Ayer viernes, el profesor Innerarity publicó un artículo en El País acerca del papel que la izquierda tiene en el mundo contemporáneo; su reflexión se refiere a la izquierda de forma general, pero bien podríamos aplicar su análisis al estado lamentable de la actual izquierda española.
Según el filósofo, se ha producido en los últimos años una inversión ideológica entre la izquierda y la derecha: tradicionalmente, la derecha se consideraba a sí misma conservadora en virtud de una concepción pesimista de lo antropológico y lo social, que la llevaba a tratar de conservar estructuras, conceptos y valores que, si bien era injustos, no lo eran demasiado puestos en una balanza a tenor de las virtudes y los vicios; la derecha era pesimista, poco confiada en el progreso y en el futuro, y tendente a justificar la “inevitable” injusticia y desigualdad social. La izquierda, en cambio, era optimista, confiada en el futuro desde donde hacía sus cálculos reformistas y revolucionarios, y con un ansia progresista que acabe con la injusticia social y restaure el reino de los cielos en la tierra.
Actualmente, ocurre, según Innerarity, una situación contraria. La derecha se ve a sí misma como optimista y confiada en la mejora del futuro por vía del reformismo; el ejemplo claro lo sitúa el autor en Francia, en la figura del presidente Sarkozy, quién ha prometido una profunda reforma de las estructuras del estado francés. La izquierda actual, por el contrario, se presenta de una forma mucho más sombría, heredera del pesimismo de la antigua derecha. Ve el mundo, como un gigantesco monstruo maligno, que se despliega a través del omnipresente mercado global, frente al que únicamente es capaz de adoptar una postura ética y estética; la izquierda culpa al mercado, al liberalismo y a la globalización, como la raíz de todos los males. Pese a ello, está lejos de proponer una alternativa o siquiera pensar que el mercado puede ponerse al servicio de los valores tradicionales de la izquierda (justicia social e igualdad). Encerrado en esta visión reduccionista y simplista, la izquierda sólo sabe proponerse a sí misma como una alternativa moral, o como una actitud meramente estética, postura que lleva a miles de jóvenes a comprar camisetas del Che estampadas en las fábricas de Inditex del sudeste asiático. Consciente de ello, la posibilidad de movilizar sus bases sociales pasa, inevitablemente, por el descrédito moral y estético de su oponente: los otros son malvados que envenenan los mares, explotan a niños del tercer mundo, especulan con nuestro futuro, se enriquecen con nuestra desgracia, contaminan la atmósfera, alteran el clima y visten con jerseys de angora, marca Pull&bear, comprados en El Corte Inglés … todo eso nos hace buenos a nosotros (aunque no tengamos una alternativa para ninguna de nuestras denuncias). Al mismo tiempo, se hace eco de las causas de los excluidos, se convierte en abogado del pluralismo y defiende los derechos históricos de los pueblos “oprimidos”, no para construir una alternativa de poder, sino para reclutar aliados, porque de eso se trata, de concebir la política en términos puramente militares, sumar adeptos a nuestra causa y aislar al enemigo por todos los flancos posibles.
La actual política española, que comienza ahora un nuevo curso cargado de promesas de repetición de todo lo anterior, es un ejemplo fantástico de todo lo que nos dice este profesor de filosofía. La alianza de Zapatero con el nacionalismo periférico y el compromiso con sus reivindicaciones históricas, la implantación a nivel nacional de la nueva asignatura, manual del buen ciudadano, la movilización de todo el aparato para desprestigiar alternativas de izquierda que puedan ser viables pero que se salgan de este esquema (como el caso de Ciutadans o el partido que esperamos funden Rosa Díez y Fernando Savater), el paulatino desmantelamiento del estado en forma de un incremento de competencias de las Comunidades Autónomas, y las leyes propagandísticas y promesas de ayudas a los oprimidos, que cada dos o tres meses se anuncian a bombo y platillo (matrimonio, vivienda, igualdad, maternidad), son parte de un cuidado de diseño político de una izquierda que, hoy por hoy, carece de identidad y definición y, como tal, solo puede jugar al “yo soy bueno porque ellos son malos”
... A cada uno le toca decidir si prefiere ser un adepto o que le tomen por malo.