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martes, 19 de junio de 2018

Los cínicos: de la verdadera vida a la vida otra.
Óscar Sánchez Vega


Las vidas, personales y académicas, de Pierre Hadot y de Michael Foucault transcurren por caminos muy diferentes hasta que en 1980 Hadot ingresa como profesor en el Collège de France a instancias de Foucault. Por aquel entonces el interés de Foucault se había dirigido hacia el que era desde siempre el campo de estudio de Hadot: la filosofía antigua. A pesar de sus profundas divergencias, Foucault y Hadot comparten un mismo enfoque que es el que voy a seguir en las siguientes líneas. La filosofía antigua, dicen, es una forma de vida, tiene una dimensión práctica y una función terapéutica. La filosofía nace de un impulso erótico que nos lleva hacia la verdad, pero el filósofo no se conforma con Saber sino que cambia su vida (Ethos), y hace de su modo de vida un ejemplo para los otros.

Si atendiéramos a esta dimensión práctica podríamos elaborar una nueva Historia de la Filosofía. Por ejemplo, si adoptamos una perspectiva teórica (metafísica) no encontramos un corte profundo entre la Antigüedad y el cristianismo, pero si fijamos nuestra atención en lo que Foucault denomina “la estética de la vida” prestaremos atención a discontinuidades que de otro modo nos pasarían desapercibidas: no es lo mimo la verdadera vida en la Antigüedad (de la que nos ocuparemos a continuación) que la vida del asceta, la vida del monje, la vida del santo, etc. Estamos ante una metafísica que se mantiene relativamente constante y una estilística de la existencia que varía significativamente.

La preocupación por el modo de vida está presente en la cultura griega desde el inicio. Homero y Píndaro, por ejemplo, afirman que el objetivo de la vida humana es dejar huella, perdurar en el recuerdo, hacer de la propia vida una obra de arte. Aquiles es quizá el mejor modelo de esta verdadera vida que trataremos de rastrear. En el siglo III aC, con las Escuelas helenísticas, este tema deja de ser el trasfondo de cualquier elaboración teórica para convertirse en el centro mismo de la reflexión filosófica. Los historiadores de la filosofía y los filósofos en general, cuando han prestado atención a esta época, se han centrado en los estoicos y los epicúreos; incluso los escépticos han sido más estudiados que los cínicos. El desprecio hacia los cínicos viene dado porque sus discursos filosóficos son ciertamente escasos y poco originales, pero si adoptamos una perspectiva práctica, si entendemos la filosofía como una forma de vida, entonces los cínicos cobran una dimensión nueva y fundamental: ellos son los que llevan hasta sus últimas consecuencias el tema de la verdadera vida y al radicalizar sus planteamientos originales la transforman por completo.

Foucault dedica una parte considerable de su último curso en el Collège a exponer cómo la verdadera vida se transforma en los cínicos en “la vida otra”, otra vida distinta a la de los no filósofos y también a la de los otros filósofos, una vida irreductible a la del resto, que es percibida por la sociedad como una vida escandalosa. Por lo tanto, para comprender la propuesta vital de los cínicos debemos partir de la concepción tradicional de la verdadera vida, radicalizar y, en cierto modo, invertir sus planteamientos originales.

El significado de verdadera vida, alethés bíos, depende, naturalmente, del significado de alétheia (alethés, verdadero). Foucault distingue cuatro formas según las cuales puede decirse que algo es verdadero y por tanto cuatro maneras o modulaciones de entender la verdadera vida en la tradición griega:
  1. Alethés es lo que no está oculto o disimulado. Este es su significado más literal, lo que se muestra abiertamente, no está cubierto ni disimulado. Alethés bíos es una vida no disimulada, que no oculta una parte oscura, que no se esconde a la mirada del amigo (Séneca) o del dios (Epicteto) y no da motivos para la vergüenza. La verdadera vida es, por ejemplo, la de Aquiles, que es completamente transparente; pero no la de Ulises que se esconde y maquina engaños. En Aquiles no encontramos diferencia alguna entre lo que hace y lo que dice y este es el rasgo esencial de la alethes bíos.
  2. Alethés es lo que no tiene mezcla de bien y mal, vicio y virtud, etc; puesto que la verdad es pura y está en perfecta identidad consigo misma. Esto nos lleva por un lado (Platón) al cuidado y purificación del alma y por el otro (epicúreos y estoicos) al ideal de autarquía e independencia. Alethés bíos es una vida no variopinta, una vida que no se deja arrastrar por deseos. Lo contrario a una vida íntegra, a una vida sin mezcla, es la vida del hombre democrático que se deja llevar llevar por sus apetitos y pasiones: ahora quiere esto, luego lo otro y más tarde algo diferente.
  3. Alethés es lo recto. Alethés bíos es una vida recta. El camino de la verdad, en el sentido tradicional griego, es una vida de conformidad con el logos que se ajusta a la naturaleza. Pero, al menos en la época arcaica y clásica, no encontramos en el mundo griego disociación entre los dictados de la Naturaleza y las leyes de la polis: el hombre recto cumple con las leyes de la ciudad y de esta forma se mantiene en armonía con la Physis.
  4. Alethés es lo que no cambia, lo que es imperturbable e incorrupto. Alethés bíos es una vida inmutable, una vida que goza de sí porque es dueña de sí misma. La verdadera vida es la propia de un alma magnánima, una vida soberana, dueña de sí misma, una vida de ejemplaridad y generosidad hacia el otro.

La práctica del cinismo se apoya en estos cuatro sentidos de la verdadera vida y los lleva hasta el extremo, hasta invertirlos y convertir la vida en un escándalo, pero se trata de una inversión dramatizada, representada, no teórica. Veamos cómo funciona esta transmutación, de qué manera el cínico, y particularmente Diógenes, recoge cada uno de los rasgos de la verdadera vida, los radicaliza e invierte:
  1. Primera característica: vida no disimulada. La verdadera vida es, habíamos dicho, una vida que no esconde nada y no da motivos para la vergüenza. Los cínicos toman este tema de la tradición y lo alteran, cambian completamente su sentido haciendo de ello un escándalo. Llevan el ideal de no disimulación a su plasmación material. La vida otra es una vida desvergonzada, se trata de vivir literalmente ante la mirada del otro, de no esconder nada. Las anécdotas relativas a la vida de Diógenes son bien conocidas: carece de casa donde cobijarse, vive en las calles y los templos, apenas lleva ropa, come y se masturba en público, etc. No hay nada malo en lo que la Naturaleza quiere, dice Diógenes.
  2. Segunda característica: vida pura, sin vicios ni maldad. Los cínicos llevan el ideal de pureza hasta el extremo. Puesto que el dinero y los bienes materiales de este mundo corrompen la naturaleza humana... seamos pobres de solemnidad, dice el cínico. La vida otra, la vida del cínico, es claramente una vida de pobreza, pero quizá no está claro en qué sentido este rasgo supone una inversión respecto a la verdadera vida. ¿No hay ya en Sócrates, por ejemplo, un desprecio y repudio de la riqueza? Hay en esta cuestión cierta ambigüedad que debemos tomar en consideración. Por una parte sí, la verdadera vida no es la vida del opulento acaparador, pero tampoco es la del pobre o el mendigo. Lo que debemos tener siempre presente es que la verdadera vida no es un ideal para todo el mundo; la verdadera vida está reservada a los mejores, aquellos pocos que logran distinguirse por encima de la multitud porque la excelencia moral no es democrática. Lo importante, en el ideal tradicional, era, más que tener o no dinero, cierta actitud de indiferencia y desapego haca la riqueza. Pero el desapego no puede ser tal que nos lleve a la miseria, la verdadera vida es una vida soberana e independiente, no puede ser una vida menesterosa. Sin embargo, la pobreza del cínico es real, material, nada ambigua. Se concreta en la vestimenta, el hogar y la ausencia de todo tipo de bienes. Es una pobreza fea, hirsuta y militante que reprocha al resto de los ciudadanos su apego a los bienes materiales.
  3. Tercera característica: vida recta. La vida otra del cínico es una vida desnuda, se apoya solo en el orden natural, no se ajusta a ninguna convención. Los cínicos llevan al ámbito de la vida real la controversia teórica de los sofistas: physis vs nomos. Pero ya no se trata de discutir o argumentar sino de mostrar abiertamente cómo vivir de manera natural alejado de convenciones artificiales. Sin necesidad de elaborar ningún discurso el cínico muestra la superioridad de la vida conforme a la Physis con su mera presencia pública. Las únicas necesidades admisibles para el cínico son las de carácter animal: comer, dormir, defecar, etc. El resto: matrimonio, familia o tabús alimentarios, por ejemplo, son artificios contra natura, ornamentos superficiales de los que nos habríamos de liberar con el fin de llevar una vida virtuosa.
  4. Cuarta característica: vida sin corrupción ni decadencia, vida inmutable. Los cínicos, de nuevo, retoman el tema de la vida soberana y lo llevan al extremo. El tema del rey filósofo aparece, naturalmente, en Platón, pero los cínicos le dan un nuevo giro y cambian su sentido. El verdadero rey es el sabio cínico, los otros, los reyes coronados, dependen de múltiples circunstancias: ejércitos, guardias, aliados, etc. El filósofo cínico no necesita nada (tiene autarkeia, completa independencia), reina sobre todos los hombres y sobre su interior, no tiene vicios ni defectos.  Es en este contexto en el que cabe insertar la célebre anécdota del encuentro entre Diógenes y Alejandro. Por eso dice Alejandro: “de no haber sido Alejandro, habría querido ser Diógenes”. El cínico es el verdadero rey, pero un rey ignorado, un rey en la miseria. Pero como rey cumple una función: ocuparse de los otros... aunque ellos no parecen aceptar de buen grado los cuidados del rey desnudo porque no son conscientes de su enfermedad y son reacios a tomar la agria medicina que el cínico prescribe. El cínico ataca a a la raza humana por su propio bien, para que pueda vencer en la lucha contra los vicios, apetitos y pasiones. La vida del cínico anticipa de este modo la vida militante. Se trata, eso sí, de una militancia abierta, no proselitista, que no busca (al contrario que otras escuelas helenísticas) hacerse con un grupo de partidarios, sino que se dirige a la humanidad entera; su lucha es contra todos y contra todo. El cínico no admite componendas en su afán por cambiar el mundo.

Pues bien, esta tesis que acabo de exponer es la que defiende Foucault: la forma de vida cínica (la vida otra) es una transmutación del ideal de vida tradicional en la Grecia Antigua (la verdadera vida). Pero, además de lo dicho, ¿podemos presentar alguna prueba en favor de esta interpretación de Foucault? Pienso que sí. Hay un conocido episodio de la vida de Diógenes, narrado, entre otros, por Diogenes Laercio, que resulta cuanto menos enigmático y que cobra una nueva inteligibilidad a la luz de lo anteriormente expuesto. Según parece el padre de Diógenes debe huir de Sínope, junto con toda su familia, porque es acusado de malversación o falsificación de moneda (dependiendo de la versión). Diógenes acude al oráculo de Delfos y le pide al dios consejo y el oráculo responde: parakharattein to nómisma, “cambia el valor de la moneda”. ¿Qué quiere decir? En primer lugar haremos bien en fijarnos en la similitud y cercanía entre nómisma (moneda) y nomos (ley, convención). Recordemos que la situación de penuria de la familia de Diógenes es precisamente por cambiar moneda y lo que le dice el oráculo a Diógenes es que no se conforme con esa situación, le pide que dé una nueva vuelta de tuerca, que vuelva a cambiar la moneda. Pero la moneda, si no nos equivocamos, es una imagen o representación del nomos, de las instituciones sociales y políticas firmemente asentadas en la comunidad. Cambiar el valor de la moneda sería entonces poner de releve que la verdadera vida solo puede ser una vida otra, una vida diferente a la socialmente admitida, una vida incluso diferente a la de los filósofos. Se completa así la inversión, pero desde la perspectiva del cínico la verdadera vida es la suya y la vida equivocada, la vida otra, la del resto de la sociedad. El cínico, como hemos señalado, es un militante, un misionero de la verdad que no puede instalarse en la verdad despreocupándose del resto de la comunidad. Él debe interpretar el papel socrático de tábano, debe mostrar cuál es la verdadera vida para que aquellos en disposición de abrir los ojos puedan actuar en consecuencia.

“¡Cambia tu modo de vida!”, este es el imperativo ético implícito en la filosofía antigua, llevado hasta el extremo por los cínicos, que haríamos bien en retomar desde la filosofía contemporánea.

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