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sábado, 31 de octubre de 2015

El cine de Alexandre Payne.
Óscar Sánchez Vega

Aparentemente las películas de Alexandre Payne no tienen mucho misterio; algunas parecen incluso frívolas y superficiales, pero a poco que nos fijemos descubriremos un realizador peculiar, un humanista de mirada lúcida y poco dado a sentimentalismos. Sus detractores le reprochan que es un realizador frío y previsible, dicen que no emociona y, en parte, tienen razón; es cierto que al espectador le cuesta empatizar con sus personajes porque son mostrados de manera objetiva, a cierta distancia, sin disimular sus defectos. No he visto su primer trabajo, Citizen Ruth (1996) y no comentaré apenas nada de dos películas muy recomendables: Electión (1999) y Los Descendientes (2011). En cambio haré múltiples referencias a tres filmes: A propósito de Schmidt (2002), Entre copas (2004) y Nebraska (2013), por lo que aconsejo al lector de estas líneas que si no ha visto, y tiene intención de ver, alguna de estas películas posponga esta lectura para una mejor ocasión pues me temo que voy a destriparlas por completo. Lo más evidente que tienen en común estas tres comedias dramáticas es que son “road movies” y toda “road movie” es una metáfora de la vida. Un director que insiste tanto es este género cinematográfico es porque tiene algo que decir; quiere trasmitir, llamémosle pomposamente, una “filosofía de la vida” -esta es la intuición germinal que da pie a esta entrada-. No voy a entrar a analizar Los Descendientes porque es un historia diferente pero no tanto como se pudiera pensar en un principio; estamos ante lo que podríamos llamar una “road movie” inversa. El protagonista Matt King (George Clooney) vive en un ajetreo permanente y un acontecimiento inesperado, el grave accidente de su mujer, le obliga a parar y reflexionar sobre su vida. La vuelta al hogar cumple la función del viaje en los otros tres filmes.

Además de la carretera como telón de fondo, las tres películas mencionadas se levantan sobre un buen guión, una buena puesta en escena y una potente fotografía (especialmente en Nebraska, obra de P. Papamichael). Todas ellas tienen finales ambiguos, desprenden una fuerte sensación de soledad y de apatía vital (sobretodo A propósito de Schmidt y Nebraska). Además son críticas con los convencionalismos sociales y la moral burguesa. La estructura narrativa de estas películas es clásica; podemos distinguir las tres fases tradicionales (planteamiento, nudo y desenlace) que, por ajustar mejor a las historias contadas, voy a denominar de la siguiente manera:

Primer acto: la vida cotidiana.

En las tres películas la vida cotidiana de los protagonistas se nos presenta solitaria y tediosa. A propósito de Schmidt nos cuenta la inmensa soledad de Warren Smichdt, interpretado magistralmente por Jack Nicholson, en la recta final de su vida. Warren es una persona anodina, tacaña y poco cariñosa. Su desánimo no está generado solamente por la reciente jubilación y, sobretodo, por la pérdida de su esposa porque antes de enviudar Warren ya era un viejo antipático y gruñón que no estaba satisfecho en el trabajo ni era feliz en su matrimonio. Entre copas cuenta la historia de Miles y Jack. Miles es un hombre deprimido y derrotado, un escritor fracasado que no ha superado su divorcio. Jack es un actor de segunda fila, una persona superficial y divertida que es consciente de que su objetivo en la vida, ser un actor famoso con éxito entre las mujeres, es ya inalcanzable. Por ello se dispone a sentar la cabeza casándose con una joven de buena familia, pero antes espera aprovechar la última semana de soltero para apurar la copa de la vida hasta el final. En definitiva dos hombre perdidos que buscan orientación y sentido. Nebraska es otra historia sobre la soledad y el crepúsculo vital -como A propósito de Schmidt-. Woody Grandt, maravillosamente interpretado por Bruce Dern, se encamina al final de una vida truncada. Woody es un anciano senil, alcohólico y derrotado, quizá con principios de alzhéimer. No tiene una buena relación con sus hijos y menos aún con su mujer (interpretada curiosamente por la misma actriz que hace de mujer de Warren en A propósito de Schmidt, June Squibb, la cual realiza aquí un trabajo notable).

Segundo acto: la aventura.

El auténtico viaje es siempre una aventura que rompe con la odiosa vida cotidiana. En A propósito de Schmidt, Warren viaja en autocaravana a través del Estado de Nebraska hasta Denver con la esperanza de reorganizar su vida y asistir a la boda de su hija. Durante el viaje Warren vislumbra un nuevo objetivo vital para su desnortada vida: salvar a su hija de un matrimonio con un imbécil e iniciar una relación franca y sincera con la única persona que le importa después de la muerte de su esposa. En Entre copas Miles y Jack emprenden un viaje por el condado vinícola de Santa Ynez, al sur de California, como despedida de soltero de Jack. Durante el viaje Miles fantasea con la posibilidad de publicar su primera novela, alcanzar el éxito y reconocimiento que precisa para recuperar la autoestima y reconquistar a su anterior esposa, de la que sigue enamorado, y Jack con ser de nuevo deseado por distintas mujeres sin necesidad de comprometerse con ninguna. En Nebraska, Woody emprende un viaje a Nebraska para hacerse con un supuesto premio de un sorteo de un millón de dolares que, claro está, es una engañifa. Como nadie es capaz de hacer desistir a Woody de su obsesión, el protagonista más soso que pudiéramos imaginar, su hijo David, le acompaña en esta aventura. Woody y su hijo hacen una extraña pareja, como don Quijote y Sancho Panza, juntos avanzan por parajes desolados, en cierto modo parecidos a la llanura manchega y juntos hacen frente a a los malandrines que les salen al paso: los familiares y antiguos conocidos de Hawthorne, el pueblo natal de Woody.

Así pues todos los personajes de Payne van en busca de un sueño, que, finalmente, como era de esperar, será inalcanzable. No debemos trivializar este fracaso. La fantasía, como señala con acierto Žižek, no es una mera ensoñación de la que podamos fácilmente prescindir sino más bien la “realización del deseo”, es decir, la condición de posibilidad para que podamos desear y el deseo es, como afirma Spinoza, la esencia el Hombre. Dice el esloveno que la fantasía es siempre “la respuesta al deseo del otro” y así Miles sueña con ser un escritor de éxito porque es lo que otros esperan de él o Warren y Woody los padres que no han sabido ser y que sus hijos habrían deseado y merecido. Gracias a la fantasía el mundo circundante adquiere sentido y “descubrimos” quienes somos en función de la distancia entre la imagen del yo y el yo ideal. Vivimos en un mundo medianamente ordenado y congruente a través de la fantasía y su abrupto final supone el desmoronamiento de la realidad entera.

Tercer acto: el retorno

En A propósito de Schmidt el hipócrita discurso de Nicholson en la boda de su hija marca el inicio del final, un punto de inflexión a partir del cual Warren acepta las cosas como son, claudica y retorna al redil. Solamente Ndugu, un niño africano que apadrina, pero no conoce personalmente, viene a dar algo de sentido a su vida. En Entre copas, Jack acaba, igual que Warren, regresando al redil y casándose con su prometida de la que no parece estar enamorado. Por su parte Miles se viene abajo cuando se entera en la boda de su amigo que Victoria, su ex mujer, va a tener un hijo con su nuevo esposo. Queda para Miles la puerta abierta de nueva relación y la posibilidad de un feliz matrimonio para Jack, pero, a la luz de las fantasías del viaje, no es este el “Happy End” esperado sino más bien un triste sucedáneo. En Nebraska, Woody regresa a casa con un modesto botín: una camioneta de segunda mano, un compresor de aire y una gorra de ganador, sustituyen el sueño del millón de dólares.

¿Desbarro demasiado si comparo las historias de estos personajes con las vicisitudes de la conciencia antes de reconocerse como lo que es en la Fenomenología del Espíritu de Hegel?

Veamos hasta dónde podemos estirar el símil. Partimos en la Fenomenología de la conciencia inmediata que vive lo existente como en sí, o sea, como independiente de la conciencia. La vida y el mundo es lo que es, algo que tiene entidad propia y la conciencia recibe pasivamente. Así viven todos los personajes de Payne antes del viaje, sumergidos en un mundo que no sienten como propio, pero que no osan enfrentar. Luego viene el núcleo de la historia: el viaje o drama fenomenológico. La conciencia inmediata muta entonces a conciencia de sí o autoconciencia, la cual ya no concibe al mundo como en sí, sino para sí, es decir, lo exterior ya no es lo dado sino que solo adquiere sentido para un sujeto, para una conciencia que impone sus condiciones. Los personajes de Payne intentan hacerse cargo de su propia vida, transitar por su propio camino: recobrar la relación con su única hija, volver con su ex mujer, cobrar un millón de dólares... Se trata de someter la vida a los deseos personales. Pero estamos, como en Hegel, ante una conciencia desdichada que, por un lado, se alza por encima de las contingencias de la vida, pero a su vez es dependiente de ese mundo del que se reniega. Así, de igual modo que, en la Fenomenología, la conciencia debe abandonar el subjetivismo para encontrar una salida, los personajes de Payne deben abandonar sus fantasías y reconciliarse con el mundo tal y como es. Pero el punto de llegada ya no es el mismo que el de la partida porque no es posible ni positivo desandar el camino. En la Fenomenología los avatares de la conciencia finalizan cuando ella misma se reconoce como razón, para la cual el mundo es la vez en sí y para sí. No podemos aceptar lo exterior como como lo dado de antemano pero tampoco reducir lo objetivo a la conciencia subjetiva. El mundo ni es una entidad ajena a la subjetividad ni se pliega a nuestros deseos. De este modo los personajes de Payne abandonan sus proyectos y regresan al mundo real, pero este mundo no es el mismo que hemos dejado al partir, hay en él una semilla de esperanza, una posibilidad real de reconciliación a través de una relación humana: gracias a Ndugu en A propósito de Schmidt, abriendo la posibilidad de una relación entre Miles y Maya en Entre copas o iniciando una nueva etapa en las relaciones entre padre e hijo en Nebraska. No estamos ante finales felices, pues los sueños de los protagonistas se han malogrado por el camino, pero, suponemos que el intento ha merecido la pena pues al menos se ha ganado algo: un genuino vínculo humano.

De todas formas no podemos evitar acabar con cierta sensación de derrota, cierto regusto amargo que coincide con mi particular lectura de la Fenomenología. Da la impresión que Hegel nos engaña, que no cumple con lo prometido: la última figura de la conciencia, la razón, no es ese punto final anunciado equidistante entre el polo subjetivo y el objetivo. El mundo real, lo en sí, impone su dominio y apenas queda lugar para la subjetividad, la libertad, los sueños y los deseos. Warren regresa a su hogar solo y derrotado, Jack se casa con una mujer que probablemente no ama, Miles no recupera a su ex mujer y no publica su novela, Woody no cobra el millón de dólares... Al final, como en el mito de Pandora, los males quedan sueltos asolando la vida humana y solo un poco de esperanza nos permite seguir adelante.

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