fervientes creyentes para seguir creyendo. Se rasgan espesas fes apacibles y la realidad cobra un brillo inesperado. Por ejemplo, cada vez es más frágil la antaño ilimitada promesa de Europa, más inconstante, aunque los medios de propaganda y la rutina procuren sostenerla contra toda evidencia o sentido común; nos hemos estrellado contra la realidad efectiva de lo que contiene esa marca: hemos transitado en muy poco tiempo del Europa como salvación a la  asfixia por el peso opresor de una monstruosa corporación burocrática, de una oficina administrativa que todo lo ocupa, de una opulenta empresa que todo lo proyecta, lo planifica, lo explota y coloniza. Hemos al fin descubierto que el ideal de Europa no es otro que la administración, la gestión exhaustiva de la realidad, y eso exige el derribo de toda barrera que obstaculice un aplanamiento que permite que todo esté disponible para ser utilizado: las instituciones hasta ahora existentes, los peculiares modos de vida, las condiciones del trabajo, los hábitos improductivos, las costumbres, las cosas indóciles o antojadizas, las vidas mismas de los hombres y las mujeres son sólo obstáculos que se cruzan en el cumplimiento del ideal de plena y eficiente productividad. 

La promesa de salvación de Europa ha adquirido más bien el aspecto de un viejo mensaje que sobre una puerta recibía a los condenados, una exhortación que, de hecho, significó la muerte definitiva de Europa: Arbeit macht frei. Hemos descubierto que Europa ha muerto. La muerte de Europa fue más verdadera, más salvaje e irreversible que la muerte de Dios. La Europa que hoy vive no es aquella vieja Europa, que ya murió,sino más bien su espectro nacido de los campos de exterminio humeantes. Europa dejó de existir hace mucho tiempo, y hoy  nos aplasta el peso inclemente y deformado de su sombra, una sombra fijada en su solo epitafio: el trabajo os hace libres

Patócka habla de esta manera cuando afirma que Europa murió bajo la furia de su propio poder económico-tecnológico:
Europe truly was the master of the world. It was the master of the world economically: she after all was the one who developed capitalism, the network of world economy and markets into which was pulled the entire planet. She controlled the world politically, on the basis of the monopoly of her power, and that power was of scientific-technological origin. All this was Europe. (...) And this reality, this enormous power, definitely wrecked itsel in the sapn of thirty years, in two wars, after which nothing remained, nothing of her power that had ruled the world. She destroyed herself through her own powers.
lo que, más o menos, viene a decir:
Europa era verdaderamente señora del mundo. Era señora del mundo en el aspecto económico: ella, después de todo, fue quien desarrolló el capitalismo, la red mundial de economía y los mercados a los que fue empujado el planeta entero. Ella controlaba el mundo en lo político, sobre la base del monopolio del poder, un poder de origen científico-tecnológico. Todo esto era Europa.  (...) Y esta realidad, este poder enorme, naufragó definitivamente en un lapso de treinta años, en dos guerras, después de las cuales nada permaneció, nada del poder que había regido el mundo. (Europa) se destruyó a sí misma por obra de sus propio poderes.

jueves, 5 de julio de 2012

Patocka: polis y filosofía.
Borja Lucena Góngora

Estos días de recién llegadas vacaciones, después de haber sobrevivido al fútbol y a las  fiestas del solsticio sanjuanero en Soria, he disfrutado leyendo al filósofo checo Patocka. No me deja de sorprender cómo, metido hasta el cuello en el agujero de su presente soviético y carcelario, pudo este hombre soportar, cómo pudo acechar en los pliegues rugosos del tiempo aquello que apunta a su trascendencia. Si buscáramos una justificación de la idea de eternidad aquí, al menos, hallamos una de naturaleza pragmática: el pensamiento de la eternidad es aquello nos permite estar en el tiempo sin sucumbir enteramente a él.

En sus lecciones publicadas bajo el título de "Platón y Europa", que tengo en su traducción inglesa, Patocka nos hace tropezar con algo que no puede más que comunicar un gran desasosiego: la aparición del filósofo es una provocación hacia la polis. La misma existencia del filósofo se da en tensión trágica con respecto a aquello que conforma la política.
Socrates does not provoke, but his whole existence is a provocation to the city
Sócrates no provoca (a los atenienses), sino que su sola existencia es una provocación hacia la ciudad
Patocka expresa con gran agudeza la, digamos, imposibilidad misma del filósofo, la desmedida y trágica ambición que le impulsa y que le conduce a producir un cortocircuito casi irreparable en contacto con la polis y lo político. En pocas palabras puede estar contenida la exclusión mutua de lo filosófico y lo político, o, para variar los términos, la colisión irreparable que hace al filósofo acercarse a lo político únicamente para convertirlo en labor filosófica, como muestra el caso de Platón; el filósofo se revuelve contra el tiempo y la incesante mudanza de las cosas, contra el declive, contra el flujo desbordado en que se agota el mundo, contra la cadena indecible del aparecer y el perecer, 
Philosophy says: no, the world is not in decline, because the core of the world is being, and being has not beginning and will not perish

La filosofía dice: no, el mundo no es un declinar, porque el corazón del mundo es el ser, y el ser no tiene comienzo ni perecerá nunca.
La imposibilidad de la filosofía política es, precisamente, ésta: la política trata precisamente de lo que cambia, lo que está sometido a la ley del tiempo y la perspectiva incierta. Su consistencia es la doxa. La política consiste, en este sentido, en algo profundamente antifilosófico, en habitar el mundo de las apariencias, hacer una casa de aquello destinado a no durar y cuidar de lo que irremediablemente decae. Convertir la política en objeto de la filosofía es, en ese sentido, acabar con ella.

Estas consideraciones me llevan a la pregunta: 

¿Quiere esto decir: acabemos con la filosofía en nombre de la política? No, y en eso estriba precisamente lo trágico. No podemos, no queremos vivir sin filosofía. Puede querer decir, más bien, que es preciso acabar con esta política metafísica que nos asola. La tarea enojosa será encontrar el quicio en el que la filosofía no acaba con la política, pero la política tampoco termina con la filosofía. Cuadratura del círculo para estos meses veraniegos.