Cuenta Heródoto que Creso, después de ser derrotado por Ciro el persa y despojado de su imperio magnífico, preguntó a los dioses por qué le habían animado a entablar combate sin ayudarle a obtener una victoria que justamente merecía. Él había honrado a los dioses, les había ofrecido riquezas incontables y dones superiores a los de cualquier mortal. Se merecía un triunfo incontestable y, al contrario, había obtenido la ruina de su reino y la esclavitud. Creso envía un emisario al Oráculo de Delfos con el fin de interrogar a Apolo. Por boca de la Pitia, el dios se muestra intransigente ante la petición de cuentas exigida. En un discurso que prefigura con perfección la retórica del funcionario irresponsable – del kafkiano servidor del estado que da curso a todo mandato venido de arriba sin interrogarse sobre su naturaleza, del que sometido vilmente a un sistema de automatismos alardea de ser incapaz de tomar decisiones- Apolo se limita a decir que los dioses están tan sometidos al destino como los mortales. Los dioses que todo lo gobiernan no son más que altos cargos del Orden Universal, pero tan carentes de responsabilidad y capacidad de intervención libre como el último de los bedeles.
Estos días, tras el fracaso del “proceso de paz” y otros procesos, se vuelven a destilar dosis tremendas de fatalismo griego entre nuestros políticos y periodistas. Ciertas declaraciones, si fueran bien escritas o mejor recitadas, engrosarían dignamente tragedias de título “Edipo en Oyarzun” o “Arnaldo encadenado”. Los titulares y artículos sesudos que tratan de explicar lo acontecido repiten fórmulas que, por el uso continuado e irreflexivo, han adquirido en corto tiempo la categoría de clichés: Batasuna ha demostrado ser rehén de ETA, o Las pistolas han doblegado a la rama de olivo ofrecida por Otegi en Anoeta, o los arbetzales dispuestos al diálogo se han visto apartados por los halcones de la banda. Es evidente que tal discurso conduce a exculpar a la llamada izquierda arbetzale de los desmanes que sus díscolos compañeros de doctrina están a punto de cometer: ¡Pobres! ¡Sometidos al inexorable orden de las cosas son tan poco responsables como los dioses lo eran con respecto a las desgracias de Creso! Como si de un proceso determinista se tratara, ellos han sido sólo elementos de la necesidad, no agentes libres que pudieran decidir qué hacer. Si acompañan a ETA, una vez más, no es porque así lo quieran, sino porque el orden de las cosas les conduce a ello.
Nos encontramos aquí con una repetida cualidad de las construcciones ideológicas: la emancipación del pensamiento con respecto a los hechos. Aunque los actos y dichos de Batasuna & Cía. repiten de manera clara su agresividad frente a la democracia, su tesón por alcanzar, sea como sea, una Euskal Herría socialista e independiente, su decisión de acosar y expulsar a todo aquel que no se pliegue a los dictados de la doctrina, es indispensable para la ideología pacifista el mantener interlocutores válidos para un futuro proceso de negociación. Por ello se despoja de significado todo lo que hacen y dicen los arbetzales y se les presenta como víctimas- ellos también y más que nadie, porque está atrapados en el empeño de que sus compañeros abandonen las armas- de ETA. Transitoriamente se pueden oír solemnes discursos en los que se proclame la lucha implacable contra el terrorismo o la unidad frente a la amenaza de los violentos, pero el veneno habita el lenguaje y delata el convencimiento ideológico de que la paz sólo es posible a través de un acuerdo negociado en el que se reconozcan las razones de cada parte.
Podemos seguir aferrados a “la esperanza” o “la ilusión” de la paz, o a cualquier otra sandez, pero es cuestión de mero realismo aceptar que estamos en guerra. Una guerra que, aunque no queramos oírlo, nos han declarado un puñado de fanáticos y patriotas dispuestos a morir por su idea. Estamos en guerra y debemos tener claro qué defendemos y contra quién. La realidad es algo complejo e incierto, algo siempre inasible para nuestro conocimiento exhaustivo, algo para lo que nuestro lenguaje demuestra ser tosco y sumamente imperfecto. Pero a veces los hechos nos golpean, nos salpican la cara de realidad, nos zarandean, gritan y bapulean de modo tal que no podemos más que –si no nos escondemos en la seguridad de estar ya en la verdad absoluta proporcionada por la ideología- corregir lo que pensamos e intentar prestar oídos a lo circundante. En el caso que nos ocupa, ¿Por qué se trata por todos los medios de exonerar a aquellos que, de manera evidente, están dónde y con quién quieren? ¿Por qué la doctrina oficial se dirige a eliminar su responsabilidad obviando de manera escandalosa los hechos que propician? Toda la arquitectura ideológica aquí trabada está infecta de buenos salvajes que “no saben lo que hacen”, pero ellos mismos nos recuerdan en todo momento que saben lo que hacen y persiguen lo que persiguen: la eliminación de toda disidencia y el poder absoluto. Mientras sigamos piadosamente adheridos a la obsesión ideológica por exculparlos de sus actos en razón del convencimiento de necesitarlos algún día para firmar la paz, la política española persistirá en su carácter impostor y falsario, y el estado de derecho sólo será un barniz extendido sobre un cuerpo corrupto gobernado por mafias, bandas y oligarquías. Y sin la belleza épica del universo y los dioses griegos.
He pasado horas intentando descubrir cómo colgar comentarios, pero me ha costado mucho, así que me quedé fuera de discusiones en las que era aludido. Ya sé que puede resultar algo pretencioso comentarme a mí mismo, pero sólo quiero hacer alguna aclaración referida a los comentarios surgidos en torno al artículo de Eduardo de la semana pasada.
ResponderEliminar1- Mi postura es distinta a la de Eduardo, pero creo que él ha acrecentado exageradamente esa distancia (todos sabemos de su incurable afán polémico) al hacerme decir cosas que yo nunca he dicho. Para no resultar prolijo, lo más importante: yo no considero tener la mirada libre de prejuicios, ni limpiamente racional frente al resto del mundo que se equivoca. Yo nunca he afirmado eso. Yo sólo he expresado mi convencimiento razonable –y razonado- en la existencia de una realidad capaz de desenmascarar los discursos falsarios. La existencia de esa realidad, no obstante, no equivale a la afirmación de que yo la conozca o, incluso, a la de que sea posible conocerla de modo exhaustivo. A eso me refiero en este “post” (gracias, Ashep), a que la realidad, siempre de modo problemático, es el horizonte intencional y trascendente del lenguaje, y sin ella el lenguaje se convierte en un puro sistema autorreferencial sin sentido. No es que yo defienda una pura teoría referencialista, pero estoy convencido de que no podemos extirpar del lenguaje una dimensión fundamental, que es la apelación a una realidad que desborda sus límites. Sé de la extrema perfectibilidad del conocimiento y de lo tosco que resulta el lenguaje a la hora de aprehender la realidad a la que se dirige. Aceptando esa imperfección constitutiva de nuestro lenguaje y nuestro conocimiento, sí que advierto que existen discursos fehacientemente refutados por el mundo y los hechos que, sin embargo, son mantenidos como válidos por obcecación ideológica. A raíz de estas consideraciones he escrito el artículo colgado hoy.
Enhorabuena Borja, excelente artículo. En la línea que apuntas, temo que lo peor está por venir: lo más grotesco será el día que haya un atentado y los de ANV lamenten las muertes y el dolor infligido, como si fuera un rayo el que ha caído sobre los inocentes, como si todo fuera inevitable, como si no fuera con ellos, como si fueran inocentes…
ResponderEliminarBueno otro artículo estupendamente escrito del amigo Borja. El problema que tengo con estos artículos es que casi siempre estoy de acuerdo con ellos, y claro, eso es un coñazo en un foro como este habitado por personalidades tan polémicas... es broma.
ResponderEliminarPero bueno, “yendo al grano”... lo que destacaría del artículo y que hace que me sienta -por ejemplo- más cercano al anterior de Eduardo es que parte de una constatación que me perece básica en política: ante alguien que nos declara la guerra, podemos ponernos como nos dé la gana.., hablar, dialogar, sentarnos en infinitas mesas, firmar acuerdos, entender sus posturas, ponernos en su lugar, inventar nuevos discursos etc etc, etc... que como REALMENTE quiera ese “alguien” ser nuestro enemigo... ES NUESTRO ENEMIGO. ¡que le vamos ha hacer!
Relacionado con lo que acabo de decir, también me gustaría abrir un debate sobre uno de los temas que no creo que se le haya dado una importancia y que históricamente veo relacionado con el famoso “proceso” que es cierta inercia de la famosa Transición en tanto que búsqueda de consenso (por cierto filósofos: deberes ¿Qué es el consenso?) incluso con quienes quieren pegarnos un tiro o destruir el país en el que vivimos.
Consenso-buenismo- proceso-¿relativismo? ¿No está todo relacionado?
Se que habrá infinitos matices.
Por mi parte ahí lo dejo, tengo sueño y mañana me espera un “buen día.”
Saludos
Donde estaís todos?
ResponderEliminar¡Oh perdidos en el proceloso espacio virtual!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarFiel a este cargo que parece que se me ha otorgado, aquí en Feacia, el de polemista oficial, continuaré avivando la llama que nos hace afilar las espadas.
ResponderEliminarDefiendes, amigo Borja, la existencia de una realidad capaz de desenmascarar los discursos falsarios, y añades que la realidad es el horizonte intencional y trascendente del lenguaje sin la que el lenguaje se convierte en un puro sistema autorreferencial sin sentido. Sé que esa es tu postura, sin duda, y lo sé desde el principio de enunciar mis palabras, así que la distancia que crees que agrando de manera artificiosa, tal vez sea la que es. En mi opinión, aunque lo niegues, lo que haces básicamente es perseverar en una teoría referencialista del significado, aunque lo atenúes atribuyéndole una imperfección y limitación al lenguaje. Precisamente la teoría referencialista consiste en sostener que LA REALIDAD puede preferir un discurso frente a otro, hacer más verdaderas ciertas interpretaciones y mostrar la inadecuación de otras. Tu llamas “ideología” a aquellos “discursos falsarios” que, a pesar de ser una y otra vez “desenmascarados” por la realidad, persisten en imponerse. A mi, eso me parece un discurso referencialista, puro y duro. Si quieres, como ya ha señalado Joaquín, puedes agarrarte a las ideas de Popper y sostener que, si bien es imposible una representación verdadera de la realidad, si son posibles los “acercamientos”. Yo no pienso esto, ni por asomo.
En mi opinión tu error está en considerar que el lenguaje o es referencial, es decir, se refiere intencionalmente a algo distinto de sí mismo (y en virtud de lo cual puede haber buenas o malas referencias), o no es nada, “un puro sistema autorreferencial sin sentido”. Es verdad, y sería absurdo negarlo, que el lenguaje puede ser usado de esta forma; no soy yo (ni nadie) el que quiere defender que abandonemos este uso, sino ¿de qué nos serviría decirle a la pastelera “póngame dos pasteles de los que tienen crema, y otros dos de los de chocolate”?. Pero que sea posible usar el lenguaje de esta forma, no significa que sólo se pueda usar así. Como ya has advertido, me muevo más cercano al segundo Wittgenstein que al primero o a Frege. Ya sabes que este filósofo consideraba el lenguaje, más que como algo que media entre nosotros y el mundo, como una realidad sin límites precisos que puede ser usada de distintas formas; cada uno de estos usos lo considera como un “juego” con sus reglas y conductas asociadas. Acepto del todo su idea, según la cual, el uso referencialista, es válido en contextos como el de la pastelera, pero no tiene por qué serlo en otros (pensaba él en la metafísica, por ejemplo). Rorty cree, en la misma línea, que este tipo de usos es del todo inoperante en el nivel político ya que, sólo sirve para enfrentarnos más aún y que cada uno persevere en su idea.
Tal y como te entiendo, tu idea de “ideología” se mueve dentro de esta limitación. Ya sé que tu no crees tener una mirada “limpia y desprejuiciada” de la realidad, eso sólo era una metáfora explicativa, pero también sé que verdaderamente piensas que tus ideas están menos contaminadas de prejuicios ideológicos que las de un nacionalista, por ejemplo; ahí te equivocas.
Miremos, por ejemplo a tu artículo, tan brillante como nos tienes acostumbrados. Denuncias una cosa que, del todo, me parece correcta: vuelve a gobernar en este país el “imperio de lo inevitable” . Zapatero ha sido un héroe por intentar evitar lo inevitable, la sección moderada del fascismo vasco son víctimas de un sistema que no les deja escapar de forma inevitable, E.T.A volverá inevitablemente a matar y, los de A.N.V, como señala Oscar, “lamentarán las muertes y el dolor infligido” pero aceptándolo como algo también “inevitable”. Pues bien, y aunque esto suene duro, en todos estos casos ¿eso no es así? Ciertamente para mi, y también para ti, la interpretación de los hechos apelando a la ideas como “voluntad”, “responsabilidad” o “libre elección” está más de acuerdo con nuestro carácter y nuestra evolución personal e intelectual. Para nosotros la inevitabilidad reside en el hecho de que ellos han decidido no bajarse de su atalaya de un etnicismo violento y fascista, valga la redundancia. No trataré de echar abajo esta visión apelando a un criterio referencialista: como si nuestras ideas fueran claramente más verdaderas que las que “ideológicamente” les mantienen presos a ellos en sus propias descripciones falseadoras de los “hechos”. Simplemente diré que este modo de ver las cosas no va a disolver el problema del mismo modo que el discurso del mundo abertzale tampoco lo hará; el resultado seguramente será el contrario.
A mi me gustan tan poco como a ti los nacionalistas, tal vez me gustan menos, incluso, debido a mi condición personal en la que tengo que sufrirlos a mi alrededor. Y lo que me disgusta de ellos, más que esa voluntad de “falsear” que tanto denunciamos por aquí, es el hecho que sus formas de hablar es ya una forma de ser y una conducta, una actitud respecto a mi, por ejemplo. Esta actitud es la del rechazo, la exclusión y el desencuentro buscado. Este es el problema fundamental.
PD. Enseguida después de esta entrada cuelgo en la Academia feacia el texto que venía anunciando sobre Rorty, abriendo un debate más profundo sobre el concepto de ideología. No lo he hecho antes porque los últimos acontecimientos en mi vida y en la extinta vida de Rorty me han hecho dudar entre la elección de los textos.