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martes, 25 de abril de 2023

Dos visiones de "Almas en pena de Inisherin".
Diego Margallo y Óscar Sánchez


¡Mo cuishle!, por Diego Margallo.

En una secuencia de “Million dollar baby”, tras una victoria de Maggie, la protagonista - Hilary Swank -, el público, enfervorecido, grita al unísono en gaélico “¡Mo cuishle! ¡Mo cuishle! ¡Mo cuishle!”, y la voz del narrador - el personaje que encarna Morgan Freeman -, superponiéndose a las imágenes, nos dice: “Por lo visto, hay irlandeses en todas partes. O gente que quisiera serlo”.

No dudo de que tal afirmación sea verdad, pero, viendo esta película, la que nos ocupa, quizás habría que matizar que si bien casi todos quisiéramos serlo, hay algunos - los propios irlandeses - que hubieran preferido declinar tal dignidad, al menos en ciertas ocasiones y durante cierto tiempo.

Y es que la historia de “Almas en pena de Inisherin” - una película que en último término, a mi parecer, nos está hablando de Irlanda - se puede traducir a través de términos como los de soledad, desolación, tedio, rencor, violencia, cainismo, muerte, condenación… Términos que inducen a pensar en ella como un drama que en realidad no es. Más bien una tragicomedia.

Porque trágico es indudablemente el contexto en el que se nos sitúa, con el telón de fondo de la guerra civil irlandesa que confronta a los defensores del tratado con el Reino Unido con los opositores al mismo. Pero es una guerra que se percibe como lejana, casi intrascendente.

Trágico es también el resultado de la enemistad entre los dos protagonistas, pues adivinamos - a causa de la imposibilidad de convivencia entre ellos - la futura e inevitable muerte de uno, o incluso de ambos. Pero banal es el motivo de tal enemistad.

Trágicas resultan asimismo sus vidas y las de todos los personajes centrales, truncadas e imposibilitadas de verdadera comprensión y sentenciadas en todos los casos - excepto uno, en el que se ha de pagar como precio para la salvación un exilio asumido como inevitable - a la violencia y a la destrucción. Pero no dejan de ser vidas que nos invitan a una risa callada, melancólica, como si se nos pidiera no tomarlas demasiado en serio. Y no solo esas vidas, sino la vida en general, nuestra vida.

Trágico entiendo que es el mensaje de la película - al menos el que yo vislumbro -, un mensaje que, de forma simbólica, nos conduce, como decía antes, al destino de la propia Irlanda. condenada al extrañamiento de sí misma y de los suyos, los mismos, sin embargo, que no pueden dejar de amarla y añorarla.

Vuelvo ahora a “Million dollar baby”. Cuando Maggie, al término casi de la película, se encuentra postrada en una cama, ya agonizante, y Frankie, su entrenador - Clint Eastwood -, ha accedido a la petición que ella le hace, este le desvela finalmente el significado de “Mo cuishle”. En un susurro le dice: “Mo cuishle significa mi amor, mi sangre”.

Quizás eso sea Irlanda para los irlandeses: su amor, su sangre. A pesar de todo. Y quizás por eso todos queremos ser irlandeses, salvo los propios irlandeses, aunque tan solo por el breve tiempo que tardan, tras su lanzar su imprecación contra ella, en necesitarla nuevamente.


Una parábola sobre la amistad, por Óscar Sánchez.

Martin McDonagh nos cuenta en Almas en pena de Inisherin una peculiar historia: en una pequeña y remota isla irlandesa dos amigos dejan de serlo. Colm -un, como siempre, soberbio Brendam Gleeson- decide romper la relación con su viejo amigo Pádraic -un sorprendentemente correcto Colin Farrel- porque... es muy aburrido. La película, que se mueve en el inicio en un tono de comedia, va progresivamente transformándose en un drama, dejando al espectador una extraña sensación porque es tal la desproporción entre el motivo del conflicto inicial y los devastadores efectos producidos que acabas con una sensación de irrealidad y absurdo. Al final, al menos esta es mi experiencia, quedas perplejo y te preguntas: ¿de qué va esto? ¿qué me han contado?

Después de meditarlo, esta es mi particular conclusión, creo que el el director ha querido hacer con esta película una parábola sobre la amistad. La amistad es un asunto muy importante, esto es reconocido por todo el mundo, incluidos filósofos y moralistas, pero en el fondo es un tema poco pensado. Martin McDonagh ha hecho en este trabajo algo parecido a David Hume en el Tratado de la naturaleza humana: igual que el filósofo escocés recurre a una imagen muy simple, una mesa de billar y dos bolas que chocan, para abordar una cuestión compleja, la relación causal; del mismo modo, el director anglo-irlandés pretende reflexionar sobre la amistad a partir de las relaciones que establecen en un territorio acotado unos pocos personajes.

Empecemos por Colm. Al inicio de la película toma una decisión: va a romper su relación de amistad con Pádraic porque es tedioso y aburrido y se va a volcar en la música y la poesía con la esperanza de dejar algo tras de sí que merezca la pena. Elige una vida centrada en el arte antes que otra que gira en torno al pub y conversaciones triviales sobre la mierda de la burra de Pádraic... ¿quién podría reprochárselo? Colm ha llegado a la conclusión que Pádriac le disminuye y entristece. Decía Spinoza que cada cosa se caracteriza por cierta proporción de movimiento y reposo y este principio físico aplicado al hombre se traduce en el plano ético en que cada persona tiene un cierto grado de potencia, cierto horizonte de posibilidades y el deseo, que es la esencia del hombre, consiste en ampliar dicho horizonte, en aumentar la potencia todo lo que sea posible. Para ello debemos estar atentos a los objetos exteriores que nos afectan y producen pasiones en nuestra alma: nos alegra aquello que aumenta nuestra potencia y nos entristece lo que la disminuye. Pues bien Colm ha llegado a la conclusión que Pádraic es un lastre y, consiguientemente, procede a cortar la relación con su viejo amigo. Colm actúa como un hombre libre que elige su destino. Pero la libertad de Colm, como diría Hegel, es una libertad abstracta y formal, no descansa en la realidad concreta ni en lo que Colm realmente es y traerá consigo fatales consecuencias. Lo que Colm no sabe es que los amigos no se eligen ni se abandonan de esta manera, sino que los encuentras en este extraño viaje que es la vida. El error de Colm es, como diría Nietzsche, no ser fiel a la tierra, cambiar la vida real por los sueños de la razón. A pesar del alto concepto que tiene Colm de sí mismo y de su misión en la vida acaba enajenado de manera similar a los adolescentes que sacrifican las relaciones personales por el mundo virtual.

En el otro polo de esta relación está Pádraic. Él sí sabe lo que es la amistad y la valora a su modo. Su incapacidad para la abstracción hace que sea más consciente que Colm de lo que está en juego. Precisamente por ello inicia una batalla para recuperar la amistad perdida. Pero en el intento de recuperar al amigo se pierde a sí mismo: Pádriac era un hombre amable y cuando pierde la bondad deja de ser él mismo, deja de ser el viejo amigo de Colm. Lo que Pádriac no sabe es que la amistad descansa en la buena voluntad: a un amigo pueden perdonársele muchas cosas pero no la mala voluntad. Cuando Colm descubre que Pádriac ha actuado de mala fe la posibilidad de una reconciliación se rompe definitivamente.

También los personajes secundarios juegan un papel en esta parábola. Cada uno a su manera muestra que la vida humana requiere de la amistad. Dominic es un marginado, no tiene amigos pero vive con la esperanza de tenerlos algún día y cuando descubre que Pádriac ya no es la persona amable que suponía que era y Siobhán, la hermana de Pádriac, le rechaza, entonces se quita la vida porque una vida sin amigos no merece ser vivida. Por su parte Siobhán es el término medio aristotélico entre los dos personajes principales: ni una vida dedicada a las musas como Colm, ni una vida dedicada a la burra y los animales como su hermano. Pero su humanidad no la redime porque no tiene amigas en Inisherin, por ello debe abandonar la isla en busca de una vida digna ser vivida.

Todas las parábolas transmiten una moraleja, una enseñanza: ¿qué hemos aprendido en Almas en pena de Inisherin? Quizá que la amistad parece estar forjada con un delicado material, de tal manera que una vez rota no es posible restaurarla. Las redes de amigos son algo extraño y delicado, requieren de atención y cuidados constantes, los cuales nos quitan tiempo y libertad... pareciera que no merece la pena tanto esfuerzo... Pero sin ellos quedamos (como Colm) literalmente mutilados, fuera de su cobijo solo hay el desierto, como de manera magistral muestra Orson Welles en Ciudadano Kane.

El director, Martin McDonagh, ha tenido el acierto de localizar el conflicto entre los dos amigos en un terreno acotado, en una pequeña y remota isla. Decía Borges que la amistad, al contrario que el amor, no precisa de cercanía. Creo que Borges solo tiene razón en parte. La amistad a distancia es tan pura como el amor cortés, perdura a costa de no ser satisfecha: los amigos, si lo son, quisieran estar juntos y compartir la vida, pero las circunstancias lo impiden. Sin embargo, es justo esa imposibilidad la que sostiene la amistad a distancia. Pero Colm y Pádraic son vecinos, viven próximos lo quieran o no, pues en la isla no tienen posibilidad de evitarse, y en esta situación la fricción de la cotidianidad desgasta la idealidad del vínculo. El auténtico valor de una amistad debe ser calibrado en esas circunstancias: en la cercanía de los cuerpos y no, por ejemplo, en los espacios virtuales.

La moraleja de Almas en pena de Inisherin es que las relaciones de amistad no son unos lazos externos que cada individuo instaura o rompe a voluntad sino que las redes de amigos nos constituyen anímica y físicamente y conforman nuestra identidad. Así cuando Colm rompe con su amigo deja de ser quien era y de manera aparentemente paradójica el objetivo que buscaba, la música, se torna imposible: Colm ya no puede tocar, queda incapacitado para la música porque ya no es él mismo. Y cuando Pádraic, que era una persona amable, por recuperar la amistad de Colm se vuelve ruin y mezquino deja de de ser Pádraic. Por eso cuando perdemos a un amigo perdemos una parte de nosotros mismos, nos hacemos más pequeños, mutilados. Pero vivir -y especialmente envejecer- consiste en asumir las pérdidas y aceptar el achique de nuestro horizonte de posibilidades o "grado de potencia" -que diría Spinoza-, como les ocurre a los protagonistas de la película... o tener el coraje de hacer como Siobhán: abandonar la isla e iniciar una nueva vida. Decía Pessoa:

"Llega un momento en que es necesario abandonar las ropas usadas que ya tienen la forma de nuestro cuerpo y olvidar los caminos que nos llevan siempre a los mismos lugares. Es el momento de la travesía. Y, si no osamos emprenderla, nos habremos quedado para siempre al margen de nosotros mismos".

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