En sus "Lecciones sobre la historia de la filosofía", Hegel se refiere a la desolación que siente quien, tratando de alcanzar el conocimiento de la filosofía, sólo encuentra multitud de propuestas que se refutan unas a otras y se niegan entre sí, de manera que, anulándose mutuamente, parecen mostrar que no hay ninguna verdad en todo ese batiburrillo. He tenido muchos alumnos que han expresado esta desolación y, la verdad, nunca he pensado que fueran los peores, sino, casi siempre, lo contrario. Y es que la inteligencia quizás va unida a una vanidad que no tiene porqué resultar antipática y posee su lado necesario, porque es su ley no querer contentarse más que con la verdad entera. Sea como sea, y al igual que toda vanidad, tiene que ser finalmente vencida, porque, en caso contrario, la misma inteligencia termina ahogándose en ella. Pues bien, Hegel expone esta creencia de una manera notablemente plástica: "Según esto, la historia de la filosofía no sería otra cosa que un campo de batalla cubierto de cadáveres, un reino no ya solamente de individuos muertos, físicamente caducos, sino también de sistemas refutados, espiritualmente liquidados, cada uno de los cuales mata y entierra al que le precede". A partir de aquí, sin embargo, el filósofo nos entrega una clave decisiva y nos advierte de que "la filosofía" como totalidad sólo puede darse en una forma particular y, en cierta manera, contingente. La prevención hacia la multitud de propuestas filosóficas, basada en que, entre sí, se oponen y divergen, y el consiguiente rechazo de toda filosofía, son, de esta manera, radicalmente erróneos y suponen un engreimiento que sería deseable evitar. La "filosofía" como totalidad sólo se entrega en la forma de propuestas históricas y condicionadas, como es el caso del acontecimiento de la desocultación descrito por Heidegger. La "totalidad", cualquier totalidad, sólo puede ofrecerse a través de la renuncia a la completud y a la pureza de lo siempre entero. Para ser completo, el Todo tiene que fragmentarse y aceptar hacerse jirones. La comparación con la que Hegel ilustra esto es fantástica:
"(...) al enfermo a quien el médico recomendase comer fruta y que, al serle servidas cerezas, ciruelas o uvas, no se atreviese, por una pedantería intelectual, a ingerir ninguno de esos frutos, con el pretexto de que el médico le había prescrito fruta, y no precisamente ciruelas, uvas o cerezas". Hegel, "Lecciones sobre la historia de la filosofía"
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