Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

jueves, 21 de junio de 2007

Un asunto menor.
Óscar Sánchez Vega

La política española produce en mí extraños efectos: hastío, aburrimiento y, sobretodo, resignación en relación a los grandes problemas que aquejan al país (terrorismo, nacionalismo, educación etc.) pero ocasionalmente un estallido de indignación por algún asunto menor que pasa generalmente desapercibido.

Recientemente la ministra Salgado (que siempre me recuerda el dicho ese que afirma que cuando el diablo está aburrido mata moscas con el rabo) ha decidido prohibir que la publicidad de bebidas alcohólicas incluya informes que confirmen que su consumo moderado tenga algún efecto beneficioso en la salud, AUNQUE SEA VERDAD. El asunto me deja tan perplejo que temo no haber entendido bien: ¿quiere decir que si un estudio confirma, como ha sucedido, que el lúpulo de la cerveza es beneficioso para disminuir el colesterol tal estudio no pude ser publicitado? Efectivamente.

La ofensiva del pensamiento políticamente correcto alcanza aquí una de sus más altas cotas. La prepotencia de sus adalides se manifiesta de manera tan evidente que es un interesante ejemplo para ser analizado como síntoma de la sociedad que nos ha tocado vivir. La verdad contra la corrección. ¿Deben saber los ciudadanos los beneficios de un consumo moderado de cerveza o vino o es preferible mantenerlos ignorantes instalados en el miedo a las múltiples enfermedades asociadas con el consumo de bebidas alcohólicas? En el fondo el dilema es ¿tratamos a los ciudadanos como niños o como adultos? ¿Les informamos o les “cuidamos” aunque no quieran? ¿Confiamos en la libertad indivual o instauramos lo que hace tiempo Savater denominó un Estado clínico que tiene como misión imponer la salud a toda costa? Como si la salud fuera un concepto unívoco que pudiera ser explicitado desde el poder e impuesto a los súbditos (ya no ciudadanos) en aras del bien común.

Pero todo lo anterior no es nuevo, viene de lejos. La novedad es la desfachatez de la nueva propuesta: “…aunque sea verdad.” …¡qué más da! Lo importante es que “seamos buenos”, que nos dirijamos hacia el cielo de Salud por los senderos trazados. ¡Qué cerca están los nuevos redentores de los viejos moralistas!

4 comentarios:

  1. No creo que el asunto que tratas sea menor; creo que, al contrario, es un problema fundamental que enrarece la vida política y la convierte en algo muy peligroso. A fin de cuentas te refieres a la posibilidad de que el estado posea legitimación para hacer el bien cuando crea conocerlo. Como filósofos, conocemos bien esa cantinela; Sabemos de los desvelos de Platón por hacer participar obligatoriamente a todos los ciudadanos del Bien aprehendido por el filósofo: el ansia platónica de Bien recorre toda la historia del pensamiento occidental como una tentación por fortuna casi siempre postergada (entre otras causas, gracias a la tan denostada Iglesia Católica). En rigor, nuestros gobernantes no hacen más que prolongar esa fecunda raíz platónica, si bien devaluada por la escasa preparación intelectual que generalmente demuestran. Esgrimen la necesidad de que el estado tutele y dirija a los individuos que –por medio de sus solos esfuerzos- se desorientan en la búsqueda de lo bueno. Para ello, Platón acuñó la figura de la mentira política. Es de subrayar que la intención del ateniense fue subjetivamente ejemplar, ya que no defiende su uso por amor al propio interés del gobernante o a los motivos inicuos que puedan guiarle; su mentira política no se ejercita dirigida a la mentira misma, sino como el modo auténtico en que el estado demuestra su amor a la verdad. Platón, convencido de que el individuo no puede –más que en casos excepcionales- alzarse sobre las circunstancias particulares que emborronan lo verdadero, no por ello ceja en su empeño de que participe del Bien que el estado tiene como fin realizar. Por eso impone la mentira como imperativo político: sin conocerlo, los ciudadanos se comportarán como si conocieran el bien. Las declaraciones de la ministra de turno que comentas no han dejado de recordarme a ese benévolo proyecto platónico de conseguir que –ya que somos débiles e incapaces del conocimiento del bien- al menos nos comportemos del modo en que se comportaría alguien que lo conociera: no bebiendo cerveza, no fumando ni abandonándonos a los excesos y placeres que tanto odian los moralistas de todos los tiempos. Como repetiría el amigo Nietszche, el moralista pertenece a una especie humana caracterizada por su odio profundo a la vida, a la risa y la alegría.
    Pensaba también referirme a Orwell, que dibuja tan precisamente la realización del estado clínico del que habla Savater. Pensaba también en Marx y su nueva batalla por el Bien. O en la asignatura de “Educación para la ciudadanía”, tan semejante a las “clases de edificación” que Calvino impuso en Ginebra como modo de asegurar el poder absoluto y teocrático capaz de realizar el Bien que pretendía. Como siempre, todo se me queda incompleto y falto de explicación.
    Este asunto no es menor, porque no hay sombra más amenazadora que la de un gobierno de idealistas.

    ResponderEliminar
  2. Bueno Oscar, lo peor de todo, es que no se trata solamente es algo del gobierno, sino que viene impuesto por Bruselas (mira la noticia http://es.noticias.yahoo.com/ep/20070620/tes-salgado-anuncia-que-las-bebidas-con-c5455be.html )

    Para reflexionar: moralismo, socialdemocracia y unión europea.

    Cada día me siento más contento de haber votado no a la maldita “”constitución europea.””

    Abrazos a todos

    ResponderEliminar
  3. Completamente de acuerdo Oscar y completamente de acuerdo Borja. En el fondo lo que aquí late es una vieja idea rousoniana que está en la base misma de todas las concepciones de la izquiera acerca del estado: el bien equivale al bien común. Y, por supuesto, este "bien común" siempre tiene administradores. Para este tipo de política, el individuo es una abstracción perniciosa, por lo que habrá que sumergirlo y diluirlo en la cultura, el pueblo, las circunstancias... mientras que el "bien común" es una esencia perfectamente identificable.

    Yo no voté la constitución europea, ni a favor ni en contra, pero cada día miro con una mirada más dulce a los Estados Unidos y al Liberalismo.

    ResponderEliminar
  4. Nena, no entres ahi que dan caramelos amargos...

    ResponderEliminar