En su novela "Todo fluye", Vasili Grossman se
atreve a inmiscuirse en los mecanismos y resortes que aseguraron durante
tantos años la pervivencia del régimen totalitario soviético. Iván
Grigórievich vuelve al mundo tras treinta años de existencia espectral
en un campo de trabajo; no obstante, el mundo al que regresa es ajeno y
desconocido, como si la Revolución hubiera satisfecho la siniestra
promesa de reformar por entero la realidad. Las ciudades, las calles,
los barrios, todo ha cambiado de nombre y de modo de existencia, e Iván
vaga perdido en busca de cosas y personas que no son más que recuerdos.
En leningrado y Moscú encuentra a algunos de los amigos que lo habían
delatado y que ven en él a un fantasma venido del más allá sólo para
inquietar su sosiego; el Hombre Nuevo es una realidad contundente que ha
sustituido hace mucho a familiares, amigos y conocidos. Iván busca
también a la mujer que le amó y terminó por olvidarle, pero ante la
certidumbre del absurdo sólo llega a mirar su casa desde muy lejos.
Después
de deambular por el mundo nuevo instaurado triunfalmente por la
revolución, Iván encuentra un trabajo modesto y una habitación en casa
de la viuda Anna Serguéyevna. Trabaja junto a un obrero que se queja de
los logros de la revolución: "Ni siquiera podemos hacer huelga. ¿Y qué clase de obrero es ése que no tiene derecho a huelga? Anna
Serguéyevna le relata la historia de una mujer, que fue ella misma, que
dirigía un koljós en el que todo lo que se cosechaba era entregado al
estado, que en compensación pagaba con una vida miserable. Las mujeres
que robaban un puñado de grano para tener qué darle a sus hijos eran
condenadas a siete años de reclusión. Iván y la viuda, avejentada y
pálida, hablan lentamente acerca del paraíso del proletariado, y hablan
sobre lo primero que la política revolucionaria se empeñó en mantener
apartado de la nueva sociedad, la libertad: Rusia había visto muchas
cosas en mil años de historia. Durante los años soviéticos el país
había sido testigo de victorias militares mundiales, enormes
construcciones, ciudades nuevas, presas que detenían el curso del
Dniéper y el Volga y canales que unían los mares, la potencia de los
tractores, de los rascacielos... La única cosa que Rusia no había visto
en mil años era la libertad. La libertad, que adorna los ampulosos
discursos de la burocracia, es pensada por Iván como una presencia
modesta y casi vulgar, porque lo que la convierte en un bien que vale la
pena no es su declinación universal -"la Libertad del Pueblo", "la
Libertad del Proletariado"- sino su adherencia a los gestos y sucesos
cotidianos. En este sentido, Vasili Grossman, nos obliga a plantearnos
una reflexión incómoda para las teorías políticas al uso: ¿tiene sentido
hablar de la libertad cuando se desvincula su ejercicio de amplios
campos de la existencia humana como es la libertad de comprar y vender,
de dedicarse a esto o a lo otro? ¿Es efectiva una libertad sin mercado? ¿No
se convertirá la libertad en sólo una palabra más de un discurso
mentiroso si aceptamos que la vida económica ha de estar reglamentada y
dirigida por el estado, por mucho que sigan existiendo leyes que
proclamen la salvaguarda de las libertades políticas? Anna
Serguéyevna intenta encontrar una explicación a la insoportable vida que
padecen los hombres bajo la égida del socialismo: Aun así, en el
campo es donde se llevan la peor parte. A mi modo de ver, el estado les
quita demasiado, ya sea a la gente de la ciudad o a la del campo. Sí, de
acuerdo, las casas de reposo, las escuelas, los tractores, la defensa
nacional..., entiendo todo eso, pero se llevan demasiado, deberían
llevarse menos. Iván señala entonces ese trozo de libertad cuya
amputación puede equivaler a la eliminación completa de cualquiera de
sus formas: Antes creía que la libertad era libertad de palabra, de
prensa, de conciencia. Pero la libertad se extiende a la vida de todos
los hombres. La libertad es el derecho a sembrar lo que uno quiera, a
confeccionar zapatos y abrigos, a hacer pan con el grano que uno ha
sembrado, y a venderlo o no venderlo, lo que uno quiera. Y tanto si uno
es cerrajero como fundidor de acero o artista, la libertad es el derecho
a vivir y trabajar como uno prefiera y no como le ordenan. Pero no hay
libertad (en la URSS) ni para los que escriben ni para los que cultivan el grano o hacen zapatos.
¿De qué hablamos cuando hablamos de una libertad sin mercado?
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