Estos días de recién llegadas vacaciones, después de haber sobrevivido al fútbol y a las fiestas del solsticio sanjuanero en Soria, he disfrutado leyendo al filósofo checo Patocka. No me deja de sorprender cómo, metido hasta el cuello en el agujero de su presente soviético y carcelario, pudo este hombre soportar, cómo pudo acechar en los pliegues rugosos del tiempo aquello que apunta a su trascendencia. Si buscáramos una justificación de la idea de eternidad aquí, al menos, hallamos una de naturaleza pragmática: el pensamiento de la eternidad es aquello nos permite estar en el tiempo sin sucumbir enteramente a él.
En sus lecciones publicadas bajo el título de "Platón y Europa", que tengo en su traducción inglesa, Patocka nos hace tropezar con algo que no puede más que comunicar un gran desasosiego: la aparición del filósofo es una provocación hacia la polis. La misma existencia del filósofo se da en tensión trágica con respecto a aquello que conforma la política.
Socrates does not provoke, but his whole existence is a provocation to the citySócrates no provoca (a los atenienses), sino que su sola existencia es una provocación hacia la ciudad
Patocka expresa con gran agudeza la, digamos, imposibilidad misma del filósofo, la desmedida y trágica ambición que le impulsa y que le conduce a producir un cortocircuito casi irreparable en contacto con la polis y lo político. En pocas palabras puede estar contenida la exclusión mutua de lo filosófico y lo político, o, para variar los términos, la colisión irreparable que hace al filósofo acercarse a lo político únicamente para convertirlo en labor filosófica, como muestra el caso de Platón; el filósofo se revuelve contra el tiempo y la incesante mudanza de las cosas, contra el declive, contra el flujo desbordado en que se agota el mundo, contra la cadena indecible del aparecer y el perecer,
Philosophy says: no, the world is not in decline, because the core of the world is being, and being has not beginning and will not perish
La filosofía dice: no, el mundo no es un declinar, porque el corazón del mundo es el ser, y el ser no tiene comienzo ni perecerá nunca.
La imposibilidad de la filosofía política es, precisamente, ésta: la política trata precisamente de lo que cambia, lo que está sometido a la ley del tiempo y la perspectiva incierta. Su consistencia es la doxa. La política consiste, en este sentido, en algo profundamente antifilosófico, en habitar el mundo de las apariencias, hacer una casa de aquello destinado a no durar y cuidar de lo que irremediablemente decae. Convertir la política en objeto de la filosofía es, en ese sentido, acabar con ella.
Estas consideraciones me llevan a la pregunta:
¿Quiere esto decir: acabemos con la filosofía en nombre de la política? No, y en eso estriba precisamente lo trágico. No podemos, no queremos vivir sin filosofía. Puede querer decir, más bien, que es preciso acabar con esta política metafísica que nos asola. La tarea enojosa será encontrar el quicio en el que la filosofía no acaba con la política, pero la política tampoco termina con la filosofía. Cuadratura del círculo para estos meses veraniegos.
Me alegra compartir contigo la vocación patockiana. Hace unos años me reuní con algunos de sus discípulos en Brno. No se acababan de creer que su maestro fuera un filósofo de alcance universal. Yo lo tengo por uno de los grandes de este siglo.
ResponderEliminarEn las proximidades de Praga visité el pequeño cementerio en que está enterrado y estuve un buen rato compartiendo su silencio.
Efectivamente, el filósofo es un peligro para la ciudad porque sabe que la prudencia es una virtud política, pero no filosófica. Y ahí está el drama.
Un abrazo, amigo.
Gregorio, gracias por permitirme compartir contigo el honor de la vocaci'on patockiana, pero he de reconocer que, comparada con la tuya, la m'ia no pasa de mero diletantismo. Si vuelvo a Praga alg'un d'ia, seguir'e tus pasos y compartir'e silencio con la tumba del fil'osofo.
EliminarUn fuerte abrazo
Me alegra ver Borja cómo por distintos caminos siempre me da la sensación de llegar a los mismos puertos que tu. Esto que cuentas a propósito de Patocka, algo muy nietzscheano por cierto (no hay más que revisar algunos pasajes de "El crepúsculo de los Ídolos"). Al leer esto me recordaste una obra de las mejores obras de Freud, Duelo y melancolía, donde Freud compara un caso patológico, la melancolía, con uno no patológico, el duelo. El melancólico, ante la pérdida del objeto -un ser querido, una situación de plenitud- queda, por decirlo así, fijado a algo de aquello y lo vuelve contra sí, disponiéndose como un ser infeliz, lleno de rencor contra el mundo y buscando siempre un culpable de tal pérdida. El "trabajo del duelo" impide la melancolía en el sentido de poder aceptar la pérdida.
ResponderEliminarEl filósofo, en este caso, es el gran melancólico. Tu reflexión giraría en torno a si podemos o no vivir sin melancolía. La respuesta en este caso no la tengo muy clara, pero sospecho que Freud nos diría que no del todo, aunque sería bueno hacer muchos duelos.
Me gusta lo del fil'osofo como gran melanc'olico, Edu. Seguramente mi acercamiento a la filosof'ia tuvo mucho que ver con ello. Yo, como tu freud, tampoco creo que podamos vivir sin melancol'ia. No creo en la reconciliaci'on final de todas las alienaciones, para decirlo en lenguaje marxiano. Viviremos con melancol'ia, y con filosof'ia, solo que procurando acomodarlas para que no pongan en riesgo la existencia del mundo.
EliminarUn abrazo