La tesis central de su obra El
ateísmo en el cristianismo, es «que la Biblia y
el cristianismo en general son inherentemente ateos».4
En la Biblia habría una constante protesta contra Dios, un ateísmo
político que no consiste en la mera increencia, sino que defendería una
revolución política que sólo puede realizarse mediante una rebelión contra
Dios. Por eso, para Bloch, la lógica interna de la Biblia no sólo es atea, sino
que también puede tomarse como marxista.
Boer destaca ciertos problemas
presentes en esta tesis. En primer lugar, no está del todo claro que los mitos
bíblicos puedan leerse en una clave política tan clara. No es que la Biblia no
contenga una enseñanza política, pero ésta no tiene por qué ser lo que
sobredetermine todos los otros niveles del mito. Al fin y al cabo, si la
protesta y rebelión contra Dios es el signo del ateísmo que Bloch encuentra en
los textos judeocristianos, «¿Cuál es entonces el estatus del Dios contra el
cual protestan los mitos? Bloch no nos ofrece una respuesta adecuada».5
En segundo lugar,
Boer explica cómo Bloch le debe buena parte de sus reflexiones al ingente
material que le suministraba la crítica histórica, y que se había desarrollado
desde el siglo XIX en Alemania, iluminando los contenidos del texto bíblico
desde una posición puramente histórico-crítica, y planteando una versión
diferente a las de la teología institucional. Estos análisis le permitían
«descubrir grandes bloques de material subterráneo que van en contra de la
línea teocrática oficial de la Biblia».6 Sin embargo, Boer muestra cómo este apoyo es, precisamente, el aspecto
más débil de la propuesta Blochiana. Por ejemplo, Boer se fija principalmente
en los llamados «textos orales», pues considera que en ellos se encuentra
conservado el contenido revolucionario, «antes que los escribas se apoderaran
de ellos».7 Pero esta noción de «textos prístinos», no contaminados por la teología
oficial, es una noción problemática que el análisis histórico actual
rechazaría. Sin duda, Bloch era presa de un prejuicio presente en la crítica
histórica alemana de principios del s.XX: la obsesión por los orígenes del
texto, y consecuentemente por los orígenes de Israel, de la humanidad, del
cristianismo, etc. La búsqueda del «origen» no es, sin más, un criterio
científico, sino que la misma noción de un primer punto de partida es una idea
cláramente ideológica que tiene que ver con las condiciones sociopolíticas de
Alemania durante el momento de mayor apogeo de la crítica histórica.
No
obstante, Boer reconoce que Bloch añadía una
dimensión que no es habitual en el análisis histórico-crítico. En su lectura de
la Biblia, trataba de identificar lo que podríamos llamar la «distorsión
política» de los textos, es decir, los procedimientos textuales y hermenéuticos
que tenían el objetivo de neutralizar su carga política subversiva permitiendo,
de este modo, conservar un texto reverenciado al «suavizarlo». La pregunta que
Bloch se hacía en todo momento es: ¿a quién beneficia un texto?,
pregunta que incluso hoy en día debe ser planteada, y la crítica histórica no
siempre hace. De aquí se sigue que, para Bloch, el
estudio de la Biblia debía ser abordada desde una perspectiva detectivesca,
como si se hubiera perpetrado un crimen, y tras él, se trabajase intensamente
en el borrado de las pruebas. El crimen sin duda era el establecimiento de un
dispositivo de dominio, y el borrado de las pruebas, era realizado por las
reescrituras, interpolaciones y interpretaciones teológicas del texto bíblico.
Por eso, para Bloch, nos dice Boer, el contenido más valioso de los
textos sagrados, emergía cuando eran leídos como «la mala conciencia de la
Iglesia».8
Lo que Bloch, sin
duda, quería introducir en la exégesis bíblica, es la categoría de «clase». La
Biblia sería una colección de textos en los que pugnan dos voces diferentes,
los explotadores y los explotados, poniendo de manifiesto el conflicto de
clases. Por eso, «Bloch no está interesado en el discurso de los esclavos
sumisos (y por eso los Salmos no aparecen), sino, más bien, en textos
subversivos que han sido alterados posteriormente y que pueden recuperarse, así
como textos que han sido convertidos en subversivos por un uso posterior».9 Un ejemplo de esto es el texto de Números 16, la Rebelión de Coré: los
israelitas estaban hartos del dominio de Moisés y ponen en duda su mando
rebelándose contra él. Éste contesta que será el propio Yahveh quien decida
quién debe mandar. Yahveh así lo hace, provocando que la tierra se trague a
parte de los rebeldes y un fuego divino destruya al resto. En este capítulo se
ve, para Bloch, la mano del editor sacerdotal, que hace actuar a Dios como un
Dios del «terror de la guardia blanca».10 Enfrente, se encuentran las constantes quejas de los israelitas, los
partidarios de Coré, que supone una rebelión contra el mismo Yahveh y contra el
dominio de los explotadores; es este nivel el que representa la rebelión contra
Dios que supone la Bíblia.
Además
de esto, Boer reconoce que el tratamiento que hace Bloch de los mitos, es
ciertamente original para un marxista: por lo general los marxistas toman el
mito como una versión de la ideología y su pretensión consiste en deshilachar
sus nefastas influencias para mostrar sus intenciones ocultas, lo que nos
permitiría, así, abrirnos a una posibilidad des-ideológica. Para Bloch, en
cambio, el mito no es únicamente una instancia reaccionaria e ideológica, sino
que debe entenderse también como un instrumento poderosamente revolucionario,
pues todas las ideologías tienen una dimensión liberadora, algo en lo que
coincide con el esloveno Žižek, «un momento de residuo utópico que abre otras posibilidades
en el punto mismo del fracaso»11.
Es este potencial revolucionario lo que Bloch busca en la Biblia.
Desde
esta perspectiva, hay que comprender la crítica de Bloch al principio de
desmitologización de Bultman, que tan influyente fue en su momento y sigue
siéndolo actualmente. Bultman consideraba que el mensaje cristiano debía ser
depurado de los elementos mitológicos, para expresarse en el lenguaje del
hombre moderno, que ya no es mitológico. Esta reformulación era concebida en
los términos del existencialismo europeo, especialmente el heideggeriano, lo
que era, de por sí, un nuevo mito. Bloch era particularmente crítico con el
propósito de utilizar el mito existencialista, pues consideraba que este relato
eliminaba los elementos corporales y sociales del cristianismo, centrándose en
un alma privatizada, aislada de la comunidad. De este modo, denunciaba que el
cristianismo bultmaniano eliminaba el énfasis que pone en lo colectivo,
bebiendo así «de las aguas contaminadas del capitalismo y la ideología del
liberalismo».12
El proyecto bultmaniano de desmitologización, no prescindía, de ninguna manera,
del mito, sino que más bien recuperaba «los mitos de la autoridad y la
represión, [...] permitía su conservación a través del existencialismo».13
Hay que tener en
cuenta, entonces, que, para Bloch, el potencial revolucionario de la Biblia no
es algo que haya quedado oculto en los textos bíblicos y que únicamente emerja
ahora a través de la lectura crítica y el análisis histórico, algo que, por
otra parte no hay que desdeñar. Pero lo cierto es que, para el filósofo, el
Antiguo y Nuevo Testamento, siempre han sido textos subversivos pese a todos
los intentos de suavizarlos y reinterpretarlos. De hecho, Bloch se refiere a la
Biblia como: «el Libro de los campesinos y trabajadores que formaron la base de
la revolución comunista».14 Está pensando en la tradición revolucionaria campesina de Alemania,
Francia e Italia, y en autores como Meister Echhart, Joaquín de Fiore o los
husitas, cuyas apuestas políticas siempre estuvieron marcadas por lecturas
revolucionarias de la Biblia, más allá de la teología oficial. Frente a esta
tradición comunista subterránea que atraviesa los textos, la Iglesia habría
funcionado como un dispositivo de compensación y contención del potencial
revolucionario del cristianismo. Por eso, Bloch insistía en que aunque la
crítica marxista, que supo ver la dimensión ideológica de la religión
institucionalizada, no puso suficiente énfasis en sus aspectos liberadores. De
aquí que Bloch no proponga una colaboración partido-Iglesia, sino que lo que
realmente pretende es producir una verdadera impiedad, fruto del encuentro del
marxismo con los textos bíblicos.
Pero Boer es muy
audaz señalando que Bloch, en cierta forma, hace trampas. Bloch no sólo
pretende acercar a los marxistas a la biblia, quiere hacerlo defendiéndola de la
teología. En lugar de desmitologizar los mitos cristianos, como Bultman, Bloch
piensa que puede «desteologizarlos». Cree firmemente que existe un nivel en la
Biblia que resiste la tergiversación teológica al servicio de las instituciones
eclesiásticas, nivel que le permite hacer afirmaciones acerca de la lógica atea
interna a la propia Biblia, entresacando su enseñanza «verdadera». No se da
cuenta que al hacer esto, inevitablemente entraba de lleno en la teología, y
«debía luchar en los mismos términos del pensamiento y lenguaje teológicos»15 al tiempo que «rechazaba los supuestos representacionales de este
lenguaje».16 El mayor reproche de Boer a Bloch es, precisamente este, que denuncia
la contaminación teológica en la lectura de la biblia, pero la suya está
igualmente «limitada por suposiciones teológicas no examinadas».17 Boer es contundente en este reproche cuando señala que «cualquier esfuerzo
por rescatar la Biblia, cae presa de la noción de que esta literatura es buena
para ti si la lees (correctamente), y esto es, en gran medida, un legado de su
apropiación como escritura sagrada por parte de la Iglesia para la edificación
de los fieles. Bloch no evita, al final, tal tendencia».18 En otras palabras, Bloch trata de desacreditar la pretensión de la
teología tradicional de arrogarse el monopolio de la comprensión de los textos
«sagrados», creyendo que él sí puede encontrar esa comprensión, una vez se haya
liberado de dos milenios de tergiversación.
Pese a todo, Boer valora positivamente el pensamiento de Bloch y su carácter energético y esperanzado. Aunque reconoce que, en lugar de caer en el mismo error que el alemán, sería más interesante que tomásemos su pensamiento, como un intento de desacreditar la exégesis tradicional, con el objetivo de abrir los textos «sagrados» a otros ámbitos, especialmente al marxismo, pero liberados de las pretensiones de autenticidad que obstaculizan esta apertura. Esto es algo que realmente ha ido ocurriendo entre los marxistas, y así da cuenta en los cuatro volúmenes de su extenso trabajo (Criticism of heaven, Criticism on earth, Criticism of Theology, Criticism of religión).
Referencias:
1 Roland
Boer, Criticism of Heaven (Leiden: Brill, 2005), 2.
2 Ibíd,
12.
3 Ernst
Bloch, El principio de esperanza (Madrid: Trotta, 2004), 47.
4
Critizism of heaven, 6.
5 Íbid,
36.
6 Íbid,
18.
7 Íbid,
16.
8 Íbid,
3.
9 Íbid,
21.
10 Ernst
Bloch, El ateísmo en el cristianismo (Barcelona: Taurus, 1983), 75.
11 Cf. Critizism
of heaven, 27.
12 Íbid,
31
13 Cf.
Íbid, 31-32.
14 Íbid,
5.
15 Cf.
Íbid, 33.
16
Cf. Íbid.
17 Íbid,
51.
18 Íbid,
33.
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