¿Existe tal cosa como el Todo y la Nada? Conforme lo expuesto en la entrada anterior, el todo (e) y la nada (n) son para Priest objetos plenamente legítimos. En esta entrada vamos a recorrer los argumentos de Gabriel según los cuales e y n no existen y además ni siquiera son objetos.
Recordemos que para Priest e y n son objetos formales, es decir, entidades acerca de los cuales no nos comprometemos ontológicamente acerca de su existencia. En principio y mientras no se demuestre lo contrario ni existen ni dejan de existir, habitan, por así decir, en un limbo ontológico. Son objetos de la metafísica.
1. El mundo como objeto (e).
Quizá e no exista (al no ser causa eficiente), reconoce Priest, pero, en todo caso, es un objeto del pensamiento y por tanto pertenece al Ser.
Lo que Priest denomina “ser” cumple la misma función que los “campos de sentido” de Gabriel (en lo sucesivo cds). Cuando Priest dice que algo es un objeto, esta afirmación, traducida al lenguaje de Gabriel, equivale a decir que algo aparece en un cds. Hasta aquí estamos ante dos léxicos diferentes que vienen a decir lo mismo con distintos términos. El problema surge cuando pasamos de los ejemplos de los duendes o Don Quijote al mundo. ¿Podemos afirmar que existe el mundo (e) de manera semejante a como decimos que existe Don Quijote o cualquier otro objeto ficcional? Según Priest sí: e es un objeto tan válido y coherente como cualquier otro. Por el contrario, Gabriel apunta una discontinuidad radical entre unos casos (los objetos ficcionales) y otro (el de e).
Vemos los argumentos de Gabriel en contra de e.
a) El Aleph de Borges.
Como había destacado Priest, el aleph es “uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos”, o como dice Daneri: “el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del mundo, vistos desde todos los ángulos”.
En primer lugar, cabe matizar que, conforme a la definición del propio Borges, el aleph no es e porque hay cosas, como números u objetos de ficción, que no están contenidos en el espacio. Además, incluso atendiendo a las restricciones que impone el autor argentino, es imposible imaginar el aleph porque el mismo espectador que contempla el aleph forma parte del mundo, es decir, forma parte del aleph. No hay manera de contemplar el aleph “desde fuera” (ni tampoco “desde dentro”), por lo que, a diferencia de Daneri o don Quijote, el aleph ni siquiera es un objeto de ficción, pues no puede ser imaginado. El aleph más bien es un pseudoobjeto (como la idea Dios para Gustavo Bueno) que no se refiere a nada.
En resumen, el aleph, a juicio de Gabriel, no es un ejemplo “suficientemente coherente” de la noción de mundo, no es un ejemplo de la posibilidad conceptual del mundo, tal y como afirma Priest.
b) Compatibilidad con la mereología.
Priest argumenta que e es un objeto no contradictorio en mereología y lo define como la suma o fusión de todos los objetos, a lo que responde Gabriel que la mereología ignora los aspectos intensionales de los cds. Un cds no es una mera suma. Una seta, el número 3 y un dolor de muelas son, en términos de Priest, objetos y como tales pueden sumarse, es decir, pueden fusionarse; pero la suma de tres objetos tan dispares no constituye en absoluto un cds, pues no comparten ningún "sentido". Por lo tanto, una fusión de objetos no siempre equivale a un cds. Pero además la noción de “la fusión de todos los objetos” es incompatible con la ontología de los cds. Los objetos que aparecen en un cds tienen alguna propiedad común en base a la cual se constituye dicho campo, pero…¿qué propiedad podrían compartir “todos los objetos” para constituir un cds?
Gabriel entiende que su propuesta ontológica no puede ser reducida ni formalizada mediante un modelo mereológico. Los sistemas formales, tanto la teoría de conjuntos como la mereología, precisamente por ser “formales”, carecen de contenido ontológico. Solo son relevantes para la ontología si son interpretados, pero por sí solos no constituyen argumento alguno a favor o en contra de cualquier ontología. En resumen, no es un argumento en favor del mundo la existencia del objeto e en mereología.
c) El bucle mereológico.
Gabriel reconoce que, del mismo modo que algunas proposiciones están incluidas en sí mismas, algunos cds aparecen en ellos mismos. Él llama a esta propiedad autocontención.
El problema aquí es combinar autocontención y totalidad absoluta. Gabriel no puede concebir de qué manera una totalidad absoluta puede contenerse como parte de sí misma. Pero, en todo caso, lo que Priest lograría demostrar con el argumento del bucle mereológico es que no existe imposibilidad lógica para la existencia de e. Gabriel responde que la tesis de la no-existencia del mundo no es lógica, es decir, no es a priori, sino que es una tesis ontológica que se deduce de la evidencia fenomenológica. Primero Gabriel reflexiona sobre cómo se nos aparecen los objetos y después llega a la conclusión que el mundo no es un objeto pues le falta un trasfondo donde aparecer. La tesis de la no-existencia del mundo es el final de una reflexión filosófica, no una petición de principio o un axioma lógico que tomamos como punto de partida.
d) El mundo no tiene sentido.
Frente a la acusación de Priest de que negar la existencia del mundo entraña una contradicción lógica, Gabriel responde aceptando, en parte, la crítica y escudándose, ahora él, en el dialeteísmo. Es cierto que hay una contradicción entre la tesis de la no-existencia del mundo y la afirmación que e no tiene sentido, pero se trata de una contradicción verdadera.
Para salir de este embrollo, en la medida de lo posible, Gabriel se apoya en Wittgenstein: el problema es el mismo que cuando Wittgenstein reconoce que todo cuanto dice en el Tractatus no tiene sentido. Como sabemos, para el primer Wittgenstein solo tienen sentido aquellas proposiciones que representan estados de cosas posibles en el mundo y las proposiciones del Tractatus no cumplen con tal exigencia. Es la famosa metáfora de la escalera (aforismo 6.54) cuando Wittgenstein dice que las proposiciones de su propio libro son como peldaños de una escalera: sirven para subir y alcanzar una cierta visión, pero una vez alcanzada, la escalera ya no tiene utilidad y debe ser "tirada".
El caso de la ontología de los campos de sentido es idéntico: la reflexión de Gabriel lleva a la tesis de la no-existencia del mundo, pero para llegar a esta conclusión ha tenido que considerar la posibilidad de que el mundo tuviera un sentido. Este es el único camino: se piensa en el mundo como si tuviera un sentido para finalmente negar esta posibilidad.
Además, la posición de Priest no está exenta de problemas lógicos. Priest sigue a Meinong al afirmar que todo lo que puede pensarse y nombrarse es un objeto. De este modo, tanto Meinong como Priest separan la referencia intencional del compromiso ontológico. Por aquí va la sugerencia de Priest a Gabriel: primero debería reconocer que e es un objeto y después –si acaso- negar su existencia real. Podemos pensar un objeto sin comprometernos con su existencia real (su referencia), de tal modo que podemos pensar objetos reales (Marte) o ideales (Don Quijote).
Ahora bien, pregunta Gabriel: ¿qué tipo de objeto es e? ¿Es e un objeto real o ideal? Ninguna respuesta a este dilema es satisfactoria. Este es un callejón sin salida. Si e es un objeto ideal entonces depende de la mente y el mundo no existiría la margen de la mente (tesis idealista de Berkeley). Es decir, si e es un objeto ideal entonces el mundo no es el mundo. Pero si e es un objeto real entonces es independiente de la mente. Pero ¿cómo explicar entonces las partes de e (Don Quijote) que dependen de la mente? En conclusión e no puede ser ni un objeto real ni un objeto ideal.
Para Gabriel e no es un objeto (ni real, ni ideal) es como una representación fallida, una palabra (o letra) que no corresponde con ningún objeto.
2. La nada como objeto (n).
Para Gabriel, la “posición” que correspondería a la nada está ocupada por el mundo, precisamente porque éste no existe. En su planteamiento, pensar el mundo (el todo) equivale, en realidad, a pensar la nada.
Ahora bien, “pensar la nada” no constituye un acto cognitivo propiamente dicho, sino más bien una vivencia análoga a un sentimiento (Freud hablaba del “sentimiento oceánico”) que carece de objeto definido. La metafísica, según Gabriel, se ha sostenido con frecuencia en este tipo de experiencias y en la tendencia de la mente a intentar sobrepasar cualquier marco conceptual. Sin embargo, por definición, pensar la nada es imposible: todo acto de pensamiento tiene un objeto, algo de lo cual se piensa. Incluso cuando se concibe un conjunto vacío o un cds sin objetos, lo que se piensa no es la nada, sino un “algo” definido (un “vacío de objetos”).
En consecuencia, tanto e como n, los supuestos objetos de Priest, son para Gabriel indistinguibles y carecen de legitimidad ontológica. Se trataría de representaciones fallidas, pseudoobjetos que ni siquiera pueden sostenerse como objetos intencionales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario