"Todo su saber [el perteneciente a las ciencias ´positivas´], todas sus nociones se hallan informadas y gobernadas por esta metafísica, que es como la red en la que aparece envuelta toda la materia concreta en que se ocupan los actos y la vida de los hombres (...) aquellos hilos generales no se destacan ni se convierten por sí mismos en objetos de nuestra reflexión"."Lecciones sobre la historia de la filosofía", I, 58.
martes, 3 de septiembre de 2024
Metafísica inevitable.
Borja Lucena
lunes, 19 de agosto de 2024
El filósofo como buen carnicero.
Óscar Sánchez Vega
"Hay que poder dividir las ideas siguiendo sus naturales articulaciones, y no ponerse a quebrantar ninguno de sus miembros, a manera de un mal carnicero (...) Y de esto es de lo que soy yo amante, Fedro, de las divisiones y uniones, que me hacen capaz de hablar y de pensar. Y si creo que hay algún otro que tenga como un poder natural de ver lo uno y lo múltiple, lo persigo «yendo tras sus huellas como tras las de un dios». Por cierto que aquellos que son capaces de hacer esto -sabe dios si acierto con el nombre- les llamo, por lo pronto, dialécticos" Platón, Fedro, (265e-266c)
Empiezo estas líneas con la cita de Platón que compara al filósofo dialéctico con un buen carnicero, aquel que “corta” la realidad por sus “articulaciones naturales.” ¿Es esta una buena imagen del trabajo en filosofía? Considero que esta es una cuestión crucial que todos los que de un modo u otro nos movemos en este campo debemos afrontar y responder de alguna manera. Antes de contestar apresuradamente esta pregunta es preciso considerar lo que está en juego, a dónde nos llevan las dos posibles repuestas. Si respondemos afirmativamente, es decir, que el filósofo (o el científico) es como el buen carnicero asumimos una serie presupuestos que no son en absoluto evidentes: suponemos entonces que el mundo está estructurado de cierto modo y que el conocimiento humano lo único que hace es describir y reflejar un orden externo, las leyes del universo que se nos revelan, acaso porque nuestra razón es la misma que la del gran demiurgo que ha creado el universo. Por muchas razones, en las que ahora no voy a entrar, esta posición filosófica, al menos desde Kant es manifiestamente ingenua y poco rigurosa, lo que no es óbice para que esta sea la filosofía espontánea de muchos reputados científicos. Si, por el contrario, respondemos negativamente, negando la analogía propuesta por Platón es porque encontramos diferencias esenciales entre el trabajo del filósofo (o científico) y el del carnicero. En otras palabras, es porque entendemos que el conocimiento humano es básicamente construcción, pues las ideas y categorías científicas son productos del intelecto humano, no “cosas” que están ya dadas y que reconocemos en la naturaleza. Esta posición filosófica es ciertamente más sutil y refinada que la primera pero tiene el grave inconveniente que desde ella es muy difícil garantizar la objetividad del conocimiento y nos lleva al relativismo. La disputa entre teorías rivales sería una cuestión más bien de coherencia de una construcción frente a otra pero, en última instancia, como ninguna de las teorías o categorías que manejamos refleja lo que en verdad son las cosas, toda la controversia queda irremediablemente teñida de un subjetivismo que nos impide avanzar.
Todo lo anterior es un resumen ridículamente simple de un problema bastante más complejo de lo que hasta aquí he expuesto. Por centrar un tanto este problema paso a comentar esta cuestión en un contexto más restringido: las polémicas en el seno del materialismo filosófico.
En el reciente curso del verano de Santo Domingo de la Calzada, con ocasión del centenario del nacimiento de Gustavo Bueno, Carlos Madrid Casado impartió dos lecciones sobre la teoría del cierre categorial y en la segunda de ellas abordó algunas cuestiones controvertidas entre los buenistas. Una de ellas es la doctrina del hiperrealismo. Intentaré explicarme de manera sencilla y centrándome en el asunto que nos interesa. Bueno sostiene que los términos, categorías y teoremas científicos no se limitan a describir el mundo sino que son parte del mundo. El mundo no es algo prístino y exterior ajeno al quehacer humano sino que es algo que va trasformándose conforme avanza el conocimiento: verum ipsum factum, como decía Vico. Carlos Madrid defendía en su ponencia la que me atrevería a llamar la versión ortodoxa de la teoría del cierre, según la cual los términos científicos, (electrón, estrella, hipotenusa, especie, oxígeno, etc) son el resultado de las operaciones de los sujetos humanos, es decir, construcciones que, obviamente, requieren la presencia y la acción de los seres humanos y que carecen de sentido al margen de ellos. En los Ensayos materialistas Bueno había utilizado la fórmula E= Mi. Es decir el Ego trascendental es igual al Mundo, en el sentido que las morfologías del mundo antrópico (los objetos, elementos, leyes, etc) están constituidas a la escala del cuerpo humano y este por su parte, como diría Heidegger, solo puede entenderse como un ser en el mundo. Carlos Madrid recordó en su lección cuando hace algunos años, en un congreso en Oviedo, un participante, Iván Vélez, planteó una pregunta, aparentemente estrambótica, pero que, desde entonces ha hecho correr ríos de tinta en el ámbito de las publicaciones del materialismo filosófico: ¿el hombre de Atapuerca respiraba oxígeno? Vaya tontería, pudiéramos pensar... ¿y qué otra cosa va a respirar?, claro que sí, el hombre de Atapuerca respiraba oxígeno. Pues no está tan claro, al menos no desde la perspectiva de la teoría del cierre categorial. Según Carlos Madrid el término “oxígeno” es un término de la química, o sea, una construcción categorial que nace de ciertas operaciones que realizó Lavoisier a finales del siglo XIX y que no existe al margen (antes) de tales operaciones. Ahora bien, esto no quiere decir que el oxígeno sea una mera representación mental subjetiva de Lavoisier porque las operaciones del científico que dieron como resultado el “descubrimiento” del oxígeno pueden ser realizadas por cualquier otro sujeto quedando así el sujeto operatorio segregado y constituyéndose, de este modo, lo que Bueno llama una identidad sintética, es decir, una verdad científica. El oxígeno es real y objetivo, pero no es natural si por natural entendemos al margen de las operaciones humanas. Así pues, el mundo no permanece estático sino que sus componentes nacen y mueren; en concreto el oxígeno forma parte del mundo desde finales del siglo XIX. En conclusión... ¿el hombre de Atapuerca respiraba oxígeno? Carlos Madrid responde: solo podemos contestar "sí" de manera retroactiva, proyectando nuestros conocimientos actuales hacia una época pasada, pero, puesto que el oxígeno no es una realidad natural (tampoco cultural, es terciogenérica, desborda la metafísica oposición entre naturaleza y cultura), no podemos hablar en sentido estricto de oxígeno antes del siglo XIX. Además, en defensa de la ortodoxia de su interpretación, el ponente afirma que su postura no se aleja un ápice de la de su maestro, pues el mismo Bueno había hecho consideraciones idénticas en relación al paisaje cámbrico. Entonces, retomando la pregunta inicial, Carlos Madrid sostiene que, contrariamente a lo que afirma Platón en la cita que abre esta entrada, no existen unas “junturas naturales” que estructuran la realidad que el científico se limita a descubrir. Para ilustrar su postura antiplatónica propone el siguiente ejemplo: ¿cuáles son las “junturas naturales” de un cordero? Y responde: para un lobo vendrán dadas en función de sus colmillos (de la mordedura), para un carnicero vienen determinadas por el cuchillo y acaso para una bacteria carnívora sean del todo diferentes. No cabe hablar de “junturas naturales” porque las categorías son siempre antrópicas, establecidas por los sujetos operatorios. Hablar de “junturas naturales” supone ponerse en lo que Putnam llamaba punto de vista de Dios, observar la realidad desde ningún sitio, bajo ninguna perspectiva, pero esto es absurdo, es pura metafísica, solo podemos hablar del mundo desde la perspectiva humana.
Por otra parte, a principios de este año (2024), otro materialista y discípulo de Bueno, David Alvargonzález había publicado un libro con un elocuente título, La filosofía de Gustavo Bueno. Comentarios críticos, en el que, entre otras cosas, había criticado este punto; había hecho otra interpretación, digamos heterodoxa, de la teoría del cierre. Según Alvargonzález un filósofo no puede llamarse materialista si renuncia a la posibilidad de conocer lo que son las cosas. El materialismo es precisamente esto: el reconocimiento que no todo gira en torno al ser humano sino que la terca realidad se nos impone y no se somete a la nuestra voluntad. En la misma línea que Alvargonzález, el nieto de Bueno, Lino Camprubí, en los encuentros de Santo Domingo del 2023, comentó una anécdota sobre su abuelo: cuando le preguntaban a Bueno cuánto faltaba para la finalización de un libro o la presentación de un trabajo, Bueno solía responder con un dicho: lo que pida el hierro. El trabajo del herrero o del científico está determinado por el material con el que trabaja que tiene su propia configuración que nos ofrece más o menos resistencia. Las cosas no son amorfas ni están sometidas a nuestros deseos; por ello Bueno siempre se presentó como un estoico, por su voluntad de partir de lo que las cosas son, de un mundo que se nos impone. Alvargonzález interpreta la doctrina del hiperrealismo en el sentido literal: más realismo. Hay muchas cosas reales, entre ellas los teoremas científicos, pero el hiperrrealismo no es ni puede ser negar la posibilidad del realismo, es decir, de conocer lo que son las cosas en sí mismas. Por ejemplo: el agua es H2O... ¿Y antes de que hubiera humanos o después de que nos hayamos extinguido? La molécula del agua está formada por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Esta verdad, naturalmente, ha sido descubierta por los humanos pero no es una construcción humana en ningún sentido. Decir lo contrario es puro idealismo. De este modo cobra importancia una distinción de Bueno que Alvargonzález destaca y que Carlos Madrid omite: una cosa son las categorías del ser y otra las categorías del hacer. El arte y las técnicas también “roturan” el mundo, tienen sus propias categorías, pero estás son categorías del hacer; en cambio las categorías científicas son las categorías del ser, nos muestran cómo está estructurado el mundo, al margen de la voluntad humana. Por ello Alvargonzález llama a las primeras categorías antrópicas y a las segundas anantrópicas. Y, por supuesto, afirma Alvargonzález, el hombre de Atapuerca respiraba oxígeno.
Quizá alguien pueda pensar que esta es una estéril controversia en el seno de una minoritaria secta filosófica, como si debatiéramos sobre el sexo de los ángeles. No es así en absoluto. Intentaré abordar el mismo problema desde otras perspectivas.
El naturalismo y el cientificismo también platean esta cuestión. Para muchos científicos y filósofos analíticos el asunto está bastante claro. Toda la confusión, dicen, reside en no haber distinguido claramente entre ciencia y filosofía. La ciencia es realista, nos muestra lo que son las cosas y la filosofía, por el contrario, es una construcción teórica subjetiva. No me cabe duda que esta es la respuesta más habitual a este problema. Pero no es una respuesta satisfactoria. Por varias razones. Primera; porque, contrariamente a los que afirman los naturalistas, no existe una imagen científica del mundo sino que cada ciencia, incluso cada teoría (mecánica cuántica, teoría de la relatividad, química orgánica, etc) opera con un modelo diferente e irreductible. Segunda; porque aun suponiendo que hubiera un modelo único, es decir, suponiendo que el mundo fuera un conglomerado coherente de partículas subatómicas, funciones de onda, campos gravitatorios, antimateria, etc, tal imagen del mundo es internamente contradictoria, pura metafísica. Veamos a dónde nos conduce este camino: los cientificistas afirman que lo que percibimos no son las cosas mismas sino representaciones mentales, imágenes generadas en nuestro cerebro a partir de impulsos eléctricos. En general, dicen, los objetos macroscópicos son meras apariencias generadas a partir de la confluencia de millones por partículas subatómicas que no tienen volumen, ni masa y ni siquiera son partículas en el sentido estricto del término. Si percibo una manzana roja encima de la mesa, tal imagen es una construcción del cerebro; en realidad no hay ninguna manzana ni mesa, solo electrones, fotones, impulsos eléctricos, etc. Pero el problema es que el mismo cerebro es un objeto macroscópico y, por lo tanto, el cerebro tampoco existe, es un mero epifenómeno. De este modo todo desaparece en un absurdo bucle: no hay objetos macroscópicos, no hay cerebros, por lo tanto tampoco fenómenos y mucho menos electrones, fotones, etc. Existen más argumentos en contra de una imagen científica del mundo pero no voy a profundizar más en este asunto porque, a mi modo de ver, el naturalismo, la filosofía de las personas sin filosofía, es tan manifiestamente absurdo y contradictorio que no merece la pena perder demasiado el tiempo con él.
Por otro lado, buena parte de la filosofía moderna y contemporánea ha reaccionado frente a este mundo sin espectadores que propone el naturalismo. Kant, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche, Husserl y Heidegger, entre otros, insisten en que un mundo sin sujetos no es un mundo, en que la pretensión de borrar al sujeto es contradictoria y descabellada. Por ejemplo, para Heidegger el mundo es el mundo del Dasein, revelado a través del Dasein y el Dasein es un ser en el mundo. Para Heidegger la idea de un mundo sin espectadores es impensable. Por ello al final de su vida decía:
«En sentido estricto no podemos decir qué había cuando todavía no existía ningún hombre. No podemos decir ni que los Alpes existían, ni que no había Alpes. ¿Podemos prescindir en absoluto del hombre?»
Martin Heidegger, Zollikoner Seminaren, en Gesamtausgabe, Fráncfort del Meno: Vittorio Klostermann, 1975-, vol. 84, p. 71
Por último, el nuevo realismo de Markus Gabriel también se plantea esta cuestión. Gabriel en este punto está del lado de Platón y de la versión heterodoxa de la teoría del cierre. Su ontología de los campos de sentido afirma que los objetos se nos aparecen siempre en relación otros objetos en ciertos ámbitos. Estos ámbitos o campos no son amorfos, tienen un sentido que podemos conocer. Por ejemplo, los hombres primitivos no distinguían entre planetas y estrellas; en un momento dado algunos hombres se percataron que algunas estrellas eran “errantes”, más tarde supimos que las estrellas errantes eran planetas que giraban alrededor del sol y no emitían luz propia. Pues bien en este breve relato aparecen unos objetos (planetas y estrellas) en un campo de sentido (el sistema solar). Hace 20.000 años, igual que ahora, los planetas giraban alrededor del sol, es decir, en el campo de sentido del universo existen, entre otros objetos, planetas y estrellas que se relacionan de cierto modo, a saber: los planetas son iluminados por las estrellas y giran en torno a ellas. Los humanos pueden conocer o no esta relación, pero este es un hecho verdadero independiente de los seres humanos; del mismo modo que es independiente de los hombres la relación entre los catetos y la hipotenusa de un triángulo rectángulo o la causa de la extinción de los dinosaurios.
¿En qué se diferencia entonces el realismo de Gabriel del naturalismo? Pues en negar un estatus especial a las ciencias. Por ejemplo, en el campo de sentido de la astronomía es verdad lo que hemos dicho sobre las estrellas y los planetas; en el ámbito del arte es verdad que Miguel Ángel fue un gran artista y en el ámbito de los cuentos infantiles es verdad que las brujas son malvadas. Toda verdad remite a un ámbito o campo de sentido; no existen, por tanto, verdades absolutas; lo cual no quiere decir que toda verdad sea subjetiva puesto que algunos de esos campos dependen de la voluntad humana (los cuentos infantiles), pero otros no (la astronomía, química, etc).
Pero siempre entender, comprender algo, implica atender a las cosas mismas, aprehender las relaciones que se establecen entre los objetos estudiados en ciertos ámbitos, captar como las partes se ensamblan unas con otras y, por medio del lenguaje, expresar estas relaciones de la mejor manera posible. Este último paso, expresar por medio del lenguaje las regularidades aprehendidas, es quizá el reto más difícil para un realista. Por ello Horkhemimer decía:
«La filosofía es el esfuerzo consciente para entretejer todo nuestro conocimiento y comprensión en una estructura lingüística en la que todas las cosas se llamen por su nombre correcto»
M. Horkheimer, Eclipse of Reason, pag 179
lunes, 12 de diciembre de 2022
Conocimiento y verdad en George Santayana.
Óscar Sánchez Vega
"La función de la percepción y de la ciencia natural no es halagar el sentimiento de omnisciencia de una mente absoluta, sino dignificar la vida animal al armonizarla, en la acción y el pensamiento, con sus condiciones. Poco importa si las noticias del mundo que esos métodos pueden traernos son fragmentarias y vienen expresadas retóricamente; lo importante es que la ciencia se integre con el arte y que el arte sustituya, en la medida de lo posible, el dominio del azar por el dominio del hombre sobre las circunstancias. No hay aquí sacrificio de la verdad a la utilidad; lo que hay es más bien una sabia dirección de la curiosidad hacia cosas que pertenecen a la escala humana y caen dentro del alcance del arte." 1
"¿Cómo puedo comprobar la exactitud de las descripciones refiriéndolas a algo que no sólo no está ahora a la vista, sino que probablemente nunca ha sido otra cosa que un objeto de intención [...]? Si conozco a un hombre sólo por su reputación, ¿cómo juzgaría si la reputación es merecida? Si conozco las cosas sólo mediante representaciones, ¿no son las representaciones la única cosa que conozco?Este desafío es fundamental, y en tanto sus presuposiciones no sean a su vez desafiadas, conduce inexorablemente a los críticos del conocimiento hacia un escepticismo de corte dogmático, quiero decir, a la afirmación de que la noción misma de conocimiento es absurda." 2
"El conocimiento es creencia verdadera. Es un esclarecimiento del yo mediante las intuiciones que en él surgen, de suerte que lo que el yo imagina y afirma de la cosa colateral, con la que forcejea en la acción, es realmente verdadero de esa cosa. En tales suposiciones o concepciones la verdad no implica adecuación, ni una identidad pictórica entre la esencia que hay en la intuición y la constitución del objeto. El discurso es un lenguaje, no un espejo." 3
"Las ideas que tenemos de las cosas no son retratos fieles; son caricaturas políticas hechas en interés del hombre; pero a su parcial manera pueden ser obras maestras de caracterización y penetración." 4
"Aquí vemos esa curiosa autodegradación latente en el egotismo. Parece que está convirtiendo uno su propio yo y experiencia en absolutos; sin embargo, por esa misma arrogancia, se deshereda uno de todo dominio intelectual sobre cualquier cosa, y renuncia al pensamiento mismo de un conocimiento natural o de una verdad genuina. Y este sino se apodera del empirista y del pragmatista no menos que del idealista absoluto que lo admite francamente, y que piensa que es la prueba de su divinidad esencial." 6
"Creo que la palabra “verdad” debe reservarse para lo que todo el mundo quiere decir espontáneamente con ella: la descripción comprehensiva estándar de cualquier hecho en todas sus relaciones. La verdad no es una opinión, ni siquiera una opinión idealmente verdadera; pues, además del limitado alcance al que las opiniones, por lo menos las humanas, están siempre sometidas, aun la más completa y exacta de las opiniones daría prioridad a ciertos términos y miraría en una determinada dirección; y esa dirección podría cambiarse o invertirse sin caer en el error; de suerte que la verdad es el campo que atraviesan diferentes opiniones verdaderas en diferentes direcciones, y no una opinión ella misma. Una diferencia aún más contundente entre la verdad y cualquier discurso verdadero es que el discurso es un acontecimiento; posee una fecha que no es la de su asunto, aun si ese asunto es existencial y vagamente actual; [...] mientras que la verdad carece de fecha y es absolutamente idéntica, tanto si las opiniones que buscan reproducirla aparecen antes del suceso que la verdad describe, como si lo hacen después." 7
"La verdad propiamente dicha es indiferente a que alguien la elogie o la posea."8
“El espíritu, con el conocimiento y demás prerrogativas suyas, es intrínsecamente y en conjunto una función de la vida animal; de forma que, si no estuviera alojado en algún cuerpo y expresara sus ritmos y relaciones, no existiría en absoluto."10
"el escepticismo total no es incongruente con la fe animal; admitir que nada dado existe no es incompatible con creer en cosas no dadas." 11
"La verdad no es una meta de la investigación. Si “verdad” es el nombre de esa meta, entonces, desde luego, la verdad no existe. Porque el carácter absoluto de la verdad la vuelve inservible como tal meta. Una meta es algo respecto de lo cual uno puede saber que se está acercando o que se está alejando. Pero no hay forma de saber a qué distancia estamos de la verdad, o siquiera si estamos más cerca que nuestros antepasados. [...] La razón es que el único criterio de que disponemos para aplicar la palabra “verdadero” es la justificación, y la justificación siempre es relativa a un auditorio. Por tanto, también es relativa a la apreciación de ese auditorio —a los propósitos que desea ver atendidos y a la situación en la que se encuentra—." 12
Notas:
1 George Santayana, Escepticismo y fe animal, Introducción a un sistema de Filosofía, 2011, p 131.
2 Íbid, p 201.
3 Íbid, p 211.
4 Íbid, p 130.
5 C.S. Peirce, La fijación de la creencia, Cómo aclarar nuestras ideas, 2007, p 42
6 George Santayana, Escepticismo y fe animal, Introducción a un sistema de Filosofía, 2011, p 380
7 Íbid, p 311
8 George Santayana, Los reinos del ser, 1959, p 456
9 William James, Pragmatismo, 2000, p 91
10 George Santayana, Escepticismo y fe animal, Introducción a un sistema de Filosofía, 2011, p 197
11 Íbid, p 131.
12 Richard Rorty, Verdad y Progreso, 2000, p 14.
miércoles, 23 de noviembre de 2016
¿Kant romántico?
Óscar Sánchez Vega
- Primero: desplazar a la razón como fundamento de los valores. Los valores no son verdad porque sean universales sino porque son míos.
- Segundo: ampliar la noción de sujeto. Ya no es solo es sujeto individual, también la comunidad o el pueblo el legislador del reino interior. Así cada pueblo o nación tendrá sus propios valores e ideales que, por el mero hecho de ser idiosincrásicos, son absolutos e inconmensurables.
miércoles, 19 de agosto de 2015
Actualidad de Kant.
Óscar Sánchez Vega
miércoles, 8 de diciembre de 2010
Verdad y Mentira.
Borja Lucena
En segundo lugar, sólo la asunción de que nos entienden nos conduce al habla. Todo diálogo, toda conversación banal se asienta en la presunción de compartir un mundo y unos hechos que en él se dan. Incluso cuando la conversación no trata hechos. Sin existencia compartida no hay lugar para el lenguaje. Hablar significa participar en verdades que se dan en el lenguaje y en él se reconocen de una u otra forma. Mostrar no quiere decir señalar, sino dar y pedir comprensión acerca de. La primera regla del diálogo es que haya algo acerca de lo que hablar, algo que, a la vez, se alcanza y se mantiene siempre inalcanzable, algo que en las palabras no sólo es palabra.
El drama literario es siempre el mismo: es mucho más difícil describir que opinar. Infinitamente más. En vista de lo cual todo el mundo opina.
viernes, 13 de junio de 2008
Una concepción pragmática de la verdad.
Óscar sánchez Vega
jueves, 21 de junio de 2007
Un asunto menor.
Óscar Sánchez Vega
La ofensiva del pensamiento políticamente correcto alcanza aquí una de sus más altas cotas. La prepotencia de sus adalides se manifiesta de manera tan evidente que es un interesante ejemplo para ser analizado como síntoma de la sociedad que nos ha tocado vivir. La verdad contra la corrección. ¿Deben saber los ciudadanos los beneficios de un consumo moderado de cerveza o vino o es preferible mantenerlos ignorantes instalados en el miedo a las múltiples enfermedades asociadas con el consumo de bebidas alcohólicas? En el fondo el dilema es ¿tratamos a los ciudadanos como niños o como adultos? ¿Les informamos o les “cuidamos” aunque no quieran? ¿Confiamos en la libertad indivual o instauramos lo que hace tiempo Savater denominó un Estado clínico que tiene como misión imponer la salud a toda costa? Como si la salud fuera un concepto unívoco que pudiera ser explicitado desde el poder e impuesto a los súbditos (ya no ciudadanos) en aras del bien común.
domingo, 10 de junio de 2007
Sobre la inmigración ilegal.
Óscar Sánchez Vega
Sirva lo anterior para contextualizar la siguiente reflexión. Por norma general pienso que la verdad tiene una cara y que dos posiciones antagónicas no pueden estar ambas en lo cierto. Pero hay un asunto que me desconcierta, me deja perplejo, y este escrito no es otra cosa que la constancia de esta perplejidad. El tema no es otro que la inmigración ilegal y mi postura al respecto es “políticamente correcta” y nada original: el estado debe regular los flujos migratorios – por razones obvias- y perseguir y repatriar a los inmigrantes ilegales. Cualquier otra postura en relación a este tema es una frivolidad y una falta de responsabilidad por parte del gobierno – y el gobierno español, por cierto, no ha sido todo lo responsable que debería- . Por tanto, no puedo menos que asentir ante un enunciado del tipo: “los inmigrantes sin papeles deben ser repatriados a su país de origen” Un buen gobernante, entre otras cosas debe trabajar para que esta justa – desde el punto de vista de los intereses nacionales- petición sea satisfecha y consiguientemente debe ser inflexible con los inmigrantes sin papeles.
Ahora nos ponemos al otro lado. Todos hemos visto documentales, películas – y muchos conocerán historias en primera persona; no es mi caso- en donde se describe la situación de estas personas: inmigrantes subsaharianos – ahora no se puede decir “negros”, como si no hubiera blancos por debajo del Sahara- que no tienen otra opción que escapar de su país de origen, poner en peligro sus vidas y dejarlo todo en busca de una vida mejor- o de una vida, sin más-. Hemos escuchado sus lamentos por la insensibilidad de los países desarrollados, piden una oportunidad para trabajar en lo que sea. Solo quieren un hogar donde formar una familia y sacar adelante a su prole. Me siento incapaz de poner un solo “pero” a sus acciones: entran de manera ilegal en nuestro país, trabajan en cualquier cosa – muchas veces explotados por empresarios sin escrúpulos- y aspiran a “tener los papeles”. Desde su perspectiva el “interés nacional” no es más que un sintagma vacío de significado. Y tienen razón. Aquí no es cuestión de argumentar sino de imaginar ¿Qué harías tú si estuvieras “al otro lado”? ¿Qué debe hacer el “buen inmigrante”? Mi respuesta es que el “buen inmigrante” debe hacer todo lo que está en su mano para encontrar una vida digna. Las únicas trabas al “todo” enunciado son morales pero no legales: El “buen inmigrante” no debe matar, ni robar para alcanzar su objetivo – si lo hiciera perderíamos la empatía que nos lleva a considerarle “buen” inmigrante- , pero por lo demás puede incumplir las leyes del país de acogida que le impiden alcanzar su objetivo (visados, permiso de residencia, permisos de trabajo etc) Por consiguiente cuando afirman que “toda persona tiene derecho a una vida digna, a un trabajo, a la educación, a un lugar donde cobijarse etc” pienso que tienen razón, que los “malos” son los que se oponen a su noble objetivo y los “buenos” los que les ayudan a vivir y establecerse en nuestro país, aun cuando carezcan de papeles.
El reto es el siguiente ¿Cómo hacer compatible lo afirmado en los dos párrafos anteriores desde un planteamiento no relativista – al menos no relativista en el sentido que los sofistas dan al término-?
La tesis perspectivista de Nietzsche pudiera parecer una versión moderna del clásico relativismo sofista, pero no lo creo. El alemán asume la acertada tesis ontológica que encierra el relativismo: vivimos y conocemos desde una determinada posición, desde una perspectiva ineludible y no existe algo así como la “perspectiva correcta”. Pero no sigue a los sofistas cuando estos desembocan en un relativismo gnoseológico. Nietzsche no piensa que todas las opiniones son iguales y todas las formas de conocimiento equiparables, por el contrario defiende un discurso contrario al dominante en su época porque entiende que es “más verdadero” que el discurso imperante. Si bien es verdad que la manera en la que puede articularse el”perspectivismo ontológico” con una epistemología no relativista es una cuestión que se echa en falta en las obras del alemán.
A mi modo de ver estos puntos de vista sólo pueden ser conciliables si entendemos el perspectivismo de una forma no radicalmente subjetiva, sino más bien social. Si resulta que cada uno vive “en su mundo” entonces la comunicación, el lenguaje y el conocimiento es imposible, pero no creo que sea el caso. Cada uno de nosotros tiene distintos “mundos” que no son herméticos y que comparte con otras personas: su familia, sus compañeros de trabajo, sus amigos etc. La separación nunca es total y la comunicación siempre es posible - puedes hablar con tu pareja de los problemas del trabajo, por ejemplo- si bien es cierto que cada mundo tiene sus interlocutores privilegiados – hablamos de los problemas del trabajo entre compañeros y de la salud de la abuela con nuestra pareja, generalmente-. Entiendo que la tesis perspectivista no debe interpretarse en un sentido subjetivista. Las condiciones que determinan nuestra perspectiva son sociales y como tales afectan a otras personas por lo cual es una exageración el dicho que afirma que “cada persona es un mundo”
Supongamos que consideramos la perspectiva de un modo no subjetivo, atendiendo básicamente a la dimensión social antes que a los condicionantes psicológicos ¿Cómo afecta esto a la cuestión de la verdad antes planteada? Vivimos y conocemos desde una determinada perspectiva que compartimos con otras personas y dentro de la cual no hay relativismo: existe la Verdad y la mentira, la corrección formal y las falacias, la justicia y la injusticia etc. No se puede establecer a priori qué es lo justo o verdadero en cada una de las perspectivas sino de un modo dialógico al estilo de Habermas. Compartimos una sola razón y como ya decía Heráclito sólo los dormidos piensan que tienen un logos privado. Por el contrario el Logos es común y aunque las perspectivas sean diferentes la comunicación - y ocasionalmente el acuerdo- es posible. O no.
El Logos común es condición necesaria pero no suficiente. Además de una razón común los hombres necesitan compartir intereses y objetivos, si quiera planteados en su forma más minimalista. La razón es esclava de las pasiones, como nos enseñó Hume y si no existen algunos intereses comunes pudiera darse el caso que las perspectivas fueran tan diferentes, la distancia tan grande, que el acuerdo fuera imposible al no existir un “mínimo común denominador” - lo contrario es pecar de optimista como le pasa a Habermas- . Lo estamos viendo todos los días. Por poner sólo un ejemplo, es obvio que los palestinos y los judíos ven el mundo desde perspectivas incompatibles e irreconciliables. Tal y como yo lo veo la cuestión no se plantea adecuadamente en términos de blanco y negro, todo o nada. Hay posiciones que comparten una misma base que pueden dialogar y establecer desde criterios racionales lo que es verdadero y justo, y otras cuya distancia es tal que, a menos que con el tiempo sus “perspectivas” se acerquen, efectivamente viven en “mundos diferentes”.
Pienso que la perspectiva política del ciudadano de un país desarrollado está en las antípodas de la perspectiva del inmigrante ilegal. Ambos tienen su verdad. Lo que no quiere decir que todo es relativo. La verdad política es que sólo es aceptable la inmigración legal, la posición contraria es una impostura que merece ser criticada por ser contraria a la razón de estado. La verdad del inmigrante es que debe hacer todo cuanto este en su mano para alcanzar una vida digna. Nada podemos reprocharles. Nosotros haríamos lo mismo. La conclusión no es relativismo sino la necesidad de pensar de forma dialéctica. Necesitamos una razón que no intente clausurar todas las contradicciones porque es imposible, porque a la armonía sólo se llega por el camino de la burda simplificación, una razón capaz de mirarle al mundo cara a cara… aunque duela, aunque no consuele.